A los Conservadores cuya única concepción de la vida era mantener lo más arcaico posible el sistema feudalista con el único propósito de no tener competencia y seguir llenándose de guita, tierras fiscales y propiedades producto de la usura. A ellos tendríamos que felicitarlos por haber sentado las bases para esta mierda que tenemos por aparato político.
A los Radicales que a lo largo de su vida han pasado de la Revolución al conservadurismo burgués, de la intransigencia traidora al golpismo nefasto, del populismo Yrigoyenista a la aristocracia de Alvear, de arruinar sus propios gobiernos, a la resurrección constante siempre con las mismas caras y tejiendo alianzas, coaliciones, frentes y demás juntas de intereses por odio a algún sector en el poder y nunca por beneficio colectivo.
A las Planas Mayores del Ejército que siempre se sintieron muy cómodos pisando alfombras y debatiendo cuestiones de organización del Estado y nunca tuvieron el valor de presentarse a elecciones para conseguir eso que se llama representatividad. Ustedes, que se ponían y sacaban como querían, asignándose los ministerios al igual que los asensos, a dedo y por simpatía. Ustedes que siempre subieron con el deber de salvar a la patria de alguna amenaza y se quedaron para defender algún sector económico. Ustedes, manga de acomodaticios, que en la actualidad no tienen los huevos suficientes para plantarse ante el vaciamiento de las Fuerzas Armadas.
A los Ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que viven entre lo contradictorio y lo inoportuno, siempre a contramarcha de la realidad, lentos con cuestiones fundamentales que afectan a los ciudadanos pero bastante veloces cuando hay intereses políticos de por medio. Incoherentes de buena estirpe que siempre mantuvieron sus cargos con Gobiernos democráticos y de facto, porque la caja autárquica del Poder Judicial es mucho más cómoda que laburar en la calle. A ustedes, rejunte de garcas, que terminan mancillando el honor y apellido de grandes figuras del derecho que también supieron ocupar esos cargos dignamente.
A la izquierda pedorra argentina, donde salvo contadas excepciones, siempre tuvimos la posibilidad de verlos contrarios a los principios que los aglutinaban. Que se pusieron en contra del movimiento obrero, que se aliaron al imperialismo yankee representado por su embajador en la Argentina, que entraron en partidos populistas y jamás entendieron el concepto de tercera posición, que autónomamente jamás pasaron del 2% de los votos en elección alguna, que nunca se pusieron de acuerdo entre ustedes mismos y cuando nadie les daba bola, salieron a meter caño y bomba.
A los forros de los peronistas de cualquier hora, que se encargaron de que el resto del país y muchos de sus otroras compañeros, lleguen a afirmar la barbaridad de que a este país lo hundió el peronismo, como si una ideología pudiera hacer desastres. Más de una razón dieron al pueblo para que llegue a esta conclusión, sólo que habría que diferenciar las ideas de los hombres que las llevan a cabo. Ni el comunismo mató a 17 millones de rusos, ni el Capitalismo nos llevó a esta crisis descomunal, ni el peronismo hundió al país. Ni Marx ni Engels tienen la culpa de Stalin, Lennin, Castro o Mao. Adam Smith no otorgó préstamos hipotecarios a quien no podía pagarlos. Y Perón no apadrinó a Nestor Kirchner, Cristina Fernández, Carlos Saúl, Kunkel, Dante Gullo, Bonasso, Randazzo, Scioli, Alberto Fernández, Juan Cabandié, Emilio Pérsico y compañía. Pero ustedes se comprometieron con la ignorancia de mantener a sus lados a punteros políticos que no pueden hacer un círculo utilizando la base de una botella. Gente que ahora cree que es un deber del Estado la leche y los pañales para los 20 pibes de quienes no usan preservativos, a pesar que también son gratis. Ustedes, que cantan combatiendo al capital y por un par de millones de dólares pueden aprobar leyes que destruyen el suelo argentino, como las concesiones mineras en San Juan.
A los soretes de los subversivos que creyeron que las armas eran el camino al poder en un país que les era indiferente, matando más gente inocente que los supuestos blancos a los que tendrían que haberse enfrentado. Cobardes que llegaron a ocupar cargos para, desde allí, decidir a quien secuestrar, torturar, matar o simplemente sacarle la guita para bancarse un exilio en París. Puntualmente a ustedes, hijos de mil putas como Roberto Perdía, Vaca Narvaja y Dante Gullo, que atentaron contra un Gobierno elegido por el 61% del 95% del padrón electoral a dos días de haber ganado, cargándose la vida del último sindicalista que valió la pena. Al mal parido extremista, ultracatólico y facho Mario Firmenich, que se forró en guita con los secuestros y desde París entregó a toda la contraofensiva montonera.
