Y qué se hace con este vacío

Lanata

Odio los panegíricos automáticos. No entiendo a los que pueden manifestar un dolor de forma inmediata. No entiendo a aquellos que frente a algo que, aparentemente, les duele, lo primero en lo que piensan es en cómo cuantificar el engagement en las redes sociales.

Comienzo este texto con un párrafo que, en un día normal, habría comenzado de otra forma. No estudié periodismo y, desde hace tiempo, ese pequeño detalle fue algo que más de una vez me tiraron por la cabeza y otro poco cargué con mucha culpa, con un Síndrome del Impostor maximizado. Por mi cuenta, buscaba y leía cuanto texto consiguiera de la vieja escuela, de cuando el periodismo era un oficio para el que solo bastaba saber leer y escribir. Y tener curiosidad.

En ese “saber leer y escribir”, me puse a analizar los textos periodísticos de los grandes. Así es que encontré que Hemingway no iniciaba sus notas con palabras negativas. Y que, cuando la circunstancia lo ameritaba, o no le quedaba otra, esa primera oración iniciada con una palabra negativa, era corta.

Cuando me quise dar cuenta, noté que todos, absolutamente todos habíamos tomado algo de otro periodista a quien, cuando yo me inicié en este oficio, la mitad odiaba y la otra mitad lo amaba. Esta forma de escribir desestructurada tiene origen en una escuela de periodismo informal por la que pulularon, entre diversas firmas, un montón de personas que utilizaron al lenguaje como un nene utiliza sus juguetes: como quiere y no como dicta el manual.

Cada uno presta atención a lo que más le apasiona. Y yo, un adicto a las palabras, encontré en Jorge Lanata a un superhéroe, un ser sobrenatural que inventó una forma de titular que nadie, absolutamente nadie en su sano juicio consideraría correcta.

Creo que solamente tres personas saben cuánto significa Lanata para mí. Y de esas tres personas, una sola es de mi familia. No digo de cuánto significó para mi carrera, o de cuánto me ayudó o lo que fuera. Hablo de su importancia en mi vida. De cómo importan esas personas que, muchas veces, no nos tienen en su radar o siquiera saben de nuestra existencia.

Nadie que me conozca un poquito podría llegar a cuestionar el amor que siento por mi familia y la incondicionalidad con la que me comporto con cada uno de sus miembros. Digo esto para poder dimensionar lo siguiente: en casa, leer Página/12 era un acto de insurrección que se escondía. Los domingos aprovechaba la excusa gregaria adolescente para poder ver Día D en la casa de algún amigo.

En casa, al igual que en la de cientos de miles de hogares argentinos, Lanata era una palabra que generaba escozor. Un poco por lo que representaba, otro poco por la ideología de la inmensa mayoría de los periodistas que lo acompañaban. Cosas de la vida, pocos años después Lanata se convirtió en palabra sagrada en casa, mientras que esos amigos con quienes disfrutábamos del rock de su periodismo televisivo ya llevaban tiempo acusándolo de traidor.

Hace unos meses conté, en algún posteo perdido en alguna de mis redes, que “en casa no se leía Página, pero se escuchaba la Rock and Pop”. Y ahí también hizo estragos en mi cabeza, mucho antes de que comenzara a disfrutarlo en su faceta más política. “Hora 25”, el ciclo que allí tenía, fue eso que influyó en mi vida futura sin que pudiera reconocerlo hasta mucho tiempo después. ¿Vieron cuando se preguntan de dónde habrán sacado determinado gesto o frase y, muchos años después, descubren que es algo heredado de algún abuelo o tío de cuando eran chicos? Exactamente eso. Llevo años en una batalla que ya perdí mil veces en contra del encasillamiento. No culpo a Hora 25, pero sí sé que allí me sentía en mi salsa. Cada noche, en la oscuridad de mi habitación, me recostaba en mi cama y tomaba la llave que abría el portal a lo desconocido: los auriculares de mi Walkman. Del otro lado tenía a un mago del que nunca se sabía qué nuevo truco nos traería. Un día nos leía un cuento, otro día le ponía voz a cartas de amor de personas desconocidas y, si le pintaba, daba clases de entrevistas de esas que están prohibidas en el periodismo: las que son charlas de diván en la que el entrevistado se deja ir en palabras sin que lo interrumpan. Si siempre se mataron de la risa por el humor de Daniel Rabinovich de Les Luthiers, les recomiendo que busquen aquella entrevista. Lanata tenía eso, también: desarmaba toda carcaza y nos dejaba a los entrevistados desnudos para que nosotros viéramos al ser humano.

