El Día Después

Después de haber visto la polémica generada en torno a las causas e, incluso, justificaciones respecto del asesinato de Candela Rodríguez, habría que aclarar algunas cositas. Por un lado se encuentran las cuestiones técnicas, jurídicas, procesales y criminológicas, y por otra vía camina el impacto colectivo e individual de un crimen conmovedor. Horas después de haberse hallado el cadáver de Candela a la vera del Acceso Oeste, se divulgaba por los medios el audio de un supuesto captor, que le pedía a la tía de la nena un dinero que, supuestamente, el padre de Candela adeudaba. Listo. Comenzaron a hablar de ajuste de cuentas y la palabra «inseguridad» desapareció de las bocas periodísticas. 
Judicialmente hablando, uno podría decir que el Ministerio Público bonaerense actuó como correspondía: interrogó, inició tareas investigativas y barajó todas las posibilidades. En términos policiales, tranquilamente podemos coincidir en que no se puede dividir a la población en veinte millones de civiles custodiados personalmente por los veinte millones restantes. Políticamente, podemos afirmar que este delito no debe utilizarse con fines personalistas. Luego de esto, surge una pregunta sustancial: ¿Quién se hace cargo?
Una cosa es evitar la utilización con fines políticos la muerte de una infante y otra, muy, pero muy distinta, es pensar que esto se debió a un hecho fortuito, como si de un crimen pasional se tratara. Afirmar que sólo fue un ajuste de cuentas, es una falta de respeto a todo ciudadano que labure para ganarse el pan con el sudor de su frente, o pagar el colegio privado de sus hijos con las horas extras. Reconocen la existencia de grupos delictivos organizados como si fuera algo natural, y reposan la responsabilidad de la muerte de una menor en el accionar de los padres de la nena, arrojando por la borda siglos de evolución en materia de teorías de Estado y construcción de sociedades. 
No voy a hablar del contractualismo francés, porque es aburrido y a nadie le interesa, pero al vivir en un país organizado y ordenado -entiéndase, no anárquico- el ciudadano resigna gran parte de sus libertades ante el Estado, y este, a cambio, le garantiza no tener que preocuparse por otras cosas que dedicarse a mantener al Estado y a sí mismo. Costo-beneficio: pagamos con libertad -los impuestos entran en esta- nuestra garantía a que nos protejan para desarrollarnos como seres humanos. Y si algún factor ajeno a la voluntad del individuo perjudica alguno de los derechos esenciales de un sólo habitantes del país, es el Estado el que tiene que cubrirlo, protegerlo y ayudarlo. Obviamente, en la patria donde la pelea narcisista por ver quién la tiene más grande es más importante que velar por la gente que duerme en un hotel de mil estrellas recostados en algún banco de plaza, suponer que se van a bajar del caballo de «el Estado soy yo», es de ilusos. En Argentina, miles de familias recurren a negocios informales para adoptar criaturas ante las sucesivas trabas que impone el sistema legal. A cualquier padre adoptivo, por menos del diez por ciento de lo que hacen muchos padres biológicos, les impiden adoptar. En una sociedad donde pareciera que la Patria Potestad es sinónimo de poder genético, hay miles de chicos en situación de peligro por culpa de sus padres, por un lado, y por culpa de un Estado que los abandona a la buena o mala fortuna de tener un padre honesto o delincuente, por otro.
Que esto pasa en otras partes, no me relaja, no me tranquiliza, ni me despreocupa. Del mismo modo que no permitiría que me coman los piojos porque mi vecino de al lado también se quedó sin laburo, que en otros países estén peor que nosotros, me importa menos que la situación sentimental de Wanda Nara. Compararnos con otros latitudes es peligroso, porque cada lugar tiene su idiosincrasia, su costumbre y su cosmovisión. Es cierto que hay lugares en los que están mucho peor que nosotros, pero tranquilizarnos porque -todavía- no aparecen cadáveres decapitados todas las noches, como en México, o que el Ejército -todavía- no saca carretillas con cadáveres de narcos de las villas, como en Brasil, es tan de conformistas como suponer que algunos cientos de muertos de hambre no son nada, si nos comparamos con Somalía. 
