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El funeral de la presidencia

El funeral de la Presidencia

Recuerdo que cuando terminó el gobierno de Cristina Fernández se produjo un fenómeno extraño. Un aire acondicionado, de esos viejos y con las correas gastadas, que se había apagado. Nadie registraba el ruido hasta que se produjo el silencio. Era tanto, pero tanto el acostumbramiento a treinta cadenas nacionales por día para anunciar la inauguración de una canilla o para contarnos en la cara cómo licitaron rutas que nunca se construirían que en un momento pasó a ser sonido ambiente. Nada sorprendía. No registramos el daño sonoro hasta que se apagó. Y el silencio nos bendijo por un tiempo.

Hablar hoy del Gobierno es hablar de récords. Alberto es un tipo que ha batido varias marcas, y no lo digo en joda. Ojalá fuera en modo chiste. Desde que se mide la popularidad de los presidentes, es el que tuvo la imagen más alta. También es el primero que alcanzó la marca meses después de asumir. También ostenta el récord de ser el primero en perder la mitad de su imagen positiva en tan solo tres meses y de ser el presidente con peor imagen que se haya medido. Y todo en su primer año de Gobierno. Desde entonces, y por razones obvias, no hubo recuperación.

Es el primer presidente al que se lo ve violando su propio decreto, el primero al que los ministros se le cagan de risa en la cara y no son echados, el primero que homenajea a funcionarios a los que les pidió la renuncia. También es el primer presidente peronista nacido en la Ciudad de Buenos Aires, lo cual ya anunciaba su propensión al discurso progre y derrotado.

Creo, también, que en tiempo récord logró que nadie quiera escucharlo, que nadie lo registre, que nadie tome dimensión de que no tenemos Presidente sino que vivimos en un velorio de lo que alguna vez pudo ser una presidencia. Cada entrevista, cada acto en el que se anima a hablar, es una misa de cuerpo presente en la que dice alguna barbaridad que llevaría al escándalo inmediatamente. Si fuera un caso aislado. Pero son tantas brutalidades y tan seguidas que no lo registramos. Un acondicionador de aire viejo, de los empotrados en la pared, con las correas gastadas. Ruido ambiente.

Es todo un tema. Yo sufría cuando era chico y mi vieja tenía que ir al banco. De grande me doy cuenta de que la distancia entre la autopista Dellepiane y la entonces Avenida del Trabajo era de unas poquísimas cuadras. Pero en aquel entonces era como si me llevaran a Luján de a pie. Llegábamos a la sucursal del Banco Mercantil para pagar alguna factura de Segba o algo por el estilo y no sabíamos si era peor la cola de cuadras al rayazo del sol o el ruido interno del frescor. Eran tan altos los decibeles que si un grupo comando entraba a los tiros, nadie se enteraba. No había forma de socializar. El ruido ambiente impedía que la gente conversara. Como ahora.

Pocas veces vi a una persona que demostrara tan pocas cosas en un mismo cuerpo humano. Alardeó de coraje y no pudo defender a un solo ministro, alardeó de poder y le vaciaron el gobierno, boconeó como nadie sobre el dólar, sobre las tarifas, sobre la inseguridad, sobre geopolítica y la cagó tanto, pero tanto en todos y cada uno de sus dichos que es difícil encontrar el peor. En lo particular, considero que hay una para enmarcar: ofrecerle a Putin ser la puerta de entrada de Rusia en América mientras las tropas invasoras se alistaban en la frontera ucraniana. Al final la puerta ya estaba abierta y quedaba en Ezeiza.

Antes de que llegara el virus que «no nos afectaría porque se muere a los 36 grados», congeló las tarifas de luz. Acá estoy: este texto se publica desde un bar a varios minutos de mi casa para obtener algo de energía. En medio del fervor por el decreto de la cuarentena, vimos a un tipo con menos empatía que Robledo Puch mientras ponía en el cadalso a un surfer por poner en riesgo sanitario a su tabla. También lo vimos mandar a leer la Constitución a Cristina Pérez en vivo, mientras la periodista se tomaba un tecito y lo ubicaba en tiempo y espacio.

