Diez años después

Un día igualito al de hoy pero del año 2008 publicaba la primera nota de Relato del Presente. El país era un tanto distinto, Cristina Fernández de Kirchner iba por su primer mandato, habían transcurrido tan solo tres semanas del voto no positivo de su vicepresidente Julio Cobos y el país no se recuperaba de una tormenta social de meses en las que payasos de camisa negra trompeaban a manifestantes delante de las cámaras de televisión y se montaban como personajes de circo sobre la Pirámide de Mayo gritando «la plaza es nuestra, la puta que lo parió”.

Clarín trataba de acomodarse a eso de ser opositores desde marzo, el ministerio de Economía era encabezado –al menos en los papeles– por un tal Carlos Fernández, otro Fernández se convertía en el segundo jefe de gabinete apellidado Fernández en la presidencia de Cristina Fernández en reemplazo de Sergio Massa. Mauricio Macri era un accidente de la política para algunos, mientras que el flamante jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le agradecía cada mañana a Alberto Fernández que haya convencido a Néstor Kirchner de candidatear a Daniel Filmus en vez de apoyar a Jorge Telerman.

El iPhone había aparecido menos de un mes antes, faltaban dos meses para que saliera a la venta el primer teléfono con Android, no existían las tablets y el Blackberry era lo más cercano a la NASA con lo que podíamos contar. No había Spotify, ni Apple Music, ni Snapchat; Netflix no figuraba en el radar, nadie entendía Twitter, Bitcoin no figuraba en el mapa, no existía Instagram, no había ninguna aplicacion llamada Uber ni mucho menos ese invento del averno al que conocemos como Whatsapp.

No existía 678, y TVR y Duro de Domar salían por Canal 13; C5N y Radio 10 pertenecían a Daniel Hadad, y la dupla de Marcelo Bonelli en TN era Gustavo Sylvestre. A Jorge Lanata todavía le faltaba unos meses para volver a la tele por Canal 26; mientras tanto dirigía el diario Crítica de la Argentina. Fernando Peña provocaba desde sus columnas en el diario de Lanata y desde El Parkímetro, donde se –nos– divertía boludeando al aire a un Luis D’Elìa que tenía a todo el kirchnerismo de su lado.

YPF no era nacional ni popular y a nadie le calentaba, el déficit de Aerolíneas Argentinas era problema de otros tipos, la transmisión de los torneos de la AFA eran privados y nadie lo cuestionaba, el sistema de AFJP todavía existía en convivencia con el sistema de reparto, Graciela Ocaña era ministra de Salud, a Amado Boudou no lo conocían ni los padres y Daniel Scioli todavía no encontraba la forma de llegar a La Plata sin perderse.

Diez años atrás Barak Obama todavía no había aceptado formalmente la nominación a la presidencia de los Estados Unidos por el partido Demócrata, mientras Donald Trump continuaba al frente de su emporio y pasaba de sostener que Hillary sería una gran presidente a apoyar al republicano John McCain. Todavía faltaba que ganara Obama para que Trump dijera «no puede ser peor que Bush».

Un obispo acababa de ganar la presidencia de Paraguay, Lula Da Silva aún gobernaba Brasil, Néstor Kirchner oficiaba de «primer damo» según sus propias palabras, Michelle Bachelet iba por su primer mandato, y el director técnico de la selección nacional era el Coco Basile.

El mismo día que publicaba mi primer texto, nos enterábamos de la desaparición de tres empresarios farmacéuticos. La noticia no pasó de un caso policial hasta cinco días después, cuando aparecieron con un tiro en la nuca cada uno de ellos. Los autores materiales nunca explicaron el por qué. Uno de los prófugos recién será detenido en 2016.

Amado Boudou era el director de la ANSES, Carrió denunciaba a Néstor Kirchner, Julio De Vido y Ricardo Jaime por asociación ilícita en el desvío de fondos a través de subsidios que incluían a los ferrocarriles. Nadie le dio pelota hasta que casi cuatro años y 52 muertos después. Ese mismo día, un tal Oscar Centeno iba a retirar un auto nuevo para su trabajo y luego de dejar a su jefe en su domicilio, volvió a su casa en colectivo. Pero nos enteraríamos una década después.