Cuando dije que lo admiré toda la vida él estaba vivo. En buena parte debo usar eso como excusa en tiempos de lágrima impuesta. Sé que tuvo sus bemoles personales, pero esos solo me hicieron admirarlo aún más. Nada más humano que caer y levantarse, nada más humano que tener infiernos personales. Pero Lanata era un ser de otro planeta, un ente que en mi cabeza ocupa el lugar de esas cosas intocables. Después de todo, la mayoría de mis Superhéroes se caracterizan por tener infiernos humanos y la brillantez que ilumina tanto que no hay oscuridad que pueda opacarlos.

¿Cuántos maestros tuviste en tu vida? ¿De cuántos recordás el nombre? ¿Podés mencionar el nombre de pila o el apellido de cada una de las personas que te educaron desde que ingresaste a un colegio? Yo tengo grabadas a fuego un par: son esas que vieron algo que otros no notaron e hicieron más de lo que su trabajo les obligaba. Puede que hayan visto lo que quisieron ver, que también puede pasar, pero actuaron sin ninguna obligación.

En 2012 llevaba ya unos seis años de escribir cosas en blogs varios y al menos cuatro desde que me puse a “jugar que soy periodista” con una página en particular. El 8 de noviembre de aquel año, en medio de una millonaria marcha de protesta contra el gobierno de Cristina Fernández todavía de Kirchner. Aún recuerdo que me encontraba, ya caída la noche, en un punto equis del cruce de Lavalle y alguno de los carriles centrales de la avenida 9 de Julio cuando comencé a escribir en mi Blackberry una serie de oraciones que iniciaban, todas ellas, con “Nosotros somos los que”. Esa noche lo publiqué. A la mañana siguiente, luego de quedarme dormido en el bondi rumbo a mi trabajo, me encontré una serie interminable de mensajes sobre un tema puntual: “Tenembaum te está buscando”.

En el inicio de la era de oro de Lanata como cara visible de la denuncia constante contra la corrupción y la cultura kirchnerista, su programa radial compartía el pase con el de Tenembaum en el aire de Mitre. Tenembaum leyó el “Somos Nosotros” en el aire de Lanata y algo cambió para siempre en mi vida. Por más que mañana me dedique a otra cosa, esta etapa larga e inestable ha sido la más constante de mis 42 años. Y si bien tuvo un inicio anterior, fue bautizada con ese reconocimiento. Para ellos no fue otra cosa que la lectura del termómetro social o no sé qué se les ocurrió. Para mí, un pendejo que no sabía qué hacer de su vida, escuchar a Lanata decir “me emocionaste”, fue adrenalínico.

Quizá no lo sepan porque todavía no saben qué hacer con el sentimiento contrariado que tienen, pero incluso aquellos que lo defenestraron, aprendieron de él. O pueden hacer lo que hacen porque él lo hizo primero. El desacartonamiento del periodismo, el lenguaje directo, el insulto bien puesto –no cualquiera sabe putear– y la nota redactada como salió y no como dictan los manuales, todo, absolutamente todo eso es posible porque existió Jorge Lanata.

Que los más pequeños pudieran cuestionar y reirse del establishment periodístico es posible porque antes existió Lanata. ¿Otros cuestionaron y se rieron antes? Sí, claro. Sobre todo desde el humor. Pero otra cosa es tener éxito al ir a contramano de Bernardo Neustadt en momentos en los que el Presidente de la Nación brindaba en su programa.

La ridiculización del que se siente poderoso, la investigación al extremo de poner en riesgo la vida, la simpleza de la definición que no requiere de palabras exageradas para embellecer algo. Todo esto, también. Lanata era un rockstar en el mejor sentido de la palabra. Le importaba tres carajos lo que dijeran de él. Aún recuerdo –y todos deberían– cuando sentó en el mismo estudio a Luis D´Elía y a Fernando Peña. ¿Dimensionan lo que fue ese momento de paliza al relato kirchnerista en pleno auge del 54% de Cristina? Peña se fue. Y también lo extraño como si hubiera ocurrido ayer.

Y todo venía de la mano de un hombre que no tuvo estudios universitarios. Una persona que si se presentaba en una facultad de periodismo –la que fuera– no habría sido aceptado por no tener título. Un hombre que cultivó su alma con arte, con filosofía, con música, con cultura en el más amplio espectro posible. Un hombre que abrazaba a los intelectuales de mentes brillantes y plagadas de fantasmas, esos que nadie aceptaba que trabajaran por impredecibles. Lanata es el Santo Patrono del leprosario de los intelectuales rechazados por la industria.

