Inicio » Diagnóstico: daño cultural irreversible
Un equipo de periodistas pasa semanas por el conurbano en la búsqueda de datos sobre la vida y obra de un tipo. Sin descanso siquiera los fines de semana, recorren fiscalías, comisarías, juzgados, montan guardias, ingieren incontable cantidad de carbohidratos con formas de medialunas, pepas y palmeritas, y entrevistan infinidad de personas para encontrar muchísimo más de lo que buscaban. Resultado: algunos consideran que es una opereta para desprestigiar al gobierno, tildan a los periodistas de kirchneristas, probablemente drogones y pederastas, y plantean la “irresponsabilidad de querer truncar la última oportunidad que tiene el país de salir adelante”.
Un llamado anónimo inicia una investigación exprés que deriva en una acusación hacia un funcionario. Resultado: nadie cuestiona las inconsistencias de lo publicado y todos felicitan al gobierno por haber apartado a un tipo sospechado por nadie de haber cometido irregularidades. Incluso, no falta quien compara el que Cristina haya mantenido a Amado Boudou y Mauricio Macri haya rajado al jefe de Aduanas en un par de horas, obviando el detalle de que el primero truchó hasta el domicilio en un médano y del segundo sólo trascendió una conversación editada.
¿Cuál es la diferencia entre un jefe de la Policía Bonaerense que ocupó la superintendencia de Drogas de la gestión anterior –con los resultados a la vista–, que se come denuncias por violencia de género de parte de dos de sus exparejas, que es señalado por varios excolaboradores de formar parte de una cadena de recaudación y a quien una gobernadora mujer ratifica sin siquiera darle vacaciones mientras se lo investiga, y un funcionario a quien apartan de su cargo después de una denuncia anónima? ¿Por qué los hechos relativos al primero son silenciados por muchos medios y los del segundo son replicados instantáneamente por todos? ¿Por qué los que laburaron en el primer caso son operadores pagos, llorapautas y sobreros, y los que proveen información imposible de probar del segundo recién después de que fuera desplazado, son tipos comprometidos con la verdad?
Nadie es dueño de la verdad y alcanzarla es un imposible. Ahora, no por ello nos vamos a quedar con la razón a secas, porque eso sería recibirnos de vagos. Todavía no sé quién está en lo correcto en el caso del jefe de la Bonaerense, del mismo modo que tampoco sé quién lo está en el caso del jefe de Aduanas, pero hay algo que tengo por seguro: tenemos una necesidad insoportable de mentirnos, de sentir que estamos en la senda correcta, de buscar indicios de que “la última oportunidad que tiene el país de salir adelante” sigue intacta. En ese camino, podemos celebrar que el Poder Ejecutivo “acatará el fallo de la Corte Suprema”, porque es más sencillo regocijarnos en los buenos modales republicanos –toda una novedad en los últimos tiempos, reconozco– que aceptar la triste realidad de que la Corte se comió los mocos.
La búsqueda de la verdad es una interpelación permanente a lo que creemos que es cierto, es la lucha por el poder entre la tiranía de lo que queremos creer y la dictadura de la evidencia: una no nos hace bien, la otra no nos cae simpática, pero tenemos que optar por uno de los modelos aunque no nos guste. El problema de aceptar por válido lo que queremos creer por sobre cualquier otra cosa es que muchas veces podemos confundirnos y ver intentos golpistas o desestabilizadores donde sólo hay denuncias, la realización de un país primermundista donde sólo hay respeto institucional. Es el drama del enamoramiento por arriba de la realidad de tener de pareja a una persona roncadora con aversión a los buenos modales y que aún no ha conseguido dimensionar las bondades de la higiene: puede ser el amor de tu vida, pero no me putees si no la veo como si fuera Angelina Jolie.
A estas cosas son a las que apunto cuando hablo de que el daño cultural ya esta hecho: en los tiempos que corren, parece que la búsqueda de la verdad ya no sirve, dado que siempre gana la razón particular motivada por el miedo a perder lo poco que se consiguió. Y ése, estimados, es el caldo de cultivo para que el temor se convierta en realidad.
El círculo es conocido, pero no por ello menos insoportable: la pobreza facilita la ignorancia, la ignorancia impide pensar a futuro por cuestiones lógicas, por lo que la vida se convierte en un presente continuo que te mantiene en la pobreza. El mañana es llevar la comida a la mesa esta noche. Lamentablemente para todos los que sufrimos de trastorno de ansiedad, gobernar exige medidas a largo plazo, que trasciendan el ahora. Y eso, en una sociedad mal criada y caprichosa, genera impaciencia, berrinches, pataleos en plena calle, llanto desmedido en la puerta del kiosco y memes mal escritos en colores fluorescentes compartidos por las redes sociales. Antes le teníamos que rezar a San Expedito, hoy a la foto truchada con chistes que no hacen reír a nadie. Somos los boludos que nos daban vergüenza ajena cuando éramos chicos.
Hace un tiempo emprendí la joda de marcar enunciados interesantes dichos por individuos con licencia para participar en la vida democrática. Veamos el caso de Sandra, una señorita de unos treinta y algo que nos dice públicamente que “el capitalismo necesita pobreza y el neoliberalismo trabaja para incrementarla”. Desde estas humildes líneas, podemos jurarle a Sandrita que no hay forma de que el capitalismo, por definición, siga existiendo sin consumidores con poder adquisitivo. También tenemos el testimonio de Alejandro, quien pidió que “el tarifazo lo paguen los que votaron a Macri”. No es una mala idea. Espero que cuando lleguen los cortes de energía le toquen sólo a los que no quieren pagar los servicios actualizados, con Alejandro a la cabeza. En una de esas, entienden la relación costo-calidad del servicio, aunque no creo en milagros.
