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El texto más caro de mi vida

Un sábado a las 22.15 horas estás esperando una pizza en la puerta de un local en la esquina de Santa Fe y Uriburu, o en Rivadavia y Olivera, o en Corrientes y Malabia. Momento de hablar boludeces, y hasta de aprender tucumano con las lecciones online de Victoria Braier –no me juzguen sin haberla visto– cuando un atleta de deportes combinados toma tu celular, mete 20 metros en 0,2 segundos y se da a la fuga en una moto de contramano por la avenida. Me sucedió y lo agradezco, porque siempre está bueno sentirse parte de la moda delictiva.

Primero arranqué a las puteadas por no poder bien qué tipo de moto era, como para tener herramientas para la denuncia, pero por suerte se me acercó caminando una oficial para describírmela. Siempre es bueno que alguien esté tranquilo. Imaginemos que la representante de la ley salía corriendo atrás de los delincuentes ¿quién me tranquilizaba? Debo haber mostrado cara de sorpresa ante la descripción de la agente, dado que justificó su conocimiento en que «está robando en la zona desde temprano». Luego llegó un patrullero que, ante mi nerviosismo, prefirió quedarse charlando con la agente antes de salir a buscar a los delincuentes. Listo, ahora sí podía irme a cenar con la tranquilidad de saber que a mí me robaron, pero antes ya le cagaron el fin de semana, el mes y los ahorros a otros. Probablemente, cuando la ciudad reciba finalmente el traspaso de las comisarías de la Policía Federal en 2016, la seguridad mejorará notablemente. Espero que no le den su administración a un contador público.

Para tranquilidad de los sentimientos nacionalistas, el que se apropió de mi propiedad era bien argentinito, como los últimos 20.178 casos de motochorros registrados durante 2018, a excepción del colombiano que los indignó. También lo eran los que me abordaron hace menos de tres meses sin poder concretar su cometido porque se les quedó la moto. Los que sí resultaron ser extranjeros eran los dos ingenieros, el contador público y la licenciada en turismo que salieron en mi auxilio desde la pizzería. No, no eran comensales, eran los mozos. Los comensales siguieron como si se tratara de un show de variedades, algo que tiene sentido, hemos naturalizado los robos a tal punto que da cosita ver cómo todos podemos seguir con la cena como si nada hubiera pasado y con el único pensamiento dedicado a agradecer que fue otro la víctima.

El número de casos de choreos a bordo de motocicletas –sólo superado por el de choreos periodísticos– nos da como resultado que los únicos triunfadores de la Argentina son los pertenecientes al sector del arrebato. Y acá siquiera entran las premisas de los pobres marginados de la sociedad, porque los cacos no pasaron vendiendo medias, ni se encontraban en un local atendiendo mesas o en un kiosco de madrugada como cualquier profesional universitario recién llegado al país. El segmento del chorro no distingue crisis de bonanza: porque si no hay guita, se sale a robar; pero si hay guita, se roba más.

No realizaré por enésima vez un análisis de la delincuencia en sí, ya que no tiene sentido a esta altura. Me cansé de escuchar «al menos no te pasó nada». No, no me pasó nada, salvo que me violaron tres derechos humanos. Nada fuera de lo normal si ya naturalizamos la privación de la libertad, la ausencia de seguridad y la nulidad del concepto de propiedad privada. ¿O acaso está prohibido que pueda usar lo que es mío sin que nadie me lo arrebate?

Es difícil cambiarles la cultura, ya que tienen todo un sistema a favor. La Justicia que los larga en minutos, la Policía que se cansa –si es que quisieron combatirlo– y deja de calentarse y, finalmente, las víctimas que no tienen ganas de perder tres horas en una comisaría para luego perder otras tantas en identificación de fotos sólo para encontrarse al amigo de lo ajeno y reconfirmar lo que siempre sospechó: que ya estuvo preso.

Pero todo esto viene después del acto consumado. ¿Qué se hace en prevención? Una imagen puede ayudar a entenderlo: al llegar a la comisaría no tenía donde estacionar el auto porque la calle entera estaba ocupada por ocho patrulleros estacionados. Dentro de la seccional me costó atravesar el patio, donde otras tres motos y un cuatriciclo hacían compañía a los maceteros. Doce vehículos fuera de servicio un sábado a la noche. Pero debería ver, señor, qué linda que quedó la pintura mate.

