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Nadie se convierte en lo que nunca dejó de ser

Luego de los sucesos ocurridos en las últimas semanas recordé una de las máximas que me enseñaron en mi primer día de laburo, una regla que no falla: cuando uno cree que impuso su punto de vista al jefe, es que el jefe estaba de acuerdo. 

Nadie en su sano juicio aceptaría que un hombre que no figuraba en el mapa político hasta mayo de 2019 de pronto sea el dueño de cada uno de los votos que lo depositaron en la Casa Rosada. Nadie, absolutamente nadie puede afirmar sin ruborizarse que un tipo que estaba a la sombra de Sergio Massa en el Frente Renovador de pronto es el gran estadista y que nadie le pasará factura por el lugar que hoy ocupa.

No fue un mensaje subliminal que Cristina apareciera en un video anunciando a su candidato a Presidente. No fue un mensaje subliminal que ella intentara tomarle juramento, como tampoco lo fue que Fernández Presidente se dirigiera al departamento de Fernández Vice y a la salida sostuviera que ya estaba «consensuado» el Gabinete del Poder Ejecutivo. ¿Consensuar qué si Alberto no tenía más que a Gustavo Béliz y a Vilma Ibarra entre los suyos? No son mensajes encriptados que Alberto Fernández no pueda designar un jefe de bancada, un ministro de Seguridad o el mozo que le servirá café los próximos años en su despacho. Ante este panorama ¿a quién le importa que Alberto Fernández piense distinto que Cristina Fernández si ni siquiera le importa a la propia Cristina Fernández lo que opine Alberto Ídem?

No sé si recordarán que hubo una ministra llamada María Eugenia Bielsa al frente de la cartera de Desarrollo Territorial y Hábitat. Bueno, fue la primera «agobiada» que se las tomó ante la carencia total de ganas de parte de Alberto de proteger a sus ministros de los misiles disparados desde la presidencia del Senado. Alberto se tomó su tiempo y nombró a Jorge Ferraresi, intendente de Avellaneda y más kirchnerista que emitir moneda sin respaldo. Los analistas de los medios lo tomaron como “un gesto hacia Cristina” y destacaron que, si bien a Ferraresi le faltaba tener un catre en el Instituto Patria, “no es tan cristinista”. Obviamente, el gesto de de Alberto hacia Cristina era hacer “sí, sí” con la cabeza. 

Desde entonces han ocurrido tomas de tierras de a miles de hectáreas –continúan–, quema intencionales de bosques y violaciones cotidianas a los derechos humanos fundamentales de miles de argentinos. Y antes que todo ello ocurriera, el Presidente de la Nación había dicho en conferencia de prensa que “él mismo se encargaría de que los argentinos entiendan las medidas por las buenas o por las malas” –marzo de 2020–, ha intentado expropiar una cerealera –mayo/junio de 2020– y ha insultado a un puñado de periodistas al aire en vivo y en directo.

Pero es ahora, en este marzo de 2021, recién ahora que los colegas se atreven a decir “giro de Alberto hacia el kirchnerismo duro”. ¿Hay kirchnerismo blando y no nos enteramos? No es ni duro ni blando, es lo que es. ¿Qué pasó en este último mes? Alberto cargó contra la Corte Suprema de Justicia, instó a la creación de un tribunal intermedio para restarle poder a la máxima instancia del Poder Judicial, cargó contra Comodoro Py, defendió a Amado Boudou, dijo muy suelto de cuerpo que no es delito el carnaval carioca de tráfico de influencias que ocurrió con las vacunas en el ministerio de Salud, nombró ministro de Justicia a un tipo que odia a la Justicia, ordenó la auditoría de los inventarios de empresas privadas y boludeó al presidente de Uruguay, por nombrar solo un puñado de cosas ocurridas en los últimos 28 días. 

¿Qué hay de diferente con lo ocurrido todo el año anterior? ¿Es acaso el tono de voz? ¿Si alguien dice que nos va a partir la cabeza con un palo pero lo hace en voz bajita y con una sonrisa no le prestamos atención? 

A lo largo de la historia democrática se han escrito más libros que intentan explicar los motivos del voto del ciudadano despolitizado que la cantidad de personas que leyeron alguno de ellos. Me refiero al votante que no forma parte de ningún núcleo duro, a ese 40% flotante que en 2011 puede votar por Cristina, en 2015 por Macri y en 2019 nuevamente por Cristina. Y no es la intención de este texto evaluar los motivos que llevaron al resultado electoral de 2019, sino uno muy distinto: la frágil memoria y el otorgamiento de la redención sin que nadie la pida. 

En esa memoria con beneficio de inventario, Alberto Fernández borró sus años de alfil de Domingo Cavallo, del mismo modo que lo hicieron sus compañeros de lista Diego Santilli, Pimpi Colombo y Víctor Santamaría. De hecho, mejor si nadie recuerda que renunció a su banca de legislador porteño por el partido de Cavallo para asumir como Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y que su reemplazante fue Elena Cruz. 

