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La máquina de generar pobres

Cuando era chico era habitual en las familias que componían mi entorno barrial y escolar que el sustento lo proveyera solo el jefe del hogar. De hecho, en mi escuela, los pocos que tenían madres trabajadoras, éstas eran maestras. Resultaba raro explicar que mi madre trabajaba a pesar de que mi padre tenía empleo y que en casa casi nunca había nadie. Aún más complejo era dimensionar que mi joven abuela había trabajado toda su vida y que seguía haciéndolo a pesar de que hacía tiempo que mis abuelos no necesitaban los dos ingresos. 

Ya adulto tuve pensamientos frecuentes que me llevaban a preguntarme cómo es que hacían las familias de antes para mantenerse dentro de la clase media con un solo ingreso y una composición más numerosa que la actual, en las que el nuevo estándar pareciera ser un hijo por matrimonio. 

Y sí, es cierto que en 1960, era dorada de nuestra imaginación de la clase media urbana, un laburante de una fábrica cobraba lo suficiente para sostener en soledad los gastos de una familia de cinco miembros en una época en la que no estaba bien visto que la mujer cumpliera otras funciones que no fueran criar hijos y mantener limpio el hogar. Hoy es imposible. Fenómeno de época, una familia estándar cuenta con dos ingresos al hogar, desee la mujer trabajar o prefiera ser ama de casa. 

No hay un sinfín de explicaciones sino muy poquitas y concretas como para entender cómo es que, en términos reales, un obrero fabril cobrara el mismo salario en 1946 y en 2004 –1.240 pesos de éste último año como valor de referencia real– y que, por si fuera poco, con el último aumento de marzo de 2021, pase a cobrar el equivalente a 890 pesos del mismo 2004(*). Nunca creció el poder adquisitivo, solo se indexó y ahora cayó. 

Por un lado están las dinámicas de consumo. Calculemos la cantidad de ítems a cubrir por una familia clase media de hace sesenta años: alimentos, ropa, esparcimiento y servicios. Y esos servicios eran gas, electricidad y agua sólo en zonas urbanas. Con una educación pública de calidad, solo se justificaba la escuela privada por motivos religiosos o de colectividades de origen. ¿Salud? Lo mismo. Una tele con cuatro canales –cinco si contabas con la antena UHF para captar el Canal 2 de La Plata– y a otra cosa. 

Desde hace aproximadamente unos treinta años comenzaron a surgir en la Argentina nuevas necesidades a satisfacer. Y lo hicieron de forma tardía por culpa de las crisis económicas que retrasaron sus llegadas. Hoy el ingreso de una familia debe poder cubrir los gastos de alimentación, vestimenta y esparcimiento. Pero en el ítem “servicios” contamos con un sinfín de gastos yuxtapuestos: gas, agua, electricidad, una conexión a Internet aceptable, servicios de streaming que al contratarlos en su totalidad nos salen más caro que el propio servicio de tevé por cable, y en todos los casos hay que multiplicar los aparatos por cada individuo del hogar. ¿Cinco miembros? Cinco celulares con sus respectivas líneas telefónicas, computadoras, etcétera. 

Encima se da una dinámica extraña: entregamos capital a cambio de servicios de consumo de bienes que nunca serán nuestros. Damos de baja Spotify y no tenemos ningún disco. Y este es el último de los fenómenos elegibles que se suma a otros cada vez más añejos y menos opcionales: pagamos educación y salud privada porque el Estado que todo lo quiere nada lo puede en cuanto a calidad. 

Por un lado es maravilloso que el ocio se haya convertido en una pieza clave de nuestra vida. Sin embargo junto con el ocio premium aumentaron los registros de cuadros de depresión y ansiedad, en parte porque antes estaba peor visto que ahora ir al psiquiatra, y en parte porque es utópico contar con tiempo libre para disfrutar de lo que podemos pagar gracias a los treinta y dos laburos que debemos tomar, o lo que no podemos contratar porque ya no nos da la salud para sustentarlo. 

La Aspiradora Gubernamental

Puede ser que tengamos una vaga idea de qué pasó si tenemos en cuenta el datito del salario sin moverse durante seis décadas, le sumamos una pobreza que rondaba el 16% de 27 millones de habitantes de 1983 y hoy alcanza el 42% de 45 millones de habitantes, agregamos que en 37 años de democracia crecimos un 1,6% de PBI anual promedio y que hoy la presión fiscal supera el 58,7% de los ingresos del asalariado. Lo que nadie explica es cómo mierda esta situación se convirtió en perpetua. Las leyes de la economía, al igual que nuestras leyes escritas, son tan solo un listado de sugerencias, un manual que «nunca funcionó» pero que, a su vez, nunca se aplicó. Es como si creyéramos que las recetas que les dieron resultados a casi todos los países acá no podrían funcionar porque tenemos mucha humedad. Ni siquiera nos queda el consuelo de ser los mejores de la región aunque sigue siendo que estamos por encima de la media, pero los números no mienten y en muchos factores de la economía ya fuimos superados. ¿Cuánto falta para que nos superen en todos?

