Inicio » Relato del presente » Y todos dicen entender
La comunicación política es un ambiente extraño, brillantemente decorada de academicismo, pero carente de logros empíricos que puedan sostener dos puntos: la geografía y la repetición. Se puede escribir una Enciclopedia Británica, publicar una Encarta, crear dos Wikipedias paralelas para explicar por qué resultó una campaña electoral, pero se hace con el diario del lunes. Con el resultado del partido, todos somos directores técnicos.
El fondo de mi biblioteca está plagado de libros que explican las claves políticas del éxito electoral de Cristina Kirchner, de Mauricio Macri, de Alberto Fernández y ya debe estar en imprenta el de Javier Milei. Todos escritos con la misma autoridad con la que nadie embocó ni de pedo cuál era el mensaje ganador antes de las elecciones. Ninguna fórmula novedosa se puede replicar en dos países, ninguna fórmula novedosa funciona dos veces seguidas.
Lo único que siempre funcionó es la separación del universo en dos cajas. Una del lado del oficialismo, otra de la oposición. Mucha gente ingresa por propia voluntad en cada una de ellas y hacen silencio. Se sienten identificadas y punto. Otras, ingresan con una campera de siré fluorescente con inscripciones en neón y una baliza de sombrero, mientras gritan que todos los que no están con él son exactamente iguales.
No hay necesidad de estudio para tal instinto humano básico y elemental: la tribu garantiza supervivencia.
El vocero presidencial sostuvo que “los diputados y senadores deberán elegir entre acompañar lo que ha votado la gente, el cambio, esta Argentina que queremos para la gente de bien y sin el peso del Estado, o seguir obstruyendo este cambio y poner palos en la rueda a esto que la mayoría de la gente queremos”. Por la tarde, para profundizar su concepto, el vocero se acercó a la oficina ministerial de Pablo Rossi y, mientras esperaban el café, Rossi preguntó, agudamente “por qué dijiste esto, Manu”. El vocero extendió su suspicacia a la totalidad de la población: “No hay ningún argentino de bien que pueda estar en contra de tener más libertades”. Para vos, Sabsay, fascista de la primera hora.
¿Y quién decide qué es un “argentino de bien”?
Mientras esperaban al mozo para pagar el feca, Rossi le mostró a Adorni un archivo en el que Brancatelli le dijera “goberná con tus trolls” mientras lo ninguneaba por ser columnista. “¿Y ahora que gobernás, qué tenés para decir?”, le preguntó Rossi a un vocero. Adorni se rió. Como todos.
Rossi hizo un pase con Majul y hablaron de Milei. Obviamente, me llamó la atención una entrevista al vocero del presidente si, inmediatamente, hablaría el presidente en persona. Pero, convengamos, el vocero tiene un trabajo full time. Adorni explica todo el día, Milei utiliza sus redes de comunicación para postear memes.
Con Majul, el presidente mostró otra novedad del manual que él considera el adecuado para la Argentina que se viene: plebiscitar un DNU que tiene un 75% de aprobación popular. Según una encuestadora. Puede que sea un 100% de aprobación o un 5%. Luis podría haberle preguntado a Javier si no era una contradicción eliminar las PASO para reducir el gasto electoral y, a la vez, realizar un plebiscito. También podría haberle preguntado si no era una contradicción llamar a un plebiscito por algo que ya dan por sentado que la gente aprobó. Podría haberlo hecho, pero preguntó por las negativas de los legisladores. Milei dijo que piden coimas.
Desde aquí ya había advertido la semana pasada que, en otra parte del manual de instrucciones de la Argentina, se dice que el conocimiento de un delito por parte de un funcionario obliga a realizar una denuncia ante el Poder Judicial. Lo dije por el video del estado de la Casa Rosada, lo dije por los 600 autos del ministerio de Economía de los que se quejó Caputo, lo dije por la auditoría en Aysa de la que, no sé por qué, prefieren no hablar, y esta semana debo agregar la denuncia del Presidente.
De hecho, espero que se aviven rápido los bogas que lo rodean, no vaya a ser cosa que lo imputen al mandatario por no denunciar el delito del que, por sus dichos, tiene conocimiento.
Denuncien, que la Argentina no puede salir adelante con los mismos de siempre, esos que roban y nunca van presos. Denuncien, que el que las hace, las paga. Aunque el ministro de Justicia diga que ya no querellarán causas de corrupción, denuncien, que quiero que se acabe la Argentina de los vivos. Denuncien, que es todo o nada.
No estoy en contra de casi nada de lo decretado por Javier Milei. De casi. Tampoco es que me guste ponerme en purista. Ni siquiera llama mi atención ni me sorprende esta manía argentina de poner mantos de sospecha, ni de festejar lo que se criticaba. A esta altura del partido, nada me sorprende porque absolutamente nada de lo que haga o deje de hacer podrá modificar mi realidad a mediano o largo plazo. Hay cosas que no dependen de nosotros, por más veces que vayamos a votar ni por más memes que hagamos.