No vamos a cargarle todas las tintas a él, dado que en todas las provincias se vivieron Los Juegos de la Dictadura, donde cada gobernador se dio el gustito de cagarse en cualquier garantía constitucional por un tiempito. Solo en la ciudad de Buenos Aires privaron ilegítimamente de la propiedad privada a más de mil conductores sin permiso de circulación. ¿Por qué les quitaban el auto? ¿Para que tengan la posibilidad de contagiar o contagiarse camino a su hogar?

No se salvó nadie, desde Jujuy y su identificación de casas contagiadas, hasta Formosa y sus campos de concentración, desde Córdoba y sus prohibiciones ridículas hasta Santa Fe y sus terraplenes asesinos en medio de las rutas sin señalizar.

Pero Albertico dio el puntapié inicial. Algunos dicen que su credibilidad desapareció cuando se supo lo de la foto de la fiesta en Olivos. Y la verdad es que fue un sacudón, pero su imagen ya estaba en línea de buceo mucho antes. Era imposible que no restara de a mil puntos cada vez que daba una conferencia de prensa con filminas tristes. Lo vimos doblar un papel en vivo porque le pifió en una comparación, lo vimos mentir y ser desmentido hasta por el gobierno sueco.

Fuera de la pandemia, lejos de la joda loca de las vacunas, estamos ante la presencia cotidiana de un tipo que no para, no cesa en quedar como un idiota sin que nadie lo obligue. Si la estupidez fuera una pelotita de tenis, Alberto tiene el récord de errores no forzados.

¿Cómo generar contenidos ante este cuadro de situación en el que Sergio Massa tiene un blindaje que ni Kevlar ha desarrollado y en el que Alberto es una máquina de generar frases célebres que a nadie le importan ni para putearlo? ¿Vieron lo que pasó con María O’Donnell?

El tipo ya es un meme viviente. Todos se cagaron de risa de su reacción cuando le preguntaron por Wado de Pedro, y respondió como si fuera contagioso. Y quizá por eso pasó desapercibido que el tipo vive en un universo paralelo pero de los de Rick and Morty. Puro ruido en una entrevista con menos valor periodístico que una publinota de Urtubey en la revista Gente. Y no por la entrevista en sí, sino porque no queda nada que pueda aportar el entrevistado.

El hombre tiró que le molesta el exceso de independencia de la Corte Suprema. Solo ese dicho es causal de juicio político. Esa frasesita, no más. Diez palabras que alcanzan para mandarlo a la casa por antirrepublicano confeso. ¿Tiene valor? ¿Alguien le presta atención al ruido de la correa del vetusto acondicionador de aire con un nido de palomas adentro?

Por suerte queda gente que piensa en nosotros. Me tomé la molestia de revisar el Timeline de la cuenta de Twitter de Cristina Fernández de Kirchner. Lo tuve que hacer en ventana privada, obviamente, porque me tiene bloqueado desde que abrió su cuenta. Retrocedí seis meses y frené. No encontré un solo tuit que no se tratara sobre ella, sobre su situación judicial o sobre ambas. La doña no cumple ni siquiera con una función tan inocua como la de Vicepresidente, que no es otra cosa que ser el maestro ceremonial del Senado, salvo que ocurra un caso de extrema gravedad. Pero es el drama de Cristina: nunca supo elegir vicepresidentes.

El Jefe de Gabinete, el único que estuvo encargado del Gobierno al menos por un par de meses durante 2022, renuncia para ir a hacer campaña a Tucumán. ¿A alguien le importa? Al presidente lo borran de una reunión del Partido Justicialista, del que también es presidente. ¿Qué hace? Da otra nota donde la embarra hasta el caracú y luego convoca a una mesa nacional. ¿Qué pasa? La vicepresidente y su bebote avisan que no irán a la convocatoria. ¿Algo más? Nada. Pregúntele a su vecino, cuando se lo cruce en el ascensor, si se enteró.

Las asociaciones de fútbol de Uruguay y Paraguay se ponen de acuerdo con la hermana boba Argentina para candidatearse para organizar el Mundial 2030. De imposibles está lleno. Pero ahí va, no más, el cadáver político que tenemos por Presidente a proponer que también sumen a Bolivia.

