El 22 de marzo de 2004, Axel Blumberg fue asesinado luego de intentar fugarse de su cautiverio. Parte de la sociedad salió inmediatamente a apoyar al padre y convocaron a una marcha a la que asistieron unas 150 mil personas. Otro sector de la misma sociedad, más propenso al progresismo, salió a defenestrar el pedido de «mano dura» efectuado por un hombre destruido, al que le habían asesinado a su único hijo. El Congreso se cagó en las patas ante el aluvión de firmas juntadas por quienes apoyaron la causa Blumberg, e hizo lo único que se les ocurre hacer en estos casos: aumentar las penas. Posteriormente, Juan Carlos Blumberg fue defenestrado socialmente, calificado de nazi y acusado de usurpar título -ingeniero- en un país donde la entonces Senadora a cargo de la Comisión de Juicio Político juzgaba a los Ministros de la Corte Suprema sin haber presentado título habilitante -no digo que no lo tenga, no lo presentó- y un Jefe de Gobierno firmaba como Licenciado, sin serlo.
Por aquellos años de «primavera» kirchnerista, los argumentos contrarios a Blumberg rozaban lo ridículo. Personajes que viven en Recoleta o Barrio Parque, afirmaban que se le daba bola al caso Axel porque se trataba de un chico bien y se escandalizaron cuando el falso Ingeniero afirmó que tenía «amigos negros de alma blanca». Esa fascinación por la condición dérmica y la posición social de una víctima para dar por válido o refutar su derecho humano a la libertad y la vida, hoy se volvió en contra. La obsesión por calificar políticamente a un deudo para ver si le damos bola o no a su reclamo de justicia, hoy vuelve al tapete.

Ocho años, quinientos desaparecidos y cientos de secuestros extorsivos después, una nena de once años «desaparece» de su casa el 22 de agosto de este año. La conmoción generada por tratarse de un infante, genera una movilización inusitada y todos los medios se centran en el caso con un respeto asombroso. Tan asombroso que no se animaron a hablar de determinadas cuestiones. Un padre preso por causas pesadas, no es un detalle muy lindo como para ahondar durante la investigación y, seguramente, da la imagen de querer justificar lo injustificable. Sumidos en una paja mediática como hacía mucho no veíamos, recién ahora se atreven a hablar de la figura del padre y su vínculo con el mercado laboral de los secuestros extorsivos. Pareciera mentira que en esta patria donde somos todos felices, el temita de los secuestros vuelva a los medios de la mano de otra muerte absolutamente inocente. Esta vez, curiosamente, no importa la situación social de la víctima, ni la ideología de sus deudos, ni los títulos de los padres de la asesinada.
Sé que con mis impuestos hacen cualquiera, pero movilizar a todas las fuerzas de seguridad de la Nación para que el cuerpo lo termine encontrando una cartonera al costado de la autopista, me indigna. Uno sabe que una nena moviliza mucho más y hasta la Presidente hizo un hueco en su agenda de oratorias para recibir a la madre de Candela, pero la buenas intenciones no sirven de nada ante la incapacidad. Golpear las puertas de sospechosos para preguntar si podían pasar a revisarles la casa, es algo que no vi en todos mis años de judicial y demuestra la falta de brújula absoluta con la que cuentan nuestras fuerzas de seguridad y los pelmazos que tenemos por jueces y fiscales.
Esto, que por como viene la mano, quedará como una gota que rebalsó el vaso de la indignación por la inseguridad, es resultado de una crisis social de marginalidad que se arrastra desde hace décadas. No fue generada por el kirchnerismo, aunque les toque la parte de no haber hecho absolutamente una goma para revertirla o, aunque sea, frenarla. La marginalidad no es invento de Néstor, aunque les duela a los opositores recalcitrantes, ni tampoco es herencia de la nefasta década del ´90, aunque les joda a los oficialistas. Y precisamente por venir de hace décadas, es que no tiene arreglo con una ley pedorra, dictada por legisladores pedorros, tan mediáticos y efectistas como el tema del momento en los programas de chimentos.
