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La grieta moral: la campaña de la inseguridad

Grieta Moral

Si nos preguntan qué país queremos y nos permiten decir solo una palabra diremos que queremos uno mejor. Troskos, peronistas, fans de Dylan, radicales, macristas, todos coincidimos en eso. Ahora ¿qué es mejor? Es relativo para cada uno.

Se impuso como mantra que la grieta es moral. Y es cierto. Siempre lo fue. Tan cierto que lo que para mí es valedero para usted puede ser un pésimo error. El relativismo moral, por más que nos guste más o menos, existe en nuestra sociedad y hasta tenemos consagrados varios ejemplares en nuestra Constitución Nacional.

El pináculo del relativismo moral en relación a la vida lo tuvimos en los 70, cuando de ambos lados se mataban por un bien moralmente superior, un país mejor. Para unos era de un modo, para otros de otra forma y en el medio nosotros.

La moral se tuerce y se estira hasta que se corta. Casi todos estamos en contra del ojo por ojo o del asesinato del delincuente hasta que nos mueven un chumbo en la cara para robarnos. O cuando matan a alguien cercano por nada. Pero si algo me ha enseñado tantos años de estudio al pedo y otros tantos de laburar en el fuero penal del Poder Judicial es que no podría haber mayor error que habilitar la pena de muerte en la Argentina.

Nota al margen: Corría el año 2002 cuando volvía en mi Duna con GNC de la casa de mi por entonces novia. Ella vivía en San Miguel, yo en Lugano y laburaba en un juzgado de garantías en el primer cordón del conurbano. Por la avenida Gaspar Campos, a metros de llegar al cruce con la autopista del Buen Ayre, me encierra un patrullero de la policía bonaerense. Bajo la ventanilla y preparo los documentos: uno me abre la puerta con una escopeta en la cabeza, me tira al asfalto y me coloca un borceguí en el cuello mientras otro me daba vuelta el interior del auto.

En medio del silencio de un descampado de madrugada, quince minutos después me piden disculpas: habían robado a mano armada un auto idéntico al mío minutos antes. No, no se fijaron en la patente, sino en el color del auto.

Por aquel entonces también era habitual llegar al Juzgado y encontrarnos con la novedad de que un fulano había sido liberado por inocente luego de pasar 14 años en cana por un femicidio, o un tipo que terminó con HIV de tantas violaciones en el penal y resultó ser inocente, o un padre y un hijo que vivieron el infierno de la cárcel por querer ayudar a una mujer que resultó estar muerta. Suponer que a este sistema se le puede dar el poder de decidir quién vive y quién no es no reconocer, siquiera, de que le puede pasar a cualquiera. Incluso a un pendejo de 20 años que venía de la casa de su novia.

Fue ese mismo año en el que un fiscal del departamento judicial en el que laburaba procesó a un policía por pegarle un tiro en la cadera a un chorro que corría por la calle más transitada y disparaba hacia atrás por debajo del brazo con total desprecio por la vida de todos. El delincuente sobrevivió, el policía perdió su trabajo, el fiscal no.

Nota al margen de la nota al margen: una semana antes me habían cagado a trompadas para robarme las zapatillas en Puente La Noria. Y yo quería que los mataran a todos en el acto.

Nota al margen de la nota al margen de la nota al margen: De los chicos con los que andaba en bici cuando era niño, al menos dos están muertos y registré que al menos dos terminaron presos. Puede que hayan sido más. Estuve en medio de tres tiroteos, me pusieron un chumbo en la cabeza más veces de las que recuerdo y tengo un tajo en el mentón de un caco que me quiso cortar el cuello con una botella rota por un celular hace no mucho. Siempre quise matarlos a todos. Es lo que pasa cuando vivís con el Estado haciendo Política en vez de gestionar. Ahí tienen una gran muestra de relativismo moral en primera persona.

Que el temperamento de la gente esté agitado por la triste violencia delictiva que vivimos es inevitable. Que existan políticos que quieran sacar tajada de eso promoviendo medidas que no son factibles, que son de aplicación imposible, es una muestra más de la demagogia absoluta por votos.

El clima no está enrarecido: se encuentra en estado de ebullición. Y con justas razones: la inflación no da respiro a pesar de estar esposada y con grilletes, el poder adquisitivo no detiene su caída abismal año tras año, mes tras mes, y la oleada criminal recién comienza como en cada crisis política y económica terminal. La del 2001 la viví desde adentro y era un desastre aún superior a lo que se mostraba en los medios y no paraba de crecer con cada día.

