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Existen conceptos que son básicos para ejercer una correcta ciudadanía. Me refiero a algo tan elemental como saber qué hacemos cuando ejercemos esa ciudadanía. Sin embargo sólo esta última definición, “ejercer la ciudadanía”, cae en un pozo sin fondo si no sabemos, siquiera, qué significa.
Respuestas sencillas a preguntas básicas: ¿Cuáles son las funciones del Poder Ejecutivo? ¿Y las del Poder Legislativo? ¿Puede nombrar las responsabilidades del Poder Judicial? ¿A quién o quiénes representa un Senador Nacional? ¿Y un Diputado? ¿Cuánto duran en el cargo cada uno de ellos?
Una encuesta realizada a inicios del año pasado arrojó que el 83% de los consultados cree prioritario que se llegue a un consenso transversal por la mejora de la calidad educativa en su totalidad. No es para menos, si vemos los resultados de los exámenes que se realizan para evaluar la calidad educativa y nos queremos martillar ahí donde no da el Sol.
Las preguntas que hice más arriba las he repetido y me las han leído en más de un texto, junto a otras como cuántos podemos decir las diferencias de responsabilidades y obligaciones de un diputado nacional, uno provincial, un intendente, un gobernador, un concejal y demás cosas. Sin embargo, estas preguntas enumeradas arriba forman parte del examen de ciudadanía norteamericana. Y allá también tienen sus serios problemas.
En la Argentina no existe examen de ciudadanía. Por suerte, porque veríamos que los extranjeros que aprueben este hipotético examen, tendrían un conocimiento de nuestro funcionamiento como país mucho más acabado que el grueso de los que ahora votamos. No es que lo diga basado en un sesgo, sino en una cuestión básica: lo que no practicamos se oxida. No se olvida, queda en algún lugar a la espera de un repaso, pero un poco se oxida y hay que ponerle algo de aceite para que vuelva a moverse.
Cualquiera que haya terminado la escuela secundaria ha visto, aunque sea de paso, los artículos 14bis y 19 de la Constitución Nacional. Puede que no tenga ni idea de qué dicen esos artículos si se le pregunta, pero los vió. Son de esas cosas que si se las repasa uno dice “ah, claro”.
Pero en la Argentina no todos terminan la Secundaria. De hecho, no es un número mayoritario, siquiera, en un país en el que no todos terminan la educación primaria. Y eso que es obligatoria.
No vengo con esto a hacer un planteo de calificación del voto ni de xenofobia respecto a quienes les damos el documento nacional de identidad, y ya me siento un idiota por tener que aclarar lo básico. Pasa que al repasar los datos educativos argentinos, me encontré con que la mayoría de los egresados de nuestro sistema educativo tampoco vienen bien en comprensión lectora.
Al menos una docena de países exigen un examen para entregar la ciudadanía. Incluso los hay quienes realizan el examen previo a un permiso de residencia, mucho antes de la ciudadanía. Son exámenes multifacéticos que apuntan a una comprensión del idioma, de la cultura, de la historia y del funcionamiento del Estado del país al que se arriba.
¿Cuál es la función del gabinete? Nombre las partes del Gobierno. ¿Cuándo fue aprobada nuestra primera Constitución? ¿Quién fue el primer presidente del país? Si respondió “Bernardino Rivadavia”, está equivocado. Tuvo el título de Presidente, pero no lo era de éste país, sino de uno muy distinto que existió varias décadas antes de que se sancionara la Constitución que nos rige. Técnicamente podríamos discutir, en todo caso, si el primer presidente fue Justo José de Urquiza por la Confederación o Bartolomé Mitre luego de la unificación con Buenos Aires.
Mencione una provincia que sea limítrofe con Chile. Mencione alguna otra que comparta fronteras con Brasil. Nombrar alguna guerra de la que haya participado la Argentina en el siglo XIX sin contar la de Independencia. ¿Quién o quiénes redactaron el Acta de Independencia? Nombre tres provincias preexistentes a la declaración de Independencia.
