
Inicio » Nisman | Pasó un año, no pasó nada
Convengamos que hemos decaído en glamour para nuestros policiales veraniegos. El año pasado, con el asesinato del Fiscal Federal Alberto Nisman, al menos teníamos la chance de ir a buscar notas a Puerto Madero, San Isidro y Recoleta. Este año tuvimos a tres lúmpenes fugados de un penal del Servicio Penitenciario Bonaerense y las notas hubo que buscarlas en el triángulo de las Bermudas del conurbano sur, esa tierra de nadie que queda en la triple frontera de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela.
La investigación por lo de Nisman nos tenía a Cristina cambiando de teoría tres veces en menos de 24 horas (homicidio, suicidio, abandonó su cuerpo humano y regresó a su planeta), una guerra de espías multimillonarios, financistas, inversores inmobiliarios, la CIA, un conflicto internacional con Irán, Israel, Estados Unidos y Venezuela, gente que se raja a Miami y chetos con Audis. De ahí pasamos a tres mecánicos de Florencio Varela, intendentes del segundo cordón del conurbano, posibles vínculos en el interior del Paraguay, un remisero, un Fiat 128 y policías en ojotas mangueando caballos a un baqueano en los campos inundados de Santa Fe. Las únicas coincidencias –además de nuestra fascinación por iniciar el año con un quilombo político, policial y nacional– son que el Presidente también se encuentra lesionado y le pifió con el resultado.
Nos pauperizamos hasta en los policiales. Y eso que hay colegas que creyeron que con el nuevo Gobierno volvían el glam y la frivolidad. Esperábamos escándalos de mayor nivel y terminamos pendientes de una fuga de tipos que se entregaron a cambio de un vaso de agua. Festejos desmedidos porque aparecieron tres, festejos desmedidos porque era uno sólo, pero al menos era algo, chistes de los kirchneristas a los que se les fugaron 2.500 presos en unos años y nunca se calentaron en buscarlos y consejos de Aníbal Fernández, que vendría a ser algo así como su tocayo Ibarra recomendando medidas de seguridad ignífuga para el próximo show de Callejeros.
Un día como hoy del verano pasado, me reincorporaba a la redacción de Perfil.com luego de una licencia por un pico de estrés. Sí, soy un genio para elegir los días de retorno. Con 62 grados de térmica y sin aire acondicionado, me encontraba de guardia con Hernán Soto de redactor. El juego consistía en qué nota podíamos rasquetear para renovar el portal ya que no pasaba nada. Teníamos lo del quilombo del Charlie Hebdo, pero no mucho más. Salí de trabajar y ni bien llegaba a casa empezó a correr por Twitter el rumor de que en el departamento de Nisman en Puerto Madero había ocurrido un incidente grave. Nadie chequeaba nada, las versiones iban de un asesinato a un escrache. Ante la posibilidad de que estuvieran a punto de tirar que Nisman había sido abducido por extraterrestres, me fui a Madero. Si todos los que hoy dicen que estuvieron hubieran pisado ese lugar de entrada, no entrábamos. Entiéndase: estábamos Gabriel Bracesco, Federico Aikawa y Mario Masaccesi de TN, Rodis Recalt de Noticias, y quien escribe estas líneas.
Lo que pasó aquella noche se puede encontrar en este texto que escribí luego de pasar 72 horas sin dormir –lo cual no ayudó mucho a recuperar mi salud– por cubrir la mayor tormenta institucional que me tocara vivir. De pronto yo, que en mi vida había trabajado de cronista ni hecho notas policiales, me pasé un mes metido en un bolonqui de otro planeta y caminando por Tribunales más que cuando laburaba allí hace ya una década. Con la proximidad de la fecha de entrega de mi libro, aflojé, pero nunca me corrí del tema.
Todo lo sucedido en el último año con el caso Nisman causaría gracia si no fuera porque en el medio hay un muerto y sus deudos. La joda que vivimos en Madero, con el desfile de peritos, servicios, prefectos, policías, Berni, y la fiscal Mamá Cora chancleteando sobre los charcos de sangre, ya había sido escrito, pero no es lo mismo leerlo que verlo. Cuando apareció el video, los que todavía tenían sus dudas sobre Fein, las perdieron del todo. Los que la bancaban continuaron en lo suyo, total, lo que acá importaba no era la verdad, sino demostrar que Cristina no tenía nada que ver. Personas que en su vida habían leído ni un manual de educación cívica de pronto eran conocedores de Derecho Privado Internacional, energía, terrorismo y procesal penal. Gente que enarboló las banderas del #NiUnaMenos y del matrimonio igualitario, atravesaron los primeros meses de la no investigación entre las acusaciones al fiscal por fiestero y putañero, y las que decían que en realidad fue un crímen pasional de un amor homosexual.