“No queríamos que la inseguridad se metiera en la campaña”, dice uno de los voceros no oficiales de Alberto que dijo Alberto. ¿Tan pelotudo se puede ser? Es la preocupación número uno de la Argentina. La número uno. De hecho, fue el motivo por el que extendieron los controles de pandemia este año a sabiendas de que ya no hacían falta: para controlar la calle.

Finalmente, luego de escuchar al pedante desbocado del tipo con cargo de Presidente y su afirmación de que construir más cárceles no es una solución (el problema de nunca callarse), uno se pregunta cuál es la solución entonces.

El problema de haber soltado durante tantos años la política progresista de que todo se resuelve con inclusión se les hizo trizas en la cara. Sí, obvio que vas a bajar a mínimos la delincuencia, aunque siempre te quedarán tipos universitarios y con guita que saldrán a chorear igual al Boudou Style.

Pero también es un argumento que los deja en pelotas. En diciembre de 2001 en las cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense –no cuentan las de Ezeiza ni Marcos Paz, ya que son federales– habitaban 16.200 presos. En 2003, la inflación de la crisis llegó también a las celdas y el número se elevó a 23.100. Cuando el kirchnerismo dejó el poder, los presos de la provincia llegaban a 34.200. Creció el delito, creció la población carcelaria. Lo que no creció fue el número de cárceles superpobladas desde 1997.

Y no es un dato al pedo: cada vez que un político del poder ejecutivo –el encargado de construir cárceles, digamos– se enoja con los jueces que liberan presos, tiene razón, sólo en cuanto a los jueces de primera instancia. Porque a un juez de Ejecución Penal no le queda otra que largarlos una vez que comprueba la situación en la que habitan: una de sus pocas funciones es velar por el cumplimiento de la pena bajo apercibimiento de ser echado.

La pena, el gran ausente en cualquier debate. La legislación argentina establece desde su Constitución Nacional que las cárceles existen para la resociabilización de los delincuentes y no para su castigo. Como cité arriba, está claro que ni siquiera el profesor de Teoría del Delito y la Pena que tenemos de comentarista presidencial cree en eso. Así estamos.

A esta altura del partido deberíamos sincerarnos y reconocer que a nadie le interesa la resociabilización. No está mal sentirse así: el progresismo tiende a la anulación del sentimiento ajeno porque, presume, sentir es una cuestión primitiva, al igual que respirar, ir al baño, reproducirnos y demás cosas que garantizaron la supervivencia de la especie a lo largo de 2.5 millones de años.

Cada vez que un político nos pide que no apelemos a la justicia por mano propia se está haciendo el boludo con efectos de la política: cárceles colapsadas, Poder Judicial sin recursos, impunidad, ineficacia policial y corrupción en cada uno de los pasitos del proceso penal.

Las leyes las aprueban políticos que negocian con otros políticos sobre el contenido político de cada artículo político para que otros políticos de otro poder político administre los medios políticos para que se efectivicen las políticas. ¿En qué lugar se supone que la culpa de la delincuencia es nuestra, de la sociedad? Pasó siempre: “los delincuentes roban porque no tienen otros recursos”. Un argumento tan, pero tan falaz que, por la negativa, da por sentado que todo aquel que no tiene recursos es un delincuente.

Casualmente, según las estadísticas, los principales afectados por todos los niveles del delito, son los sectores más bajos de la sociedad. ¿Sabés lo que es esperar un bondi en el Cruce de Varela a las 4 de la mañana para ir a trabajar?

Por suerte para nosotros existió el kirchnerismo, que reventó todo soporte del discurso progresista en materia penal. Si la pobreza la extinguieron con magia y el delito siguió en aumento hay dos opciones: la primera, los números fueron dibujados con crayón; la segunda, la falta de oportunidades no es 100% lineal con la delincuencia. Para cerrar la ecuación, el nivel de choreo que hemos presenciado a nivel Estado nos lleva a pensar que, para algunos cacos, oportunidades sobraron. Y fueron aprovechadas todas y cada una de ellas por tipos que tuvieron educación primaria, secundaria y, en su mayoría, universitaria.