Scioli, que ha abusado de la palabra «articular» a tal punto que debería ser eliminada del diccionario por desgaste, presentó como logro de gestión la incorporación de ocho mil policías y siete mil patrulleros, cuando en realidad renovó la flota automotor y cubrió en parte las purgas efectuadas por Arslanián. Lo que el gobernador bonaerense entiende como políticas de seguridad, consiste en llevarse bien con los adinerados capos de la fuerza. Que hoy se haya tomado el helicóptero para que la madre de Candela lo insulte ante las cámaras de televisión, se lo tiene merecido por felpudo y mediático. No se gobierna dando notas, se gobierna gestionando. Y gestionar es atender cada uno de los problemas. Lógicamente, para atender un problema, primero hay que reconocerlo.
Comparativamente al trato recibido por las fuerzas de seguridad de la Nación, Scioli se comporta como un auténtico estadista. Mientras la Presidente y la Ministro de Seguridad de la Nación se dedican a pegarle a Scioli por ser extremista en materia de seguridad -lo cual es un halago, dado que no hace una goma- Gendarmería, Prefectura y la Federal hacen agua en el intento de conservar algo de autonomía y, al mismo tiempo, no incomodar a Nilda. Estas fuerzas nacieron con fines estratégicos propios y misiones individuales. Ahora, si a la Federal la ponemos a recaudar, Prefectura a cuidar Puerto Madero y Gendarmería a cortar boleto en el área metropolitana de Buenos Aires, es probable que nos encontremos con denuncias de piratería marítima en las costas patagónicas, incapacidad de laburo en zonas urbanas y las fronteras convertidas en un inmenso centro comercial de niños, putas forzadas y contrabando.
Que nuestros delincuentes han perdido toda clase de códigos hace años, es un hecho tan insoslayable como el hecho de que, si el brutal asesinato de Candela es producto de un ajuste de cuentas, nadie tiene de qué sorprenderse. Si balean la panza de una embarazada en una salidera bancaria, si matan adolescentes para robarles las zapatillas o el celular, si disparan a matar antes que las víctimas se resistan a un robo, si muelen a golpes a ancianos indefensos…¿Quién carajo se puede sorprender del asesinato de una nena de once años?
La delincuencia ha dejado de ser un error de la sociedad para pasar a integrar un sector con poder adquisitivo, organizado, con autoridades, poder territorial y representantes en el poder. Suponer que con mano dura, estas fuerzas de seguridad y este Poder Judicial comandados por esta clase dirigente, van a poder resolver algo, es de pelotudos.
Quiero creer que ningún geronte dirigente de la oposición se va a animar a opinar sobre este tema. Quiero suponer que Duhalde va a llamarse a silencio, luego de haber creado este régimen judicial bonaerense y después de haber puesto la Policía en manos de Arslanián. Deseo que De Narváez deje de pelotudear y ponga sobre la mesa el famoso plan de seguridad que siempre dijo tener y nunca mostró. Ansío que los legisladores crónicos del resto de la oposición no vaya a TN a decir que ellos tenían la solución y nadie les dio bola y, por una vez -al menos una- cierren la boca y se pongan a laburar en serio ¿O le darán bola a estas cosas recién con este caso?
El asesinato de Candela no es un caso aislado, pero tampoco forma parte de la ola de inseguridad. Es fruto del país en el que no pasa nada, mientras no me pase a mí, ni a mis afectos. Es un hecho testigo de un período histórico de una Argentina
en la que la dirigencia política ha llegado a un punto de no retorno. Que placenteramente veamos como son sepultados los vanidosos y personalistas dirigentes del siglo XX, no implica que estos mamarrachos que hoy detentan el poder tengan carta blanca, sino que nuestra paciencia dura cada vez menos.
Miércoles. Sin palabras.