Inicio » Relato del presente » Historia de un tornado
El 23 de marzo de 1989 cayó jueves. Más precisamente, Jueves Santo. Lo recuerdo porque una versión infantil de mi persona se encontraba con su familia en un viaje por un fin de semana largo. Aquel año no se trató de uno sencillo en materia económica y a mis padres les pareció un planazo la oferta de un primo de mi abuelo de ir a pasar la Semana Santa a su casa en Junín. A media tarde, el clima comenzó a enrarecerse de esas formas en las que pareciera que alguien apuntó con un control remoto al cielo y aumentó el contraste al tope. El aire, denso, podía sentirse en la piel al caminar.
Esa casa residencial se superpobló por unos días. A saber: mis padres, mis dos hermanos menores –el más chico de tan solo unos meses de edad– mis propios abuelos, las hijas del dueño de casa con sus respectivas familias y una ovejera que era la fiesta de los niños. La casa la recuerdo inmensa, como todo lo que uno recuerda de sus siete años de edad; con una planta baja con cocina y sala de estar, habitaciones en el piso superior y una rareza que sólo había visto en películas: un sótano. El jardín, inmenso en mi memoria, tenía el tamaño para que entren dos autos. Y una parrilla. No más. El plan de hacer unos pescados a las brasas entró en conflicto con el enrarecimiento meteorológico. ¿Alguna vez estuvieron en una situación en la que la presión atmosférica pega un cambio abrupto y desaparece toda brisa mientras sienten que el cielo los aplasta? A mi padre y al dueño de casa les provocó la necesidad de salir a buscar algo de comida comprada porque la inminente lluvia no iba a permitir otra opción. Así es que se subieron a uno de los dos autos –un Ford Falcon– y enfilaron para el centro de Junín con una lluvia que, más temprano que tarde, impidió que pudieran ver más allá de sus narices. Mi padre, en un rapto de prudencia para nada habitual, frenó el auto y bajó a intentar dilucidar dónde corno estaban: habían frenado a un metro de la rotonda que tenían al frente.
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Las vedas electorales son un espacio temporal en el que nunca sé bien qué hacer. Por un lado las desprecio por anacrónicas aunque necesarias. Una doble vara en la que creo que es loable que todos se abstengan de hacer proselitismo y, a la vez, solo cumplimos con la regla un puñado y, en buena medida, porque la legislación nos obliga. Por el otro, es un período en el que la imposibilidad de hablar de lo cotidiano sin violar la veda me lleva a explorar temas que, en otro momento, quizá pateo para otra cancha.
No es ninguna falta volver sobre el tema central de esta campaña: la no campaña. En realidad, una campaña vacía, plagada de proselitismo falsamente simbólico. Los símbolos son representaciones de algo, cuando ese algo está vacío, nada se simboliza porque nada hay para convertir en símbolo. La tristeza de las propuestas son para un festival de cine independiente low cost en el que la premisa del concurso es la de filmar los guiones más brutos que se puedan conseguir.
Cuando dije que no hay una propuesta es porque no la hay. Y yo entiendo que son unas elecciones de medio término y alguno que otro podrá decirme que sí hay propuestas. Y sí, Manuela Castañeira propone un sueldo mínimo de dos millones de pesos sin explicar de quién, para quién, cómo, cuánto se devalúa, de dónde viene, a dónde va y un montón de cosas que le exceden porque, como no juega a ganar, puede proponer que el territorio nacional se mude a Europa mediante un traslado en buques remolques.
Curioso es pensar en las propuestas que podrían hacer otros candidatos bajo el paraguas de que nadie recordará la promesa y, sin embargo, nadie las realiza. Tiro ejemplo burdo número uno: qué propuso Francisco De Narváez en las legislativas de 2009? No vale googlear. ¿Y las propuestas de Esteban Bullrich para 2017? Lo habitual en las legislativas es que se propongan cosas que no tienen nada que ver con la función pretendida. O sea: votamos legisladores, no ministros de Economía ni de Seguridad. Dicen que no hay campaña más sencilla para un comunicador político: cualquier cosa que se proponga no es vinculante. A tal punto llega la falta de relación directa entre un legislador y sus votantes que pueden cambiar de bancada incluso antes de asumir sin que eso implique ninguna sanción. El concepto de estafa electoral queda en eso: una estafa más de todas las que, en la Argentina, son legales.