Hace unos días, en Twitter –cuándo no– solté que “Los que piden pena de muerte deberían considerar que sería aplicada por estos mismos jueces”. Muchísimos estuvieron de acuerdo. Muchísimos se enojaron. Y ambos tienen razón, unos desde la racionalidad, otros desde el sentimiento. En 2005, a mi compañera de Juzgado más querida, le asesinaron al padre de un tiro en el cuello para robarle una camioneta del año del pedo. Ese mismo año secuestraron a un Defensor General. ¿Por dónde comenzamos si nadie está a salvo a excepción de los delirantes desconectados con la realidad que se mueven en helicóptero y con más custodia que un Boca-River?

Solo en la provincia de Buenos Aires existen 19 departamentos judiciales activos. Cada uno de ellos tiene un buen número de Juzgados de Garantías, una veintena de fiscalías de instrucción, una decena de fiscalías de juicio, más las salas de apelaciones, etcétera. Cada una de esas dependencias tiene un polícía de custodia. Vayan sacando cuentas.

El gobernador tiene una custodia permanente, una dotación que rota por turnos. Varios de sus ministros lo acompañan en la ventaja de saberse protegidos. Muchos senadores y diputados provinciales, también. ¿Está bien? Y… a nivel ejecutivo no está mal, ocurre en buena parte del mundo a excepción de esos lugares donde los gobernantes se mueven en subte. Pero el resto debería reverse. ¿Quién carajo puede reconocer al senador provincial de la cadorcha como para querer atacarlo por ser el senador provincial de la cadorcha?

A nivel federal ocurre lo mismo. Existe una comisaría para la Casa Rosada, otra para el Palacio de Tribunales, un destacamento a cargo de un subcomisario en Comodoro Py, la mayoría de los jueces penales tienen sus custodias y así. Si se crease una policía judicial –que debería haberse hecho solo para cumplir con la ley– todos esos efectivos estarían abocados a las tareas para las que fueron preparados que no son, precisamente, oficiar de chofer o compañero de copas de funcionarios.

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El electorado está caliente. Todos, de todos los partidos. Y cuando uno está caliente no quiere ser feliz, quiere tener razón. Moralmente, muchos creerán que tienen razón y eso les dará felicidad. Pero ahí tienen a los votantes del Frente de Todos igual de hambrientos que nosotros, pero enojados con nosotros.

No existió un solo candidato que no basara su plataforma electoral en el sentimiento. Hay que partir de una base y es que ningún candidato a diputado puede prometer ningún cambio en el corto plazo porque es candidato a legislador, no ministro. Pero muchos encararon promesas y, conscientes de que no podrán llevarlas a cabo, las convirtieron en intentos de empatizar. Incluso el que sale a pedir bala a delincuentes sabe que no puede conseguirlo porque no depende de él.

Todo giró en torno a la búsqueda de empatía de sentimientos. Esto no es poca cosa porque el que nada promete, nada debe. Hoy nos encontramos con una realidad tan trastocada que la ponderación de la campaña pasa por el apego al Código Penal, los valores republicanos y el positivismo mental. De un lado, frenar al kirchnerismo. Del otro “Sí” a cualquier sarasa que ellos mismos negaron. El kirchnerismo no dejó la vara baja: la tiró al piso y la meó. Todo lo que venga después nos resulta un negoción.

Bajar los precios, mejorar la educación, subir los salarios, eliminar el desempleo, pobreza cero, eliminar la inflación, combatir la inseguridad, mejorar la salud. Lindas definiciones que todos quieren pero que nadie explica cómo alcanzar. Moralmente: ¿quién puede oponerse a ese listado? Nadie con los patitos en fila. Sin embargo, el cómo hacerlo o a quién le corresponde pagar el precio es lo que nos divide moralmente y de una forma totalmente relativa.

Cada vez más notamos que las campañas legislativas se dirimen por valores. Y un valor no es reprochable más que en la contraposición con otro valor, tan reprochable como el anterior. Todo depende de los parámetros mentales, la educación, la experiencia de vida de cada uno. O sea, de qué tan cascoteados vengamos. Y en base a esto es que los acomodamos para armar una escala de menor a mayor importancia.