Los discursos políticos son todos poemas de buenos deseos o arengas de Patton: sin importar el tono de voz, expresan lo que quieren hacer pero no explican un carajo de cómo van a hacerlo. ¿Por qué no lo explican? Porque no lo entienden. Y cuando aparece un economista convertido en ministro pareciera que dejara el título universitario en una papelera antes de que se le tome juramento. Automáticamente comienzan a comportarse como políticos y a hablar como políticos. Y los políticos –al menos en la Argentina– toman decisiones para satisfacer el deseo de su electorado aunque para ello se requiera tener conocimientos de magia arcana. 

Sin ir más lejos, Tincho Guzmán se queja de la herencia recibida, luego dice que “hay que salir adelante con mayor inclusión” y “renegociar la deuda para hacerla sostenible”. ¿Caradura o qué? ¿Para eso estudió tanto? ¿Salir adelante con mayor inclusión de qué modo, doctor? ¿Con mayores desincentivos a la economía que impide la generación de riqueza, lo que repercute en menor ahorro y capital de inversión que se traduce en menor empleo y mayor pobreza? Y lo de renegociar la deuda para hacerla sostenible ya es de cínico. Hasta un estudiante primerizo sabe que el problema de la deuda es el déficit fiscal. ¿Cómo se puede ser tan cararrota de decir que busca hacer sostenible la deuda externa si batió todos los récords de déficit fiscal? Y esto es presentado por el Gobierno como uno de sus mayores logros políticos. Y comprado por la prensa, claro. 

Pero la impronta del político garpa y se incorpora en el día a día del habitante. Y no vaya a creer que es de ahora, eh. ¿O acaso usted nunca ha dicho que somos un país rico pero mal administrado que puede darle de comer al mundo? No estamos bien administrados hace mucho tiempo y por ello es que estamos lejos de ser un país rico. En parte es cierto, pero la riqueza global dejó de medirse en beneficios geográficos que permiten buenas cosechas. 

Primero, la Argentina no es el primer país en recursos naturales del mundo –puesto 47– ni siquiera de Sudamérica, donde estamos sextos y cómodos. Y segundo, porque los organismos multilaterales consideran que la agricultura solo representa el 3% de la riqueza. Hoy son ricos los países con mano de obra calificada, tecnológicamente avanzados y con buenas infraestructuras. Y no es que hace falta ir a leer los informes de los organismos internacionales, sino que basta con dejar de ser tan ciegos con nosotros mismos: si nos reímos de cuando Cristina dijo que teníamos menos pobres que Alemania y Alemania tiene el tamaño de la provincia de Buenos Aires ¿cómo podemos ser tan pelotudos de creer que nos vamos a hacer ricos dándole de comer al mundo? ¿Cómo hace Alemania si tiene tan solo el tamaño de la provincia de Buenos Aires, fue arrasada dos veces y no existía como la conocemos hoy hasta hace tres décadas?

El político argentino cree que una buena cosecha nos salvará, como si estuviéramos en 1880, cuando Alemania era un imperio. Con otras palabras, nosotros también pensamos lo mismo. Ganaron, seguimos pensando solo en las cosechas y nadie se atreve a preguntar cómo es que estamos como estamos a pesar de tener el segundo puesto regional en el índice de desarrollo humano, algo que sí es considerado factor de riqueza actualmente. 

Décadas de gastar más de lo que tenemos, financiarlo con deuda, cubrir los gastos corrientes con emisión monetaria, ampliar derechos sin pensar antes con qué se los va a financiar, creer que una cosecha alcanza para salvarnos cuando depende del clima, aumentar impuestos para equilibrar balanzas imposibles, desincentivar el ahorro y, por ende, desincentivar el capital, terminar de desincentivar el capital como inversión por la permanentemente cambiantes regulaciones, terminaron en esto: si cobrás menos de 51 mil pesos sos pobre, si cobrás más de 64 mil sos clase media, si cobrás más de 140 mil sos clase media acomodada. Mil dólares y estás apenas por debajo de los ricos. 90 verdes te separan de la pobreza. Por debajo de esos 90 estás cada vez más cerquita. 