Mi idolatría me quita toda posibilidad de equilibrio en un texto sobre esta figura. Y no puedo dejar de pensar en que, gracias a que existió un Jorge Lanata, este texto podría ser publicado con total tranquilidad en cualquier medio. Porque ninguno, absolutamente ninguno volvió a ser igual después del Big Bang que significó su aparición. Y bien viene la analogía, porque sus fuerzas desatadas continuaron en movimiento aún cuando lo borraron, aún cuando lo corrieron, aún cuando lo despojaron de sus criaturas periodísticas.

Mientras escribo estas líneas pienso en todas las vacas sagradas del periodismo y cómo vimos todas esas cosas antes, durante y después de su fallecimiento. Una frase repetida en el universo de las redacciones –un lugar con un nivel de superstición sólo superable por el vestuario de un equipo de fútbol– es que, “si querés estirarle la vida a alguien, redactá su obituario”. Lo pude comprobar ao vivo cuando murió Gabriel García Márquez y en mi laburo no se demoró ni treinta segundos en publicar una extensa nota sobre su vida. Nadie pudo precisar cuánto llevaba escrita, pero esa nota acababa de abandonar la carpeta compartida con Cacho y Mirtha, que siguieron su rumbo. Cada tanto alguien entra y suma algunos datos más para tener actualizada la nota de alguien muy, muy importante y cuya partida, por algún motivo, no debería sorprender.

Un minuto después de la muerte de Lanata y los principales portales tenían entre tres y cinco notas sobre su vida. Es obvio, si estuvo siete meses internado. Y probablemente algunas de esas notas hayan sido iniciadas hace más de veinte años y recién ahora pudieron ver la luz. Es más, quizás fueron iniciadas por personas que hoy se dedican a otra cosa, mientras que Lanata siguió en la suya por otro par de décadas. A Lanata le encantaba resucitar.

Quince minutos pasaron de la confirmación del fallecimiento de Lanata y en las redes no se hablaba de otra cosa. La salutación de los que hicieron un circo de su internación es más que comprensible: ¿Cómo no estar agradecidos si Lanata tuvo la gentileza de aguantar hasta el inicio de la temporada de verano?

Y me sorprende que muchas de las enseñanzas de Lanata, que fue maestro de todos aunque no laburarámos con él, aún se hacen presentes. Entiendo y acompaño a cada uno de los que salieron a manifestar su dolor en redes sociales. Es la forma moderna de llevar flores a la casa de un total desconocido a quien conocimos muy bien. Pero dentro de los medios, en el universo periodístico, algunos saludos inmediatos dieron un poquito de comezón. Y parte de la enseñanza está en la búsqueda del alcance, un término heredado de la “tirada” de un medio gráfico, mezclado con el rating, el encendido y el share de los audiovisuales que, en épocas de redes sociales, se ha convertido en mandato superior. ¿Cómo hacen para tuitear antes de saludar a la familia en privado? ¿Por qué saludan a la familia en público si tienen sus teléfonos? ¿Por qué la muerte no es un negocio exclusivo de las funerarias?

Y está bien que así sea, también. Lanata se cagó en el mandato de ser equilibrado al escribir, un mandato que fue confundido con frialdad durante demasiado tiempo. Y todavía lo padecemos en notas escritas con tanto hielo en sangre que hace que uno se pregunte por qué algunos redactores le tienen miedo a la Inteligencia Artificial, si esta al menos puede fingir que le importamos.

El 31 de diciembre de 2016 por la mañana Diego Gualda le dio “publicar” a su nota sobre las figuras públicas que nos habían abandonado a lo largo de ese año. Dijo “crucemos los dedos de que nadie la quede hoy”. Hombre de un humor ácido y extremadamente sarcástico, falleció el primero de enero de 2017. Cuando me siento atemorizado por no haber alcanzado, todavía, su edad, recuerdo esa anécdota y se me dibuja una sonrisa en honor a su enorme humor negro. Y a uno de nuestros debates favoritos, cuando no buscábamos nuevos usos para la dureza del tostado de pan árabe que ofrecía el bufet de Perfil: “¿Qué es más importante: vivir mucho o bien?”

En aquel entonces todavía no me había zambullido en la pileta de la filosofía para tratar de encontrarle un significado no suicida a esto que llamamos “estar vivos”, pero no tardó en despertarse esa necesidad.

