Inicio » Relato del presente » Pero por otro lado…
Ah, el pueblo, las multitudes, las turbas, las masas, las tortas fritas. Hablar de democracia y pueblo suele ser un tema incómodo, sobre todo para el que habla porque no hay forma de conformar a todos ni que nadie salga sin algún sentimiento herido. De hecho, hablar de democracia es, por definición, hacerlo sobre algo en lo que no hay un pensamiento homogéneo.
Nota antes de continuar: este texto se escribió de corrido en poco tiempo gracias a un montón de ideas sueltas que anoté en mi libretita en distintos momentos de la semana hasta que noté que, anoche, ni recordábamos que el domingo anterior hubo elecciones. Rari. Quise darle forma, pero es todo tan variable que hasta me divirtió el cambio de puntos de vista de mi propia cabeza. Claro, si no tuviera que vivirlos. Quedamos avisados y no me puteen más de lo que me puteo yo mismo.
Mientras en la Ciudad de Buenos Aires cae el telón del sábado 17 de mayo de 2025, en mi edificio al igual que en otros tantos de la Capital, comienzan a reunirse jóvenes y gente cercana al horror de la jubilación. La escena es clásica y conocida: no hay a dónde ir, nos juntamos igual. A juzgar por los sonidos de baile y joda, no prendió mucho la idea de concentrarse para ir a votar al día siguiente.
Hay una manía en la comunicación política argentina de hablar de unidad, de todos juntos, de es con todos, de para todos, y demás variedades. Todas las que mencioné en la oración anterior son frases de campaña tan reales como básicas. Pero el sistema funciona así: la mayoría es la voz del pueblo todo, es lo que el pueblo quiere, es lo que el pueblo desea. Y si ese deseo va en contra de la minoría, por más que sea el 49,999% de la población, se jode.
Desde Aristóteles al relatar el gobierno de Solón y su “difícil labor” de contener a un pueblo más parecido a una “jauría de perros”, tenemos por lo menos 2400 años de historia occidental que documentan que nunca se sabe bien qué hacer con las masas. De hecho, cuando están de nuestro lado todo es algarabía y, cuando están del otro, son una horda de impresentable. Estos atenienses dejaron por escrito que “cada uno, aisladamente, sigue la huella del zorro, pero al estar juntos tienen el alma con la boca abierta”. Y nosotros que todavía nos sorprendemos, dos milenios y medio después, del que la tiene clarísima en una charla de café pero nunca consigue nada.
El comportamiento de las masas es un histórico del hombre desde que camina entre dos piernas. A veces me imagino la primera discusión sobre cómo es la mejor forma de atacar al mamut mientras éste se va a la mierda y todos vuelven a su cueva sin un cacho de carne. Pero en materia cívica hay días en los que sentimos que se nos hace carne esa falsa afirmación de Churchill (pero no por eso menos graciosa) de que “el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio”.
Desde siempre se intentó aplicar lo que hoy llamaríamos psicología de masas: intentar comprender cómo es que personas racionales se comportan de forma distinta en un tumulto, sea real o figurativo. Y todo gira alrededor del mismo criterio: cómo es que personas que saben lo que quieren, tienden a perder sus fronteras al mezclarse con mucha gente. Cada cierta cantidad de tiempo surge un nuevo autor que busca una explicación novedosa y todo termina siempre en una descripción de la realidad sin encontrar una explicación, y cuando surge alguna puede que sea despectiva. Una infinidad de sujetos a lo largo de la historia en búsqueda de la respuesta a por qué la gente vota como vota o protesta por lo que protesta.
Creo que una vez conté que me llevé Historia de primer año de la Secundaria. Justo el que tenía entre sus contenidos a sumerios, fenicios, caldeos, egipcios, Grecia y Roma. Fue tal la calentura de no poder retener esos datos que creo que los atornillé a mi lóbulo frontal y ahí quedaron, como el menú de la heladera de una rotisería de hace cinco mudanzas con sus precios en australes. No viene al caso que recuerde las Guerras del Peloponeso, pero sí que, cuando en Atenas decidieron ir a tomar Siracusa, terminaron partidos al medio por desconocimiento total. Quienes podían advertir que las fuerzas armadas no estaban en condiciones mantuvieron el silencio por miedo a pecar de poco patriotas. Así de fuerte funcionaba el espíritu de masas en aquel entonces, imaginemos lo triste que sería buscar la libertad de acción en la era de la exposición.
Está tan lleno de ejemplos aquel período de la historia que cuesta entender cómo es que quisimos acercarnos a la elección popular con el paso del tiempo, si no fuera por el sencillo detalle de que cualquier otro sistema de gobierno es nefasto, no por impredecible –el pueblo ha demostrado ser una bola sin manija también– sino por las posibilidades de corregir los errores de esa imprevisibilidad: al tirano tenés que esperar que se lo lleve la muerte, al demagogo populista se lo saca con votos, aunque para eso haya que esperar un cambio en el sentir popular.