Soy absolutamente consciente del desastre económico de este país. Y también soy absolutamente consciente de que, donde haya dos argentinos juntos, habrá un ilícito en ciernes. No hay un lugar de la política que no esté corrompido. Durante la década de 1990, el presidente de la cámara de diputados de la provincia de Buenos Aires decía, habitualmente, que por mes se llevaba a la casa un millón de pesos. Del uno a uno.
Y yo crecí con esa frase contada como picardía. En este país, ser político da impunidad de vestirse bien, tener chofer, una casa fastuosa y un sinfín de gastos que nadie objeta, salvo que sea demasiado grosero. Todo lo demás, ni se cuestiona.
Por eso sé que prende tanto el discurso del sistema contra la casta política y los intereses de los mismos de siempre y etcéteras varios. El tema es que después llegan los mega decretos y las mega leyes. Y al argumento de la comunicación oficial de que “no hay forma de que lean todo eso tan rápido”, se le responde “tampoco hay de que estudien y redacten todo eso en quince días, en seis meses ni en dos años”.
Pedir superpoderes es el gran vicio de todo presidente que se precie de tal. Los tuvo Menem, los tuvo De La Rúa, los tuvo Duhalde y los tuvieron los Kirchner, Macri en menor medida y Alberto a niveles cristinistas. Pero, valga la aclaración, nunca se pidió tanto. Los superpoderes de Menem fueron para la Segunda Reforma del Estado, en 1996, y se concentraron en una delegación tributaria. De La Rúa también los solicitó para que los ejerciera el Jefe de Gabinete Terragno. Terragno se opuso, pero se los dieron igual.
En enero de 2002, Eduardo Duhalde pidió al Congreso la delegación de poderes en medio de la Emergencia Pública. Esos superpoderes estaban concentrados en materia cambiaria, tributaria y demás cuestiones referentes a la salida de la convertibilidad. La emergencia fue prorrogada por los Kirchner porque les venía como anillo al dedo: poder reasignar partidas presupuestarias a piacere.
Milei pidió la emergencia pública y su consecuente delegación de poderes en materia económica, financiera, fiscal, social, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria y social. Todo engrampado en un compendio de reformas entre las que hay puntos que todos deseábamos. Yo entiendo que el Congreso es sinónimo de aguantadero, pero de ahí a dejarlo convertido en un museo, es como mucho.
Sin embargo, más me preocupa cuando veo la fecha perentoria y otra modificación propuesta. El proyecto de Ley Omnibus enviado al Congreso sugiere que la delegación de todos los poderes legislativos es “hasta 2025”. Dos añitos, pero año electoral.
Y es ahí cuando me llevo puesto, en la página 135 –¿ven que se puede leer?– la modificación de la composición de la Cámara de Diputados. Hoy tenemos 257 diputados nacionales gracias un decreto del dictador Reynaldo Bignone del año 1983, cuando se fijó una base de un diputado por cada 160 mil habitantes y tres más para cada provincia.
El proyecto ahora enviado al Congreso propone la elección uninominal –ya utilizada en la Argentina tras la reforma constitucional de 1898 y luego derogada–, elimina la discrecionalidad de tres diputados extras para cada provincia y aumenta el piso a un diputado cada 180 mil habitantes. O sea: Catamarca pasa de tener cinco diputados, a tener dos. O sea II: la provincia de Buenos Aires pasa de tener 70 diputados a contar con 98.
¿Y cuándo entra en vigencia? De aprobarse, en las próximas elecciones. Justo cuando se acaban los superpoderes en todas las materias posibles. ¿A nadie le importa? ¿Están dispuestos a tener un Congreso de 261 diputados con un 40% de bonaerenses, 10% de cordobeses, 10% de santafesinos, 6% de porteños y el 34% que queda, a repartir entre las veinte provincias restantes? ¿Están dispuestos a tener más diputados?
Obviamente, el argumento para rebatir estas preguntas ya está instalado: “vos porque estás de acuerdo con seguir con una ley de la dictadura”. Ahí no entra ni que les recordemos que más diputados y más asesores no pareciera ser un ajuste político.
La corrupción está en las venas de los políticos argentinos desde siempre, no existe gobierno que no haya tenido horrores y escándalos absolutamente públicos y basta con acercarse a una hemeroteca para comprobarlo. La unidad nacional se llama dinero extra.
Por eso considero que habría que calmarse y aplicar la igualdad de conceptos y calificativos. Y si A sostiene que B no puede ofenderse si le dicen que “está en contra, como los kirchneristas, la CGT, los corruptos y la izquierda”, A no puede ofenderse si B le contesta “tenés argumentos populistas”.