Si hay un hilo que une los casos relatados precedentemente –reales, sólo cambié los nombres, aunque no se trata de gente que se autoflagele leyéndome– es que votan. Sí, lo hacen y su voto vale tanto como el suyo, el mío, el de su vecino, o el del pibe de la esquina. Las reglas de la democracia. Y cada vez que he marcado que un boludo vota, otros me saltaron a la yugular y me acusaron de pretender el voto calificado, de discriminar al que no piensa como yo, y otras maravillas. Estimados: el día que exijamos que los calificados sean los candidatos, se acaban los debates. Mientras tanto, la ignorancia es negocio.
¿Quién en su sano juicio haría lo que corresponde cuando puede administrar tirando manteca al techo y garantizarse que a futuro lo recuerden como “el presidente con el que mejor estuvimos”? Está claro que nadie la pasaría mejor que en una fiesta de Hugh Heffner en la mansión Playboy, pero si los que podemos exigir no lo hacemos en tiempos de diálogo, si nos callamos siempre porque los otros fueron una asociación ilícita sin precedentes, si aplicamos la más burda autocensura por si las moscas, volveremos a padecer nuestro estadio natural: el de la queja frente al gobierno de los que viven de la ignorancia en un eterno loop de la maldición de Jenofonte: si en vez de gobernar para lo que necesitan los pobres se les da a los pobres lo que quieren, venderemos las joyas de la nonna sólo para tirar esta tardecita, no más. Pero con felicidad. ¿Mañana? Veremos lo que pinta.
“La pasión de los demagogos trajo un relajamiento en las costumbres políticas”, tiró Aristóteles en la mesa de un bar ateniense en la primavera del año 302 antes de Cristo. 2.318 años después seguimos en la misma: después de un largo período en el que nos gobernaron como quisieron, no tenemos intenciones de dejar los fanatismos de lado para convertirnos en ciudadanos que exigen. Nos arruinaron o ya lo estábamos, da igual. Quizá el kirchnerismo explotó la idea de estropearnos culturalmente, pero ya no importa, el daño existe.
Todo nos parece festejable, rescatable, positivo, aunque se trate de un fallo en contra de un intento por subsanar la impulsividad demagógica. El porteño, de aristócrata sólo tiene la autoestima. En el fondo somos impulsivos, nos resbala cualquier cosa a futuro que tengamos que pagar y, mientras bardeamos a los brutos creyendo que es lo mismo falta de estudios que ignorancia, caemos en la misma de lo que criticamos: el futuro es este mes mientras pueda pagar otros lujos, sea la cuota del celular, la Motomel, o una quincena en Londres. ¿La infraestructura energética? Que se encargue cadorna, es un derecho humano, salvemos a los rayos, liberemos a las tormentas eléctricas, basta de genocidio energético, o la saraza discursiva que pueda surgir en el camino.
El daño cultural llegó tan lejos que propició que los políticos opositores a los que se fueron, en cierto punto, sientan una culpa populista falsa, dado que el demagogo no siente culpa: no es su plata y no concibe al erario público como un patrimonio común a administrar. El que se plantó como antipopulista, si bien puede no festejar la necesidad instintiva del pueblo, hoy puede llegar a sentir empatía por esa tendencia del votante a vivir su visión particular como un problema de todos, que debe ser solucionado urgentemente. A él solo, claro.
Mientras, la militancia kirchnerista residual (esa que aún no aceptó el duelo para reconvertirse políticamente o, en su defecto, ponerse a trabajar) puede encontrar una ventana entornada en la falta de ganas del gobierno de aprovechar todas sus vías de comunicación para comunicar. La naturaleza no acepta vacíos y los espacios que el gobierno abandonó para marcar la diferencia son ocupados por quienes aprovechan la ignorancia de quienes no entienden por qué no pueden comprarse un celular último modelo si no tienen para comer. Los ahora opositores saben que entre el sector de la sociedad con menos recursos también perdieron las elecciones, pero como les resulta insoportable aceptar la realidad de que el pobre no deja de tener aspiraciones de ascenso social, van a convencerlos de que cagar más alto de lo que el culo puede es un derecho humano de primera generación. Después de todo, Lenin ya teorizó hace un siglo que la conciencia del pueblo no viene del pueblo, sino de los que le dicen lo que necesita y no sabía. Entiendo que el gobierno haya querido darnos un respiro pero no creo que el camino para curar las heridas culturales sea abandonar la lucha por la conciencia ciudadana. No es combate leninista: es no regalar el partido al que está al acecho para llegar al poder en nombre de un pueblo que sí sabe lo que quiere, aunque no sepa cómo: estar bien.
Mientras tanto, un buen ejercicio es dejar de suponer que investigar a un funcionario es un intento golpista. Primero, porque una nota no puede voltear a un gobierno y menos en este país. Y segundo, por una cuestión de pudorosa coherencia: si vamos a aniquilar a los mensajeros, corremos el riesgo de demostrar que no jodía el kirchnerismo, sino los kirchneristas.
Domingo. Papá Noel, los Reyes Magos, el Ratón Pérez y la Verdad, son los padres.
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(Sí, se leen y se contestan since 2008)