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«Todo modelo económico tiene su parte buena y su parte mala, sus ganadores y sus perdedores». Así, J.R. me refutó, en mi adolescencia, una postura eufórica y recalcitrante en contra de una política económica. Sencillo, barrial, propio de la charla de café, ese maestro de la vida que ya no está entre nosotros puso paños fríos a mi hormonal actitud pétrea frente a la vida.
Este fin de semana, mientras coordinaba una marcha para reclamar la despenalización de la tenencia de tomates perita para consumo personal, volvió a mi cabeza esa frase simplona, cuasi conformista, pero me vi imposibilitado de recordar cómo continuaba su exposición tan épica como breve.
Tengo en la memoria todos los sentidos, la cocina de ese departamento de arquitectura italiana de principios del siglo pasado, la textura lisa de la mesa Luis XV con una botella de Goyenechea Cabernet y el perfume a madera entremezclado con el humo de un L&M largo suave. Pero…ta’madre. ¿Cómo terminaba esa frase?
En el paroxismo de mi obsesión por recordar las palabras que me quedan en la punta de la lengua, recurrí al buceo casero y me sumergí en libros y apuntes amarillentos por una humedad llamativa, con lo que llegué a la primera conclusión: debo llamar al plomero.
Luego de avisarle a la encargada del edificio que tengo una pérdida de agua en la baulera y recibir la correspondiente puteada por ser sábado, me dispuse a la tarea de reconstruir un recuerdo, una frase perdida. No es que fuera una frase cualquiera, si quedó grabada en el rígido del marulo es porque algo quería decir.
Entre apuntes varios y ensayos caseros que nunca mostré, llegué a la segunda conclusión: me cuesta entender mi propia letra.
Con la premisa de que la única parte que memorizaba del enunciado de J.R. me serviría para llegar al resultado final, arranqué con los distintos modelos económicos que signaron al país a lo largo de sus años de historia. Para no aburrir, resumiré -en una conclusión personal- que el devenir cronológico de la historia argentina me permite afirmar que todo modelo económico-político hegemónico y prolongado sin cambios en el tiempo, genera una ruptura natural que deriva en el perfil antagónico que adopta el modelo que lo sucede.
Las medidas de corrección al modelo anterior, consisten básicamente en aniquilar cualquier logro obtenido, maquillando la acción como «reparación histórica de sectores postergados», sean estos jornaleros, comerciantes o aristócratas de triple apellido.
Al partir de esta base, los representantes del nuevo modelo obtienen una especie de legitimación que no dan las urnas y que se compone de los sucesivos análisis y aglutinamientos entre quienes están a favor y en contra de las medidas adoptadas. Mientras todo esto sucede, perdemos la noción del cómo y el cuándo, y en tan sólo 24 meses, pasamos a discutir sobre cuestiones que nunca supimos en qué momento se nos coló en la realidad.
«Todo modelo tiene sus ganadores y sus perdedores», decía que decía J.R. y yo, en el intento de completarlo, esbocé una teoría berreta de reacción al modelo anterior.
O sea, Menem era vitoreado e idolatrado a pesar de sus excesos fastuosos y sus laderos convertidos en ricachones, eternamente bronceados y enfundados en Versace. Su modelo de convertibilidad que llevó a Cavallo a las remeras de Maradona y permitió que muchos se sintieran de la crema por pegar una semana en Miami para hacer las mismas boludeces que en San Clemente del Tuyú, tuvo el respaldo de gran parte de la sociedad por muchos factores que hacen a la bonanza económica colectiva, reflejada en acceso a productos que antes eran inconseguibles e impagables.
Pero, principalmente, fue la contraposición de la estabilidad económica frente a la hiperinflación cansadora, lo que hizo que el modelo menemista se consolidara y -upalalá- se profundizara con el pasar de los años.
¿Ganadores? Los ganadores de un modelo se miden en función de sus expectativas a corto y mediano plazo. Todos aspiramos a vivir bien, el tema es qué compone ese «vivir bien» para cada uno. El linyera de mi barrio es feliz con su perro y su carrito de supermercado cargado de bártulos. No le interesa lo material y el afirma que llegó a vivir así porque quiso. Con que alguien escuche sus teorías -no tan- alocadas, siente que ya justificó el día.
En la escala aspiracional de los noventa, podría afirmar que los ganadores fueron los que pudieron comprar un Fiat Uno, los que pudieron bancar un mes a la familia en la costa, los que conocieron Disney, los que cargaron dos carritos con 100 pesos todos los meses, los importadores del Todo por $2, los fanáticos de la tecnología, los productores televisivos, las agencias de turismo al extranjero, los que compraron franquicias de cadenas de afuera y los gobernadores que recibieron regalías por la privatización de empresas nacionales, entre otros.
