En un mundo justo, discursos superiores a tres horas estarían prohibidos. Nada interesante puede ser transmitido en tres horas, materialmente es imposible, es tanta la información volcada que de todo lo dicho, cada receptor guarda sólo algo y el resto ni siquiera lo descarta, directamente no lo procesa. Pero la Presi se tomó muy a pecho esto de Gobernar, por lo que retomó por lo que mejor le sale: hablar. Poco, pero es lo que hay.
Durante el transcurso del discurso hice de todo: almorcé, tomé café, boludeé en Twitter, jugué en Facebook, ordené la discoteca por orden alfabético inverso, barrí, lustré los muebles, me afeité, intenté resucitar mi planta de peperina que la tormenta de la semana pasada ahogó. Es increíble todo lo que se puede hacer en tres horas y no pude evitar pensar en todo lo que habrán querido hacer los legisladores que no pudieron despegar el culo de la butaca, pero me pareció relativamente justo. Ya que van a cobrar en un mes el doble del salario anual mínimo de un laburante, que se jodan.
Intentar traducir la inmensa orgía de palabras es en vano -y presumo tortuoso- además de no tener sentido alguno. Cristina tiene un patrón de modelos: un puñado de párrafos que se intercambian entre sí y se remozan ante cada audiencia, en un claro desconocimiento de las tecnologías de la comunicación. Uno entiende que le cuesta pegar el salto al siglo XXI, pero pensar que los microconvocados de Ciudad Evita nunca la escucharon hablar de lo genial de la Asignación Universal por Hijo o del mayor crecimiento económico sostenido desde que la Eva Mitocondrial cruzó el Cuerno de África, es como mucho. En un sencillo ejercicio, a la AUH y el crecimiento económico sostenido, se le suman menciones a la política de derechos humanos, la tasa de desempleo, el aumento de las jubilaciones y referencias místicas a su difunto esposo. A ese combo básico, se le agrega una pizca de improvisación, cagadas a pedos a gusto, y listo.
Los que no aprenden más son los que se la pasaron durante semanas pidiendo que aparezca Cristina. No era que estaba callada, estuvo ahorrando. La semana que estuvo sin hablar fue porque estaba concentrando, el lunes hizo el precalentamiento en Rosario y el jueves nos entregó el resultado de días con el upite cerrado. ¿Querían que aparezca y hable? Ahí la tienen.
La puesta en escena conocida tuvo menos convocatoria que otras veces -venir en el Sarmiento es riesgoso y no tener subtes para hacer Once-Congreso por el paro, un dolor de huevos- pero así y todo hicieron lo posible para terminar de cagar el tránsito del centro porteño con la sola intención de ver en pantalla gigante lo mismo que podrían haber visto desde sus casas. La Presi apareció entre una lluvia de volantes que acusaban a Boudou de mentiroso, saludó con una mano en la teta izquierda y empezó a hablar con la intención de cumplir con el mandato constitucional de realizar la apertura de sesiones legislativas y dar el estado de situación nacional.
Para resumir un poco, arrancó con uno de sus párrafos móviles favoritos: que desde 2003 vivimos el crecimiento sostenido más importante de la historia. Esta vez quiso ilustrarnos con algo de estadística histórica y tomó como referencias a los períodos 1970/76 -crisis del petróleo, desabastecimiento, lock out, subversión- 1982/88 -Plan Austral, Plan Primavera- y 1994/2000 -neoliberalismo, Vodka, Tequila, etcétera- para luego afirmar que, si tomamos comparamos el crecimiento de los últimos años con cualquiera de los períodos mencionados, crecimos más que Brasil. Uno sabe que los números los dibujan como quieren, ahora, que la Presidenta dé una clase en vivo y en directo, da como un poco de nervios. Pero lo más preocupante no es que lo haga, sino que se lo crea.
El momento de auto oposición -ese período lisérgico en el que Cris inicia la crítica al sistema- arrancó con «hay que darle mayor poder adquisitivo a los sectores más vulnerables, esos que no tienen poder de ahorro y que no pueden comprar dólares». En un principio, supuse que se refería a la totalidad de la clase media para abajo, esos que no tenemos poder de ahorro y que tampoco podemos comprar dólares por la persecución de la Afip, pero no, se refería a ese grupo de personas que luego, en otro párrafo del discurso, negaría que existen, a pesar de que muchos tienen su vivienda a pasitos del Congreso, sobre Yirigoyen, en la puerta de la Caja de Ahorro.
Siguió tirando numeros al boleo -párrafo aparte merecería la consideración de que es un logro de que la producción industrial haya superado a la agropecuaria, cuando en realidad quiere decir que la segunda se fue al tacho- ante la euforia de una tribuna que aplaudió la noticia de que nuestro país fue uno de los que más creció en materia de importaciones y el estupor de quienes nos morfamos puteadas por antinacionalistas cada vez que nos quejamos por no conseguir un puto juguete como la gente. Sin embargo, debo reconocer que ya no genera sorpresa: fue a dar un informe de situación del Estado del último año, y sólo tiró números -casi los mismos números- que el año anterior, y el anterior, y el anterior. Incluso, volvió a repetir -casi sin diferencias- las mismas palabras que el lunes pasado respecto de los bonos Boden 12, del corralito, de los bancos y de los millones de dólares pagados -otra vez- a pesar de la gente que nunca verá un dolar.