Pero por fuera de estos especímenes, ¿cómo vamos a considerar una propuesta un lema? La libertad avanza o la Argentina retrocede es un lema, no una propuesta; incluso si analizamos fríamente cada palabra del enunciado. Avanzar es hacia adelante, lo cual no quiere decir en el camino correcto. Se avanza cuando se va hacia un territorio en el que no estábamos antes de comenzar a avanzar. Si no avanzamos, no retrocedemos: nos quedamos en el mismo lugar.
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Mientras mi padre y aquel tío lejano convertían el acto de conseguir alimentos en una patriada por la supervivencia ante una tempestad que los empapó en segundos y pensaban cómo regresar sanos y salvos, en la casa estábamos en otra. Ante la imposibilidad de hacer mucho prendieron la tele. No había señal. Ok, estábamos en épocas de racionamiento energético, pero no era la hora que le tocaba a esa ciudad y la tele prendía. La dueña de casa buscó algún videocassette apto para todo público y así descubrí una película llamada Había una vez un Circo. Totalmente ajenos a las circunstancias de los hombres de la familia que salieron a cazar unas grandes de mozzarella, las mujeres y niños permanecimos encerrados en un clima hermoso de tempestad bajo refugio. Hasta que se cortó la luz. Por suerte, porque la película me pareció un bodrio.
No sabemos bien cómo, ni cuándo, pero de pronto se escuchó la puerta abrirse y entraron, como si hubieran practicado buceo con ropa, mi padre y mi tío lejano. Pálidos, comentan a las mujeres que habían quedado con nosotros sobre algo que escucharon en la radio, de lo que sólo pude escuchar –o retener– una palabra: tornado. Faltaba como una década para que se estrenara Twister y el único tornado que había visto en mi vida fue ese que depositó a Dorothy en las tierras de Oz. Creo que es obvio que entré en modo cagazo, pero alguien sacó un Ludo Matic y nos pusimos a pensar en el insoportable ruido del juego antes que el de las ramas que crujían afuera. Hasta que mi tío preguntó dónde estaba la perra.
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Tampoco es que quiera caer tan bajo como Heráclito, cuya opinión sobre la democracia se podía resumir en un solo ejemplo: se preguntó por qué no se ahorcó a todos en su ciudad cuando dijeron “entre nosotros no habrá ninguno que sea el primero” y encararon para la democracia directa. Un poco extremo, podemos reconocer, pero quiénes somos para juzgarlo si nos volvemos locos con cada resultado y, de pronto, la gente valida cagar en baldes o padece de disforia de clase social.
Lo entiendo, en parte, con eso de que no deja de ser la tiranía de la mayoría, por lo general compuesta por gente guiada por pasiones. En todo caso, podría decirse que don Heráclito padecía del más antiguo de los males: la vanidad de creer que su opinión sí es la correcta.
El ser humano cree vivir la peor de las crisis al menos desde que existen formas de dejar asentadas cosas por escrito. Saber que las primeras placas de arcillas tenían inscriptas números para evitar que colapse una administración habla de la genialidad del invento y, a la vez, de una crisis. Creativa, pero crisis al fin. Si los peores resultados surgieron de las mejores intenciones aplicadas por brutos, todas las grandes ideas surgieron de momentos de crisis ante la necesidad de explicar lo que pasó, lo que pasa o pasará y, si se tiene el atrevimiento suficiente, para esbozar una teoría de cómo mejorar.
Cuando Tato dijo en su monólogo más recordado que pasaron equis cantidad de ministros de Economía y que cada uno de ellos dijo “esta es la peor crisis que hemos tenido”, no sólo dio un dato estadístico fácilmente chequeable, sino que puso el dedo sobre un acto que casi nadie presta atención: todos creemos, sin importar en qué época vivamos, que estamos en medio de una crisis terminal, grave, la peor de todas. Incluso aunque sepamos que no es la peor, hacemos comparativas con otros períodos de la historia para sentir nostalgia por un tiempo que cuando lo vivimos no nos resultó soñado ni ideal.