Todas estas preguntas son parte del examen de ciudadanía de Estados Unidos. Obviamente, reemplacé Canadá por Chile y México por Brasil. Tuve que guglear la respuesta al Acta de Independencia porque, directamente, no recordaba quiénes habían sido los secretarios –y, por ende, redactores– del Congreso de Tucumán. ¿Se imaginan si hiciéramos ese examen aquí? No me refiero a los estudiantes, sino a los que somos adultos, votantes y opinólogos.
En Estados Unidos, el examen de ciudadanía rige desde 1986, en pleno momento cúlmine de la Guerra Fría y tras el blanqueo de miles de refugiados cubanos. Al azar, se toman diez preguntas de un listado de cien. El aspirante a obtener la ciudadanía debe contestar al menos seis de manera correcta para poder aprobar. Convengamos que no es muy difícil hacerlo para alguien que esté medianamente escolarizado. Sin embargo, son cada vez más los Estados en los que se realiza el examen completo –las cien preguntas– a los que culminan la “High School”. Cuando comenzaron a evaluar, el 13% sabía cuándo entró en vigor la Constitución, la inmensa mayoría no podía identificar los enemigos de la Segunda Guerra Mundial, el 25% podía responder los motivos que llevaron a la independencia del país.
Entre los adultos menores de 45 años, el 20% aprobó el examen de ciudadanía básico, el de seis respuestas correctas a diez preguntas. Solo como dato para el debate, el 96% de los inmigrantes que aplicaron a la ciudadanía aprobaron el mismo examen. Obviamente, no existe un incentivo igualitario entre ser expulsado y que no te pase nada gracias a que naciste en el lugar. Sin embargo, la pretensión buscada con el examen masivo a estudiantes por egresar, es tratar de compensar, en parte, la anonimia electoral y tener una ciudadanía medianamente consciente de qué pasa cuando se vota.
Las preguntas no son muy distintas en otros países que aplican el examen de ciudadanía, como Alemania, Países Bajos, Austria o Canadá. Y también ha despertado algún que otro debate respecto a por qué es más exigente un examen de ciudadanía a un extranjero raso que a un descendiente de sangre nacido tras la frontera. Si en Italia hubieran aplicado el examen de idioma, creo que dejamos sin mano de obra a buena parte de España.
Pero si hablamos de la Argentina, no hay debate. No lo hay, ni en las altas esferas ni en las medianas. Porque las preguntas siguen y no sé cuántos pueden responder sobre temas que hacen, incluso, a las funciones que desempeñan. No se hacen cosas muy elitistas como preguntar cuántas leyes nacionales se encuentran vigentes. En la Argentina hasta el Presidente cree que son más de 27 mil porque ese es el número de la última ley que promulgó. Y eso que él mismo ha firmado derogaciones hasta la tendinitis. De paso, les dejo el dato: hay algo más de 5.500 leyes nacionales en vigencia.
Pero volvamos al cuestionario. ¿Cuál es el mecanismo para evitar que un Poder del Estado se extralimite? ¿Por qué nos independizamos de España? ¿Si el Presidente y el Vicepresidente no pueden prestar servicio, quién se hace cargo del Poder Ejecutivo?
Solo esta última pregunta es motivo suficiente para cabecear la pared cada vez que vemos algún titular que habla de una puja política cualquiera que modificaría “la línea sucesoria” de la Presidencia. En la Argentina no hay otra línea sucesoria del Poder Ejecutivo que la del Vicepresidente. Si éste también renuncia, el Presidente Provisional del Senado asume con la única misión de convocar a una Asamblea Legislativa que nombre a un nuevo Presidente. Si el del Senado no puede, el Presidente de la Cámara de Diputados asume con la única misión de convocar a lo mismo. Y si ninguno de los dos puede porque se fueron todos a Las Vegas, el Presidente de la Corte Suprema debe convocar a lo mismo. No existe línea sucesoria, ningún presidente provisional puede quedarse con el Ejecutivo si no es elegido por una Asamblea Legislativa.