Me prometí no ponerme en denso con cosas históricas, así que freno ahí. Bueno, agrego un concepto aristotélico más: más allá de las individualidades, a los “numerosos” los une el principio del placer inmediato y el desprecio por el largo plazo.
Listo.
Igual me da paja el dedito acusador y la supremacía de votar bien o saber votar o lo que sea. Primero, porque es difícil definir qué es votar bien si te falta la mitad del padrón electoral habilitado. La Ciudad de Buenos Aires, en su historial democrático, ha demostrado ser la punta de lanza de la actividad cívica, con un compromiso electoral que ha fluctuado siempre entre el 70 y el 80% de participación electoral, con un margen reservado a los que no se ven obligados a votar. Podría decirse que, históricamente, acá votan todos.
Nunca encontré una buena explicación que pudiera satisfacer por qué el porteño siempre vota. La explicación de “mayor nivel educativo” no me satisface. Por favor, espero que nadie se ofenda por los siguientes datos. Sólo son a fines ilustrativos respecto del comportamiento porteño: según los datos del último Censo (2022), la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene más del doble de ciudadanos universitarios de ambos sexos que las provincias de Salta y Chaco, y sumamos una inmensa mayoría de votantes que terminaron la Secundaria. Sin embargo, nuestra última participación electoral está a niveles salteños y superados por Chaco.
Desde el punto de vista educativo –quizá el único parámetro para intentar comprender el compromiso electoral– no hay justificativo para tamaña abstención electoral. Es la mitad. Uno de cada dos. Entre usted y yo, uno de los dos no fue a votar. El resultado es como si le diéramos una porción chiquita de una torta a una persona. Puede sentirse mal o quedarse con ganas de más. Pero si le mostramos que la torta en realidad es media torta, ganó el juego del hambre. Ahora, imaginemos el tamaño de esta torta. No es lo mismo la mitad del electorado de una provincia de 250 mil habitantes que el de la Ciudad de Buenos Aires. El domingo pasado, un millón y medio de personas eligió no votar a pesar de poder hacerlo.
Y eso que nuestro historial da para pegarse en los dedos con una regla de madera. Los porteños no pudieron votar un Intendente desde 1580 hasta 1996. En algunos escasos momentos desde la federalización de la ciudad de Buenos Aires junto a los pueblos de Belgrano y San José de Flores, conseguimos votar para concejales. Pocas veces, poquísimas.
Pero por otro lado…
¿Qué define la porteñidad? ¿Qué es ser porteño además de quedar como el culo en cualquier ocasión que decidamos practicar turismo nacional? En términos culturales somos la megalópolis universal de América Latina, un lugar en el que se dan variables que sólo pueden observarse en un puñado de ciudades del mundo, un punto en el que miles de culturas de todos los rincones del planeta moldearon y le dieron forma a una sociedad con su propio idioma. Una ciudad viva, universitaria, la que concentra la mayor cantidad de psicólogos por habitante de todo el mundo y la que más centros de salud por metro cuadrado acumula en toda América. Somos la ciudad que respiró libertad desde su nacimiento, el límite sur del Imperio Español, la última parada de civilización y la nada al Sur, la ciudad en la que nadie fue condenado por hereje a pesar de haber sido fundada en plena Inquisición Española. Acá, las leyes siempre fueron una sugerencia. Todavía conservamos la costumbre.
Cada uno tiene su visión de qué lo convierte en porteño, qué es lo que más le gusta de sentirse porteño. Ahora, en términos de vida cotidiana, son las obras, la arquitectura de cien culturas en una ciudad, las mil ciudades del mundo dentro de una sola, la red cloacal completa, la carencia de calles prehistóricas, la urbanización total con todas sus comodidades, el asfalto sin baches, las veredas con rampas, los semáforos que funcionan, el alumbrado público que cumple con su cometido. Nos quejamos cuando las cosas no funcionan en Buenos Aires porque vivimos en Buenos Aires. Y todo lo que alguien pueda hacer por modificar la ciudad (cuando era adolescente, Palermo era un páramo al sur de la Juan B. Justo y Puerto Madero era un rejunte de ratas y lofts para yuppies) será pronto olvidado. Porque, como Borges nos enseñó, esta ciudad nunca nació y es eterna. Para nosotros, todo está ahí porque pintó y nos lo merecemos, carajo.