Por ejemplo: ¿Matar está mal? Según todos, sí. Según demasiadas personas, no tanto si se mata al que mató. Entonces, matar no está mal: depende de la subjetividad de un hecho, de nuestros valoraciones, de nuestra historia, de cómo fuimos educados, de nuestra forma de ver al mundo, de nuestros traumas, de cuántas veces nos vimos afectados por una acto delictivo directa o indirectamente, de cuál es el límite de lo tolerable o, de forma elemental, de si nuestra vida está en riesgo.

Que la política se haga eco de este listado de subjetividades es tan, pero tan cínico que se desarma con una sencilla pregunta: ¿Cuántas cárceles se construyeron desde 2003 para aquí? ¿Cómo pretenden una mejor sociedad si todo es una universidad del crímen? ¿Cómo quieren una solución si durante más de dos décadas nos metieron en la cabeza que no hay que generar más riqueza, sino distribuir la que ya existe?

Ese planteo caló hondo en toda la sociedad, incluso en los sectores más bajos: lo que a vos te falta es porque lo tiene otro. ¿Cómo pueden esperar empatía si el chorro violento ve a la víctima como un victimario de sus pesares, un enemigo? Hasta culturalmente fue aceptado desde la música hasta la tevé.

De nuevo se habla de reformar la Constitución, solo que no sale en los grandes medios. Yo, que me gusta darme con drogas duras, escucho de vez en cuando la radio de las Madres o la 750 –esa que pago con las expensas de mi departamento alquilado– y escucho pedir una reforma urgente. ¿Basada en qué? En otra cosa que olvidamos: la pidió Cristina hace un año. Sí, la misma Cristina constituyente de 1994 sostuvo que esa Constitución no sirve de nada. Pero no es tema de campaña.

Terminamos en un planteo moral que falsamente creemos absoluto. Sí, repito: existe una grieta enorme y otras minis grietas y todas son morales, porque la moral, básicamente, es relativa.

De allí que hablen de “menos inflación”, “barrios más seguros”, “mejores salarios” en afiches coloridos sin caras. Sería demasiado poner una fotito del fiestero custodiado que vive de prestado en Puerto Madero o vacaciona en Olivos.

En un país acostumbrado a votar personas hubiera sido interesante que apelaran a ideas más que a valores. Pero las ideas de lo que se cree que se debería hacer son espantavotos de un electorado que quiere más Estado y menos impuestos al mismo tiempo. Sin embargo, a diferencia de otras elecciones, algo pareciera haber cambiado.

Habrá que ver en cuanto se quiera llevar adelante la primera reforma cómo es que reacciona esta sociedad en la que todos queremos los abdominales marcados para pasado mañana sin hacer dieta ni ejercicios. Ahí la tendrán peliaguda los políticos. Sobre todo porque en la política moderna es mejor permanecer y transcurrir que perdurar.

En esta campaña no se jugó a la democracia sino a la violación de cualquier pacto de convivencia preexistente. No recuerdo tal nivel de brutalidad mediática –por brutalidad me refiero a la ostentación suntuosa de la ignorancia periodística–, ni tengo en la memoria tamaña magnitud de psicosis colectiva. El nivel de locura alcanzado me ha llevado a dar por sentado que, de garantizar la impunidad, un buen sector de esta sociedad borraría del mapa a una enorme porción de la población que, a su vez, haría lo mismo con ellos.

No hablo de grieta, hablo de sujetos que no están dispuestos a convivir con el otro, de personas que no tienen la voluntad de aceptar una verdad ni aunque se les caiga encima. Personas que no quieren verdades que sacudan paradigmas, sino paradigmas que confirmen sus verdades preexistentes.

Quisiera creer que los distintos estratos de los tres Poderes del Estado tomarán nota de la calentura social y la falta de mesura que conduce a un extremismo discursivo al que solo le hace falta un chispazo para que deje de ser discursivo. Y lo peor es que tienen razón aún en lo que yo pueda juzgar como moralmente irracional: cuando el Estado abandona todas las funciones que le fueron asignadas en el contrato social, cuando el ciudadano se convierte en una mula que solo tira de un carro en el que van funcionarios que no les garantizan la salud, ni la economía, ni la educación, ni mucho menos la vida en manos de delincuentes, es obvio, más que obvio que habrá hartazgo.

Ojalá lo vean. Porque históricamente, cada vez que el pueblo se hartó, pidió orden sin importar el precio. Y después no quiso pagar la cuenta.

P.D.: Ojalá tanta bronca no repercuta y haya paz el domingo.

 

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