Lanata se me apareció en varios libros cada vez que algún autor hablaba de todo lo que está dispuesto a sacrificar el ser humano moderno a cambio de vivir más. Obviamente, tras su fallecimiento, no faltó quien hablara de su poco respeto por la salud física. Y sí, qué se le va a hacer. Hay gente que es bendecida con una genética que le permite vivir de forma longeva sin que ninguna célula se de vuelta a pesar de cometer todas las infracciones al buen vivir, de esos a los que solo les falta tomar un tecito de uranio tras nadar en alguna pileta de Chernobyl. Y están los que viven a agua y yoya y la quedan inexplicablemente a una edad tempranísima.

En el medio entran todos nuestros temores por la vida, por la existencia y por la eternidad. No conozco a nadie que haya dejado el tabaco porque dejó de gustarle. Todos lo hemos hecho por necesidad, por imposición o por temor, pero nadie por deseo. Y Lanata disfrutaba de la vida. Su forma de irse es la de una persona que disfrutó a su manera, sin manuales del buen vivir. Si alguna vez él tuvo el dilema de vivir mucho pero a qué costo, pareciera que decidió disfrutar de y hacerse eco del sentimiento de haber nacido en una época distinta, de extrañar una era en la que los hombres usaban traje hasta para ir al almacén, en la que todos disfrutaban de pasar largas noches en un bar en el que no se puede ver quién está en la mesa de enfrente por culpa de la niebla del tabaco. Y eso también se respeta.

Me genera contrariedad haber releído el párrafo anterior y pensar en el primer sentimiento que podría disparar: egoísmo. Es curioso, porque dudo mucho de que exista otra persona que haya sido tan, pero tan generosa con su trabajo como Lanata. Si tuviera que hacer una lista de periodistas que dieron sus primeros pasos de su mano, este texto se convierte en un libro. Y si tuviera que sumarle el eterno listado de personas que habían quedado fuera del radar de la sociedad hasta que Lanata los convocó a trabajar como pudieran y cuando pudieran, el listado puede convertirse en una enciclopedia sin fin. Qué decir de esa costumbre que tenía Don Lanata de recibir a todo aquel que quisiera un consejo, una opinión o una enseñanza sobre la carrera laboral.

En su honor, este texto se caga en la dictadura del SEO, ese sistema que nos fue impuesto para “rankear más, rankear mejor”. En su honor, este texto se recontra caga en la “legibilidad amable”, una herramienta incorporada en todas las redacciones en las que un algoritmo repasa nuestros textos y nos sanciona si un párrafo se excede de las 150 palabras o una oración se extiende por más de 25. Ni les cuento de la sanción por “palabras complejas” entre las que se encuentra, aunque se caguen de risa, la palabra “compleja”.

Y en su honor no puedo dejar de pensar en quiénes somos y qué quedará de nosotros. Cuando Lanata tuvo la gentileza de recibirme en su casa, me dijo que es imposible evitar que nos encasillen en un concepto, pero que sí es posible escapar de ese encasillamiento aunque los demás no lo vean, no lo sientan o no funcione. A él le encantaban los documentales y sabía que no tenían el mismo impacto que si publicaba una investigación sobre un megacaso de corrupción. Pero era lo que le gustaba. Amaba conocer personas, lugares, situaciones y vidas totalmente ajenas a la suya. Amaba contar esas historias.

No he tenido una relación laboral con Lanata, ni he sido de aquellos que lo frecuentaban. Pero sí puedo decir que conocí personalmente a gran parte de sus afectos más cercanos. Nada horrible atrae tanta belleza humana, nada oscuro conserva tanto amor a su alrededor. Repasar lo que ha sido su vida y ver la clase de personas que salieron de su sangre, el respeto y cariño de quienes fueron sus parejas, todo eso que rodea a una persona no puede ser porque sí, porque tuvo suerte o porque pintó.

Podría seguir por párrafos eternos, que esto no deja de ser una forma de procesar un duelo, mientras me debato si es la forma correcta de comenzar un año, o de terminarlo o lo que fuera. Todos mandatos periodísticos. Todas cosas por las que me dan ganas de sopapearme.

En 2021, para terminar de marcar la cancha de lo que le hartaba, Lanata encaró un proyecto sobre temas tabúes. Con una creatividad que cualquier publicista envidia, decidió llamarle simplemente “H”. ¿La bajada? “Aquello de lo que no se habla”. En uno de los capítulos, abordó la salud mental. Podría dedicar otro texto a contar la delicadeza que tuvo todo su equipo para tratarme, la empatía con la que se desenvolvieron y el respeto humano que tuvieron conmigo.