Es interesante ver cómo el revuelo de los cuadernos gira en torno a los mismos polos de toda la vida, destinado a confirmar nuestros propios prejuicios como todo lo que pasa en este país: los antikirchneristas confirmando que el largo gobierno anterior se robó todo, los kirchneristas creyendo que se trató todo de un producto de la imaginación de la Justicia, de lofondobuitre, de la CIA y de la conspiración universal destinada a manchar a la expresi. En ese largo listado de prejuicios llegamos a leer cosas tan lindas como que un chofer no puede tener linda letra, o que no se puede escribir bien y hablar mal. No me atrevo a cuestionar este punto dado que sé que hablo como un gangoso empepado, pero convengamos que nadie que haya leído algo más que las etiquetas de los champúes se atrevería a calificar de alta literatura un cuaderno con anotaciones de viajes de remisería.

Si no fuera que ya nada sorprende, diría que es llamativo que el único titular que tuitearon los cristinistas haya sido ese que dice que en un cuaderno aparece un primo de Mauricio Macri. Es el mismo titular que ningún cambiemita tuiteó hasta que el hombre se puso a derecho. Ese mismo acto contribuyó a que el kirchnerista sostuviera que lo hace porque tiene a la Justicia de su lado por ser el primo de Mauri. Como si ambos se movieran con la misma lógica: son la misma persona y uno lo destroza mientras el otro lo cuida. Quizá sea por eso que funciona tan, pero tan bien la selección de datos biográficos, como cuando repiten la bajada de que Stornelli fue el jefe de seguridad de Boca Juniors, pero olvidan que fue el ministro de Justicia y Seguridad de Daniel Scioli.

En el periodismo kirchnerista no pareciera haber muchas vueltas: se cuestiona el modo en que se accedió a la información, no la información en sí. Algo así como que nuestro jefe nos acuse de robarnos los lápices del laburo y nosotros le preguntemos cómo es que se enteró. Obviamente que el modo de la aparición es un poquitín raro, pero eso no quita el impacto del contenido.

Tampoco deja de sorprender la defensa del ataque, esa que dice que el kirchnerismo habrá choreado de la obra pública para hacer campaña, pero que no sería muy distinto si chusmeamos el origen de los aportes de Cambiemos. Primero, porque Isolux, una de las empresas cuyo capo está en cana, aportó a la campaña de Cambiemos a cara descubierta, en blanco, sin drama. Lo mismo pasa con Calcaterra aportando 400 lucas a la campaña de Cristina en 2007. Segundo, porque eso sería olvidarnos que el kirchnerismo no necesitaba plata para hacer campaña una vez que estaban en el Poder: vivieron de campaña con fondos públicos, repartiendo obra como querían, fabricando billetes sin respaldo, abusando de la cadena nacional para anunciar gansadas y bajar línea. Niegan tanto estos hechos de despilfarro de fondos públicos para crear generaciones que no diferencian gobierno de partido político, que se les pasó una buena defensa: si no necesitaban la plata para hacer campaña, ¿de dónde sale la afirmación de que se la choreaban para eso? Tan faltos de cocción pueden estar que no se avivan que si no fueron aportes para una campaña, es un cohecho y el empresario deja de ser víctima. Son simpáticos, por lo pronto prefieren apuntar a la lógica de que los actuales son iguales, como si eso pudiera tranquilizar a alguien.


Cuando un día como hoy pero de 2008 publiqué la primera nota de este blog mi vida era distinta. No recuerdo ni dónde la escribí, pero probablemente haya sido en la casa donde vivía en aquel entonces.

No tenía idea de a dónde podía llegar con lo que hacía ya que escribir es lo que siempre había hecho y este siquiera era mi primer blog. No tenía interés de ejercer el periodismo, nunca se me había pasado por la cabeza dedicarme a esto, pero una cosa llevó a la otra y, cuando me quise dar cuenta, era anónimo sólo para la firma de los textos. Un día me ofrecieron sumar el blog a Perfil. Otro día  me cansé de la vida que llevaba, renuncié a todos mis laburos y busqué ingresar a alguna redacción. Así terminó cambiando mi vida gracias a la locura de uno que me propuso y otro imprudente que me aceptó.