Continuemos. Mencione al menos una función que las provincias conserven y no hayan sido delegadas en el Gobierno Nacional. Enumere las causas en disputa entre Unitarios y Federales. ¿Por qué algunas provincias tienen más diputados que otras? El autogobierno está presente en la primera oración del Acta de Independencia y de la Constitución Nacional, ¿puede decir cuáles son esas cinco palabras? Nombre a los dos ríos más largos del país. Si su respuesta no incluye al Río Salado, se equivocó.
¿Cuántas reformas tuvo la Constitución Nacional? ¿Puede mencionar tres motivos por los que Manuel Belgrano es importante para nuestra historia? ¿Qué significa “imperio de la ley”? ¿Quiénes son los destinatarios de los derechos emanados de la Constitución? ¿Quién es la máxima autoridad judicial?
¿Qué clase de ciudadanía tendríamos si pudiéramos responder el 60% de cien preguntas vagas sobre nuestra geografía, historia y forma de gobierno? Con los adultos no se puede hacer nada, porque no existe un vínculo que pueda aplicarse entre un examen y un beneficio sin violar un derecho fundamental. ¿Vamos a tomar examen para votar, acaso? No se puede y ni la neurociencia nos tira un dato a favor de cercenar dicho derecho, cuando nos ha confirmado que votamos más por emociones que por raciocinio y que, en todo caso, buscamos darle un marco razonable a un voto que, muchas veces, es meramente impulsivo.
Ahora, si tuviéramos ganas de aplicar ese examen a los estudiantes como requisito para obtener su título secundario, bueno, ahí cambia el asunto. Pero ya aniquilamos esa posibilidad al habilitar la elección a partir de los 16 años, cuando siquiera terminaron de cursar los estudios. Esto también tiene sentido, dado que las materias de educación cívica, instrucción cívica, formación ciudadana, ERSA o cómo cazzo se llame según la época en la que haya pululado por las aulas, se agotan en tercer año de la secundaria. O sea, a los 15 o 16 años si es que no ha repetido.
Incluso aunque quisiéramos realizar un fortalecimiento institucional a esa edad, tenemos un problema: cuántos terminan la escuela. El Banco Mundial estima que el 15% de los chicos de 17 años no va a clases. Es un promedio nacional que, si lo enfocamos en el conurbano –donde vive la mayor parte de la población de la Argentina– escala al 31% de ausentismo. Y no hablo de estar en el último año de la secundaria a la edad en la que se tiene que estar, que para eso hay otro estudio aún peor: el 43% de los chicos que terminan la primaria no tienen los conocimientos necesarios para hacerlo.
Solo el 52% de los argentinos llega a finalizar la secundaria a la edad en la que debería hacerlo. El resto, o llega tarde o no llega nunca. En cuanto a conocimientos, solo el 16% tiene los conocimientos esperados a un título secundario. 16 alumnos cada cien. O un alumno y las extremidades de otro cada diez adolescentes. ¿Qué se mide? Solo los conocimientos de lengua y matemática. Imaginemos el resto de las nociones elementales.
Casi como si ya lo supiéramos, el 80% de los desertores corresponden a las porciones más pobres de los ingresos familiares. 4 de cada 10 lo hacen para contribuir a la economía familiar y todos forman parte de lo que nosotros todavía tenemos el tupé de llamar ciudadanía. ¿Cómo se ejercen los derechos, las obligaciones y las garantías si no tenemos la más puta idea de qué nos hablan? ¿Cómo no ser carne de cañón de cualquier tipo que venga a ofrecernos más derechos si no sabemos cuáles ni cómo son, ni siquiera si tienen lógica o no?
Después viene la escuela de la calle, esa que hace que muchos de nuestros conocimientos sean cubiertos con la experiencia. Ahí también tenemos un problema: el 70% de las personas que no terminaron la secundaria terminan con trabajos informales y menores ingresos.
