Con el diario de hoy

Con el diario de hoy

Un análisis electoral en el momento de conocerse los resultados, es tirar un vaso de agua al mar de la información. Es un instante de saturación en el que nadie quiere que le expliquen lo que acaba de pasar. Los que perdieron, mientras comienzan a masticar un duelo que llevará tiempo digerir, lo último que buscan es que le cuenten por qué se murió algo que agonizaba. Los que ganaron, no les importa otra cosa que ver la repetición de los goles una y otra vez. Y los que votaron porque no les quedaba otra, no estarán conformes con quienes ganaron, les gusta que hayan perdido los que perdieron, pero se ponen a ver un documental.

Por eso es que no hay que hacer análisis en caliente, por más que se estile ese tipo de notas con firmas que pesan por su propio nombre. Primero: nadie las lee. Segundo, mejor que no se lean, sobre todo si somos los mismos que leímos las mismas firmas un día antes. Y es que, si alguien ganó el primer puesto al pifie más grande de estas elecciones, ese podio se lo llevó en soledad el periodismo en general, de forma transversal y sin discriminar entre afinidades políticas. Para pasar en limpio: los que más se equivocaron fueron los periodistas.

Así, los textos, los editoriales inmediatos en las radios y en las teles donde hay que rellenar toneladas de aire con nada de información, se convierten en una emisión especial de “Yo te voy a contar qué votaste”, sin poder explicar ni aventurar un sólo pronóstico sobre qué pasará. ¿Lo hacen igual? Sí, claro, si total nadie lo recordará cinco minutos después. Pero la base del análisis poselectoral es nutrirse de números para contarle al que busca información qué votó cuando votó, como si el radioescucha, lector o televidente fuera tan idiota como el emisor.

En 2023 también hubo un pifie soberbio y generalizado, solo que quedó muy tapado porque todavía entonces se estilaba mostrar encuestas a cada segundo. Luego, con el resultado puesto, no faltó la nota titulada “Las encuestadoras se equivocaron”, y hasta alguno que otro se animaba a elaborar un ranking con quién le pifió más. En este 2025 no hizo falta porque ni tiempo hubo: el resultado de las elecciones provinciales del 7 de septiembre dejó con las ideas perdidas a los analistas sesudos que sólo hablan de política.

Así como alguna vez, desde aquí, procuramos compartir la idea de que las encuestadoras sirven, que son vitales durante todo momento a excepción de ese en el que deben proyectar cómo se comportará electoralemente gente que decide su voto sobre la marcha, con las consultoras corridas del centro del ojo del huracán, me siento casi en la obligación de explicar con conocimiento de causa cómo es que hubo tanto pifie desde mi gremio.

Para comenzar, hablamos de un universo en expansión insoportable y con dos corrientes primarias separadas por una brecha de tiempo bastante leve. La primera se origina con la soledad total en la cumbre del rating de Bernardo Neustadt, quien se hizo millonario en una época en la que la tele pagaba fortunas y los programas de política escaseaban. El hombre salía al aire una vez por semana, no más. Y como todos tendemos a recordar lo que queremos, Bernardo quedó en la memoria popular por ser el chupamedias más grande que haya tenido Carlos Menem a lo largo de su mandato y desde un inicio tempranísimo. Tenía algo de competencia en un dúo mucho más joven compuesto por Daniel Hadad y Marcelo Longobardi, mientras que en la segunda mitad comenzó el desacartonamiento ácido y en América inició el ciclo de un grupo de periodistas comandado por Jorge Lanata. Algo se generó en la nebulosa de la memoria y quedó todo mezclado: hacer plata, ser chupamedias y hablar con lenguaje popular.

El segundo gran punto de quiebre ocurrió en la segunda década del siglo XXI, cuando la pelea entre el kirchnerismo y el periodismo se convirtió en un tiroteo de dinero. Se dibujó un mapa social y de un lado se puso a un grupo de medios que, supuestamente, se movían en tándem para voltear al gobierno. Se los denominó “Corporación de Medios Hegemónicos” y se los resumió en “La Corpo”. Fue cuestión de semanas y de falta de comprensión de textos para que “La Corpo” solamente fuera sinónimo de Clarín. Con una inyección brutal de dinero, se crearon infinidades de nuevos medios inviables y se enriqueció a los ya existentes alineados al ideario kirchnerista. La Corpo contestó con la incrementación de su planta periodística.