La forma más básica de cuantificar este fenómeno es prestar atención a cómo le tomamos cariño o minimizamos el peso negativo de figuras de otras épocas. Por ejemplo, tras la salida de Werthein –el funcionario que dejó a Scioli solitario en el podio del mayor de los conversos– de una Cancillería que nunca comprendió, no me preocupa que Werthein me haya hecho extrañar a Mondino; más me preocupaba quién me haría extrañar a Werthein. En el paralelismo: es imposible que alguien recuerde con cariño estar encerrado en medio de un tornado, salvo que les relate cómo se vivió en mi casa toda la montaña rusa económica de 1989 y 1990. ¿Un tornado? Dame diez por semana pero dejen al país quieto un rato. Y de pronto no me preocupaba que el tornado me hiciera olvidar el embole de estar sin luz, sino que el bolonqui posterior me hizo olvidar al tornado.
El nombramiento de Pablo Quirno como canciller, finalmente, vino a romper con la tradición número uno de la política: si tu nombre suena, sonaste, si te nombran como candidato a un cargo, es que va otro. Sonaba Quirno, entró Quirno. Y por ser hombre de confianza del actual ministro de Economía, surge una nueva intriga en mi cabecita. ¿Es menemismo internacional del bueno o también está de salida el ministro de Economía? A principios de los años noventa, Cavallo no era ministro de Economía sino canciller. Años después se demostró que el plan tenía sentido: el responsable del comercio exterior y de crear vínculos con el mundo fue un tecnócrata económico respetado por la comunidad económica. El tiempo dirá si Quirno desembarca en Cancillería con una premisa similar o si fue a parar ahí porque en Estados Unidos pidieron que pongan cualquier cosa menos a Werthein. Incluso, esperemos que su experiencia en el área sea mayor que la de haber metido a su hijo sin antecedentes como embajador plenipotenciario de 26 años en 2018. Más allá de ese pequeño acto de nepotismo que en la Argentina es un derecho humano, Quirno tiene un valor imponderable: nadie que lo haya conocido dice que es mal tipo. Y eso, en política, es un milagro.
Decía más arriba que la campaña se encuentra vacía de contenidos, sin importar el partido. Incluso se dan momentos muy risueños, como que el kirchnerismo tenga que guardar a Jorge Taiana en un acto para homenajear a José Ignacio Rucci, en un nuevo aniversario de aquella vez en la que los Montoneros se jactaron de haberlo dejado con tantos agujeros como a una galletita Traviata. Del otro lado, el presidente de la Nación tuvo que ponerse la campaña al hombro y llevar la idea de convertir la elección de medio término en un plebiscito de gestión a un nivel nunca antes experimentado desde el retorno de la democracia. Él es la cara visible, a él se lo vota al votar a sus candidatos, a él se lo apoya con un voto a caricaturas que no pasan la más básica prueba de la blancura liberal. No participó del armado de listas, pero lo mandan al frente porque no queda otra.
Y tiene sentido. Llevamos cuatro años de Milei en cargos públicos desde que ganó la diputación de 2021 y, todavía, no hay una persona de su entorno político inmediato que pueda explicar en público conceptos tan básicos y elementales cómo qué es el liberalismo clásico, en qué consiste la escuela austríaca, de qué tipo de libertad hablamos al mencionarla y, fundamentalmente, cuál sería la diferencia con esta suelta de conservadores que no querían pagar impuestos y ahora se conforman con que el kirchnerismo se muera para siempre.
El kirchnerismo no sé si no se encuentra aún peor, todavía. La única figura que aglutina no puede sacarse una foto de cuerpo entero por pudor. Fueron a buscar a la casa para poner de candidato al más moderado en su forma de hablar, pero que había sido condenado al ostracismo por Cristina hace como dos siglos. ¿Las propuestas de campaña? Frenar a Milei. ¿Cómo? Bueno, hombre, fácil: frenándolo. ¿Con qué? Usted también… Con frenos, ¿con qué otra cosa, si no? ¿Y la propuesta alternativa, entonces? Ninguna, por ahora. Prioridades: primero se frena después vemos qué hacemos, que este país se lleva de taquito.
Sé que los votantes de las terceras y cuartas opciones se enojan con estas líneas porque parece que no pongo en valor las alternativas. Tienen razón. Pero mi punto es, primero, cumplir con la veda y, segundo, mostrar mi foto, lo que yo veo de estampa de época. Si vivimos en mundos polarizados, es triste saber que para ninguno de los dos polos el concepto de república significa algo menos que una traba, un obstáculo para el normal desenvolvimiento de un proyecto de Poder. De hecho, ocurre algo aún peor: ninguno de los polos conoce las bases de lo que dicen defender.