Al realizar la denuncia supe que también hay un domo en la esquina donde se produjo el hecho que me alegró el sábado y que eso contribuye a que, si se logra identificar a los ladrones, si se logra detenerlos y si de puta casualidad tienen mi teléfono aún encima por pelotudos, en una de esas se comerían una causa. Quizá. Y todo esto mientras me pregunto cuántas veces me detuvieron para pedirme los papeles del auto y ni que hablar de cuántas multas me comí por las cámaras, esas mismas cámaras que cuando están ubicadas en el conurbano, sirven para nutrir las tardes de los canales de noticias.

Lo interesante es pensar qué beneficio obtuve a cambio del ilícito. Porque esas cámaras se pagaron con mis impuestos, al igual que el salario de la policía sin Duracell, de los ocho patrulleros estacionados y de las tres motos decorativas de patios; como así también tuve que pagar yo de mi bolsillo el grabado de autopartes de mi vehículo para «evitar la venta de autopartes si es robado». Podría decir que es una linda forma de blanquear que el Estado no piensa hacer nada para evitar que me lo roben y que así y todo me harán pagar a mí por ello, pero todos sabemos que sólo se implementó para recaudar un poquito más.

No debería mencionar la palabra beneficio, sino compensación: no pagar un puto impuesto hasta recuperar el dinero equivalente al monto perdido. ¿Por qué? Porque no hice nada para que me ocurriera ello y el Estado no hizo nada para evitar que ello suceda. Tan sencillo como eso. Vivimos bajo un Estado surgido de la teoría del contrato social, donde los hombres cedemos ciertas libertades al Estado a cambio de que este nos garantice otros derechos. Y en cualquier contrato, cuando una parte pierde por negligencia de la otra, es compensada.

Ni siquiera me paro desde el punto de rebelión fiscal, no vaya a creer. Si el sujeto que me robó tiene treinta y siete antecedentes por robar noventa celulares en seis horas, que el faltante de mis impuestos se los debiten a todos los jueces que lo liberaron. Si el juez tiene una ley en la mano para decir que sólo aplicó la letra impresa y esa ley es bien explícita, que se lo vayan a cobrar a quienes hayan aprobado ese engendro del Averno. Después de todo, no es mucho lo que pido: el monto de mi celular, los gastos de viáticos a la comisaría ida y vuelta, a la fiscalía ida y vuelta, a la dirección de investigaciones ida y vuelta, a la compañía de celulares ida y vuelta, y unas 14 horas hombre perdidas en tramites que yo no debería hacer. Y mejor ni hablar de los imponderables: las entrevistas que tenía practicamente cerradas el sábado a la tarde y por no contar con teléfono vi cómo fueron rapiñadas por otros, los recuerdos perdidos en fotos y videos que no se pueden volver a filmar y la incapacidad de batir mi propio récord de niveles superados en una semana en el Candy Crush.

Quizá de este modo logremos compensar ese sinsabor que nos deja la impotencia y, al mismo tiempo, no quedemos víctimas del pánico y echados a la suerte de la rabia de saber que tenemos que planificar un safari para ir a buscar una pizza. Qué se yo, me cansé de tener miedo de usar las cosas que me compro con mi laburo y, al mismo tiempo, no tener a mi disposición otras cosas que pago con mi laburo, como una seguridad que al menos genere el respeto de que un motochorro no se cague en una cámara, en una policía parada a veinte metros y en la Justicia.

En una de esas, cuando el ente recaudador vea que sus arcas no están siendo suficientemente regadas y corran riesgo los maceteros de Palermo, quizá, porái, si pinta se ponen las pilas. Nunca está mal mantener la ilusión, aunque sepamos que terminarán aumentando los impuestos.

Siempre es bueno contar con experiencias para escribir. Desearía que no me salgan tan costosas.

 

Martedì. No me manden mensajes al teléfono para solidarizarse.