Periodistas que antes no hubieran trascendido del puesto laboral que buscaron y que les satisfacía, de pronto comenzaron a habitar ciertas zonas antes reservadas para artistas y deportistas: el reconocimiento público. Tomar un café y que te saluden, el infaltable regalo del Día del Periodista, estar en la cola del supermercado y que te reconozcan, son todas cosas bonitas, que realzan la autoestima de los que no lo esperaban y alimenta el ego de los que solo querían figurar lo más alto posible.

Si el panelismo fue el formato mediático más defenestrado por los grandes periodistas, todo cambió con la llegada de una nueva era: la de la opinión colectiva. Así, mientras todos recordamos cómo funcionaba 678, el ciclo Intratables logró crear un formato inexistente, una suerte de Celebrity Deathmatch en la que todos éramos testigos de cómo se puteaban periodistas entre sí. El panelismo pasó a ser la nueva realidad en una suerte de imitación de un producto que le funcionó al principal detractor del panelismo: Jorge Lanata, en su Día D y, años más tarde, en Periodismo para Todos montó una coreografía de periodistas pero que giraba en torno a una teatralización de algo antes reservado para los que habitaban las redacciones. Así, el especializado en investigación judicial, pasaba a hablar de su último hallazgo, la especialista en corrupción tenía micrófono para explicar inconsistencias entre una declaración jurada y la mansión que veíamos en un paño mientras hablaba, y demás ejemplos de una reunión de redacción.

En otra tierra y sin comprender mucho el concepto de teatralización de una redacción, el panelismo se disfrazó de redacción berreta y Alejandro Fantino escuchaba la explicación del especialista en cuestiones judiciales, Mariano Cúneo Libarona. ¿Se entiende la diferencia?

Ese modelo de programación colapsó. Santiago del Moro quiso desestresarse y pasar a conducir elencos corales con menos vedetismo y aceptó ir a Gran Hermano. Alejandro Fantino optó por otros formatos en los que pueda decir lo que quiera, cuando quiera sin tener que rendirle cuentas a la gerencia del canal y Jorge Lanata nos abandonó y dejó el punto de comparación vacante y sin nadie con la talla ética como para ocuparlo. Ni las ganas de alcanzarla, claro.

Con esto en mente, volvamos a esta semana. Los que instalaron el pánico de cómo deberíamos afrontar el mundo después del apocalipsis fueron determinados periodistas que, el mismo día de las elecciones y sin ruborizarse, comenzaron a hablar de una paliza sorprendente y a explicar cosas como si fueran obviedades tan obvias que prefirieron no mencionarlas en los días previos para no hablar de obviedades. El resto hicimos lo que pudimos. Yo hice lo que me salió, me coloqué el trajecito de obrero de la info, transmití lo que me llegaba luego de filtrarlo y no más. En un día de hechos nuevos, lo único que hace falta es darlos a conocer. Tenemos el resto del año para analizar cualquier otra cosa.

Fíjense este caso en particular: “El Presidente puede prescindir de cualquier buena forma de comunicación y hacer berrinches cada vez que quiere porque su mejor activo político lo tiene enfrente: lo que el resto ve como una oposición de mierda. Le trabarán todo, más con un cambio legislativo en ciernes, le recordarán que existen instituciones que ni a los propios legisladores le interesan más que cuando les conviene, y así y todo arrasará. Si las caras para la victoria son los mismos rostros de la derrota de 2023, arrasa. Sin aparato, sin historia, sin territorio y con animadores infantiles de candidatos, qué importa.” ¿Saben cuándo y dónde fue dicho? En este sitio, pero no lo hice en un día electoral, sino en noviembre de 2024. Sí, el año pasado. ¿Tengo acaso la bola de cristal? ¿Soy tan mejor que todos que prefiero cultivar el perfil bajo del monotributista al que no saluda ni la madre?

Lo único que tengo en común con el resto es que soy votante, que también debo someterme a la tortura de tener que elegir de qué forma quiero que me caguen y que habito un mundo en el que salgo a la calle, hago las compras en los mismos lugares que los demás, converso con mi prójimo y no me encerré en la endogamia.

Tan solo unos días antes del inicio de las elecciones, todavía había gente no kirchnerista que se preguntaba cómo haría el gobierno para llegar al final del mandato. Y los que no lo preguntaron, lo dieron por sentado luego del rescate de Scott Bessent, que vino “a darle oxígeno al gobierno cuando estaba con el tiempo contado”.

