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Aborto para unos, banderitas para otros

Que cierren las piernas. Como si no existieran los accidentes, no se rompieran preservativos ni fallaran las pastillas. Que cierren las piernas, como si el o la que lo dice nunca hubiera estado una semana con las gónadas atravesadas en la garganta a la espera de que sólo sea un retraso por estrés. Que cierren las piernas, como si los hombres que depositan su esperma no estuvieran tan implicados en el resultado. Que cierren las piernas, no vaya a ser cosa que descubramos que hay personas que todavía tienen sexo, y disfrutan de tenerlo tanto como disfrutan de vivir una vida distinta, en la que todavía no se sienten con ganas de ser madres. O padres. Y no, no es un error de propiedades biológicas: el aborto es un interés compartido, aunque varios se hagan los boludos.

Que cierren las piernas, porque si quedaron embarazadas es por putas. Porque si cogen son putas. Que cierren las piernas y, si les toca igual, hagan como María, que nunca las abrió, quedó embarazada igual y aceptó su destino. Que hagan de cuenta que el test de embarazo es, en realidad, el Arcángel Gabriel. Que cierren las piernas porque el aborto es un pecado, como lo dice la Iglesia ancestralmente desde… 1869. Que cierren las piernas para no ofender a Dios, a pesar de que la doctrina de los considerados Padres de la Iglesia sostiene que no pasa nada con un aborto temprano, dado que Dios otorgaría un alma sólo cuando encontrase una materia preparada, según el mismísmo Santo Tomás de Aquino, el mismo autor de la Suma Teológica que también dijo que, hasta que esa materia esté preparada –o casualidad, entre los 40 y 90 días de gestación–, la vida que se desarrolla dentro del seno materno no es muy distinta a la de un vegetal. Paradojas de la vida: los conservadores se amparan en una reforma eclesiástica de un siglo y medio en una institución que durante nueve siglos no tuvo esa misma posición.

Podríamos hablar de miles de argumentos y refutarlos uno por uno. Podríamos decir que si un embrión es un ser humano y un aborto es un homicidio, todas las mujeres que sufrieron abortos espontáneos deberían ser procesadas por homicidio culposo hasta que se demuestre su inocencia.

Podríamos preguntarnos qué tiene en la cabeza una persona que supone que alguien quiere abortar por deporte, porque le pintó, porque no tenía nada mejor para hacer. Podríamos preguntarnos por qué alguien supone que todas las que abortan quieren hacerlo, y no que tienen que hacerlo.

Podría preguntar cuántos de los que dicen “que los tengan y los den en adopción” acompañaría a una madre que no quiere serlo en esos nueve meses para llevarse luego el bebé. Podría decir, también, que no me sorprende en ningún aspecto que esas mismas personas que hablan de adopción también se nieguen a que matrimonios homosexuales puedan adoptar.

Podríamos preguntarnos por qué utilizamos el argumento “les damos pastillas, les damos preservativos y les damos la píldora del día después, que se jodan si no se cuidaron”, cuando las pastilla del día después generó un debate igual de furibundo hace menos de dos décadas. Por abortiva, obviamente.

Podríamos, también, agarrar a todos y cada uno de los que dicen “se hubieran cuidado antes” y remarcarles que los planteos contrafácticos son de imposible aplicación, salvo que tengan una máquina del tiempo. De paso, podríamos anotar a todos los “hubieran” en un listado para dejarlos afuera de cualquier tipo de cobertura de salud ante diabetes no congénita, cáncer de fumador, obesidad o un tratamiento de conducto. Y qué querés que te diga: hubieras comido menos caramelos, hermano. Por otro lado, entiendo la falta de educación y podríamos debatir la prevención una vez legalizado, así no seguimos metidos en el quilombo.

Podríamos hablar de esas señoras conservadoras y antiabortistas que han pagado los abortos de la nena para no arruinarle el futuro. Podríamos hablar de esos señores conservas que no tienen drama en pagar una cancelación de embarazo a la amante. Podríamos hablar de tantas cosas….

Podríamos preguntarnos por qué piden defender una vida potencial a excepción del caso de una violación, como si el feto-ser humano en potencia tuviera algo que ver en las circunstancias de su padre biológico. Antes pensaba en estos casos como una contradicción del antiabortista que negaba el derecho de una mujer a disponer de su propio cuerpo salvo el caso de haber sido violada. Los entiendo porque yo también estuve en esa posición por años, hasta que me pregunté si no estaba considerando la excepción por una cuestión más lindante con el deseo de impedir la procreación de un delincuente. No me gustó sentir esa sensación de pensar que hay vidas inocentes y otras no tanto por portación genética.

Podríamos, eso sí –denserio– plantear el debate del aborto desde lo monetarista, dado que la salud, en la Argentina, es (debería ser) de alcance universal. O sea: cuánto nos costaría un sistema de salud que incluya el aborto legal en hospitales públicos, cuánto se incrementaría la cuota de una prepaga, etcétera. Quizá, en ese debate se dimensione que un aborto con pastillas legales cuesta un par de miles de pesos, que un aborto con intervención es mucho, muchísimo más económico que un parto. Y que la manutención de un infante proveniente de una madre sin recursos que fue obligada a hacer lo que no deseaba, también nos cuesta un buen dinero. O podríamos hablar de lo más grave: el enorme costo de dinero que se va en atender a quienes fueron sometidas a un aborto clandestino en condiciones paupérrimas, en lugares de mierda y atendidas por sujetos más cercanos a la carnicería que a la medicina.