 

 

Aclaración legal: Si bien es cierto que el robo se produjo mientras consumía cultura tucumana, dicha circunstancia no implica ningún tipo de contribución a la estereotipación folklórica kármica, la cual el autor no comparte más allá de las bromas a sus amigos tucumanos, los cuales incluyen personas honradas.

Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.

Si tenés algo para decir, avanti

(Sí, se leen y se contestan since 2008)

14 respuestas

  1. Nos robamos unos a otros, bienes, derechos y tiempo; para los primeros se encontraron justifiaciones filosóficas, para los segundos, la ley de la selva y el tiempo fue decantación. Es parte de un mecanismo perverso para que los Poderes Judicial y Legislativo sigan actuando como si estuvieran en un universo paralelo.

  2. Lo brillante de la columna y el humor que lográs imponerle no alcanzan para tapar el estado de indefensión en que nos encontramos todos…
    Ya te imaginás que no saco el celular en la calle a menos que llamen imperativamente, que no llevo una tonta cadenita en mi cuello… hace rato que me saqué los aros…
    Sólo nos queda como en la canción de Pappo agarrar un palo y entrar a dar y dar…

  3. Soy fotógrafo, he sacado fotos en lugares del mundo en donde ni siquiera hablaba el idioma como para decir «pará loco no me robes la cámara» y nunca he tenido ningún problema en ningún lado; sin embargo, no puedo salir a sacar fotos en mi querida ciudad por miedo a que me roben, me maten en el intento o ambos. La inseguridad es un cáncer de la sociedad Argentina, a punto tal que la destruye porque justamente no se puede socializar sin miedo a que te roben mientras tomás un mate con el vecino en la vereda.

  4. Sabes Nico, nuestra cultura latinocatolica es una mierda. El protestante puede defender lo suyo, porque su propiedad es parte merecida de su vida. Es moral tirotearte por el fruto de tu trabajo. Extremo, si, pero en cambio aca lo que importa es la salud. No te pasó nada, listo. Las posesiones materiales son malas, y el ladron casi que te hizo un favor aliviandote de ellas, ademas de simplemente estar cobrando una indemnización social por la injusta falta de oportunidades que padece

  5. Nico, tenés que llevar una pistola de juguete en el bolsillo.
    Cuando te arrebatan sacás la pistola y la botona automáticamente se inserta las duracell hasta el Cérvix. Ya la tenés en movimiento y con la pistola en mano. Le entregás la tuya y le decís: «APUNTE Y FUEGO!»
    Que impotencia la puta madre!

  6. Hoy en día es mas fácil contar a quien no le afanaron que al que si, yo arranque el 2019 con el robo del celular en Flores a las 19hs un Viernes… lleno de gente… y sufrí hace 3 Domingos a las 10 de la mañana en el Planetario el robo de la bicicleta con arma blanca (me lesionaron)… obviamente celular no volví a comprar.. estoy usando uno de 2 mangos y la bici estaba asegurada, ni bien cobre el seguro me guardo el dinero… no se que esperan para actuar… no se dan cuenta que sin seguridad no hay nada y desde ya que la situación esta cada vez peor.

  7. Sencillamente brillante, Nico.
    Y acá yo culpo a la justicia. Esos jueces miserables y partidistas, que se preocupan del delincuente y no de vos. Que los dejan libres siempre.
    Del concejo que debería juzgarlos y es un antro de delincuentes similares a ellos.
    Habrá una solución? Misterio.
    Saludos.

  8. Ahora entiendo pq se mantuvo tanto tiempo alejado de sus redes sociales. Creo querido Nico que hemos naturalizado «el no te metas», «por suerte no me pasó a mí» y «la empatía en situación de robo» por temor o por no saber cómo reaccionar ante estos desafortunados eventos; muchas veces nos lleva a ser espectadores pasivos – inmutables, donde sólo algunos pocos valientes, se solidarizan una vez q el peligro pasó y en muchos casos, sólo para saciar su morbo para saber lo q pasó. Lamentablemente no estamos en Suecia, que es uno de los paises más seguro del mundo en robos y asesinatos, vivimos en la Argentina, donde debemos cuidarnos hasta de nuestra sombra dado que suponemos que todos son potenciales chorros/asesinos, que nos acechan a la vuelta de cualquier esquina. Tu ida a la comisaría ese safari desagradable se hace porque quizás exista el 1% de probabilidad q aparezca el cel o casi seguro, tu caso engorde el número estadístico del rubro «robo de celulares»; ojalá tu nota sirva para que los Jueces revean con antecedentes en mano, su forma errónea de interpretar la Ley. JUSTICIA PARA TODOS!!!!!.