Hay que partir de una base y no lo tiro como un tip: los gobiernos son estáticos. Pueden cambiar las prioridades, pueden modificarse las políticas, pueden cambiar los funcionarios, hasta se puede alterar la ideología prometida, pero lo que estuvo subyacente al principio, seguirá ahí. Tuvimos una facción del periodismo oficialista con tanta fuerza lumbar que la única diferencia entre los que iban a escuchar ópera a Olivos y los que no, es el resentimiento de estos últimos por haberse humillado en vano. Los que lo dieron por terminado, los que se preguntaron si llegaba a no sé dónde, también están en ese grupo. Les decían llorapautas ensobrados hasta hace cuarenta y cinco días. Pronto volverán a llamarse así.

El deseo y la realidad son dos instituciones que anhelamos conjugarlas desde que comenzamos a registrar que nos copa satisfacer deseos. Es tan primitivo el asunto que cualquier mamífero tiene un sistema de recompensas similar y una sensación de frustración idéntica ante la insatisfacción, así hablemos del hombre más inteligente del planeta o del ratón de laboratorio más barato que encontremos. Sin embargo, es simpático cómo nosotros, el pináculo de la evolución cerebral del planeta Tierra, no logramos saber cuándo habla nuestro deseo y cuándo nuestra percepción de la realidad.

Una columna de opinión publicada el mismo día de las elecciones daba cuenta que “desde el regreso de la democracia, nunca un gobernador de la provincia de Buenos Aires ganó una elección seis años después de asumir”, para poder graficar lo apabullante del triunfo de Kicillof y posicionarlo de cara a las presidenciales. No entiendo tamaña inmolación. Pero el deseo y la realidad nuevamente se pelean, ya que el deseo de que él hecho sea único choca con la realidad de que es tan único que tampoco, en la historia democrática reciente, se habían desdoblado las elecciones bonaerenses.

¿Cómo vamos a comparar así? Yo me guardo ahogado en vergüenza, pero por algo no soy tan groso. Y ahí estaba el mismo autor, horas más tarde, con un editorial sobre un triunfo “de magnitud indiscutible” con una serie de aristas a considerar entre las que estaba el infaltable “Macri ganó en 2017”, como para tirar un “y sin embargo”. Y como siempre decimos acá, la mejor forma de no mandarnos cagadas en las predicciones es repetir, como mantra, que la historia nunca se repite. Vamos todos juntos, de nuevo: la historia nunca se repite. Y si se sienten parte de algo totalmente contrario al marxismo, repitan conmigo de nuevo: “la historia se repite es una frase que se desprende de un concepto elaborado por Marx”.

En algún punto del asunto se corrió la vara de lo permisible y la imitación de las formas de gente que parece influenciar fue absorbida por colegas incapaces de tener una opinión propia que no esté teñida de deseos o broncas. Y me incluyo. Sin embargo, cuando estoy frente a un micrófono propiedad de otro, o cuando me tocaba escribir para medios de los que no soy el dueño, procuro y procuré corregir el lenguaje. Por vergüenza, más que nada. Pero ahí estamos, con el “riesgo kuka” totalmente naturalizado. La palabra “Kuka” siempre me pareció berreta y lo digo desde que nació el kirchnerismo y todos escribían con K. Kukarachas, Kuka, Kaka, Kagada, Korrupción, Kretina y demás cosas me resultaron simples y, si bien nunca tuve nada en contra de ellas, no me resultaban cómodas de escribir. Más que nada porque a las pelotudeces dichas por el kirchnerismo fui de los que prefirieron correrlos por izquierda y por derecha desde la contradicción de todo lo que decían. Abusé de las malas palabras, y lo haré de nuevo, pero creo que se entiende el punto.

Ahora estamos autorizadísimos a decir cualquiera, que todo es válido menos interpretar con la realidad en la mano y no con el deseo. Y esto sin siquiera meterme en cuestiones que hacen a la ética del laburo. Antes, las fuentes de información eran sopesadas y nada trascendía si no tenía un double check. Ok, siempre existió la frase que Chiche Gelblung inmortalizó en su etapa de editor –“si chequeamos todo, el diario de mañana no sale”–, pero un poco de pudor no es mucho pedir. Hoy ya no importa, siquiera, el vínculo con las fuentes, qué tan cercanas son. Incluso podemos no notar lo bajo que hemos caído que un ministro con buen trato lo consideramos un gran valor.

La salida de Guillermo Francos del gobierno comenzó a sonar a principios de año por un deseo personal de tener un retiro político tranquilo. En términos argentinos, no es irse a darle de comer a las palomas a una plaza, sino pegar alguna embajada en Europa. Más tarde sonó como fusible para reemplazar por desgaste personal. Es que Francos ofició de bombero mil veces –puede ser que más, aún– cada vez que tuvo que salir a poner paños fríos a una declaración del mismísimo presidente de la Nación. Así, Pancután Francos debió aclarar que, cuando el primer mandatario dijo que los críticos tenían el culo como un mandril, en realidad quiso decir que se habían equivocado en los pronósticos y que al Presidente le gustan los simpáticos simios.