Todos tenemos un archivo que preferimos no mostrar, dado que éramos jóvenes y necesitábamos el dinero. Pero la historia de Alberto fue siempre la misma: antes de incinerarse en la crisis de 2001, Domingo Cavallo era presidenciable. Recontra presidenciable. Antes de que quedaran cenizas Alberto ya estaba meta empujar a Néstor Kirchner. Cuando se fue del gobierno de Cristina pasó al ostracismo y volvió al armado político con Sergio Massa cuando el ahora diputado era presidenciable. Recontra presidenciable. Y lo acompañó hasta que el caudal de votos de Massa se diluyó en su indefinición perpetua.

Alberto Ídem centró su campaña electoral en dos pilares. Uno de ellos consistió en mostrarse como un tipo común, como si Carlos, mi ferretero amigo, pudiera llegar a la presidencia mientras reside en un departamento prestado en Puerto Madero. El otro pilar era la reedición del “nestorismo”, o sea, el kirchnerismo cuando no se le llamaba kirchnerismo. La presidencia de Néstor se levantaba, así, en un modelo anhelable de pujanza económica, paz social y armonía global. Quizá sea por ello que en su historial revive una y otra vez esos años que siente como su época dorada, la única vez en la que su voz valía casi tanto como ahora, cuando al igual que ahora debía ser el encargado de mostrar moderación sobre la imagen de otro. Una moderación que solo puede ser considerada como tal en comparación a quienes lo rodean. 

Esos dos pilares fueron sostenidos durante unos meses más en los que, ya siendo presidente, Alberto dedicaba unas horas por día a contestar mensajes por Twitter y darse un baño de amor en redes sociales. No era consciente de que esas muestras de cariño provenían de las mismas cuentas que lo trataron de traidor hasta media hora antespor un solo motivo: tener una habitación a su nombre en TN de la que salía una vez por semana para decir “esto que hace Cristina, con Néstor no pasaba”. Y todos sabíamos que mentía. 

Caía simpático escucharlo decir que Guillermo Moreno es “un rottweiler al que Néstor tenía atado y Cristina le soltó la correa”. O sea, Moreno llegó al Indec durante el gobierno de Néstor y la inflación comenzó a ser dibujada durante el mandato de Néstor, pero con Néstor no pasaba. 

Es el problema de insistir en volver a donde uno fue feliz: la gente no es la misma, el mundo no es el mismo y, si nosotros estamos iguales, algo mal hicimos. Ese “nestorismo recargado” que Alberto quiere levantar trae consigo algunos inconvenientes prácticos. Por más que Alberto Ídem insista con rearmar el mundo progrelatino de principios de siglo, ya estamos entrando a la tercera década y no queda nadie. Tampoco puede obligar a que el barril de petróleo vuelva a estar a precios astronómicos, y si ello ocurriera no puede evitar que la economía se nos hunda aún más por el desfasaje del precio del combustible o por el traslado del ajuste a los precios de los bienes de consumo. No hay forma de volver a tener un contexto de commodities al alza ni de volver a encarar otra década más de bonanza a fuerza de reprimarizar la economía. No se puede hacer por decreto ni con veinte mil discursos.

Que lo que haya habido antes y después fuera peor no hace que uno pueda recordar con cariño los años en los que Gines González García entregó los contratos de provisión de insumos, mantenimiento y limpieza del PAMI a su sobrino, su secretario privado y dos funcionarios de su Ministerio. En comparación, tres mil vacunas suena a caramelos. Tampoco se recuerda con cariño cuando la Federal reprimía a gomazo limpio a los manifestantes en las puertas de las oficinas del Fondo Monetario Internacional para luego llevarse a 102 personas detenidas. Sí, eso de que “no se puede reprimir la protesta social” vino después, cuando el ahora ministro de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rossati, reemplazó a Gustavo Béliz en el ministerio del Interior. O sea: también hay un Rossati malo y uno bueno, uno que fue ministro de Néstor y otro que está en la Corte, pero que es de Macri. 

Puede sonar a invento, pero si no te lo contaron tus viejos, te digo que en aquellos años la policía fajaba hasta a los trabajadores que protestaban frente a la refinería de YPF en las afueras de La Plata y se llevaban en cana a un grupo de tipos que pedía comida en supermercados. Se desalojó a los palos a quienes ocupaban las instalaciones de la farmacia Franco Inglesa, al igual que se aplicó toda la fuerza posible para sacar quienes cortaban la ruta y ocupaban la sede de Termap, en Caleta Olivia. Y eso fue antes de que Claudio Uberti directamente pasara por arriba de los manifestantes con una 4×4.

Fueron aquellos años dorados del recuerdo de Alberto Ídem cuando Luis D’Elía fue nombrado Subsecretario de Tierras y Viviendas a pocas semanas de haber tomado e incendiado una dependencia policial –que aunque nadie lo registre, es parte del mismo Estado– y en los que nadie tenía mucho reparo en pedir mangazos por vías alternativas. ¿Se acuerdan de Ricardo Jaime? ¡Qué plato! Más Néstor que el saco cruzado abierto. 

