Al Margen

La visión industrial del modelo de familia en el que el hombre trabajaba fuera del hogar durante jornadas exhaustivas y casi no veía a sus hijos despiertos, mientras que la mujer era un ama de casa dedicada, con un lazo preferencial hacia sus hijos, producto del vínculo lógico generado por lo cotidiano, ha cambiado con el paso del tiempo. Luego de varias décadas de sistema de industrias alejadas del domicilio, la figura del padre que, con suerte, llegaba para la hora de la cena abarcó a todos los niveles sociales. La obtensión de derechos laborales como jornadas horarias fijas, feriados y vacaciones pagas, fueron todo un avance para el recupero de la familia, aunque llegaron tarde: ya se había creado un nuevo rasgo cultural. La nueva clase media, profesionales hijos de obreros, tuvo por natural la imagen del hombre agotado que no tenía tiempo -ni ganas- de inmiscuirse demasiado en el devenir del crecimiento de sus hijos, aunque hacía todo lo posible para estar al tanto de cómo iban en el colegio. 
Las cosas empezaron a cambiar hace ya mucho tiempo, también, desde que la mujer fue tomando cada vez más independencia civil, pudiendo celebrar sus propios contratos de trabajo sin pedir permiso a nadie. La corriente reivindicativa del rol social de la mujer fue una bandera de igualdad de oportunidades que modificó para siempre la convivencia familiar. La mujer dejó de ser un ama de casa sólo por obligación. Sin embargo, propio de una modalidad cultural que cuesta modificar, sus quehaceres domésticos no habían desaparecido. De este modo, además de trabajadora, la mujer debía ser esposa devota, madre ejemplar y ama de casa perfecta. 
El divorcio, más allá de quienes tuvieron la suerte de poder llevarlo a cabo en el breve período que duró en los años cincuenta, no modificaría demasiado esta situación: los padres ausentes, cumplirían su sueño de desaparecer del mundo y los padres que hacían lo que podían con el poco tiempo que pasaban con sus hijos, seguían igual. 
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, del mismo modo que la mujer cambió sus hábitos y su rol en la sociedad, el hombre también cambió. La evolución natural de las personas sin trastornos patológicos evidentes, nos dice que todo hombre ama a su padre, pero pretende ser mejor aún con su propio hijo. Quienes tuvieron padres de ausencia física, pero de figura fuerte, es algo lógico que querrán estar más presentes en la crianza de sus propios hijos, y lo podemos notar si hacemos una comparación en los vínculos padre-hijo de hoy, y los de hace no más de tres décadas. Hace no más de veinte años, el hombre ni siquiera participaba del parto de su propio hijo. Hoy tampoco, pero al menos nos hacen creer que servimos para algo por el sólo hecho de recibir las puteadas de la adolorida parturienta. Y como este, hay cientos de ejemplos de como el padre ha ido incrementando su participación en la crianza del hijo: reuniones de padres, actos escolares, períodos de adaptación, cada vez es más común ver a un hombre de traje con una mancha de reflujo de leche en la solapa. La sociedad cambió: la mujer trabaja a la par del hombre para el mantenimiento de la casa y el hombre trabaja a la par de la mujer para la crianza de los hijos. 
[No se si a esta altura es necesario que aclare que estoy hablando en términos generales, dado que intuyo -de hecho, doy por sentado- que van a salir a refutar todos y cada uno de mis dichos desde posturas individuales de vivencias propias, ajenas, de conocidos o de lo que fuera. Repito: hablo de generalidades.]
Sin embargo, cuando las cosas no funcionan y la pareja -moderna o tradicional- se disuelve, no siempre los adultos reaccionan de la mejor manera posible, por llamarlo de un modo generoso. Padres que se borran, vuelven a la soltería como si nunca hubieran estado casados -ni tenido hijos- y se «olvidan» que sus hijos no son árboles que se desarrollan mediante fotosíntesis y que es su deber cumplir con la parte que le toca de la manutención de sus hijos. 
Pero siempre hay un pero, más cuando quienes deberían velar por los intereses de las minorías, generalizan y hablan de la mayoría, con beneficio de inventario y sin derecho a réplica. En estos días es noticia que el gobierno de la provincia de Mendoza publicará una vez al mes el listado de los deudores alimentarios en los diarios de mayor tirada, además de contar con un registro disponible online. En igual sintonía, la provincia de Córdoba también se suma a la movida, aunque sin llegar al escrache público. De este modo, ambas provincias siguen los pasos de la Ciudad de Buenos Aires, que desde hace doce años cuenta con un registro de deudores alimentarios morosos -el DAM- del cual es obligación obtener un libre deuda para poder ser contratado por el Gobierno de Ciudad. 
Recuerdo que en su momento, la medida del DAM aplicada pro el gobierno porteño, despertó la algarabía de la progresía porteña y una polémica casi acallada de algunos pocos: si la deuda alimentaria es por falta de dinero ¿Qué clase de lógica tiene que nieguen un empleo con el cual podría pagarla?
Si bien la postura mendocina podría ser sometida a debate -entre quienes creen que el escrache público es un poco abusivo y los que creen que la única forma de conseguir el pago de un sinvergüenza es hacerlo pasar vegüenza- la pregunta ilógica, irreverente y, posiblemente, garca sería la siguiente: ¿Qué pasaría si se escrachara del mismo modo a las personas que impiden el contacto de un padre con sus hijos, a quienes obstruyen el vínculo natural, lógico y necesario entre un menor y uno de sus progenitores?