Como vieron que la pasión moralista propia de sus mentes pacatas y conservadoras no prendía, el Gobierno de entonces decidió dejar de usar a sus servicios de inteligencia para filtrar información podrida a periodistas adictos y decidió pudrirla del todo. Así fue cómo se corrió el eje hacia los negociados de Nisman, como si un tipo que cobraba 120 mil pesos por mes no pudiera vivir en Puerto Madero. Incluso recuerdo el caso de uno que, con el cadáver aún tibio, tiró la información de que Nisman no era dueño del auto que manejaba, sino que estaba a nombre de un tercero. Salvo que buscara probar que lo mataron por no contar con la cédula azul, es información inconducente y al pedo.
Que la madre tenía una cuenta en los Estados Unidos junto con Nisman y Lagomarsino, y que el desaparecido financista Damián Stefanini había hecho un giro una vez, son cosas que salieron en todos lados. La Justicia, fiel reflejo de lo que podíamos esperar de ella, avanzó más rápido en la investigación al muerto por lavado de dinero que en la pesquisa para determinar de qué murió. Porque acá tenemos el orden de prioridades un poco alterado ¿Vio?
Lo cierto es que la información de la cuenta había sido entregada a la Justicia Federal por la propia familia de Nisman y los datos de supuesto lavado salieron de la misma Oficina Antilavado que nunca se enteró de la existencia de Lázaro Báez y que cree que los hoteles de Cristina aparecen porque en la Patagonia crecen por germinación natural. Porque en Estados Unidos, lugar donde supuestamente estaban las pruebas del lavado, jamás le respondieron al juez Canicoba Corral lo que la Oficina Antilavado había dicho.
La fiscal Fein y su espantoso vestuario continuaron con la sana costumbre de descartar cualquier prueba que llevara a la teoría del homicidio. La pericia particular para determinar si había restos de fulminante en las manos del fiscal que determinaran que el disparó la pistola, dio negativo. La misma pericia encargada por Fein a un organismo oficial dijo lo mismo. Tampoco le gustó. Las pruebas de que el cadáver fue movido varias veces en la propia escena del crimen las vimos todos, pero tampoco era para tanto, ya que la fiscal ya tenía su hipótesis formada.
El desastre que armaron en los servicios de inteligencia Néstor Kirchner y Cristina Fernández De a lo largo de sus doce años, seis meses y quince días de gobierno, es coherente con el resto de su gestión: todo lo que tocaron lo usaron para beneficio propio, o lo hicieron mierda, o –como en la mayoría de los casos– hicieron las dos cosas. Con inteligencia aplica esta última opción.
Estamos hablando de una gestión que creó la Unidad del Sistema Informativo de la Nación Argentina –USINA– donde concentraron todo lo que se decía en cada medio de comunicación, armaban carpetas y se las acercaban a Néstor. El resto de la información la conseguían de los services. Financiada por Jefatura de Gabinete, la USINA siguió en funciones durante el mandato de Cristina. Fue tal la euforia por chusmear todo lo que se hacía en el país que utilizaron la tecnología de la oficina de Observaciones Judiciales de la entonces Secretaría de Inteligencia para marcar hasta los blogs.
Más allá de la Secretaría de Inteligencia, los Kirchner destinaron miles de millones de dólares al financiamiento de organismos de inteligencia dentro de todas y cada una de las fuerzas de seguridad, y las fuerzas armadas. Tan al extremo fueron que nombraron al frente del Ejército a un tipo que hizo toda su carrera en Inteligencia, y al frente de la Policía Federal pusieron a un tipo que no es policía, sino que pertenece al escalafón de comunicaciones. Y a la luz de los resultados en la lucha contra el narcotráfico, está claro que sólo lo hicieron para saber qué decimos y cuándo lo decimos. Cada vez que en 678, algún onanista del intelectualismo se preguntaba «desde dónde decíamos» cada una de nuestras críticas, en la Rosada podían saciar la duda con numeración catastral, piso y departamento. La guita de las cometas se las ahorraron y empezaron a apretar con carpetazos.