Más que nada porque, comunicacionalmente, todos, absolutamente todos los mandatarios han tenido, tienen o tendrán en algún momento de sus carreras un argumento igualito al de todos los demás mandatarios. Puede que por nuestra condición de seres humanos, puede que por circunstancias del poder. Lo desconozco. Pero no falla.
–“He manifestado que en ejercicio del cargo de presidente de la Nación Argentina enfrentaría públicamente cualquier forma de presión, maniobra de negociación espuria o de pacto que buscara imponérseme a espaldas del pueblo o en contra de la voluntad de cambio expresada en las urnas en las pasadas elecciones”.
–“Por mandato popular, por comprensión histórica y decisión política estamos ante la oportunidad de un cambio cultural y moral profundo”.
–“Queremos poner fin a un modo de gestionar el Estado y a una manera de hacer política”.
–“El cambio no debe sólo reducirse a lo funcional, debe ser conceptual: entendemos que la gobernabilidad no puede ni debe ser sinónimo de acuerdos oscuros, manipulaciones políticas o pactos a espaldas de la sociedad”.
– “Es escandaloso y constituye el más grande agravio a la seguridad jurídica, el sólo hecho de que algunos especulen con tomar de rehén a la gobernabilidad para la obtención de ventajas o garantías personales o institucionales”.
– “El respeto a la voluntad popular es lo que construye la democracia, lo que construye institucionalidad”.
Ninguna de esas frases es de Javier Milei. Y cualquiera de esas frases podrían continuar con el comentario “Y la sociedad y el periodismo quedaron divididos entre los que aplaudieron la frontalidad y quienes se asustaron por la visión de que el voto popular es un cheque en blanco”. Los invitaría a buscarlas por sus propios medios, pero no quiero que me caguen a puteadas en Noche Vieja.
No pretendo que el gobierno invente la rueda. De hecho, no pretendo nada con esto. Nunca mis textos pretenden otra cosa que tirar lo que pienso. Y, desde que hace años todos aceptamos alegremente las cajas que nos son asignadas, también sé que estas líneas no caen bien a aquellos con quienes nos leemos hace tiempo.
Porque tampoco me agrada el argumento de “hay que darle tiempo, que recién lleva tres semanas de gobierno”. Una cosa es tirar palos en la rueda reales. Y otra es que nos coloquen a todos en una bolsa habitada por piqueteros, empresarios de la pobreza, sindicalistas, corruptos, comunistas y psycobolches. Sobre todo porque es más fácil encontrar una foto de Bussi y Barra con Milei que una de Gargarella con Del Caño o una mía con D’Elía. ¿Ven el drama de la simplificación berreta?
Sin embargo, es eso, no más. Escuchar lo que se dice desde el Poder y utilizar las palabras claves en el buscador de Google. No hice otra cosa. Yo no tengo la culpa de que la comunicación política deba cumplir con ciertos preceptos. Algunos de esos puntos son aceptados con ganas, como confrontar con firmeza para luego ceder algún que otro punto. O argumentar con desvíos, eso que Milei enumera como falacias en cada debate, pero que utiliza como metralla cuando le toca disparar a él.
“Lamentablemente, nuestro punto de partida es muy bajo, muchos años de desatino y errores nos han conducido a una situación muy crítica y todavía seguiremos por algún tiempo la pendiente descendiente que recorremos desde hace ya más de diez años”, dijo Alsogaray en 1959. Esta semana, Milei nos dijo a los argentinos que esta vez valdrá la pena. No como las otras 16 crisis económicas –de deuda, recesivas o todo junto– que tuvimos en los 160 años de vigencia de nuestra Constitución.
Cuando uno habla, otro compara. Son las reglas del juego y se aceptan. Por más innovadores que cualquiera se crea, en el momento en que entra al partido, se pone a jugar. ¿Para qué ofenderse? Quizá fue un mal entendido. El tema es quién entendió mal.
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2 respuestas
Excelente como siempre, no podría estar más de acuerdo.
Lo que describís con tanto realismo ocurre en casi todos los países del mundo (¿O todos?)
Es como si estuviéramos viviendo un reality show a cielo abierto sin solución de continuidad en el que cambian los actores pero el guión es siempre casi el mismo con ligeras variantes
Y nosotros somos los espectadores que no podemos abandonar la sala o devolver la entrada
Pero lo peor de todo es que la mayor parte de las veces los actores son malísimos y nos los tenemos que fumar igual suspirando porque se vayan cuanto antes del escenario. Pero vuelven
Podemos gastar kilómetros de caracteres criticando, proponiendo e ironizando que nada va a cambiar mucho porque el ser humano está estancado en su evolución moral e intelectual
Lo bueno es que tenemos conciencia de que todo lo que escribimos es absolutamente al pedo pero también sabemos que dejar de hacerlo es renunciar a ser nosotros mismos
Por eso, felices fiestas Nico y ¡Good show!