El evento entre la mujer de la palabra fácil y los aplaudidores más caros del mundo occidental tuvo sus picos de rating en la emoción de los espectadores. Así como Cinthia Fernández con la argolla al aire en Bailando por un Sueño, uno de los momentos más orgásmicos se vivió cuando la Presi se quejó de que los docentes trabajan cuatro horas por día y descansan tres meses al año. En este momento podríamos estar discutiendo si la Presi tiene razón, si no fuera porque lo dijo frente a una audiencia que labura sólo cuando la Rosada decide que hay que sancionar una ley, que tienen las vacaciones más largas de la función pública y que vienen de aumentarse un 100% los ingresos, sin necesidad de paritarias, sin puja salarial, sin peleas ni informes inflacionarios.
No es difícil creer que una persona pueda estar hablando tres horas, en todo caso, lo que cuesta asimilar es que una persona hable tres horas y no diga nada. Es lógico que una exposición en la que afirman que nos van a seguir empomando, dure lo mismo que el turno de un telo. Cris demostró que puede esto y mucho más, mellando alguna que otra excepción a la regla para afirmar haber encontrado que es lo que hace falta hacer. Si bien no aclaro que fuera a hacerlo, hay que reconocer que es todo un avance: desde el “Sabemos lo que falta, sabemos cómo hacerlo” de 2007, al “pudimos haber hecho mucho más, pero hicimos mucho”, frase que generó aplausos entre los mismos que se emocionaron con “él puede no haber hecho todo, pero que hizo mucho, nadie puede negarlo” de hace unos doce años. Entre las tradiciones propias del kirchnerismo, también pica en punta la costumbre de aplaudir ante la señal. Lo que en la tele es un cartel de «Aplausos», en los discursos es cada vez que la Presi asentúa la última palabra y hace una pausa. No importa si la frase termino en «sinergia», «desagregamiento» o «reprimarización», lo importante es aplaudir.
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Entre las repercusiones inmediatas del discurso presidencial, la traductora a lenguaje de señas evalúa el reclamo de un plus por trabajo insalubre, mientras los pibes de La Cámpora analizan si deberían hacerse cargo del aumento en la producción de leche ponderado por Cris. Desde Bolivar 1, Mauri dio una conferencia de prensa que perdió todo valor desde el momento en que el Jefe de Gobierno dijo “la Presidenta sabe más que yo de zapatos y carteras”, para luego dar a entender que el Gobierno Nacional lo estafó con el traspaso del subte, con lo cual uno se pregunta cómo es que todavía confía en la Rosada luego de que le enchufaran un espía en la Metropolitana, después de que quisieran encanarlo y a posteriori de haber intentado voltearlo tantas veces como en las que Mauri se quiso hacer el gracioso. Pareciera que la puja por el subte tiene a los porteños presos de una pelea entre un gobierno que primero tomó el sistema de transporte, actualizó la tarifa para luego devolverlo al otro gobierno, que pide que los demás se hagan cargo de algo, mientras buscan algún marciano a quien puedan culpar del choque del ferrocarril Sarmiento.
Un gran sector del arco político aún espera la aparición del nuevo número de Ser Progres Hoy, donde suponen que tendrán alguna columna que explique por qué Laclau puede seguir opinando sobre argentina viviendo en Londres, u otra nota de Forster en la que se aclare cuáles son las resistencias populares que valen y cuáles son tan solo una expresión más del gorilismo vendepatria.
Finalmente, Guillermo Moreno llamó a aumentar la producción de forros nacionales. Confundido, el Cuervo Larroque afirmó que nunca dejaron de afiliar pibes. Margot Stolbizer, por su parte, se encuentra coordinando, junto con otros representantes del Frente Progresista y del GEN, a la nueva juventud patria. A grades rasgos, la idea es crear una contracara de la juventud oficialista, de la cual consideran despectivo que sean en su mayoría burócratas del Estado. Además de no darles laburo, los encerraron a debatir sobre progresismo. Y después se quejan de que los jóvenes no quieren saber nada con la política.
Ayer por la tarde la Presi se sintió con síndrome de abstinencia verbal y tiró unas palabras sobre Malvinas nuevamente. Además de lo de siempre -que los ingleses son colonialistas, que si no las devuelven los vamos a acusar con el preceptor además de hacerles «corto mano corto fierro» y cantarles «cucharita cucharón no me junto más con vos» por ser malos muy malos- anunció la creación del Museo y Memorial de Malvinas Argentinas en lo que ella considera el lugar más emblemático: el Museo de la Memoria en el edificio que fuera de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Entre las perlitas verbales, cabe destacar la referencia a que en el futuro museo se va a contar «la historia verdadera». Luego de afirmar la veracidad de la historia a contar, Cris hizo referencia al Operativo Cóndor, poniéndolo como ejemplo del verdadero «touch & go» -sic- que, según ella, debería haber llevado adelante el gobierno de Galtieri. Ya que la Presi también nombró a Dardo Cabo -y si realmente se hubiera conmocionado como dice que se conmocionó a pesar de ser «chiquita» en 1966- por ahí habría recordado que la intención de los locos lindos que secuestraron un avión para aterrizar en Malvinas no era, precisamente, la del «touch & go».