A la Iglesia Católica Argentina, por callarse en cada una de las matanzas de este país, sea por balas o por hambre. Sacerdotes que no les molestaba que mataran a Sacerdotes. Obispos que no les conmovía un pelo que acribillaran Obispos. Cardenales a quienes les chupaba un huevo y tres cuartos del otro que se cargaran a tres monjas. Soretes que no tenían tapujos en bendecir y darles la comunión a asesinos, sólo porque iban a misa, no usaban el pelo largo y cogían una vez por hijo en todas sus vidas. Pecadores que con una sotana se daban el lujo de decir cuál era el camino para la salvación y eran capaces de callar las mayores atrocidades humanas mientras el Estado siguiera pasando el presupuesto anual para los sueldos de quienes supuestamente tienen votos de austeridad. A ustedes, espero que su Fe de creyentes en este momento los esté cocinando al espiedo en el infierno.
Y principalmente a la abúlica ciudadanía argentina, que nunca movió un dedo cuando lo derrocaron a Yrigoyen, a Perón, a Frondizi, a Illía y a María Estela Martínez. Imbéciles que solo protestan cuando les cagan los ahorros pero nunca tomaron conciencia de que una devaluación asimétrica es peor. A los chupacirios que condenaban a los melenudos, a los que tenían sexo, a los que no se casaban y a los que no iban a misa sin importar que en la vida real, esa que existe del atrio hacia la calle, fueran excelentes personas y dignos de admirar mientras ustedes llamaban a la Policía si veían un linyera durmiendo en la calle. Ustedes que se enorgullecieron cada vez que llegaban los milicos al poder porque alguien tenía que poner órden, pero cuando había que ir a las urnas, se quedaban en sus casas rascandose las pelotas o calculaban a qué lugar a 501 kilómetros podían ir a pasar el fin de semana.
A los egoístas de todas las clases sociales. Los ricos que se asqueaban de tener que convivir con los negros de los sindicatos en la vereda del Hermitage en Mar del Plata y puteaban por cada beneficio que les daban a quienes, en definitiva, son el motor del país. A los agremiados de mierda, que cada vez que pueden van al paro por pelotudeces, pero tocan el bombo y juran que dan la vida por secretarios generales que de cobrar el salario mínimo pasan a tener estancias, caballos de carrera en el Hipódromo de Palermo y viajan a Europa como si los llevara el colectivo de la esquina. A los boludos que laburando o no, no tienen la concepción de que otra gente puede tener más dinero que ellos y, sin importarles si fue por suerte, por herencia o por haberla laburado también, los tratan de garcas, estafadores y chorros.
A todos ustedes, desfile de inadaptados, gracias.
Gracias por hacerme entender que en este país la política es el arte de lo imposible. Sólo en la Argentina podemos terminar compitiendo con ruinas de Estados como Kenya, Somalía o Uganda, con todas las riquezas que la naturaleza nos ha dado. Y no es de ahora. A lo largo de la historia de este País tuvimos la infraestructura centralista del transporte, donde todo llega y sale del Puerto de Buenos Aires, y al 50% de la población total sobreviviendo en Capital y Conurbano Bonaerense, donde se elige el próximo presidente de la República repartiendo subsidios en el mejor de los casos, o si no una choripaneada, cinco chapas y un reproductor de DVD.
Todos los países del primer mundo, la pasaron mal alguna vez en la historia. Y no como nosotros, que siempre zafamos y nunca terminamos de caer entre tropiezos. Realmente la han pasado pésimo. Guerras que redujeron su población laboral a niveles insostenibles para una economía que encima tenía que recuperarse del agujero económico dejado por contiendas que duraron años. Todos ellos siempre tuvieron en claro qué querían, cómo llegar y cuáles eran los errores que no debían volver a cometer. Nosotros, en cambio, queremos jugar en Primera sin haber salido del potrero. Todavía nos debatimos entre modelos agroexportadores, industrialistas, de paridad cambiaria, de libre flotación del dólar o de devaluación controlada.
La vida hay que vivirla lo mejor posible, y eso no significa cagarse en el otro sólo para que un grupo de ignorantes te vitoreen o para que tus falsos amigos del club de polo te feliciten. La Argentina pudo ser mucho y tuvo demasiadas oportunidades para un país que nunca las supo aprovechar. Sin embargo, seguimos vivos. La celeste y blanca sigue flameando, estropeada, rota, apolillada, pero está. Seguimos teniendo oportunidades y las seguiremos teniendo. Está en nosotros y en los que vienen saberlas aprovechar. A los que están, no se les puede pedir nada.
Proximamente, dudo mucho que pueda seguir escribiendo. Al menos no con el ritmo con el que venía haciendolo hasta ahora. Una vez más, la vida me da sorpresas. Algunos lo toman como pruebas. Yo las tomo como oportunidades y desafíos. Amo los desafíos. Lo que tenga que ser, será.
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Viernes. La vida es Hermosa para quien tiene el coraje de vivirla.