Lo que en un principio fue apasionante los devenires de la rutina lo convirtió en tedioso. Lo único que quise siempre es escribir y nada más que escribir. Las responsabilidades de los cargos y las vicisitudes que atraviesan a la dinámica de los medios –que ni se imaginan– llevaron a que cada vez escribiera menos cuando más estoy escribiendo por trabajo. O sea: para mí, escribir es esto, no una nota; eso otro es trabajo. Cuidado con lo que deseas: tanto querer vivir de escribir terminé cobrando un sueldo por cualquier cosa menos por hacerlo.

A ello hay que sumarle el contexto. Ya nada puede ser dicho sin que alguien se ofenda a un nivel tan superlativo que pareciera que vivimos equivocados sólo porque una voz, o quinientas lo dicen. El encasillamiento, deporte nacional por excelencia, hace estragos y todos necesitan acomodarse donde se sienten identificados, obligando a los demás a hacer lo mismo en cada insulto, en cada opinión. En una suerte de Teoría del Todo, el que cree que es una guachada que un médico diga públicamente que el preservativo no protege de nada, es automáticamente tildado de progre, porque es el mismo comentario que hicieron los progres. Atrás vienen los que pretenden reclamar un derecho a la libertad de expresión, un derecho que, primero, no parecieran ejercer cada vez que escrachan a troche y moche con copias a ministros de seguridad, o publicando fotos de pelotudos que dijeron pelotudeces en la primavera de 1993; y segundo, como si el derecho a la libertad de expresión implicara también la obligación de cerrar el upite a todo aquel que no esté de acuerdo con lo manifestado.

Hay como una suerte de sandwich en la que algunos nos sentimos un jamón vencido y con pelusas del suelo, entre los que putean a todos los periodistas por dar sólo malas noticias y algunos periodistas que se levantan a la mañana pensando en cómo compartir su amargura con los demás. Como si no se pudiera cambiar de canal, apagar la tele, tirar la radio por la ventana, desconectar la computadora, o lo que fuera,

Cada uno ve lo que quiere ver, incluso cuando está viendo. Puede encontrarse con mil noticias y ver sólo las malas, o quedarse solo con la buena. Y si bien hay niños en cargos gerenciales que sueñan con hacer la revolución desde los titulares agitando tragedias donde sólo hay una noticia económica, también es cierto que si el gobierno aumenta la presión tributaria sobre el impuesto a las ganancias yendo radicalmente en contra de una de sus principales promesas de campaña, puede que se coma una puteada. Y puede que la puteada esté tan justificada que no pueda ser deslegitimada con un escrache de un boludo que te recuerda que en 1973 votaste por el Bisonte Alende. Como si en este país alguien pudiera resistir un archivo. Como si la vida de todos nosotros fuera tan aburrida como la perciben como para que nunca, jamás, se pudiera cambiar de opinión sobre algún punto.

No sé si se perdió el humor, o soy yo quien lo extravió o si aquellos que se quedaron sin amigos en Facebook descubrieron Twitter. Pero sí creo que este país tiene desproporciones notables más allá de la disparidad en la distribución demográfica: hay más beneficiarios que aportantes, pero también superávit de boludos que exigen laureles sin haber movido un puto dedo o que se colocan en una posición de superioridad moral amparada en un lugar que nadie les dio. Tipos que se enteraron en 2013 que en Argentina gobernaba el kirchnerismo pero que hoy te preguntan por qué no criticaste a Cristina.

A lo largo de estos años he conocido muchísima gente muy valiosa y muchos a los que hubiera sido mejor jamás cruzarlos; me he encontrado con tipos que ahora son grandes amigos y me he llevado desilusiones más grandes que encontrar al tío empedado en la pileta con el disfraz de Papá Noel un 24 a la noche.

 

Diez años es nada y diez años es un montón. Quizá sea hora de cambiar algunas cosas. Quizá sea hora de volver a divertirse.

Nos leemos.

relato5b

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(Sí, se leen y se contestan since 2008)