Más de una vez se ha dicho que es imposible definir al peronismo. Mentira cochina. Hay libros escritos por el fundador, hay colecciones de discursos, hay un concepto básico que contradice de pies a cabezas toda política social encarada por el kirchnerismo. El desconocimiento es tal que dudo mucho que Kicillof sepa, siquiera, qué hizo de su vida ese tal Rucci al que homenajeó.
En el otro extremo, puedo joder mucho con que el liberalismo argentino es un conservadurismo que no quiere pagar impuestos, pero ya ni eso. El liberalismo básico y elemental es la principal herencia del mundo occidental, la base de todo nuestro estilo de vida, el motor y combustible de las revoluciones que nos garantizaron países independientes, libertad de expresión, derecho a vivir, a tener propiedades y a perseguir nuestra felicidad. Puede que lo recordemos de alguna que otra clase, pero lo que nunca nadie nos enseñó es que, junto con el triunfo de las revoluciones liberales, se estableció una fuerza contraria. Y no, no hablamos de los intentos de restauración monárquica absolutista, sino de los contra revolucionarios.
Era cantado que elevar la razón al tope de nuestras creencias no caería en gracia a los sectores más religiosos y dogmáticos. La observación como único método de conocimiento llevaba a una contradicción contra el principio de revelación, contra la autoridad de los textos sagrados, contra la tradición. Pasaron los siglos, el grueso de nuestra realidad se la debemos al delirio de un puñado ínfimo de rebeldes y, todavía, podemos deducir que, más allá de todas nuestras diferencias, todos buscamos lo mismo: necesidades básicas satisfechas, un techo, vivir en paz y –a título personal– que no nos rompan las guindas. Nuestras peores diferencias radican en los métodos que intentamos para satisfacer esas necesidades y cómo chocan nuestras necesidades entre sí.
De ahí que, con todas las diferencias que podamos notar entre los polos, es que yo me siento agotado en mi esperanza. ¿Algún candidato de La Libertad Avanza puede explicarme qué tipo de liberalismo es el que considera que las Sagradas Escrituras son una fuente doctrinaria? ¿Algún integrantes de lo que sea que se llame peronismo o afín puede sostener en qué parte de la comunidad organizada ingresa la idea de no trabajar cuando en tiempos de Perón existían spots radiales que invitaban a buchonear y denunciar a los compañeros de trabajo que se tiraran a chantas?
Pero esos son mis mambos. En este caso, no me preocupa que esta nueva década del veinte me haga extrañar las disputas ideológicas de la década anterior, sino quién o qué me hará extrañar estos dilemas básicos y cuadrados.
Por otro lado, me encantaría que todos se relajen de una vez por todas. Lo digo y me lo digo a mí mismo. Hace una semana contaba del imposible absurdo de suponer que la historia tiende a repetirse. Esta vez les cuento algo que puede resultar contradictorio, pero que no lo es en nada: el kirchnerismo cristinista nació tras su derrota electoral de 2009. Fútbol para Todos, 678, el tortón de guita a diarios inviables, la Ley de Medios, las cadenas nacionales de cada día, todo, todo eso comenzó tras una derrota que Néstor Kirchner calificó “por uno o dos puntitos”. ¿Cómo van a tener tanto miedo en el oficialismo?
Desde las distintas opciones opositoras al kirchnerismo, la vía republicana fue la más lenta, la más larga, la que más contratiempos tuvo. Y la que voló por los aires cuando se acabó el gobierno de Mauricio Macri.
Existe un concepto un tanto difícil de asimilar pero que no por eso no se puede intentar: cualquier cambio cultural trae pérdidas y ganancias absolutas. Esa es la crisis constante de la humanidad, el hecho de que el pasado nunca termine de morir y el futuro nunca parezca nacer. ¿Existe algo más british que el Five o´clock tea? Bueno, en los dos mil años de historia británica, el té ocupa los últimos tres siglos. ¿Cuál sería el factor conservador? ¿Es más conservador la costumbre británica del té que fue una revolución en su momento o lo sería la prohibición por ir en contra de 17 siglos de tradición de bebidas ajenas a la infusión? Lo que hoy es conservador siempre tuvo un punto de partida disruptivo en el que se impuso a un régimen anterior.
