Inicio » Relato del presente » El rey de los pelotudos
De acuerdo a los planteos efectuados durante la campaña, y en atención a los motivos esgrimidos por sus votantes, podría haberse supuesto que las prioridades del nuevo gobierno estarían centradas en la normalización y recuperación de la economía. Y el «podría» es retórico en este texto, no así en las opiniones de todos los que dicen «pucha, no me imaginé que tan pronto».
Sin embargo, relatado con toda la épica del asunto, resultó ser que el día de la asunción Felipe Solá fue corriendo a tramitar el refugio a Evo Morales «pero con la condición de que no haga política, eh». Evo se lo tomó al pie de la letra: hará campaña electoral desde la Argentina.
Mientras Gustavo Béliz fijó su prioridad en encargar un proyecto para disolver la Policía Federal y convertirla en otra cosa –que siga dependiendo del Ejecutivo, rencoroso pero no boludo– para marzo de 2020, el cráneo económico que nos trajimos desde Nueva York dio una conferencia de prensa que, a ojo de buen cubero, tuvo como primer objetivo adormecer a los acreedores, para luego no dar una sola definición que pudiera sostenerse en las próximas horas con los decretos de Alberto Fernández.
El resto de las medidas para reactivar la economía pasan por clavarle nuevas retenciones al sector agropecuario y hacerlo por decreto, para que no queden dudas que tenían razón quienes decían que las retenciones originales habían sido del Jefe de Gabinete que pagó el costo político allá por 2008.
Causa simpatía leer a quienes dicen que el macrismo también había clavado retenciones, y que por la licuación del peso desde septiembre de 2018, matemáticamente es una indexación. Y no es que saque sonrisas la justificación por ser o no cierta, sino por el planteo: los que sí saben hacer las cosas hacen lo mismo, pero en la madrugada del sábado.
La que sí tiene clara sus prioridades es Cristina Fernández, que como Vicepresidente a cargo de La Matanza puso la mira en la Ciudad de Buenos Aires, el único distrito libre de peronismo desde que a Alberto Fernández le pareció una buena idea no apoyar a Jorge Telerman y bancar la candidatura de Daniel Filmus, el carismático campeón moral eterno. La idea parece ser clarita: eliminar lo que haya quedado de color amarillo. Para ello se vale de sus mejores herramientas, como su oratoria plagada de frases entre romanticonas y dolientes, pero con un nivel de mentira en sangre que debería estar contemplado en alguna ley. Sólo así se explica que en menos de 48 horas dispare dos veces contra el presupuesto porteño poniendo como contraposición a ¿Entre Ríos? ¿Córdoba? No: La Matanza, uno de los 135 municipios de la provincia de Buenos Aires.
El primer corchazo salió el jueves, cuando Fernández sostuvo que La Matanza tiene «2.4 millones de habitantes» y «10 mil millones de pesos» de presupuesto, mientras que Buenos Aires cuenta con «350 mil millones» para «2.8 millones de habitantes». Apuntó a que era injusto, afirmó que como Dios no hace nada lo tiene que hacer otro, y pidió que se discutan este tipo de cosas.
Obviamente el argumento estaba más flojo de papeles que designación de ministro de salud bonaerense, pero poco importaron datos como que La Matanza no paga ni su sistema de salud, ni su educación pública, ni mucho menos su seguridad –bueno, a excepción de los ploteos de Magario en los patrulleros–, sino que de la misma se hace cargo una provincia en la cual el principal componente del PBI es el producto del sector agropecuario.
Como el jueves no causó demasiada sensación –y los datos no eran muy precisos– Fernández volvió a la carga el sábado por la noche. Con una exhaustiva búsqueda en los registros de Google, pudo corroborar que, según el Censo 2010, la ciudad de Buenos Aires tiene 100 mil habitantes menos que hace 100 años, y volvió a pedir que se discuta la coparticipación comparando con ¿Salta? ¿Jujuy? ¿Santa Cruz? –¿Te acordás de Santa Cruz?– ¿Río Negro? No, otra vez uno de los 135 municipios de otra provincia. Fue curioso que mejorara el dato de los habitantes de Baires con el Censo de 2010 y no hiciera lo mismo con el de La Matanza que decía que tenía 1.7 millones de habitantes, pero eso es lo de menos. Después de todo, a quién puede importarle un dato cuando lo que vale es darnos un debate que nadie pidió.