Hice esta misma pregunta a diez personas distintas y las respuestas se dividieron en dos, entre quienes les parecía provocativamente correcto, y quienes afirmaron que me colgarían de las tarlipes acusándome de misógino, femicida y genéricamente violento. Sólo uno se acordó de que no es una cuestión misógina, dado que hay mujeres que no cumplen con la cuota alimentaria y hombres que impiden el contacto madre-hijos. Que son los menos, es un hecho, pero pasa.
Curiosamente, al abordar ambas temáticas -alimentos, contacto- se efectúa una simplificación errónea sobre la víctima del incumplimiento. Cuando un progenitor no cumple con su cuota alimentaria, el damnificado no es el otro progenitor, sino el hijo. Del mismo modo, cuando uno de los padres impide al otro el contacto con los hijos, la víctima no es el otro progenitor, sino que son los hijos. 
Mientras la sociedad avanza hacia una cuestión monetaria de cuantificación de la responsabilidad paterna/materna, estamos a años luz de asimilar que la obstrucción del vínculo, el impedimento de contacto, la inculcación maliciosa de que el otro progenitor es abandónico, mal tipo, desamorado, fan de Justin Bieber o adicto al programa de Fantino, son formas de abuso y maltrato infantil. Y hablo de la sociedad en su conjunto porque cualquiera que haya estado en esta situación, sabe bien que basta con comentar en público que tiene problemas para ver al menor, para que el eventual interlocutor pregunte si se está cumpliendo con la cuota alimentaria, como si fuera algo natural, asimilado y justo.
Así como la inmensa mayoría de las denunciantes de deudas alimentarias son mujeres, un abismal porcentaje de los denunciantes de obstrucción al vínculo son hombres. Y en este caso, no entra la protección progre de la discriminación de género que sí aplican con la mujer. ¿Cuáles son los instrumentos de los que dispone el hombre para poder ver a sus hijos, más allá de una justicia colapsada y lenta? A nivel laboral, profesional, social, cuatro o cinco años de nuestras vidas, no es una medida de tiempo difícil de dimensionar. Es el período que hay entre dos mundiale
s de fútbol, no más. Pero para un chico en etapa de crecimiento, en el que tres meses de vacaciones escolares es un tiempazo inagotable, cuatro o cinco años de litigio judicial es un tiempo que nunca podrá recuperar. ¿Quién le devuelve a un padre los momentos no vividos con sus hijos? Y, fundamentalmente: ¿Quién le devuelve a los chicos los momentos no compartidos con su padres? 
No me caben las distinciones y privilegios de género. El hombre que no le pasa plata a la mujer por la manutención del hijo, no es un machista, sino que es un hijo de puta irresponsable. Del mismo modo, yo no creo que la mujer sea una feminista recalcitrante por no dejar que el padre vea a sus hijos, sino que considero que es una alienada que castiga a sus hijos por su fracaso matrimonial. 
En mis años de vida, he visto actitudes más inhumanas que infantiles, más pelotudas que motivadas por la bronca. He visto a padres denunciados por abusos sexuales que no fueron, madres que piden autorización para sacar al menor del país y nunca volvieron, padres con yate y mucama que no pagan alimentos, hombres que rehicieron su vida del todo sin contar a sus hijos, mujeres que le enseñan a sus hijos que fueron abandonados por su padre -al que ven de pedo cuando la madre no pudo evitarlo- y les inculcan su apellido de solteras, señores que niegan a sus hijos para poder voltearse señoritas, señores que se borran de la vida de sus hijos, señoras que le impiden a su ex cuidar de sus hijos y se los dejan a una amiga para salir de joda, y un infinito etcétera del que no se habla, por pudor, por temor o por una estúpida corrección política que nos dice que los únicos privilegiados son los niños, aunque no les demos ni cinco de pelota a sus necesidades básicas de comer, vestirse, habitar una vivienda y tener un lazo fluido y sano con sus progenitores vivos.
Pero nuestros delirantes legisladores, y sus lobbistas de la revolución aburrida, han llevado al paroxismo las diferencias de género que ellos mismos dicen combatir. Con todos los avances que ha tenido la sociedad gracias a la evolución cronológica del ser humano, y no a las virtudes del progresismo, que los progres vengan a plantear el discurso de protección al sexo femenino como bandera en pleno siglo XXI, es un retroceso al período de la revolución industrial. Se quedaron sin excusas: la mujer vota, trabaja, ocupa cargos. Pretender explicar que a la mujer todo le cuesta el doble porque es mujer, es algo que puedo entender de una mente retrógrada y misógina, pero jamás podré aceptarlo de boca de una mujer. Por dar un ejemplo: que todos los lacayos de Cristina le deseen fuerza, como si de un mantra se tratara, habla más del machismo imperante entre ellos que de nuestro lado. Nosotros no le tenemos compasión porque es una pobre viudita que perdió al macho alfa de la tribu. Nosotros le exigimos que cumpla con lo que tiene que cumplir sin rompernos las pelotas, porque no somos machistas, porque crecimos en un mundo en el que nuestras madres, esposas y hermanas trabajaron, trabajan y trabajarán a la par nuestra y sin quejarse, siquiera, del dolor de ovarios en el período menstrual. 
Martes. Si me vas a putear, ahorrate el desgaste del teclado, que ni me importa. Si vas a debatir con fundamentos, me prendo. Si te sentiste identificado con alguna parte del texto y también sentís que vos sos un daño colateral y que los únicos damnificados son los chicos, te abrazo. Yo soy uno de los tuyos. 

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