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Primero me sentí mal. El autoboicot, el síndrome del impostor, la depre, el nombre que quieran ponerle, pero un sentimiento negativo apareció hace varias publicaciones. Lo conozco de hace tiempo, tiene la costumbre de hacerse presente cuando una serie de textos no logran el impacto que uno habría deseado. Como persona formada en medios digitales –fui editor de Perfil.com–, me tocó trabajar en una de las primeras transiciones 100% digitales.
La primera década del nuevo siglo se vio marcada por la pugna entre los periodistas digitalizados y los que eran tildados de “dinosaurios de papel”. Para cuando yo ingresé, la pelea comenzaba a trasladarse a todos los digitales. Surgía la lucha entre los defensores de la “dictadura del SEO y los dinosaurios digitales”. Yo iba y venía entre los dos mundos a los que no veía incompatibles. Me molestaba –y me molesta– la aplicación del “generador de contenidos” en vez de la de “periodista”, porque es el triunfo de la métrica por sobre el oficio.
Hace ya varios años que entre Clarín e Infobae pugnan por el mismo título: El Medio Más Leído de Habla Hispana. No es que uno miente. Clarín dice que es el medio más leído en usuarios únicos, Infobae en cantidad de páginas vistas dentro del portal. Y los dos tienen razón. Los dos tienen razón según el criterio utilizado, que ya en 2013, cuando me lo presentaron con una bonita capacitación que me secó las gónadas. Es un criterio bastante choto y que choca con el primer dato: no hay forma de que 35 millones de argentinos consuman noticias todos los días. No existió nunca ni existirá.
El criterio de las métricas y sus dos empresas insignias deben agradecer la existencia de Ibope para que los empresarios estén preocupados por otros criterios de medición cuestionados: los de los medios audiovisuales.
El problema audiovisual es distinto al de los medios gráficos digitales. Si lo digital es la continuación de lo analógico, los portales son la extensión lógica de los diarios y revistas de papel. El diario de mayor tirada de la historia del idioma español fue Clarín, que en su apogeo llegó a alardear de una tirada de 1.5 millones. Otro dato engañoso: tirada no es lo mismo que venta, sino cuánto se distribuyó. ¿Cuántos lo leyeron? Porque no es lo mismo un diario compartido por todos los clientes de un bar en un desayuno que otro comprado para saber los resultados de la quiniela o para proteger el piso de una pintada de pared.
Todos los medios comenzaron a correr tras las métricas, en base a lo que las métricas indicaban. Así se comenzó a generar contenidos que apuntaban a lo que el público deseaba. Allá por 2013, el criterio utilizado era difícil: tres tercios. Un portal debía buscar el equilibrio entre la noticia buscada aunque no fuera de interés periodístico, la noticia que debía ser dada aunque no fuera de interés del público, y las notas que los periodistas querían publicar aunque no fueran ni convenientes ni de interés.
Hoy es bastante más sencillo: ganó la métrica. Lo vemos en los usuarios de redes sociales, capaces de contar historias robadas de Wikipedia, subir fotos de paisajes con preguntas idiotas para generar interacción, y cualquier cosa que no tiene sentido detallar porque ya todos saben de qué hablo.
Pero vuelvo a mi problema. En cuanto comenzó el período electoral de 2023, este sitio se vio afectado por el mismo comportamiento de cada elección: el recambio de lectores. Por si fuera poco, se sumó la obsesión de Elon Musk por convertir a Twitter en una competencia de memes. ¿Sabía usted que hay un sistema de puntajes para las cosas que publicamos en Twitter, al que todos seguimos llamando Twitter? La antigua autopista de la información, hoy penaliza a quien comparte un link. Cualquiera que genere contenido y comparta lo creado en Twitter es penalizado.
Así se da que, si posteo un comentario cualquiera, tengo un alcance de 50 a 60 mil usuarios –personas que al menos lo ven pasar–, pero si comparto el link de mi último texto, llega con suerte a 6.5 mil personas. No hablo de gente que lo leerá, sino de gente que verá que compartí un link. Y eso no lo decide la gente.
Cuando hablamos del microclima de Twitter, lo decimos en serio. Veo muchas, pero muchas más lecturas que las que proporciona Twitter, con sus penalizaciones y demás. No soy el parámetro, las estadísticas lo son. No es algo para agrandarse, sino para plantear, en base a datos, lo difícil que es vivir en democracias en las que las discusiones políticas se dan en términos de redes sociales.