Creemos que somos la ciudad más civilizada, la de la conciencia ciudadana, la de los fiscales, la de las manifestaciones y, a la hora de la verdad, la mitad pega el faltazo. No puedo evitar que me vengan a la cabeza frases despectivas como que en el conurbano les gusta “cagar en baldes”, o que les gusta inundarse. A veces no es lo que se propone sino quién te lo propone, el contexto y la satisfacción inmediata. Las obras que no se ven no ganan votos y las que sí se ven tienen un solo uso electoral. Es muy fácil, barato y rápido decir que la gente no sabe votar. Bueno, en este caso es difícil adivinar si saben votar porque no votan. Una pena todo lo que nos perdemos de analizar, pero los que fueron a votar se ve que sí sabían bien a quien. Por eso fueron.
Decía que educativamente no hay justificación. No podemos decir que no hay cultura cívica, que no somos conscientes de las bondades de la democracia, que no sabíamos que había elecciones el domingo. Tampoco podemos justificar el saltimbanqui partidario poco antes, durante y poco después de las elecciones, más allá de las pasiones personales y colectivas. Nadie quiere quedarse afuera del sentir popular, que ya lo dijo el secretario de la Unidad Básica de Atenas, el compañero Evaristó Teles.
Peeero por otro lado…
Soy de los que entran a un local en busca de un objeto para comprar y, como nada me gusta y me da culpa haber hecho laburar al vendedor, termino por comprar algo que no quería. Me siento como el culo cada vez que lo hago y envidio a las personas que hacen vaciar un perchero sobre la mesa y luego de probarse hasta la ropa interior del cajero dicen “bueno, no, gracias igual” y se van. Y así, mientras yo hago la cola para pagar una prenda que ni me entra ni me queda bien, veo como otro sigue con su vida.
Si la oferta electoral no convence ¿por qué habría que ir a votar? ¿Por obligación legal? Eso es extorsivo, por más legislación que exista al respecto. No ir a votar también es un acto político en sí mismo y va mucho más lejos que la apatía o la falta de cultura ciudadana. Porque que no vaya a votar un vecino pasado de joda que se despertó el miércoles de la fiesta a la que fue el viernes, es una cosa. Pero que la mitad de los posibles votantes diga “nah, prefiero buscar pelusa en el pupo”, es un mensaje tremendo, terrible y preocupante.
Hay que bajar los ánimos. Y no hay que bajarlos tanto. El primer sentimiento en el que pensé fue el de apatía. Ya saben: falta de interés, motivación o entusiasmo por algo o para hacer determinada acción. También pensé en el estado de depresión primario, el básico, el común, ese en el que no estás triste, no estás contento: estás y punto.
No participás porque no te interesa. Ves a los candidatos, ves las propuestas y ves las posturas respecto de determinados lineamientos del oficialismo y la oposición y no sabés bien si al votar te estás oponiendo o validando. Y todo para que luego cambien de partido sin largar la banca. Ya no hace falta sospechar que se cagarán en tu voto: lo anuncian con fuegos de artificio. Entonces, ante tan bonito panorama, elegís el silencio y no hacer nada.
Y es todo un problema el silencio. Siempre se analizan comportamientos de masa por acción, nunca por omisión. Es como cuando se intenta analizar el comportamiento popular frente a una conmoción política. “El pueblo en la calle” de 2001 no incluye a todos los que no salieron, que fueron la inmensa mayoría por una sencilla definición: si hubieran salido 40 millones a la calle, acá no quedaba nada en pie.
Durante unos años tuve que votar en Mar del Plata aunque residía en Buenos Aires porque no había forma de que me reempadronaran ni bajo amenaza. Iba a votar igual. Metía 810 kilómetros en un día para llegar, votar y volver. Cortaba boleta por un deber cívico y moral que me impedía opinar sobre quién debía ser el concejal de General Pueyrredón ni quién debía ser su Intendente si yo no vivía allí. Pero al menos colocaba mi voto a Presidente. En parte es porque una generación que me precedió me quemó la cabeza con el deber cívico y lo que costó poder votar. Fueron personas como mis abuelos, cuando me dijeron que a los 55 años de vida apenas habían votado seis veces. Fueron personas como mis padres, que no acudieron a una urna hasta los veintilargos y que hasta entonces tenían que meterse hasta las opiniones donde no pega el sol.
Decía que la abstención es un dolor de cabeza, pero agrego que lo es más cuando se desgrana y encontramos que en barrios como Balvanera, San Cristóbal o Monserrat faltó el 60%. En términos gráficos, quisiste armar un picadito de fútbol y no te alcanzó para completar uno solo de los dos equipos de cinco personas.