Al igual que cuando hace ocho años decíamos que la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo no implicaba la obligación de mantener relaciones con personas del mismo sexo para quien no lo deseara, pareciera necesario aclarar que legalizar el aborto no obliga a nadie a abortar, ni vendrán las fuerzas del orden de Herodes a asesinar primogénitos casa por casa. Es lo bello de la libertad: ¿Querés tener una prole de 19 unidades? Adelante. Y hacete cargo libremente, sin obligarme a hacer lo mismo.

Entiendo los dogmas religiosos, y los respeto porque me gusta que respeten los míos. Pero en ese contrato social que suscribimos al aceptar vivir en una sociedad organizada en este territorio, sabemos que nuestras creencias religiosas no pueden decidir los destinos del resto de nuestros compatriotas. Hasta finales del siglo XIX, el único registro de que una persona pasó por la vida lo tenía la Iglesia, siempre y cuando fuera bautizado. Cambiar esa situación llevó a una ruptura de relaciones con el Vaticano y una merma en la popularidad del entonces presidente por parte de una gran porción de la ciudadanía. Pero a veces hay cosas que se tienen que decidir sin tener en cuenta el termómetro social. Se hizo y hoy no nos imaginamos tener que realizar un trámite con un certificado de bautismo.

En cuanto a materia educativa, el tema va más allá de enseñar educación sexual. Hasta hace no mucho, creía que los chicos de clase media para arriba venían mejor preparados en materia de educación sexual hasta que me encontré con que cuidarse a la hora del sexo es algo relativo, al menos en comparación a lo que fue para los de mi generación. Nosotros, que crecimos con un pánico atroz a contagiarnos de HIV y morirnos en un año o dos, tuvimos una educación preventiva sin igual. El Estado inundaba cualquier dependencia con información para prevenir el contagio del virus, las propagandas del propio Estado y de las fundaciones nos quemaban la cabeza a tal punto que nadie se atrevía a hacerlo sin un preservativo y todos llevábamos uno en la billetera. Al pedo, obvio, pero estaba ahí, como una manguera contra incendios que sí deseábamos usar cuanto antes. Que el HIV dejara de ser mortal y se convirtiera en una enfermedad crónica cambió las cosas y no lo queremos aceptar. No la vimos venir. Las campañas se relajaron y, fundamentalmente, se relajaron los padres. Estimados: es imposible dimensionar lo que me han quemado la cabeza mis padres pidiéndome que use forro hasta cuando avisaba que iba al videoclub.

La educación sexual se relajó, pero ese tampoco es el punto. A la hora de hablar de aborto también tenemos que tener en cuenta que un tercio de la población vive bajo la línea de la pobreza. Más grave: que uno de cada dos niños vive en situación de pobreza. Cosas de la vida conserva en Argentina: sólo tres lustros de vida de un muñeco separan que sea receptor de un “que cierren las piernas” hacia su madre hasta el indefectible “hay que matarlos a todos” para él. O que nos negamos a hablar de planificación familiar y al mismo tiempo no queremos pagar más impuestos para paliar la pobreza infantil. Aborto no, eugenesia sí.

El debate será largo pero no inicia esta semana. El debate comenzó hace décadas y no tiene punto medio: es A o B, despenalización o no. Y será interesante ver cómo hacemos para sobrevivir a las agresiones recibidas, y cómo resistimos la tentación de una tercera posición que no existe, ya que nadie puede estar medio embarazada. O un tercio. Y no se puede practicar medio aborto. O un quinto.

No hace falta a esta altura del texto que aclare mi postura frente al aborto. Y no, no siempre fue la misma. Con el tiempo fui cambiando. Sólo espero que sea un punto de inflexión y de inicio, y no uno de llegada. Espero que no suceda como con el matrimonio igualitario que, una vez conseguida tamaña bandera, todos se relajaron y todavía estamos esperando una ley de adopciones como la gente. Literalmente como la gente: una ley de adopciones que trate a los niños como seres humanos. Y digo que no nos relajemos en caso de que se apruebe ya que tras el aborto debería venir una masiva campaña de educación en todos los sectores para tatuarles en la cabeza los métodos de prevención, y también para quitarles la culpa, enseñarles que si deciden postergar la maternidad/paternidad, lo único que están matando es un futuro de frustración por no haber hecho las cosas que soñaban.

Por lo pronto, no cierren las piernas. Tomen pastillas, usen preservativo. Abran las piernas, o pónganse de espaldas, patita al hombro, arriba, abajo, de coté, o lo que quieran, con el amor de tu vida, con un chongo esporádico, un amante, o dos, o tres.

Y no nos matemos. Después de todo, sólo es una opinión.

Vernerdì. Si mi madre me hubiera abortado, no me habría enterado.

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(Sí, se leen y se contestan since 2008)

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