Habrá sido un par de meses atrás, una gran figura del periodismo vernáculo se preguntó al aire si todavía existían los blogs, como si hablara del MSN. Y es probable que muchos de los que lleguen aquí opinen lo mismo, pero los datos son los datos. La cantidad de visitas a los blogs se incrementó un 60% en la última década. ¿Qué medio puede darse el lujo de decir lo mismo? Y no es una concentración de visitas: hay 2.5 mil millones de publicaciones anuales que tienen un 60% más de lectores que hace una década.
Un sitio como este genera más fuentes de trabajo que lo que usted cree. Por lo pronto, el gil que escribe, seguido de una diseñadora que se encarga de que todo se vea pipí cucú. Luego, todos los empleados que trabajan en la empresa donde se aloja este sitio, los técnicos de servicio, atención al cliente y demás. Hay un universo enorme, emprendedor y en movimiento detrás de la autogestión. Como pasa siempre con cualquier sesgo, los que creen que algo no existe más, es porque no lo consumen. Demasiado ego.
Cuando en 2015 intenté, junto con mis compañeros de edición, convencer a editores de la vieja guardia que había que buscar la forma de equilibrar las publicaciones en el mundo de los tres tercios (lo que yo quiero, lo que el lector quiere, lo que se debe publicar, etc), varios se indignaron al ver los informes de las métricas. La respuesta a los magros números fue tajante: “la gente ya no lee”. Y la gente lee más que nunca.
El mundo de la lectura es fluido. Hoy mismo, antes de sentarme a escribir, leía La Epopeya del Colibrí, de Dalia Bar y Bernardo Erlich. El domingo me fui a dormir con mi octava relectura de Estas Piedras, de Yamila Bêgné y anoche estaba con Jo Nesbo. Yo, que puedo vivir de comer pizzas y leer ensayos, a veces quiero comer y leer otras cosas. Como todos los demás, los ritmos sociales nos afectan y a veces necesitamos sumergirnos en la realidad y otras queremos soñar con otro mundo por un ratito.
El tema de sumergirse en la realidad es que, como decía Justin Scott sobre el mar en El Cazador de Barcos, “puedes hacer todo bien, estrictamente de acuerdo con el procedimiento, y aún así te matará, pero si eres un buen navegante, al menos sabrás dónde estabas cuando moriste”. Por eso, la mayoría de las veces, nos vamos a otro mundo. Por eso, entre otras cosas, los programas más estrambóticos son los que aún funcionan. La mayor crítica a Gran Hermano es su mayor virtud: droga para las masas. Deseamos esa droga, necesitamos algo que nos aleje de un día a día sobre el que no podemos hacer otra cosa que saber dónde estábamos cuando la realidad nos lleve puestos.
Cometí el error de vincular la baja de alcance de mis textos compartidos en Twitter con las verdaderas lecturas. Debería haber ido a leerlas, antes de hacer un juicio de valor. Pero luego busqué las métricas de los demás medios. Todos van a la baja en lo que tenga que ver con la actualidad política. ¿Notaron que ya es casi marginal el manipulado listado de notas más leídas? Pero incluso si encuentran uno, como el que veo en este momento mientras escribo estas líneas –Clarín para suscriptores–, de las cinco notas más leídas, tres son de fútbol, una sobre Venezuela y otra sobre el dólar.
¿Quieren el mundo audiovisual? Cualquier consumidor compulsivo de películas y series se desmaya si se entera de que la mayoría del contenido que se ve –60%– en streaming son tutoriales.
Cuando intentamos comprender el fenómeno de los canales de YouTube, hay un punto de análisis que a todos se les escapa: ninguno de los exitosos tienen como eje temático la actualidad política, social o económica del país. Y la rompen. Que ese sea el contenido más consumido en medio de una recesión económica, debería ser un indicador para comprender el panorama, uno chiquitito, que grite “y sí, boludo”. ¿Cuántos periodistas famosos quedaron en el imaginario popular? ¿Cuántas personas dedicadas al entretenimiento?
Los gerenciadores de las actividades periodísticas aún apuestan, ridículamente, a competir con otros formatos que no son competencia. Apuntan a otro público que, si estuviera interesado en escuchar qué se sabe del estado de los bonos argentinos en la Bolsa de Nueva York, buscaría esa nota.
Ahora, mi pregunta del millón, es qué pasa con los que históricamente integraron esa masa llamada “público políticamente informado”. Esas métricas también se pueden hallar, sin datos personales, pero con un patrón de comportamiento. ¿Están todos en otra? ¿Están, acaso, como yo, que gasto cada vez más y digo “qué bueno que la ministra de Seguridad me dijo que la inflación ya no es un problema”? ¿Acaso sienten alivio cuando se enteran que el ajuste fiscal incluyó darle 100 mil millones de pesos a la estructura de inteligencia de este país?