La idea era clara: plantear el delirio de la mala redistribución, madre del concepto de que aquello que te falta es porque otro lo tiene injustamente, y de esa forma ahogar a la ciudad en la que vive muy pancha disfrutando de todo lo que le parece que debería ser discutido.
Y ahí vienen los de siempre, afirmando que la ciudad de Buenos Aires vive bien gracias al aporte de un interior que, obviamente, es pobre por culpa de la ciudad de Buenos Aires, tal como decían esos caudillos en el siglo XIX, cuando la ciudad de Buenos Aires no era ni autónoma ni Capital de la República.
En un vasto conocimiento del estadismo, la Vicepresidente del Estado Libre Asociado de La Matanza afirmó que su nuevo principado necesita de planificación para contener a esos 2.4 millones. Vaya luminaria: la planificación se hace a futuro, no para solucionar lo que ya ocurrió. Si hubiera querido decir la verdad, no habría apuntado a una cantidad de población que demuestra que la planificación de La Matanza le importa entre un poquito de un poco y mucho de nada. Porque según los datos censales que ella revisó, La Matanza multiplicó su población un 600% desde 1960. Y desde 2001 a 2010 duplicó su tamaño, a pesar de no existir un atractivo laboral que justifique tamaña expansión. ¿Dónde estuvo durante todos esos años la planificación reclamada?
Está claro que las estadísticas nunca fueron el fuerte de Cris, pero lindo problema nos espera a quienes habitamos en la ciudad de Buenos Aires, independientemente del partido político al que se haya votado en cualquier elección desde la reforma constitucional de 1994.
La idea es que la culpa es de otro. De un modo cada vez más obvio, algunos con eufemismos pseudo legalistas –Ley de Solidaridad–, otros con discursos más buenistas –»A la Argentina la ponemos de pie entre todos»–, van instalando nuevamente que la mala distribución de la riqueza es el problema de la Argentina y no el principal síntoma.
No hace falta generar riqueza, eso es lo de menos: si a vos te falta algo, es porque otro lo tiene. Y no, esa frase pareciera no aplicar para el delincuente, sino para el flaco que está por debajo de sus necesidades. Obviamente, en esa redistribución, los poseedores de la riqueza que les falta somos cualquiera que tenga más que el otro. Cualquiera que tenga más y que no sea político del partido al que se votó, claro.
Y lo peor es que ese discurso caló hondo en un porcentaje de la sociedad más grande de lo imaginable y sin importar el status social de quien crea en él: si llegás a fin de mes pero alquilás, el que tiene una propiedad probablemente sea un garca; mientras tanto, el que tiene una propiedad siente que el que vacaciona afuera está haciendo algo que debería ser ilegal mientras haya personas que no conozcan Punta del Este.
La espiralización podría ser eterna y poco importan los pobres, los verdaderamente pobres. Si realmente importaran, nadie podría tomarse con salud que un grupo de tipos que no paga un café de su bolsillo desde 1974 señale a boludos de clase media como los responsables de la pobreza. Lugano no es Puerto Madero, Pompeya no es Recoleta. Por algo Alberto y Cristina eligen vivir en los segundos y no en los primeros.
No es joda y lo sabemos. Principalmente porque la idea de la solidaridad obligada producto de la mala redistribución empuja a un flagelo aún peor: que otro se haga cargo.
Hace semanas que se viene leyendo a personas pedirle al gobierno que los salve del flagelo de las hipotecas que tomaron bajo el régimen UVA. Como si nada, afirman que fueron estafados por el gobierno saliente, como si alguien pudiera sorprenderse de la inflación en este país. Así es que pueden escucharse argumentos como «pedí 1.5 millones de pesos, pagué 30 cuotas, debo 3.4 millones de pesos». Amigo, si pagaste 30 cuotas, comenzaste en junio de 2017 con un dólar a 16.70, así que lo pasamos en limpio: pediste 90 mil dólares para una propiedad sobre la que tenías que poner el 20% –con lo cual compraste algo de, mínimo, 110 lucas verdes–, pagaste 30 cuotas, y debés 53 mil dólares. Entiendo que tu sueldo no sea en dólares, pero tenés la posibilidad de vender la propiedad, cancelar la deuda, y quedarte con 67 mil dólares, más del doble de la que pusiste antes de sacar el crédito. Y no me vengan con falta de empatía o el latiguillo pedorro de «desclasado»: en un país con tanta gente con hambre y en el que hay un 40% de personas bajo la línea de la pobreza, debería ser un chiste el llamado a militar para solucionarles el crédito a tipos que tienen tamaño capital disponible.