Francos fue un funcionario multitasking que debimos aprovechar mucho más para exigir aún más recortes en la planta del Estado. Si el Jefe de Gabinete sabe comunicar mucho más que el ex columnista que oficia de Vocero, si el Jefe de Gabinete no tiene una familia numerosa adherida a la red Link, ¿para qué sostener al vocero y toda su Pyme familiar si con el Jefe de Gabinete alcanzaba? Bueno, en el Gobierno entendieron la sugerencia al revés y le dieron la Jefatura de Gabinete a Manuel Adorni, el hombre que existe en las buenas, desaparece en las malas y el que, si cumple con su palabra de no haber sido un candidato testimonial, tendrá la Jefatura de Gabinete más corta desde la salida de Nicolás Posse.

Los periodistas estamos tan golpeados que la vara está bajísima. Francos es tenido como un dialoguista sólo porque atiende el teléfono de cualquiera y da notas sin preguntar el medio. Sin embargo, formó parte del esquema psicopático de comunicación oficial al prestarse a cumplir con el rol de policía bueno, sin siquiera jamás pedir disculpas en público por alguna grosería ajena. Nadie se lo pidió ni formaba parte de sus obligaciones, pero a eso me refiero con lo baja que están nuestras pretensiones que lo consideramos un oasis en el organigrama del gobierno. De hecho, lo vamos a extrañar estos días cuando no tengamos a nadie para que diga que el presidente de la Nación no mintió cada vez que dijo que no pensaba realizar cambios en el gabinete hasta diciembre. Una pena.

Así se nos fue, también, una gran fuente de información, pero poco importa ya que nunca se chequeó lo que tiraba el ya exfuncionario. Ahora renuncia el ministro del Interior y resulta que ni siquiera podemos llamar a Francos para preguntarle si es cierto que teníamos un ministro del Interior. Lo que sí tengo para agradecer –y con ganas– es cómo Francos dejó en orsai a medio mundo: los que creían que no renunciaba y los que dijeron que sí, se comieron el mismo garronazo de tener que laburar un viernes a la noche. Porque habrá renunciado el Hombre Pancután, pero no tiene por qué suspenderse la dinámica de no dejarnos relajar ni el fin de semana.

Con escasas excepciones marcadas por unos poquísimos colegas harto conocidos que dedican la totalidad de su vida a investigar, el resto solo nos diferenciamos por la calidad de nuestra agenda de contactos y qué tan buenos relacionistas públicos somos. Se tira una pregunta al voleo, el primero que conteste es «información de primerísima mano». ¿Verdadera? Eso es otra cosa, dijimos que viene de primera mano, no más. Para todo lo demás, existen las redes sociales, de donde surgen temas a comentar, algo para picantear y hasta las ganas de juzgar, incluso, a quienes votan otras opciones porque les resultó insufrible el accionar del gobierno o porque se sintieron manoseados en el armado de listas. Ya se sabe que es de ñoños sentir nostalgia por aquellos tiempos en los que se deseaba que ganara la república, el respeto, el buen gusto, el silencio, la libertad de pensamiento y el antinepotismo. Modas, bah.

Vamos a lo importante: ¿Por qué ganaron? Porque sacaron más votos que los otros. ¿Qué llevó a que se dé vuelta la elección del 7 de septiembre? Que es otro tipo de elección, que no votan extranjeros, que el ausentismo cambió de composición y se redujo y que buena parte de la población diferencia le tiene cariño a la proximidad de la gestión municipal sin importar el partido al que pertenezcan. Podemos sumar mil quinientos imponderables, pero es increíble escuchar que la cercanía a Donald Trump dio vuelta el resultado. Puede afectar al votante hiperinformado y al medianamente informado, pero ¿realmente creen que el 68% del padrón electoral saben quién es el secretario del Tesoro de los Estados Unidos o en qué consiste un swap de monedas? No lo digo por clasismo, lo pregunto en serio. ¿No se les ocurrió preguntar a sus colegas de otras secciones, como para tener una primera aproximación al asunto?