No es un dato menor porque es el mismo lugar en el que se siente libre el Presidente de la Nación: el del microclima de una sola red social controlada por un amigo que piensa como él. Y es ahí a donde apunta un decreto firmado por el Presidente para que el ministerio de Seguridad pueda “utilizar algoritmos de aprendizaje automático a fin de analizar datos históricos de crímenes y de ese modo predecir futuros delitos”. Si, parece que además de no entender Terminator, tampoco entendió Minority Report.
Por acá dí por perdido cualquier debate sobre políticas de cualquier cosa desde que se puso de moda arruinar la reputación de una persona desconocida para que otros que tampoco lo conocen puedan volcar todos sus malestares. Que lo hagan usuarios de redes sociales daba un poco de temor. Pero se normalizó tanto que ahora las sospechas las puede sembrar cualquier figura política, incluso la mayor de ellas. ¿La Justicia? Eso es un lujo que no podemos permitirnos, a pesar de que la Constitución Nacional dice que solo los jueces pueden juzgar a los ciudadanos. Ah, y solo por cosas que no sean privadas y que estén expresamente prohibidas.
Ahora que lo pienso, es curioso: el concepto de garantías que incorpora nuestra Constitución –y todas las constituciones de todos los países civilizados que viven en democracia– surgió del liberalismo que nutrió a la Ilustración del siglo XVIII.
Pero el liberalismo es un coso que hoy representa un tinglado debajo del cual se puede parar cualquiera y sentir que forma parte. Lo mismo que sucede con cualquier ideología que se institucionaliza, con el paso del tiempo nadie sabe qué representa ese lugar al que se quiere entrar, pero qué lindo es formar parte. Pasó con el radicalismo, pasó con el peronismo, ¿cómo no vimos venir que algún día alguien se iba a llevar puestas las ideas de la libertad en nombre de las ideas de la libertad?
Si las garantías son una herencia sustancial del liberalismo, cualquiera que atente contra ellas no puede llamarse liberal. Si sos un tipo que te encanta jugar con el puntero láser de la moralina y señalar quién es gente de bien y quién no sin ser un Juez a cargo de una causa, no podés llamarte liberal ni hablar del respeto irrestricto a ningún proyecto ajeno.
Lo mismo ocurre si la forma de refutar críticas es destrozar con insultos a quien las efectúa, no hay un miligramo de liberalismo en sangre. Si las ideas de la libertad necesitan de la imposición de una sola visión de las ideas de la libertad, sos otra cosa. Y está perfecto, eso es lo maravilloso de este sistema liberal que aún rige a Occidente: podés ser lo que quieras. ¿Por qué no llamarse conservador a secas? ¿Para qué mezclar derecha, conservadurismo y liberalismo con total desparpajo?
Por suerte nos queda el consuelo de que todo el mundo se está yendo a la mierda ideológica junto a nosotros. Las izquierdas pasaron de buscar un amigo judío para recibir el doctorado en progresismo a convertirse en usinas del mayor antisemitismo que se haya podido soñar en la peor pesadilla moderna. Las derechas hoy se llaman liberales o libertarias en cualquier parte, aunque se trate de un Donald Trump nacionalista y proteccionista económico.
Este era un miedo compartido por muchos hace tiempo. Cuando un periodista se cansa de recibir un pésimo sueldo a cambio de entregar su salud física y mental, busca nuevos destinos. Las empresas privadas son un buen lugar, pero un cargo público y un vaso de agua no se le niega a nadie. ¿No era obvio que la “dictadura de las métricas” llegaría al discurso político? Hace por lo menos dos décadas que Jaime Durán Barba advirtió que las elecciones se dirimen en el ámbito de lo emocional por sobre lo racional.
Las principales empresas dedicadas a la medición de estadísticas digitales –Comscore y Google Analytics a la cabeza– nacieron apuntadas al comercio electrónico. Lo de los medios digitales fue un medio para alcanzar un objetivo. Esos datos sirven demasiado en el ámbito político, donde los discursos se acercan más a lo que la gente quiere oír que a aquello que se debe hacer.
Y si por primera vez en la historia ganó alguien que prometió un ajuste, quizá sea porque eso era lo que buscaba el grueso del electorado, del mismo modo que en 1989 ganó el candidato que prometió en su plataforma electoral liberalizar todas las fuerzas productivas, desburocratizar y achicar el Estado, más una política de comercio exterior sin fronteras ideológicas. En aquellos tiempos de cuatro canales de aire –cinco si tenían la antena para el Canal 2 de La Plata– las encuestas marcaban el rumbo. Hoy no hay mejor termómetro social que las métricas.