Muchos podrán ver ahí una catástrofe, pero otros dirán que hay una oportunidad si dejamos de preguntarnos por qué faltó gente a algo que la ley obliga y pensamos cómo obtuvieron triunfos presidentes imposibles en países sin voto obligatorio: sacaron cuenta de quiénes no los votarían nunca y decidieron ir a buscar a los que nunca votan por nadie. Ahí tienen el mapa de dónde faltó más gente. El primero que llegue a escuchar y convencer, ganó un voto que antes no existía. Agrandás la torta, aumenta tu porción. ¿Se entiende? Pueden ir a buscar ejemplos como para hacer mermelada y bastante recientes, en la era de las redes sociales y toda la parafernalia moderna.
Peeeeeeeero por otro lado…
Si no se ponen de acuerdo dentro de los partidos en cuáles son sus propuestas y qué los diferencia de otros partidos, estamos en el horno. Hablar de valores republicanos no es una propuesta. Es como que me digas que el agua moja. Puteamos nosotros, putean los que saben qué hace un organismo descentralizado de auditoría y demás, pero al votante le tenés que llevar algo concreto que pueda palpar y no, tan solo, cumplir con el reglamento. La creatividad no se pierde, es el vínculo con el día a día del votante lo que queda en el olvido. Si te ven lejos, dejaron de verte. Si les hablás de cosas difíciles o que no pueden vincular con sus problemas cotidianos, perdiste su atención.
Dicho esto, me parece una muy mala lectura creer que el gobierno nacional cerraría un acuerdo con el kirchnerismo en el senado para ampliar la Corte a siete miembros y que recién lo hacen ahora porque no pagaba antes de las elecciones. ¿Qué parte no se entiende de que las cuestiones institucionales hoy no están en el interés popular? Podrían haber puesto una sucursal de Sacoa en el cuarto piso del edificio de Tribunales que a nadie le habría modificado el amperímetro electoral.
Antes, durante y después de los comicios hubo un montón de protagonistas políticos que no sabíamos si ya habían pegado el salto a La Libertad Avanza o qué. ¿Qué es el radicalismo, Lousteau en contra de toda la UCR, Petri como ministro de un gobierno que se ríe del radicalismo pero que podría colocarlo en la gobernación mendocina, o la posición del resto de la Convención Nacional? ¿Por qué el PRO no se movió durante los meses en los que Patricia Bullrich se dedicó a vaciar de legisladores e intendentes al partido que presidió hasta hace tres minutos? ¿Cómo se hace para notar una diferencia que implique a quién se debe votar, si hasta nuestras amistades fingen demencia sobre qué votaron en 2023 o están más violetas que canción de Alcides?
Los que antes estaban enamorados del gobierno al punto de no encontrar ninguna falencia en el trato del Presidente hacia sus propios compañeros de partido, ahora ya sienten que es mejor subirse al tren antes de que se vayan. Supongo que tener mandatos que vencen en 2027 debe dar un poco de vértigo y quizá crean que es la mejor forma de garantizarse un cuatrienio más. Si a la ministra que más se entregó en cuerpo y alma no le permitieron más que meter un solo nombre perdido, no entiendo por qué deberían esperar mayores premios: las próximas elecciones son presidenciales y, si todo sigue su curso, en la boleta con la cara de Milei ingresa a diputados cualquiera que figure en la lista, aunque se trate de la esposa del jardinero del puntero que le presentaron a Karina en un pueblo perdido. ¿Para qué pagar favores que ya se hicieron? No la ven ni cuando creen haberla visto. Si algo tuvieron para aprender de todos los políticos que son jubilados por las urnas es que es siempre mucho, pero mucho más digno no ser contratado sin cambiarse el traje que aceptar bailar en tarlipes por propinas.
Así que hay que relajarse y entregarse a la idea de dos mandatos del Javo y que siga en su manía de satisfacer los deseos de su hermana por ser famosa. Los peronistas ya la vieron y hasta que no se muera Cristina no se van a calentar demasiado. El factor populista quedó vacante y no acepta vacíos, así que, por lo pronto, queda en manos de esa persona a la que la masa apoyó.
Las discusiones sobre qué es liberalismo, por qué es contradictorio hablar de revolución conservadora, los valores republicanos y si el liberalismo argentino es tan solo un conservadurismo que no quiere pagar impuestos, queda para nosotros, para charlas que aburren y para justificar nuestras posturas.
Ah, por último, se me cayó esta frase de John Adams, padre fundador de los Estados Unidos, el que convenció a todas las colonias británicas de la necesidad de independizarse, el que consiguió el reconocimiento por parte del Reino Unido, el que evitó la guerra con Francia, el que fue dos veces vicepresidente, siendo el primero en ocupar el cargo, el que en su pico de popularidad, cuando su Secretario de Estado le dijo “la gente lo ama”, le contestó “me darían la espalda en un instante, que las turbas no son menos turbas por apoyarme.” De más está decir que también fue el primero en perder una reelección.
Relax y buen fin de semana.
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