Tarde, a destiempo, al pedo y con nula, absolutamente nula visión futbolera. ¿No se te ocurrió meter a Nepal, mostro?

Eterna intrascendencia de un presidente sin Gobierno. En el último acto que encabezó esta semana dio un discurso que fue diseccionado en su propia cuenta de Twitter. No más de 80 retuits. Un número comparable con la cantidad de funcionarios de dos ministerios. El video fue visto por 7.838 personas. Una de ellas fui yo. Es un número similar a la cantidad de empleados de un solo ministerio. ¿Se entiende que no lo escuchan ni sus empleados, ni sus ministros y que hasta Dylan le chumba cuando se lo cruza?

Pero vamos a lo nuestro. ¿Cómo sigo si no hay nada que interese? No sé si causa más embole la interna entre Maslatón y Milei o la interna de Juntos por el Cambio. Ni siquiera pudo debutar la Alianza Antipiquetera Argentina porque los que cortan calles se fueron a sus casas hasta que pase el calor. Mientras, todos los simpatizantes de cada posible candidato juegan sus comentarios en redes sociales como si lo que se definiera en agosto y octubre no fuera el futuro de un país, sino tan solo un concurso en el que gana el que tiene más aguante, más hinchada y, obviamente, más locura.

Porque, convengamos, amiguitos, pretender el timón de este barco a la deriva con la bomba que queda, es solo un destino deseable por un tipo con poco apego a la supervivencia.

¿Qué margen queda para poder abordar otros temas cuando la economía está en el countdown explosivo y todos los cables de la bomba son del mismo color? ¿Cómo hacemos para volver a la cultura del mérito en los colegios a los que, primero, les quitaron el sistema disciplinario y, ahora, directamente la progresividad del esfuerzo al eliminar los requisitos para pasar de año?(*)

Tal vez ese fue el plan: al no poder arreglar nada, a destruir lo que queda en pie para que lo urgente nuevamente tape lo importante. El jueves falleció Ramón Saadi, un tipo que, cuando mataron a María Soledad Morales, tuvo que ver cómo el gobierno federal intervenía su provincia por el desmanejo que se vivía con las fuerzas de seguridad. Ese mismo jueves el gobernador de Santa Fe echó al ministro de Seguridad por no poder controlar el desastre de violencia narco que lleva una escalada de homicidios de once años consecutivos. ¿Se imaginan a Fernández si se enterase que podría pedir la intervención? No digo desplazar al gobierno pero, al menos, reestablecer el control de la calle. No sé, digo. ¿Acaso el eslogan no es “Primero la gente”? ¿Cuál gente?

Primero La Corte Suprema, primero la agenda de Cristina, primero conservar la Presidencia, vaya uno a saber para qué. No tenemos un Gobierno, sino que presenciamos el funeral de una presidencia. Un funeral de los de antes, vio, cuando moría alguien importante pero sin gente querida. Era normal que siguiera por tiempo indeterminado, que se pusieran flores para tapar el hedor, pero que nadie llorara y hasta que pasaran por el velorio a saludar e irse a tomar un café por ahí.

En fin. Pasaba a decirles que todo sigue igual, en franca decadencia, pero con una hermosa noticia para el mundo: somos dos millones menos de lo que creíamos. Dos millones menos de argentinos es un soplo de aire fresco para la humanidad. Sí, es cierto, tenemos nóbeles, campeones mundiales y premios Oscar. Para vos, Suecia, que con solo 10 millones de habitantes y medio territorio en una cubetera, tenés 32 nóbeles y tres Oscar pero no sabés si la pelota es redonda.

Dos millones menos de argentinos. Bah, puede ser. Todavía no sabemos, ya que ni pudieron hacer algo tan básico que se hace desde 1776: un censo. Porque todo, pero absolutamente todo lo que se haga bien en la Argentina nunca será gracias al Gobierno sino a pesar del mismo.

Y eso que ni existe.

 

(*)Será tema de otro texto.

Nicolás Lucca

 

 

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