Inicio » Relato del presente » ¿Quiénes no la vieron venir?
Existe un 25% del padrón electoral que tiene entre 18 y 30 años. A primera hora es difícil calcular cuántos menores de entre 16 y 18 (no obligados) ni los mayores de 70 (tampoco) sufragaron, pero es un dato que en toda encuesta se cuela por todos lados: ¿Cómo se animan a poner un margen de error del +/- 3% si hay un universo de más de un millón de personas que no pueden tener en cuenta para el cálculo?
Hubo otras encuestas. Taquión se animó a sondear el impacto de la campaña en los más jóvenes. Uno de cada dos reaccionaron de forma negativa a los políticos que no entienden las reglas de TikTok y hacen challenges o afines. 36% de los más jóvenes afirmaban estar indecisos, con un abismo dado por un 70% de adolescentes y jóvenes que tienen sentimientos negativos respecto del futuro post electoral, donde priman dos vinculados al miedo: la incertidumbre y la preocupación.
Sumemos que los más veteranos, que vivieron la cuarentena mais larga do mundo, la ruina de sus ingresos y el mayor nivel de información cotidiana en tiempos ruidosos, coparon todas las colas de las mesas de votación.
Con esa escenografía de fondo, los opinatodo de saco y corbata quedaron anonadados cuando vieron el desempeño de los candidatos con los discursos más duros. Ni hablar cuando se enteraron de cómo le fue a Javier Milei. Junto al dólar paralelo, la otra gran brecha de la Argentina es la distancia entre lo que deseamos que ocurra y la realidad de lo que pasa.
Y me incluyo entre quienes no la vieron venir. O sea, sí, imaginaba algo parejo, más que nada porque los propios líderes partidarios lo habían dicho en su momento, pero no imaginé qué tan parejo y en el orden en que se dio. Lo que no entendí fueron esas caras de desconcierto que veía en los canales y otros medios audiovisuales a medida que cerraban los comicios. Mucho menos los análisis que siguieron para explicar el resultado en medio de la crisis económica, social y política más profunda y extendida que mi generación pueda recordar.
Este domingo escuché al único consultor invitado al programa de Jorge Lanata decir que estas PASO son un “día de duelo para la democracia”, porque el electorado votó propuestas de intransigencia y mano dura. Lanata, con cara de “y sí, papá”, contestó “bueno, pero así llegó Bukele a la presidencia: porque a la gente la mataban”.
Es un “y sí” gigante en una larga cadena de hechos. No es que sea fácil de analizar con el diario del lunes: fue dicho una y otra vez a lo largo de los últimos años. Si Bukele es malo, para el salvadoreño laburante promedio, es menos malo que el problema de los homicidios.
Cualquiera que haya sufrido un robo es capaz de pedir la pena de muerte durante el tiempo que le dure la adrenalina del mal trago. Imaginemos a los que tienen a sus hijos muertos por un celular sin crédito para convertirlo en una dosis más de paco. Cualquiera que haya cobrado en pesos en la República Inflacionaria Argentina ha visto reducir su poder adquisitivo a un tercio de lo que ganaba hace cinco años. Les ofrecés bala y dólares. ¿Qué más necesitás?
Por otro lado, las internas. Lo escuché a Rodríguez Larreta en su discurso en el búnker y no puedo creer la desconexión total con la realidad. Visiblemente golpeado, dijo que sostuvieron una “interna con mucha responsabilidad, con mucha altura”. ¿Ah? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿En qué momento?
Más allá de negar lo que todos vimos a diario, hay un tema que es central: un mismo espacio no puede proponer para una interna una polarización de ideas. Es una interna, se supone que hay cosas que tienen saldadas. ¿Cuál era la idea: diálogo o intransigencia? ¿Gradualismo o shock? ¿Abrir el espacio o cerrarlo? ¿Liberal o intervencionista? ¿Manodura o vamos viendo? ¿Dulce o salado? ¿Qué sos? Porque los votantes no debían elegir entre verano o primavera, un talle más o menos, amarillo patito o chillón. En los puntos centrales de la discusión política, las posturas se dieron entre nadar en el Círculo Ártico o en Punta Cana. Pero hay gente que confunde el derecho democrático a competir con el caprichoso «ahora me toca a mí».
De atrás, vino el tipo con un montón de ideas complejas y difíciles de abordar, pero con un planteo simple, sencillo y de fácil acceso. ¿Quiénes no te dan seguridad? ¿Quiénes te empobrecen? ¿Y quiénes se enriquecen? ¿A quiénes hay que sacar? Es la dinámica de “lo que te falta a vos es porque lo tiene otro”, solo que esta vez sí tiene razón quien lo dice. O sea: en un país en el que dejás más de la mitad de tus ingresos en impuestos y lo único que crecen son las cifras de asistencia social y el tamaño del Estado, la respuesta es más que lineal.