En primer lugar, comparar el Operativo Cóndor llevado a cabo por una veintena de muchachos muy jóvenes, con una guerra declarada por un Estado contra otro, es tan infantil como suponer que es valedero decir que putear a la Presidente y ser terrorista es lo mismo. En segundo lugar, porque el plan no era el «touch & go». El plan era llegar, izar las banderas argentinas y tomar la casa de gobierno. Lo que fuera a pasar después, no importaba. Considerar que esos planes eran los de un touch & go es, cuanto menos, no haber leído ni los diarios. Los «cóndores» nunca se rindieron ni aceptaron ser detenidos, dado que no reconocían a otra autoridad en las islas más que al comandante de la aeronave de Aerolíneas Argentinas.
Un cacho de historia nunca viene nada mal. La Presi dijo que el Operativo Cóndor fue un accionar bien peronista. Cosas de la vida, el único integrante del Operativo Cóndor que quiso convertirlo en un hecho peronista fue Alejandro Giovenco y recibió el rechazo de los otros integrantes del operativo, dado que -independientemente de las simpatías políticas- consideraban que teñirlo de contenido partidista, le quitaría el espíritu nacionalista con el que habían concebido la hazaña. Si así es como van a contar «la verdadera historia de las Malvinas», ya veo el resultado que tendrá el proyecto.
Pero la Presi no baja los brazos. Y en su función de armar ensaladas -consideró que la causa Malvinas es un tema de derechos humanos- volvió a darle entidad al exgeneral Jorge Videla para cerrar el discurso, puteando porque lo dejan hablar y acusando a los medios que reproducen sus palabras de querer lo mismo que Videla, a quien terminó metiéndolo en la causa Malvinas, a pesar de haber estado en su casa tomando mate y escuchando la invasión por radio.
El argumento nacionalista no es una cuestión menor. Independientemente de muchos casos individuales, a nivel social el país tuvo un fuerte factor nacionalista desde sus inicios. Desde la comodidad del siglo XXI cuesta dimensionar -ni que hablar si pretendemos entender- que muchos tipos nacidos en territorio español hablaran de patria al referirse a las provincias que estaban independizando. Ya entonces éramos una mezcolanza importante de muchas patrias reunidas bajo un mismo techo estatal. Ni que hablar durante el siglo XX. Mucho menos podemos entender a esos locos de nuestros padres o abuelos que decidieron, con orgullo, manifestarse argentinos, muchos en su propio lecho de muerte, cagándonos la ciudadanía europea a todos sus descendientes. Ellos lo decían en cocoliche o con acento gallego, pero se les entendía bien claro: eran y se sentían más argentinos que el mate con tortafritas una tarde de lluvia.
Luego de casi tres décadas de democracia, cuesta entender el nacionalismo de antes, sobre todo cuando los nacionalistas de hoy en día se preocupan más por el color de piel de los inmigrantes de hoy que por el rol que cumplen en el país que cohabitan. Sin embargo, y aunque cueste creerlo, hubo una época en la las banderas flameaban en los balcones incluso fuera de los mundiales. Más allá de mi pasión futbolera, creo que el primer indicio de que nuestro nacionalismo se fue al tacho fue cuando consideramos que sacar a Inglaterra del mundial de 1986 fue una reivindicación patriótica por la derrota en la guerra austral de 1982.
Nuestro nacionalismo perdido, nació de gestas inigualables, con héroes que ganaron su lugar en la historia mostrando uniformes militares y a los que hoy se pretende recordar como meros abogados. Creció a pasos agigantados con tipos que estaban tan seguros de lo que creían y defendían, que no dudaron en llevar la bandera de la libertad a otros países. Se consolidó con gobiernos que consideraban que un Estado fuerte y presente no significaba un elefante dopado suelto en una exposición de estatuas. Se agigantó con bonanzas económicas que se reflejaban en el poder adquisitivo de los trabajadores -hablar de pobres es un neologismo a nivel estadístico de las últimas décadas- quienes afirmaban que la patria estaba donde se encontraba el hogar y sentían que el hogar era donde se podía desarrollar una vida digna.
Pretender construir un nacionalismo sin gestas patrióticas, en tiempos de necesidades económicas y con una dirigencia que se pelea por demostrar quién es más progresista, sólo es posible en esta era, donde lo más cercano a la utilización de un avión o recursos militares para la reivindicación de la soberanía fue llevado adelante por los hermanitos Juliá al sacar una tonelada de merca desde la base aérea de Morón con destino a la madre patria. Los que gustan del espíritu nacionalista, supongo que tendrán en claro que nacionalismo significa sentimiento de pertenencia. Y para sentirse parte de algo, primero hay que sentirse orgulloso de ello. Y eso, lamentablemente -¿lamentablemente?- no se consigue sólo con discursos.
Martes. Bla, bla, bla.
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