Enojada con el mundo y con la vida, Cristina volteó al monstruo que creó al desarmar la Secretaría de Inteligencia y crear la Agencia Federal de Investigaciones, donde puso a Oscar Parrilli, que sabía más sobre servirle el café a la entonces presidente que sobre cómo funciona un aparato de inteligencia. La movida se completó con el ingreso de camporistas a la flamante AFI y con el traspaso de las escuchas telefónicas a la Procuración de Gils Carbó. Todo como para dejarnos bien tranquilos, ya que con Milani sólo no alcanzaba. Como broche de oro, la oficina de atención a la víctima de Gils Carbó –que debería brindar atención, también, a los que reciben amenazas– estaba controlada por Justicia Legítima, mientras que la Dirección de Protección de Testigos dependía de La Cámpora. O sea: controlaban la inteligencia, las fuerzas de seguridad, las fuerzas armadas, la protección de víctimas y la de testigos. Que alguien denunciase al Gobierrno y no le pasara nada era sólo cuestión de suerte o falta de oportunidad.
La pelea que no salió en ningún lado se dio entre la Corte Suprema de Justicia –de la que dependen los Juzgados– y la Procuración General de la Nación, que comanda las fiscalías. Por una ley que data del año 2000, cuando un hecho no tiene imputados –o sea, «N.N.»–, la causa es instruída directamente por la fiscalía en turno. La muerte de Nisman hace rato largo que dejó de ser N.N.: desde el mismo instante en que Diego Lagomarsino fue imputado por encubrimiento. Sí, no fue imputado de homicidio, pero la causa ya tenía un acusado y fue girada al juzgado de Fabiana Palmaghini. La jueza rechazó instruir. La familia de Nisman apeló, el fiscal general Ricardo Sáenz, también. La cámara le dio la razón a la jueza y todo volvió a manos de la fiscal que permitió que se armara una murga en una escena de crimen.
Esto puede parecer difícil de entender, pero es mucho más sencillo si lo simplificamos: Ricardo Lorenzetti creía que la causa Nisman podía convertirse en una bomba y prefería que le explotara a una fiscal de la Procuración de Gils Carbó y no a una jueza de la Corte de Lorenzetti. La bomba, está claro a esta altura, nunca explotó. Año electoral, otros problemas, y todos mirando para otro lado.
A un año de la denuncia de Nisman contra Luis D’Elía, Andrés Larroque, Héctor Timerman, Alan Bogado y Cristina Fernández de Kirchner, Gustavo Arribas –el nuevo titular de la AFI– resolvió que todos los agentes orgánicos, inorgánicos y funcionarios de la Agencia que hayan tenido que ver o sepan algo de la investigación sobre la muerte del Fiscal, queden relevados de la obligación de guardar secreto. Eso los lleva a la Justicia a declarar bajo juramento, si es que la Justicia los cita, claro.
A doce meses de la muerte de Nisman, el kirchnerismo residual pide que hablemos de lo que realmente importa, que es «inflación, recesión, censura y represión». Si bien parece que extrañan tanto a Cristina que quieren volver a hablar de lo que vivimos el último lustro del mejor gobierno de la historia de la galaxia y alrededores, lo dicen sobre la situación actual. Y lo que es peor: lo dicen en serio. Al menos son coherentes, como cuando criticaron a todos los que marcharon el 18 de febrero. Cómo olvidar a Alex Freyre tuiteando que la lluvia era «Néstor que hace pis». En este aniversario lo tenemos a Luis D’Elía, que en su cuenta personal se ríe de que la DAIA homenajee a Nisman. Porque a Luis, el único nazi que si lo sueltan en Berlín en 1940 dura 3 segundos antes de que lo manden a picar piedra, le gusta seguir con su costumbre de reírse de la colectividad judía.
Porque, una vez más, está claro que la imagen lo es todo y que nadie puede tocar a mamá. Que si un tipo aparece con un corchazo en la cabeza horas antes de presentar sus pruebas ante el Congreso de la Nación, es porque estaba harto de llevar adelante su horrible vida de lujos y minas. Que si una persona denuncia a la Presidente y aparece muerto, no importa, porque en realidad tenía cuentas en el exterior, como la Presidente y todo su gabinete. Que si un fiscal federal de la Nación afirma que la Presidente de la República negoció encubrir la muerte de 85 conciudadanos muertos en un atentado internacional a cambio de un negocio, seguramente no pudo soportar la presión de su mentira y se rajó un tiro, cuando era mucho más fácil esperar a ver si la causa caía en un juez amigo, como finalmente pasó.
Y por último, que la vida de algunos vale más que la de otros. O peor: que la impunidad de unos vale más que la vida de muchísimos otros.
Lunes 18 de enero de 2016. Hace un año vivía la noche más larga. Pasó un año. No pasó nada.