Pero no, la culpa es mía, del rey de los pelotudos, que tiene que seguir haciendo el esfuerzo para darle la mano al que está en el piso, como si hubiera sido mi culpa que ello pasara, como si no hiciera ya lo suficiente laburando siete meses al año sólo para pagar impuestos que serán administrados por tipos que en su puta vida tuvieron que comer polenta en verano por pagar las expensas.
Todos somos generosos con la ajena. Pero como buen rey de los pelotudos, mejor que pague en silencio y sin quejarme, no vaya a ser cosa que vengan los iluminados de siempre a darme clases de moral y empatía desde la tranquilidad que les da saberse superiores moralmente a todos porque no habrán crecido en barrios de mierda como uno, pero al menos se ponen mal por las estadísticas que no conocieron hasta hace 40 meses.
Pague, Lucca, pague y con alegría un 30% a cualquier cosa que se haga afuera y no aquí, que es insultante que vea Netflix mientras haya pobreza, que da igual que viaje a Miami o necesite insumos para laburar. Pague rápido, que en un par de horas el dólar blue se va al carajo como todas y cada una de las veces que hicimos esto. Pague que a nadie le importa el IVA más alto ni los otros 162 impuestos que se abonan en la Argentina. Pague un auto más del doble de lo que vale, pague también el doble cada litro de combustible, y si no tiene auto, páguelo igual en cada producto al que le fue trasladado el costo. Pague hasta setecientos por ciento de más por cosas que acá no se fabrican. Pague que ya no alcanza con que financie la salud y la educación que no utiliza, la seguridad que no lo cuida, las jubilaciones que le serán mal calculadas y los salarios exorbitantes de quienes no pagan ganancias. Pague, siga achicándose y quédese tranquilo que, cuando ya no pueda pagar más, allí estará el Estado para darle una mano bajo el mandato principal: si funciona se le cobra impuesto hasta ahogarlo y, cuando ya no respira, se lo subsidia para salvarlo. No fomente el odio de clases, que lo putearán a usted, no a nosotros. Pague, Luquita, no sea egoísta, que no se paga sola la noble tarea de gobernar un país que por su culpa vive en crisis desde que se hizo la luz.
Lo de la solidaridad obligada no es joda, y es un error analizarlo desde el supuesto oxímoron de que si es por ley no es solidario: los abogados saben bien que solidario es ser corresponsable. Y ahí estamos, siendo todos responsables de la triste realidad de muchas personas que están como están por mi culpa y la tuya.
Por suerte, todavía nos queda la claridad de quienes analizan «los gestos de un tipo común», como si un tipo que puede elegir entre dormir en la Quinta de Olivos o hacerlo en el departamento que le prestan en Puerto Madero fuera un tipo común. Como si el Presidente de la Nación fuera un tipo común. Como si tener el control del Estado te convirtiera en un tipo común. Ojalá tuvieran el mismo poder de análisis para detectar la barbarie en la frase «si no hay pan, no hay democracia ni libertad», una frase que podría desarmarse con preguntarle a cualquier preso –a cualquiera– si prefiere la libertad a sus cuatro comidas diarias y a no tener que preocuparse por el alquiler. Pero no: primero la guita, después hablamos de democracia, derechos y coso.
Entre tanto, los dormidos siguen de festejo y agresiones verbales como si el Club Atlético Peronismo Unido hubiera ganado el campeonato y no las elecciones, y con sonrisas burlonas defienden el retorno de quienes sí sienten empatía por los más necesitados, con un presidente de Puerto Madero, una vice de Recoleta, un Jefe de Gabinete de San Isidro, gente común, no como los chetos que se fueron. Al menos son coherentes: todos quieren vivir mejor y que lo pague otro. Mientras, los avivados de siempre siguen de rosca para pegar un lugarcito aunque sea en la Dirección Nacional de Provisión de Sobrecitos de Azúcar y Edulcorante para el Café de Reuniones Épicas.
Acá, por lo pronto, se sigue pagando y sin chistar porque al país se lo pone de pie entre todos: ellos recaudando, nosotros pagando. Porque para el título de rey de los pelotudos tengo millones de competidores.
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(Sí, se leen y se contestan since 2008)