  9. Me angustie.
    Me angustie de la bronca que da lo natural que resulta ser todo para el resto que le roben a alguien a metros suyo. Que si gritas nadie te auxilie por miedo o porque «no quiero ser testigo en la denuncia» o porque «pasa siempre che, ya lo sabías. Ya está flaco, la próxima en la calle, el celular en el bolsillo».
    Porque si alguien tiene que cargar con la culpa, no es quien te robó, no es el sistema que falla o una sociedad acostumbrada, es tuya. Si me preguntas a mi no hay culpas, hay un problema y «el problema» somos todos, pero hace años…
    Me angustie porque lo viví de muchas formas.
    He prestado mi celular a chicas llorando en shock incapaces de recordar el número de algún familiar para avisarle, porque ví a un amigo colgarse de una moto porque arrebataron a un desconocido cerca y lastimarse por caerse a la cuadra o porque me pasó un encuentro más cercano que el tuyo a mediados del año pasado.
    Pero no me arrebataron nada, se me acercaron a metros de mi departamentito de Barracas para «pedírmelo» de forma muy amable o me volaban la cabeza. Por inconciente o por un impulso de valentia que no se de donde saqué, quizá porque mi celular era nuevo -tampoco es el mejor pero me lo había comprado hace poco y en cuotas- o porque son mis cosas y las quiero conmigo, le dije que no iba a darle nada a ese tipo con el cual nos quedamos mirando a los ojos quizás menos de un minuto que fueron eternos. Mientras yo pensaba en recordar su cara por si el asunto quedaba solo en «amenaza de muerte» y llegaba a denunciar, se dió cuenta que esa bajita con la bolsa de compra en una mano y apretando la mochila que le colgaba del hombro en la otra no cedió, se subió al auto con la misma rapidez con la cual se bajó para abordarme.
    Vale aclarar que también era argentino como yo. Quien manejaba, ya no lo sé pero podría imaginar que también. Y eran las 20, no las 00 o las 3 am, porque viste que hay «horarios calientes». No, volvía de laburar con las compras para hacerme la cena.
    La adrenalina del momento se fueron despues de correr y refugiarme en mis 4 paredes.
    Después de hacerme mil comentarios a mí misma entre ellos: «me podría haber matado», «¿Soy boluda, corajuda o suertuda?», siguió ir denunciar, también de noche, porque dejar presente un intento de robo a mano armada en teoría tiene que servir para algo y no solo para «hacerles perder el tiempo» que es lo que pude interpretar de sus caras, como si a mí me gustara tener un arma cerca, no haber cenado y tomar un taxi ida y vuelta por 8 cuadras «por si acaso» pasaba de vuelta.
    ¿Qué me quedo de todo esto? Un papel que me recuerda que no me robaron ni me mataron pero no puedo volver tranquila a mi casa. Si paso una vez, puede pasar otra.
    Sigue sin haber ni un policía en mi cuadra a pesar de que mis vecinos comentaron: «No, si de 20 a 22 es zona liberada» como si no fuera gravísimo el decirlo si es cierto o como si alguien les hubiera avisado y a mi no, porque jamás hablo con nadie más de lo justo y necesario o no ví los carteles que convocaban a la reunión donde se pactaba no circular al menos que quieras ser robado. Eso y que tener comida siempre en casa para no atrasarme con nada por si tengo que correr en «mi zona liberada». Y algo violento que recordar si me da uno de «mis ataques» en la vía pública, por cierto.
    Demás está decir que espero haya solución a esto y que espero no vuelva a sucederte. Y que estes bien, aunque sea medio boludo o molesto el desear tu bienestar físico y mental.
    Comento por acá porque en Twitter termino por leer mucha ganzada. Además me ví tentada a contar mi experiencia y para escribir, 140 carácteres jamás son suficientes. Perdón por eso, sé que no hacía falta. Éxitos Nicolás, un abrazo.

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