Ante la contundencia de los números, los columnistas de turno tuvieron que descartar el dato que les pasó su fuente favorita y recurrir a lo que les quedaba: dar los números y jugar con el mapita electoral elaborado por la Dirección Nacional Electoral. Fue hermoso y muy nutritivo ver que nos decían qué votamos cuando votamos sin tener un factor más para agregar que el miedo al riesgo kuka, algo que había desaparecido el 7 de septiembre, cuando estuvo bien hablar de “el poder adquisitivo le ganó a la falta de cloacas” –la versión pudorosa del “les gusta cagar en baldes”– y una repetición de que “la gente no la está pasando bien”, con énfasis en “lajente” y en el gerundio. Y en la cara de ojete, claro.

Se puede decir riesgo kuka, se puede decir cagar en baldes, se puede decir cualquier cosa. Pero le pifiaron. Perdón que hable en tercera persona, pero este pelotudo, sin llamar a nadie, sin tener el teléfono de nadie por ermitaño y psiquiátrico insoportable, dijo en esa misma nota de noviembre de 2024: “Si todo continúa de este modo ¿cuál podría ser el interés del oficialismo por integrarse con el PRO después de las legislativas? Durante una campaña, puede ser, pero ¿después? Y en cuanto al desempeño electoral, ¿cuál es el espacio de votantes que disputará la UCR y el PJ si los kirchneristas los odian a los dos y el Gobierno ya tiene cubierto el tradicional cupo reservado para radicales y peronistas?”

Debería agradecer que la mishiadura me tiene todavía en contacto con la gente a la que se puede evitar cuando se vive arriba de un taxi. Y para mí es un horror porque, básicamente, no me gusta la gente. Y es aún más terrorífico porque no hablé desde el deseo. Yo no deseo esto y creí creer que muchos de los que respeto y quiero, tampoco.

Pero están en esa, también, y no sé si lo hacen para conseguir algo a cambio o el acto de defender lo que hasta ayer les pareció indefendible se debe solo al placer de pertenecer. Me parece terrible que gente que estaba del lado republicano de la vida hoy festeje todo lo que puede y se haga la idiota con todo lo que no les da, solo porque esto no tiene como caras visibles a Cristina, Massa, Alberto o Kicillof. Y ahí va otro análisis, o cien más, que hablan de un voto consolidado del “40% de antiperonismo”. Claro, eso explica el 41% de Diego Santilli, que es libertario de la Unidad Básica Juan Domilton Friedman. Por eso votaron en Capital a Pato Bullrich y, mientras puteaban por montonero a Jorge Taiana, cantaban todos juntos “León, León, qué grande sos, mi liberal, cuánto valés”.

El 40% consolidado es de antikirchnerismo y podríamos ampliarlo a un 45% tras la pandemia. Un amplio espectro donde ingresan gente antiperonista y peronistas románticos, liberales y conservadores que no quieren pagar impuestos, socialdemócratas y un amplio abanico de personas sin identificación con nada, pero sí en contra de alguien. Gente que, al igual que yo, es capaz de votar al marido de Adriana Aguirre disfrazado de Sandro si es que en frente tiene a un kirchnerista de pura cepa.

Me encanta que con ese número sobre la mesa se diga que la elección fue un plebiscito que aprueba el rumbo del gobierno. Me encanta que todos finjamos cordura frente a un resultado electoral que tiene una realidad mucho más amplia que unos números. No dejan de ser porcentajes sobre un total de votos emitidos. La legitimidad de una elección democrática es bastante lejana al mantra Vox Populi Vox Dei. Casi siempre cerramos en que 7 de cada 10 personas no votó al ganador de una elección.

Ahora, para cerrar y mientras aguardo a que termine la estampida de oficialitis con posturas solemnes de cara de culo y ceños fruncidos que deben aclarar a cada rato que “cuando hay algo malo hay que decirlo” como si no fuera parte del abc del periodismo, espero que separen un puchito de todo, porque no pareciera que recuerden que somos monotributistas y la jubilación que nos corresponde es esa que este mes pagó 326 mil pesos. Por lo demás, deseo que se ofendan solo los aludidos, que gasten un poco en terapia para no cagar a gritos a todos los que cobran migajas y que el resto no me putee demasiado, que nadie nos toma tan en serio.

Y con todo este análisis –que espero que lo hayan tomado muy en serio porque no quiero ponerme de mal humor–, ahora les voy a explicar cómo armaré mis futuras explicaciones para cuando se den cuenta de que el congreso reformista consiste en un nutrido número de diputados de los que no sabemos de qué planeta vienen ni si manejan las bondades de la lecto comprensión y la lengua que nos legó el reino de Castilla: ni idea.

Nicolás Lucca

P.D: Ni que fuera periodista.

P.D.II: Sí, había ministro del Interior. Posta.

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