¿Qué tiene que ver lo anterior con estas elecciones? Que todo se ha mezclado. Frente a la irrupción conservadora de La Libertad Avanza, el kirchnerismo es una opción de conservación del sistema anterior. Vaya paradoja, ¿no?
Sabemos o creemos saber qué son las emociones: miedo, amor, odio, pertenencia. Creemos tener ideales y vivir de acuerdo con ellos. Creemos saber la diferencia entre los dos conceptos. Es difícil pretender una sociedad que abrace ideas como tales y no como dogmas religiosos. Las revoluciones de cada época nunca fueron populares en el sentido de masividad. De hecho, son contadas las que tuvieron un apoyo popular masivo, que ya de por sí es otra cosa. Todo cambio de régimen ocurrió por el alboroto de un puñado. Toda contrarrevolución o resistencia a nuevos órdenes también fueron por la voluntad de unos pocos. En ese contexto, querer que una idea compleja sea abrazada por una mayoría, es suponer que todos somos bastante idiotas. De ahí que comprendo la chatura de la campaña, pero no pensé que fuera para tanto.
Sobre el último tramo se sumó el concepto de no poder dejar las reformas a medias, como si hubieran ocurrido grandes reformas de verdad y no un compilado de anuncios grandilocuentes y megalómanos para definir derogaciones de regulaciones rompepelotas pero que nada cambiaron la matriz de funcionamiento de la Argentina.
Por otro lado, y a modo de aún más relax, el oficialismo debería distender sus nervios en base a un punto básico: aún si pierden, tienen todo para ganar. De cero a uno es un montón.
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Ah, cierto: la historia del tornado. Todos estuvimos tranquilos mientras afuera volaban cosas. En un momento mi familia recibió el doctorado en porteñidad al darse cuenta que la perra no estaba por ningún lado y alguien sugirió:“Ya no hay ruido, abramos los postigos”. Siguiente escena: tres adultos que toman por la cintura a un cuarto para que no se vaya por el aire a jugar a Superman.
Al día siguiente el destrozo se hizo evidente. No había luz y no por culpa de un corte programado. Los mismos postes tirados habían dejado incomunicada a buena parte de la ciudad. Aún recuerdo escuchar que el epicentro del tornado fue, en realidad, en el camping y que “así y todo sólo murieron dos personas”. A los siete años, “sólo dos personas” es un montón, porque una sola ya dispara el temor a que se mueran tus padres, vos mismo, etcétera.
Aún tengo grabados los recuerdos en colores y con aromas. El olor a eucalipto mojado, el particular aroma de la madera de un poste quebrado, el árbol que cayó entre los dos autos estacionados en la casa sin siquiera rayar a ninguno de los dos. ¿El milagro inesperado? La perra se escondió en el cuarto de herramientas. Más viva que todos juntos.
Y nosotros, que pasado el tornado, volvíamos a casa un Viernes Santo. No estaba en los planes, pero salió bien. No sé cómo recordará este evento la gente de Junín, pero lo cierto es que ni la ciudad se fue a pique ni el tornado quedó grabado como lo peor que les pudo haber pasado. Fue un evento que alteró las cosas, que cambió todos los planes, un imprevisto que arruinó un fin de semana largo. Sin embargo, soy el único de mi familia que recuerda todos los detalles. ¿Qué pasó tras la tragedia? Nada. La vida siguió su curso. Y eso, creo, es siempre el gran miedo de todos: que nadie es imprescindible y que a todo sobrevivimos.
P.D: Y a esto le llamamos una semana tranquila.
P.D.II: Tres personas me preguntaron por la cita de Todorov en el texto de la semana pasada. La cita que mencioné mil veces y no cité porque soy un idiota. Así que aquí va a modo de ilustración: «Es imposible afirmar a la vez que el pasado ha de servirnos de lección y que es incomparable con el presente: aquello que es singular no nos enseña nada para el porvenir. Si el suceso es único, podemos conservarlo en la memoria y actuar en función de ese recuerdo, pero no podrá ser utilizado como clave para otra ocasión.» Todorov en Los Abusos de la Memoria, un ensayo d 1996 que pueden obtener fácilmente en Google.
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2 respuestas
Ufff debió decir PIBES Y PIBAS
Gracias!! Excelente … como siempre
Alguien día me gustaría volver al tema de la desaparición de pies y puras.
Me gustaría retomar una campaña en seria para que se menos se empiece dimensionado el tema