Por contraposición, podría deducir que los perdedores de primera mano fueron los fabricantes nacionales, los microemprendedores, los sectores comerciales que no podían competir con los Todo por $2, los sindicalistas que no tranzaron, los comercios de los barrios linderos a los hipermercados y shoppings, la mano de obra calificada y no tanto que no pudieron ser absorbidos por la apertura económica y terminaron manejando un taxi, en el mejor de los casos.
Distinto es lo que pasó a largo plazo, con la profundización del modelo y su continuidad asegurada como promesa de campaña en el gobierno de la Alianza, la cual integraba el FrePaSo que nació de la oposición a las medidas económicas de Menem. Finalmente, radicales y frepasistas se convirtieron en garantes de la continuidad contra Eduardo Duhalde, que ya entonces demostraba no tener buen ojo para elegir asesores de campaña, y comentaba cada vez que podía que devaluaría si llegaba a la presidencia.
Cuando comenzamos a ver pibes revolviendo los contenedores de basura en el incipiente Puerto Madero, ya era demasiado tarde.
Sin embargo, como todo esto me resultaba demasiado reciente como para pensarlo con frialdad, recurrí a otros períodos y me llené de preguntas, más que de certezas. ¿Fue el lock-out patronal el tiro de gracia para Isabelita, o el hartazgo por la subversión permitió que tres impresentables de uniforme consiguieran tamaña aceptación en tan poco tiempo? ¿Fueron intereses antiperonistas los que movieron los hilos de los derrocamientos de Frondizi e Illia, o tuvieron más peso los intereses económicos de algunos sectores? ¿Garpaba salir de farra con Juan Duarte?
Todas las preguntas que podamos imaginar tienen tantas respuestas como la ideología y el ánimo de cada uno de nosotros, pero queda en la intimidad o en el debate futbolero con quien tengamos ganas de atosigar con estos planteos. Sin embargo, son curiosos algunos hechos que arrojan sin piedad los documentos de época.
Es así que nos encontramos con proscripciones que no fueron patrimonio del peronismo, mal que le pese al neorevisionismo kirchnerista, y que podemos contabilizar en elecciones anuladas y proscripciones de cuanto candidato radical osara participar de la vida activa política -y no tranzara con la Concordancia- durante la década del ´30.
Del mismo modo, los datos económicos de la famosa década infame, tiran por tierra cualquier atisbo anti cabecita negra esgrimido por los opositores al peronismo, al dar fe que la corriente migratoria interna «del campo a la ciudad» producto de la incipiente industrialización, no se inició en la década del ´50, sino un par de décadas antes, bajo el espíritu centralista de Justo.
Pero iba a otra cosa. «Todo modelo económico tiene su parte buena y su parte mala», me arrojaba J.R. entre una nube de humo de tabaco que escapaba de la boquilla con la que sostenía su largo cigarrillo. «Y se convalida al consolidar su reacción al modelo anterior», manifiesto como para perfeccionar mi afirmación mersa de sábado por la tarde, y pienso, automáticamente, en el radicalismo y su esbozo de respeto a la constitución, honorabilidad y reparación histórica de sectores postergados, como causa contra el régimen del Partido Autonomista Nacional.
Y digo: El PAN, generación del ´80, oligarquía agroganadera o como lo llamemos, ha sufrido el escarnio de la historia por distintos elementos. Generalmente, personas que representan a sectores políticos que han participado en varios golpes de estado contra gobiernos contitucionales y que poseen apellido gallego, tano, judío, irlandés o alemán, centran sus ataques en el fraude antidemocrático y el genocidio de los pueblos originarios. Como reparación histórica, parece que no da entregar el departamento de Junin y Las Heras a los descendientes de los querandíes, pero con quitar a Roca del billete de cien, se dan por satisfechos.
Es entonces cuando, torpemente, tiro la cuchara del tazón de café y mancho un apunte que, al intentar limpiarlo, me refriega en la cara una anotación de mi puño y letra: «Rasgos negativos del período agropecuario exportador». Leo, entonces, que en aquel momento había señalado la elección a dedo de los candidatos a suceder la presidencia, el sistema neo feudal en las provincias, los gobernadores que van de senadores para volver a presentarse luego mientras dejan a un delfín en el cargo, el armado arbitrario de las listas de senadores y diputados, el dominio territorial mediante punteros que negociaban paz a cambio de empleo público… Vuelvo a mirar el título para dar fe de que realmente leía sobre la Argentina de hace 130 años, compruebo que así era y pienso cuál fue la reacción que permitió ese modelo económico denostado hoy en día, y es entonces que recuerdo algunas eventos que aniquilarían intelectualmente a mucho pseudoprogre que viaja en el colectivo del campo nacional y popular.