Mientras que en aquel entonces se le exigía públicamente a Irán que extradite a los sospechosos del atentado a la AMIA –tal como recordara Alberto Ídem cuando cuestionó el pacto con el régimen teocrático–, negábamos la extradición de Jesús Láriz Iriondo, etarra acusado de atentar con coches bombas que daba clases en la Universidad de las Madres, y lo mismo hacíamos con Sergio Galbarino Apablaza, reclamado por la justicia chilena, a quien encima le concedimos el asilo político.

En noviembre de 2005 vivimos uno de esos momentos de gloria cuando un grupo de manifestantes disfrazados de pasajeros enojados prendieron fuego la estación de Haedo, los trenes, un par de patrulleros y, de paso, se hicieron la tarde saqueando los comercios de los alrededores. Aníbal Fernández dijo que había gente de Quebracho en el quilombo. Pocos, muy poquitos, sospecharon que Quebracho tenía más que ver con el Estado que con la militancia anarquista. Ver a su ex líder devenido en kirchnerista furibundo y que nadie se sorprenda da un poquitín de vergüenza.

En las indagatorias, los pocos detenidos refirieron que se dirigían a la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, la tristemente célebre contra a la Cumbre de las Américas. En Mardel los participantes marcharon por las calles hasta el estadio Mundialista, donde los esperaba un mini recital de Silvio Rodríguez y un show de varieté con la presencia de Hebe de Bonafini, Evo Morales y Maradona al lado de Hugo Chávez. El clima en la cumbre oficial no fue mejor: afuera de las reuniones los manifestantes prendían fuego un par de bancos y saqueaban locales de Havanna. ¿Cómo vas a volver de La Feliz sin alfajores?

A principios de 2006, en pleno auge de los años dorados que recuerda Alberto Ídem, nos enteramos de algo llamado “asambleístas de Gualeguaychú”. Un grupo de habitantes que protestaba por la colocación de una pastera en la costa de enfrente, del lado uruguayo. En la Argentina había cientos de ellas, pero eso no impidió que Néstor Kirchner mediara para pacificar las cosas con el país presidido por primera vez por Tabaré Vázquez: alentó a los asambleístas.

Fueron tiempos en los que todo era relativo, cuando el traslado de los restos de Perón a la Quinta de San Vicente que terminó a los tiros fue una obra coreografiada y la patota que copó el Hospital Francés configuraba solo un acto de exaltación nacional.

En pocos meses nos olvidamos de los tiros, los incendios y las patotas cuando una investigación reveló sobreprecios por 150% en una obra adjudicada a la empresa Skanska. Todavía estamos viendo qué onda. La noticia transcurría en las mismas páginas en las que nos informábamos sobre las futuras elecciones porteñas. Jorge Telerman quería la reelección y buscó el apoyo del kirchnerismo. 100% idea de Alberto Ídem, Néstor decidió buscar un candidato carismático que arrastrara votos de a millones: Daniel Filmus. Y así Mauricio Macri terminó siendo jefe de Gobierno porteño.

Años extraños en los que aparecían muertos con tiros en la nuca a la vera de la ruta, en los que el tráfico de efedrina estaba totalmente blanqueado, en los que un tipo pudo entrar al país con una valija con 800 mil dólares, firmar el libro de visitas de la Casa Rosada, y que el ministro del Interior diga que eso nunca pasó mientras un Subsecretario afirmaba públicamente que se trata de una operación de la CIA.

Tiempos en los que no pasaba nada si el hermano del Secretario General del Sindicato de Taxistas aparecía con un corchazo en el pecho. Tiempos en los que el tesorero del Sindicato de Camioneros aparecía con tres tiros y siete puñaladas y todos se conformaban con una sentencia y la explicación de que se trató de una interna de la conducción santafesina del sindicato.

Está claro que Alberto Ídem no tuvo injerencia en –casi– ninguno de los hechos relatados anteriormente, pero eso no impide que uno se haga al menos dos preguntas: ¿Dónde están esos años dorados a los que hay que volver? ¿Dónde estaba Alberto El Moderado en aquellos años que no se horrorizaba por nada y que hasta tuvo el tupé de inventar la borocotización al rapiñarle un diputado al PRO y justificarlo al decir “yo les prometí esta cantidad de legisladores y acá están”? Y eso sin recordar cuál fue el motivo de su salida del gobierno de Cristina: la derrota en el Senado del conflicto con el sector agropecuario desatado por la resolución número 125 del ministerio de Economía que, además del gancho de Martín Lousteau, llevaba el de su jefe de Gabinete. 

Que el votante cautivo haya sacado a Alberto del altar de los gualichos para colocarlo en el de salvadores de la Patria es algo entendible. Habrían votado a Héctor Magnetto si Cristina lo pedía “porque los caminos de la Jefa son inescrutables”. Ahora, que haya gente sorprendida, decepcionada o que crea que Alberto giró hacia el kirchnerismo, me hace reir las cachas: nadie puede convertirse en lo que nunca dejó de ser.

 

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