No entiendo todavía cómo dicen que no se vio venir. Nadie puede ganar en 17 provincias sin que nadie la vea venir. No podemos ser tan ciegos. En todo caso podrían buscar la forma de encontrar alguna razón para que un pibe grite “aguante Schiaretti y aguante Milei”, como ejemplo cabal de lo que pasó en el interior. Los oficialismos conservaron sus gobernaciones –aunque en San Luis y Neuquén se hayan vestido de opositores a última hora– y en la Quiniela Nacional apostaron a Milei.
El fenómeno se instaló y no es sólo Milei. Que la expresión imperante en Juntos por el Cambio sea Patricia Bullrich habla del hartazgo de un sector de la sociedad que va detrás de discursos similares en una materia: la inseguridad. Incluso pueden chusmear en la provincia de Buenos Aires. Carolina Píparo primero quedó sin apoyo partidario, luego le impidieron competir contra Julio Garro por una intendencia. Salió segunda por la gobernación. ¿Qué discurso enarbola Píparo desde que un asesino la colocó en boca de todos en 2010? ¿En qué provincia ocurrió ese crimen? ¿Cómo están las cosas en materia de seguridad en esa provincia?
En el resto de las cosas, Milei garpa muchísimo con un discurso que en el interior es imbatible: ser liberal sólo en lo económico. ¿De dónde vino Carlos Saúl? Del más perdido pueblo de una provincia que la mitad de los argentinos no sabía ubicar en el mapa (sin ánimo de ofender, amigos riojanos, pero culpen a las clases de geografía).
El fenómeno del liberalismo popular no es ni siquiera nuevo. La forma que encontró Estados Unidos de retomar la senda de la libertad económica vino de la mano de Ronald Reagan y una forma de ver a la sociedad muy alejada de los ideales progres. Hay una cuestión triste para los académicos, pero que los números no pueden enfrentar: hay que fumarse el conservadurismo para obtener liberalismo económico. En las Américas es prácticamente imposible que no sea de ese modo.
Se criticó a Milei –me incluyo– por sus referencias religiosas en cada intervención. Arrasó en las provincias más religiosas del país. Pero por paliza. Te identificás con tres cosas centrales de tu vida y el resto pasa a un segundo plano. Si alguien tiene pánico a la inseguridad, terror a la economía y es profundamente creyente, qué importa si el candidato cree que la venta de órganos es un mercado más. Tres de tres.
La religión y la moral van de la mano. Hace ya demasiado tiempo que el liberalismo popular es una alternativa que dejó de ser una teoría. Yo no lo veía así hace unos años. Comencé a leer cuando me bajó la espuma un par de semanas después de una discusión con alguien que me revoleó los textos para que entendiera aunque no lo comparta. Y me encontré con un fenómeno de más de cinco décadas que critica al academicismo liberal por encerrarse en los libros y, dicho en pocas palabras, nunca obtener nada trascendente.
No es liberalismo pleno si lo abordamos desde el punto de vista integral de economía más derechos civiles. Sí lo es si esos derechos civiles quedan ahí y no se avanza más allá. No es liberalismo en la libertad absoluta de la disposición de nuestros cuerpos como parte del derecho irrestricto al proyecto individual, ni en otros derechos humanos de segunda, tercera y cuarta generación. Pero hace cinco décadas, en medio de la debacle producto de los precios del petróleo y la recesión de los años setenta, en Estados Unidos comenzaron a esbozar que, si se necesita corregir la economía y no se puede captar el voto con explicaciones complejas, que al menos se arregle la economía a secas.
Se criticó a Milei por prometer una dolarización. Puntualmente, se dijo que era imposible o que licuaría nuestros ingresos, o ambas. Independientemente de la factibilidad, ¿en qué país vivimos desde el 6 de enero de 2002? ¿A quién se puede asustar con la licuación de ingresos que ya pueden beberse con pajita? El que nada tiene que perder, de nada se asusta.
Se criticó a Milei por vender sus cargos al mejor postor. Y todo periodista que entienda de política sabe que la inmensa mayoría de los cargos se venden en otras especies: o contratos para la militancia, o caja para la política, o devolución de favores, o crédito para favores futuros, o para bajar otras candidaturas molestas, o a cambio de garantizarse votos legislativos.
Incluso se lo criticó a Milei por sus vínculos con el massismo. Ver la cara de Sergio Tomás a la hora de tener que hablar, ya da por saldada la cuenta. Lo levantó en 2021, le dio operadores, armadores y hasta candidatos. ¿Cómo no cagarse de risa al ver que no retuvo ni siquiera Tigre? ¿Cómo no reírse al ver que al búnker no lo acompañó ni siquiera Little Cristina?
Varios nos asustamos cuando Milei dijo que, si el Congreso no le aprueba las leyes, él recurrirá a la consulta popular. Claro, pensamos en las instituciones, el valor republicano de las mismas, para qué votamos representantes en el Congreso si después los van a pasar por arriba. Ahora: ¿Cuáles son las elecciones con mayor ausentismo electoral después de las PASO? Sí, las legislativas. ¿Hay algo que, históricamente, genere más rechazo que un diputado promedio? ¿Un senador promedio? Sí, los que estamos informados sabemos que no son todos lo mismo y que el reglamento de cada cámara impide que cada uno pueda hacer lo que quisiera llevar a cabo. Pero, en el ranking de imágenes institucionales, el Poder Legislativo no pica en punta ni por asomo.