«La oligarquía fue el signo político que gobernó el mundo a finales del siglo XIX. Y de todas las oligarquías, nosotros tuvimos la mejorcita», solía decir -palabras más, palabras menos- Juan Perón en sus tardes de rosca a la distancia en las afueras de Madrid. Mejorcita puede referir a muchas cosas. Podría tratarse de la infraestructura productiva, del sistema de educación gratuita y obligatoria, de la organización institucional o de la extensión del territorio nacional. Pero probablemente, en el punto final a la anarquía podríamos hallar, vaya a saber uno, la reacción que permitió consolidar un sistema que adoptó al modelo económico agroexportador, en el que se beneficiaron los terratenientes y se jodieron quienes laburaban la tierra pero que, sin duda, dejó algo sobre lo que pudieron trabajar quienes llegaron como reacción para desplazar a quienes endurecieron el modelo y lo perpetuaron sin cambios.
«Todo modelo económico tiene sus ganadores y sus perdedores», vuelve a decirme J.R. y yo pierdo la paciencia, y no por no tener razón esa junta de palabras, sino por resultarme inacabada y demasiado simple. Si, es cierto, todos los modelos benefician a unos más que a otros. ¿Y?
Busco otra respuesta en el presente, y caigo en que no me encuentro entre los beneficiados. Como contraposición, tampoco me encuentro entre los perjudicados directos, dado que mis quejas no son por medidas en contra mío, sino por aquellas que me afectan por rebote.
Quizás, si todos los modelos benefician a algunos y perjudican a otros, el problema, lo encontramos cuando ese modelo beneficia al mismo sector de siempre y, simultáneamente, hace creer al otro extremo de la escala social que todo lo hacen por ellos. En el medio, esa enorme masa multicultural llamada clase media es la que sale perdiendo, sin quererlo y una vez más, con la única certeza de que los platos rotos serán recompuestos con el esfuerzo de sus integrantes, para la tranquilidad de los de arriba y el falso progreso de los de abajo.
Mientras tanto, seguiremos siendo los únicos esperanzados. Quienes integran el 3% de la cúspide social del país, saben que nada de lo que se decida a nivel político modificará su estilo de vida. Quienes sobreviven bajo la línea real de la pobreza, saben que nada de lo que se decida a nivel político hará que la generación siguiente viva mejor que ellos.
Nosotros, los boludos despreciados por el olvido de nuestros dirigentes -resentidos u olvidadizos hijos de comerciantes o asalariados- y castigados cuando se acuerdan, somos los únicos que cortamos clavos con el culo, a la espera de que algún iluminado nos tire una soga, así sea por error o por accidente, pero con la triste certeza de no saber cuál será la reacción natural a una postura pétrea prolongada en el tiempo y sus consecuencias.
Eso si, para pasar el tiempo y tranquilizarnos, compararemos nuestro pasar con los de otros períodos históricos, ajusticiando con o sin razón a quienes no tienen posibilidad de defenderse, sin ponernos a pensar que lo que hoy somos se lo debemos a una cadena de dos siglos de aciertos, desaciertos y…Ya recuerdo.
El humo del tabaco, el perfume a madera, el tinte oscuro del vino, la voz rasposa de J.R., las paredes de antaño…y esa frase. Ahí está, decía algo así: «Todo modelo económico tiene su parte buena y su parte mala, sus ganadores y sus perdedores. Quienes leemos la historia no podemos más que narrarlos y, si tenemos huevos, analizarlos, pero nunca juzgarlos desde nuestro mundo, que ya no es el de aquellos hechos.»
Y ahí si, mientras la borra del café toma un color violáceo de cabernet y el aire se impregna del aroma de un L&M largo suave que nadie prendió, mi living adopta una arquitectura italiana. Guardo las anotaciones, reacomodo los libros, voy hacia la computadora…
Lunes. Dedicado con todo mi cariño a la memoria de J.R.
Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.
(Sí, se leen y se contestan since 2008)
102 respuestas
Adenoz,
«No a las obras de arte que no requieren esfuerzo»
Te alcanzaron las generales de la ley.
Ya estás facturando tus años de estudio, tus horas de culo en la silla y operando como un cuadro de la academia (desde una cruda perspectiva materialista, lo del objetivo masivo de la obra es secundario, la definición es de índole económico: cómo opera uno con su herramienta).
Ah…los títulos habilitantes.
Pero por otra parte:
¿Por qué no habría de hacer pesar mi ventaja competitiva?
Especialmente cuando se justifica desde la ética del esfuerzo y del trabajo.
¿Acaso hay que otorgar handicap por el talento?
Como sea, en este momento me prendo del espíritu populista y reclamo, como marginal del arte, mi DARA, esto es, mi Derecho Al Reconocimiento Académico.
Y si el arte de adenoma es una interpretación subjetiva, como el dice y con razón, porqué comenta: «Pero no puedo tolerar que critiques mi arte. Esto no lo hace cualquiera.»
No puede tolerar. No soporta.
Qué no soporta, que su «arte» a algunos les parezca una soberana cagada?
Porqué, si es una «interpretación subjetiva»?
No será que su ego agigantado , masturbatorio y elitista no soporta una crítica?
La humildad no es lo tuyo. Y los pedantes resultan siempre insoportables sean artistas o simples comentadores de blogs.