Y de pronto el número es lapidario: somos privilegiados por poder pagar un alfajor. Dejamos de soñar con conocer el mundo, dejamos de cambiar el auto, dejamos de soñar con la casa propia (en mi generación, esto ocurre desde los 18 años), y van aumentando las restricciones. Naturalizamos decir que algo está caro cuando en realidad está baratísimo. No es que aumenten las cosas sino que nuestro dinero vale cada vez menos.

¿Los políticos no lo saben? Sí, lo saben pero no les importa. Y hablo de importancia en el sentido de prioridades: la prioridad del político es la supervivencia en el Poder. El problema es que, psicológicamente, todos creen ir por el bronce. Y la historia nos dice que los aplausos no son bustos. 

Epílogo pascual

Crecí en una vivienda estatal de un programa de solución habitacional. Con el tiempo mi madre dejó de trabajar, pero todos los días tenía mi alfajor triple y mi Coca de vidrio a cambio de una moneda. En casa había una consola de videojuegos de 8 bits, una sola tele hasta los 11 años, dos desde entonces, una PC Pentium a partir de los 15. Y éramos tres pibes. Hoy mi poder adquisitivo no me permitiría sostener en soledad un hogar de ese tamaño. Es obvio que no ascendí socialmente y que hasta me retraje. Mi viejo vivió mejor que sus padres, ellos mejor que los suyos, yo no. Y sé que es generacional, que hay un estancamiento que nosotros, los millennials, comenzamos a notar por comparación a la generación que nos precedía pero que, al no mejorar en las últimas décadas, los que se sumaron a la vida adulta en los últimos lustros ya tienen naturalizado. 

Los que nacimos en el año de Malvinas ya vemos los cuarenta a la vuelta de la curva. Los que fuimos criados y educados en una democracia de bombas, tanques, atentados internacionales, levantamientos militares y guerras ideológicas que nunca lograron bajar la línea de la pobreza, ya estamos golpeando la puerta de la cuarta década de vida y recién ahora estoy comenzando a comprender cómo fue posible que personas educadas en valores cristianos en la comodidad de la metrópolis hayan salido a matarse entre sí, creyendo todos que tenían razón. Que el apátrida era el otro. Y sigue pasando, solo que mejoramos: ya no buscamos la muerte física del otro, con su muerte civil nos alcanza. 

Gracias a Dios fui criado con valores cristianos y, al mismo tiempo, me fue inculcado el perseguir la virtud aristotélica. Nunca la razón quedará por debajo de un dogma religioso. Y en la Argentina, las ideologías se viven como dogmas incuestionables y pétreos, donde una crítica al líder y un cuestionamiento a los textos sagrados son sacrilegios. 

Hoy un clase media necesita cobrar 140 lucas. Mil dólares. ¿Quién los cobra? De ahí a que crean que un alfajor es se chetos, todo. De hecho, si cobrás mil dólares no te dejan quejarte. Y ese es un símbolo discursivo; después están los símbolos reales. Ford cerró nueve concesionarios en el país en un día. Todos los principios básicos de la economía en un ejemplo: el déficit fiscal y la emisión que destrozaron el poder salarial, este destruye el consumo, sin consumo no hay ahorro ni capital invertible y de pronto tenés un centenar de personas sin trabajo a las que, si el gobierno pretende ayudar, lo hará con más emisiones. Porque otra idea no les entra y la culpa será de factores externos. 

Y después vienen a fregarnos en la cara cada que sesionaron un sábado por primera vez en 17 años, como si no vivieran en el país en el que todos los comerciantes que están entre la quiebra y la indigencia laburan los sábados. Ah, sesionaban bajar el impuesto a las ganancias de los asalariados reventando a los que pagan esos salarios y sin tocar el IVA que habría sido beneficioso para todos los argentinos. Para todos. 

Quienes puteaban a Menem y luego a De La Rua dicen hoy que se centraban en los índices de pobreza y desocupación. Y hay algo que no cierra, porque Menem dejo la presidencia con el mismo índice de desempleo hoy existente (y mejor no hablemos de a qué consideramos persona ocupada hoy) y De La Rua se fue con una pobreza 10 puntos por debajo de la actual y que en números de habitantes era de menos de la mitad. Y sin embargo…

 

Domingo. Felices Pascuas. Disculpen el desorden.

(*)Orlando Ferreres, Dos siglos de economía argentina 1810-2004; estimaciones del INDEC, último acuerdo paritario del sector.

 

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