Y al votante que logró captar Milei, enojado, cansado, golpeado, mejor que no le pregunten si preferiría dinamitar el Congreso.
Después están las figuras guapas, de lengua larga, picantes y demás. Pero sería un error suponer que esos picantes son todos los votantes. No sólo dejaríamos de lado todo lo relatado arriba, sino que, además, olvidaríamos el pequeño factor representado en una parte del 34% de los votantes que no fueron a sufragar en las PASO: la bronca. Digo de una parte porque muchos se suman después, en el tiempo suplementario, para evitar llegar a los penales cuando el partido ya está casi liquidado, como en 2019.
Y acá quiero llegar nuevamente a mi argumento central por el cual las PASO deberían ser dinamitadas y eliminadas de una vez por todas de la vida política de los sufrientes argentinos. Todavía discutimos si las PASO sirven o no. Mi posición es clara: no puede existir una distancia de 120 días entre una elección y un cambio de mando. Todos podemos repetir “estas no son elecciones, la de verdad son en octubre”. Ok, ahí se lo explicamos a los mercados.
Hasta 2007 tuvimos una distancia de unos 40 días entre las elecciones presidenciales y la asunción. Tiempo más que suficiente para hacer un traspaso ordenado. Desde 1994, se sumó el balotaje: 20 días entre la segunda vuelta y el nuevo mandato. Tiempo suficiente para hacer un traspaso a las chapas.
Un día, Néstor se calentó por perder “por uno o dos puntitos” y decidió romper todo esquema de previsión. Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias son cualquier cosa menos una primaria. En una democracia con primarias, los que votan en las primarias de un partido son los afiliados a ese partido. Cuando todo comenzó, desde acá puteábamos porque nos obligaban a elegir lo que los partidos no podían definir. Después nos dimos cuenta que el kirchnerismo siempre llevaba candidato de unidad. Las PASO eran para limar a los opositores, que al no poder vencer al kirchnerismo, comenzaban a conformar alianzas.
¿Cómo es que se somete a escrutinio público una interna entre dos partidos dentro de una misma alianza? ¿Nadie se dio cuenta, todavía, que el cráneo de este monstruo ya partió al más allá hace 13 años? Sí, se dieron cuenta. Pero andá a tirar para atrás un sistema que reparte tanta guita para hacer política y para que otros jueguen a hacer política para agarrar guita. Y ahí también entró Milei.
No hay chances de prever absolutamente nada el día después de unas primarias si el resultado es adverso al oficialismo de turno. En 2019 creímos que se debía a que volvían los forajidos del déficit fiscal. Hoy ya no tengo una sola duda de que 120 días desde una encuesta masiva es una elección de facto cuyo resultado generará siempre un efecto en los mercados, de mayor o menor magnitud. Son 120 días en los que el que ganó aún no asume e incluso puede perder. Son 120 días en el que el gobierno queda sin Poder. Y un gobierno sin Poder no es gobierno. Y un país sin gobierno es un desastre.
Por si fuera poco, Cristina mandó a competir al ministro de Economía. ¿Alguien puede explicar cómo hace un ministro de Economía para ministerear la economía luego de ser empernado en una elección por los dos espacios que prometieron dar vuelta todo lo que hizo? También existe la posibilidad de que lo haya hecho a propósito para cobrarse viejas deudas. Lástima que en el medio estamos nosotros.
Y hay quienes hablan al aire con cara de sorpresa. Cristina Fernández habló de un escenario de tres tercios. Hace mil años. Mauricio Macri habló de un escenario de tres tercios. Hace mil años. ¿Acaso ellos dos tienen una bola de cristal cada uno que les entregan como souvenir al dejar la presidencia o es que manejaban los números de verdad y no el pan duro y mohoso que reparten las consultoras en sus mailings?
Obviamente, el partido no está terminado y cualquier cosa puede salir de las elecciones de octubre y un eventual balotaje. El tema es cuántos de nosotros llegaremos a verlo con el corazón en condiciones, irrigación sanguínea en el cerebro y la presión en parámetros normales.
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(Sí, se leen y se contestan since 2008)
Un comentario
Por qué cuando Milei, Macri o vos, por ejemplo, hablan de «la política «o «el Estado» nunca incluyen al Poder Judicial? Ahí está el ejemplo perfecto de todos los males que le achacan al Estado. Son un grupo de privilegiados, que viven de los impuestos (que ellos no pagan), de la burocracia y de la corrupción. Ahí estaría la clave para reducir sustancialmente el gasto público, ahi encontras la verdadera «casta». Pero no sólo no dicen nada de eso, Milei propone aumentar la autarquia del Poder Judicial. Cómo? Qué no tengan que pedir partidas ni rendir sus gastos al ministerio de economía. O sea, una invitación a aumentar el gasto o por lo menos a no reducirlo. Para la derecha el sector a ajustar es la educación, la salud y los sueldos de los trabajadores. Vos no tenes nada para decir al respecto?