El Presidente puede decir en un discurso televisado que se acabó la discrecionalidad de la Aduana sobre qué se puede o quién puede importar bienes de consumo. Todos sabemos que es mentira, pero puede decirlo sin que nadie se sonroje. Pueden firmar decretos en los que se hable de “predecir futuros delitos”, y no pasa nada. ¿Es que están todos de acuerdo? Puede ser, aunque también es probable que a nadie le importe enterarse. Y prefiero toda la vida la ignorancia voluntaria que saber que alguien sí se informó sobre una bestialidad y aún así aplaude mientras dice formar parte de un ideario que, en realidad, desprecia.
Todo esto también funciona en espejo. A los que putean al gobierno y luego lloran el escarnio público, dan ganas de gritarles “bienvenidos al liberalismo clásico”, ese que planteó que solo un juez puede juzgar y coso.
Es una bienvenida que recibimos todos solo por haber tenido la suerte de nacer en Occidente, donde se puede cuestionar a Occidente gracias a las libertades que nos dio Occidente.
Si creés que sólo la Justicia puede hacer Justicia, si sentís que la brutalidad no tiene lugar en una sociedad, si creés que no hay superioridad de tu vecino sobre vos, si sostenés que nadie es mejor que otro solo por portación de apellido o linaje de sangre, si te emociones cada vez que le contás a alguien sobre aquel abuelo que se tomó un barco para “hacerse la América” en esta tierra bendita, si para vos está mal que te quiten lo que es tuyo, si considerás que la mujer no es una cosa destinada a ser adorno familiar y cocina de seres humanos, si te parece aberrante que una niña de 9 años sea entregada en matrimonio, si creés que está mal que el gobierno sepa todo el tiempo qué hacés, dónde y con quién estás, si te parece natural poder elegir a tus gobernantes… Bienvenido a Occidente, el mayor experimento liberal de la historia, cuna de naciones reformistas que ponen al individuo en un pedestal y a sus derechos, los derechos humanos, en lo más alto de nuestro ideario.
Este lado del mundo que te vio nacer y que te permite militar ideas que atentan contra el sistema, que puedas estar en contra de los valores que te fueron inculcados, que permite que digas cualquier hijaputez justificadora sobre Maduro, que puedas predicar cualquier religión o ninguna, que puedas estudiar lo que se te antoje o nada, que no debas dar explicaciones por tu orientación sexual, que contiene bajo un mismo techo a los libertinos que pueden mostrarse por ser libres de expresarse y a los escandalizados que pueden hacerse notar por ser libres de expresarse.
Bienvenidos. Y disfruten mientras puedan, que nada es eterno y este sistema está flojo. O, en términos técnicos, se le cayeron las métricas. Los valores occidentales ya no miden.
P.D.: Tengo libro nuevo. No, no es de política. Es una ventana abierta al interior de una cabeza.
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(Sí, se leen y se contestan since 2008)
Un comentario
Las métricas son relativas.
Compramos un libro porque estaba en la lista de best seller; si resultó ser horrible, no podemos hacer nada y el autor lucrará forever con el hecho de haber entrado a la lista.
Si escribiera, querría que mi producción dejara a la gente planteándose cosas aún cuando no tuvieran mucho que ver con lo escrito … tener la satisfacción de haber puesto algo en movimiento.
Pero qué es lo que importa? Que me vieron o que hice impacto?
Muchos “clicks” o muchos corazoncitos o muchos reposteos, muchos lectores, muchos suscriptores o los tipos que en efecto se quedaron con la idea que fue planteada dando vueltas en la cabeza?
Hubo un tiempo que twitter antes de repostear un artículo preguntaba si lo querías leer antes … por qué querría repostear algo que no leí? Si me tenes que preguntar eso, sabes que tus lectores son de reposteo fácil, entonces como podes tomar eso para tus métricas. No tiene mucho sentido.
Como contrapartida, cuando la data para la toma de decisiones es relativa porque la juntan en el eter – que funciona como ya sabemos – imposible esperar discursos coherentes y así se pasa de “muerte al macho” a ser una tradwife wannabe. Así, sin escalas.
Y del mismo modo, parándose en las ammenities y en la seguridad de las fronteras del mundo libre hay gente que sale a hacer flamear banderas de países donde los filetearían sólo por ser quienes son.
Y si, se cambia de “ismos” como de calzón. Y mezclamos «ismos» contrapuestos en una misma declaración de principios. Porque se puede. Porque nadie cuestiona y parece no tener costo alguno, más allá de una cancelación temporal.
PS: Posta que no aprendemos de las pelis! Seguimos entrenando gratis a la IA a pesar de haber visto 25 Terminators y aplaudimos el Minority Report de cabotaje. En cualquier momento sale Liam a decir “release the Kraken” y chau todo