El sesgo de confirmación es infranqueable. Tenemos cinco canales de noticias más que Estados Unidos para un 10% de su población y, sin embargo, no tenemos una población informada. Solo así se entiende que se repita que con Cristina se alcanzó el 6% del PBI en gasto educativo, cuando el pico se registró en 2015 y representaba el 1.6% del PBI. Pero incluso cuando se creía en el 6% o en el 1,6%, el debate de fondo pasaba por una cuestión elemental que nadie se atrevía a abordar: la calidad del gasto.
O sea: puedo gastar cien millones de dólares en pedirle a mi primo que levante un edificio de cincuenta pisos, o encargarlo a un estudio de ingenieros, que mi primo es un gran tipo pero no levanta rascacielos. También puedo encargar la construcción del mejor autódromo y no tener autos ni pilotos con ganas de correr. Pero el debate por la calidad del gasto en educación queda para otra instancia, cuando el gasto nacional hoy representa el 0,88% del PBI y en las provincias no se ve ningún atisbo de cubrir esa merma presupuestaria.
¿Se imaginan un país en el que todos pudiéramos responder seis de diez preguntas al azar de un listado zonzo de cien preguntas sobre cómo llegamos hasta acá, qué es lo que tenemos y cómo lo administramos? ¿Se imaginan lo que serían nuestras sesudas entrevistas? Porque, no sé si se dieron cuenta, pero los exámenes estándar de ciudadanía de los pocos países que los aplican, giran en torno a esas pequeñas cosas: quiénes somos, qué tenemos, cómo lo cuidamos.
No hay preguntas sobre cómo nacen las leyes, no se indaga el conocimiento de los mecanismos de competencias judiciales ni se intenta saber si el futuro ciudadano conoce la ley penal en su totalidad. No hay examen de nociones sobre financiamiento de los distintos Estados que forman parte del país ni se indaga demasiado en geografía profundizada, como nombrar de memoria cada una de las provincias y distritos autónomos de la Argentina. Tampoco hay preguntas sobre remoción de funcionarios, cómo se designan a los jueces ni cuáles son los cargos efectivamente electivos. Nada del otro mundo: quiénes somos, qué tenemos, cómo lo cuidamos.
Durante los años transcurridos desde el colapso del kirchnerismo en 2015, me he preguntado hasta el hartazgo qué es lo que lleva a que personas con títulos universitarios, posgrados y posdoctorados argumente cosas que ameritarían un bochazo en primer año de la Secundaria y nos vemos en diciembre, con suerte. Un primer esbozo se me ocurrió por la falta de interacción entre las facultades de una misma universidad. Ahora caigo que el problema es aún más grave porque viene de antes, del olvido total de la escuela, de no prestar atención a lo que se hace durante la vida en base a lo aprendido.
Si no saben cómo funciona este maravilloso sistema que nos ha convertido a todos en menos desiguales que antes de las revoluciones, es grave. Y si lo saben y no les parece una prioridad, qué decirles…
Mientras tanto, entramos hace tiempo en la etapa Gobernar es Anunciar. Cualquier cosa, después vemos cómo nos pega, pero hay que anunciar algo por día. Y si te duele, mejor.
La democracia muere en la ignorancia. Y esta es contagiosa.
P.D: Si todo lo que no funciona lo van a cerrar, clausuren el país y ahorremos tiempo.
P.D.II: Tema uno, tema dos, tema uno, tema dos… Lucca, elija en cuál de las dos filas se pone y acomode el pupitre…Tema tres para usted, tema uno, tema dos, tema uno, tema dos…
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4 respuestas
Que buena columna hermano!!! Lindo pa tirar alguna de estas preguntas en un asado, ahora q tanto se habla de politica
Vengo atrasado tres columnas, me faltan la del sabado pasado y la de hoy
Excelente y triste análisis. Gracias. Susana
Excelente!!! Tanta verdad dan ganas de llorar!!!!
Gracias!