Bajo el amparo de la frase «es una realidad mundial» se han cometido las mayores atrocidades de la historia. Por el contrario, a la hora de sacar cuentas la tendencia internacional la dejamos de lado. Los juicios a las Juntas Militares de la última dictadura se llevaron a cabo por los delitos cometidos en Argentina, y el hecho de que formaran parte de «una tendencia mundial» en un mundo dividido por la Guerra Fría, no nos importó. Al momento de putear a la nefasta década del ´90, nadie recuerda que las tendencias neoliberales no nacieron en el «Consenso de Washington», sino que éste fue resultado del neoliberalismo, que era «una tendencia mundial». Incluso, al ir aún más atrás en la cronología histórica, utilizamos las comodidades de nuestra era para juzgar el accionar de la oligarquía agropecuaria exportadora del siglo XIX, sus pensamientos «nazis» y su accionar poco afectuoso para con los «salvajes» aborígenes, sin ponernos a pensar que los Estados Modernos de aquellos años se concebían de ese modo, porque era «la tendencia mundial».
Si adhiriéramos momentáneamente a la resignación del conformismo, deberíamos dejar de pretender ser lo que alguna vez fuimos y dejar que las infraestructuras ferroviarias terminen de desaparecer, total, en Paraguay casi no funcionan. O, tal vez, podríamos fusilar de una vez por todas el agonizante sistema de salud pública argentino, si al fin y al cabo, en el resto de latinoamérica brilla por su ausencia y en Estados Unidos genera más divisiones que el fin del segregacionismo negro en los años sesenta. Probablemente sea una buena idea exterminar la universidad pública, irrestricta y gratuita, dado que es una mala costumbre que no se condice con las modas internacionales. 
Por si no quedó claro: que en La Rocinha de Río de Janeiro, exista un cogobierno de Estado y narcotráfico, me llama la atención, pero a nivel personal, me resbala. Que en Tijuana se encuentre el supermercado mayorista de falopa de norteamérica, me intriga, pero a nivel íntimo, no me afecta. Que en Bogotá muestren como logro que lograron bajar la tasa de homicidios un 50% y que, asímismo, siga siendo el triple que la de Buenos Aires, me chupa un huevo, porque vivo en Buenos Aires, donde aumentó el delito, y no en Bogotá.
Que a nivel internacional sea algo «normal» la existencia de bandas marginales, sin código alguno y sin miedo al peso de la ley, más que justificarnos, nos hace quedar como despreocupados alegres que, sumergidos en una nube de pedos cósmica, no la vimos venir. Esta modo de vivir en sociedad no nos pertenece y no lo podemos aceptar como si fuera el precio a pagar por vivir en el tercer milenio. 
Por momentos amagamos a reaccionar, pero no pasamos de los fuegos de artificio. Los artistas que salieron cual cruzados a comandar el reclamo popular, pechos fríos con ínfulas de líderes carismáticos de masas, arrugaron y se fueron al maso antes de cantar envido, no sin antes m
ostrarse enojados con la vida mientras aclaraban una y otra vez que esto no es culpa de nuestros dirigentes. Si exigen justicia y piden que esto no vuelva a pasar ¿A quién le reclaman? ¿A Dios? 
Resumiendo: Objetivamente, el asesino es quien la asfixió. Lo que genera responsabilidad política no es el asesinato de la menor, sino todo lo que llevó a que el delito final se consumara. Todo otro tipo de justificación, es seguir matando a una vida que ya esta muerta. Y tal como dije en el post anterior, esta situación actual no es causada por el actual gobierno, pero les tocó a ellos, que no hicieron nada ni para frenar el avance del crimen organizado en el país.
Mientras nosotros nos seguimos puteando por Candela, en las últimas 48 horas pasó lo siguiente: Cristina, todo su gabinete y Moyano, cenaron con la Unión Devaluadora Industrial Argentina. Prometieron no pisarse los negocios entre ellos. Sciolí evalúa pedirle la renuncia a su Ministro de Seguridad. Al Subjefe de la Bonarense casi lo carnean entre los vecinos de Villa Tesei. La oposición se autoboicoteó la boleta única pero tuvieron tiempo de aprobarle el presupuesto al Ejecutivo Nacional. Randazzo llamó a una conferencia de prensa -a la que asistieron todos los medios- para acusar a los diarios de querer desestabilizar la democracia. Para compensar tamaña incoherencia, un periodista aprovechó la misma conferencia de prensa -a la que fue invitado- para quejarse por la falta de libertad de prensa. 
Viernes. Todo lo dicho, es solo mi opinión. Ah, ojo con pedir pena de muerte. No se olviden que vivimos en la tierra de los perejiles, donde te procesan por las dudas.

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