Inquieto como toda la vida, pronto se dedicó a investigar y armar el compendio más grande que se haya escrito hasta ahora sobre la historia de la corrupción en el Río de la Plata desde que el primer europeo logró permanecer en estas tierras. Le llamó “Óxido”. A través de uno de sus ángeles, me llegó uno con firma y todo.

En 2024 me animé a acercarme a la llamita que él había encendido un par de años antes, salí de mi casillero y escribí largo y tendido sobre salud mental. Tengo un ejemplar dedicado a él que quedará sin entregar. Porque, como si su vida se tratara de una de sus entrevistas o historias, todo terminó cuando tenía que terminar y no cómo uno desea que termine.

Muchos se sentirán relajados con su partida, del mismo modo que estuvieron más que aliviados desde que cayó internado. Es molesta la mera existencia de un tipo que tenía la costumbre de no tomarse en serio a nadie que abusara de solemnidad. No me preocupan los que todavía lo putean. Más me entristece saber que no habrá nadie con una fuerza de atracción que nuclee a personas que quieran un lugar mejor y que sepa que no todo en la vida es la política ni todo en la vida es el periodismo. Que el éxito es una rueda, que un día podés ser Gardel y al otro tus guitarristas te cagaron y terminás con un potus de decorado en una señal de cable. Que siempre se puede volver. Que nadie es poderoso para siempre. Que de nada sirve la democracia sin los valores democráticos. Y que lo mejor está en casa.

Eso.

Ojalá ellas dimensionen el amor que les tiene y el gigante que es y será su padre. Algo me dice que lo saben.

Esto (no) es todo. Chau.

Nicolás Lucca

 

Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.

Si tenés algo para decir, avanti

(Sí, se leen y se contestan since 2008)

37 respuestas

  1. Te sigo desde que te conocí en Margen del Mundo, cuando presentaste tu libro «Lo que el modelo se llevó». Ahora te veo en YouTube los domingos en «Si pasa, pasa». Sos un grande. Gracias por poner en palabras lo que fue, es y será Lanata para la Argentina. Que el 2025 sea un gran año.

  2. Estimado Lucca , te leo con atención , guardo tus articulos , soy un lector , se nos murio un «Imprescindible» y nos sentimos huerfanos ..asi de simple , esperemos que nuestro periodismo sano de a luz otros iluminadores .
    Abrazo

  3. Gracias, Nicolás. Leer tu nota alivia un poco la pérdida.
    Sólo soy una seguidora de su obra. Que sentía la vida un poco más cordial cuando lo escuchaba o leía.
    Tengo 77 y he visto pasar mucha agua bajo el puente. Te deseo lo mejor.
    María Luz

  4. Hace mucho que leo tu blog, y generalmente me siento identificada con las cosas que escribís, con el enfoque que les das. Amo a Lanata, y me encanta y me emociona este texto, le hace justicia. Tengo 75 años y fui testigo de toda mi Argentina en ese tiempo. Me faltó PPT todos estos meses, pero ahí estabas vos, asomándote a mi sábado para poner palabras a muchas de las cosas que sentía. No importa si no estudiaste periodismo, creo que ejercés la profesión con creces. Sos muy bueno en esto, y sé que solamente vas a ser mejor. Te felicito, Nico!!! Muchas gracias!!! Y que tengas un año mejor!!!

  5. Que maravilla leerte siempre, Nico. Aún cuando es un texto de despedida al enorme Jorge. Gracias por compartirlo. Que tengas un gran año.

  6. La perfección en un texto sobre un enorme ser humano y periodista que nos marcó a muchos de una manera increíble. Difícil poder quedarme con una frase porque todo lo que escribiste sobre Lanata, Nico, me llevó a miles de recuerdos de todo lo que él hizo y cómo lo vivimos con mi familia y cómo lo viví yo. En casa se compraba Página 12 y era un placer leerlo. Tenía todo lo que nos interesaba. Todavía tengo el juego de mesa del diario y todos los ejemplares de los cuentos/historias, etc. que salían con Página. Sus libros (no todos) también están en mi biblioteca y ayer los admiraba pensando en volver a leerlos.
    Gracias Nico, de verdad, muchas gracias por tu talento, tu sinceridad, tu «animarte a compartir experiencias» y por muchas cosas más. Siempre es un placer enorme leerte porque todo tiene mensajes que nos dejan pensando.

    ¡Feliz 2025, Nico!
    Que sea un año de cosas buenas y de mucho amor porque te lo merecés.

  7. Este texto ha sido leído varias veces desde que fue escrito, leído por mi.
    Como siempre, gracias por brindarte, abrirte a tus recuerdos, darnos a conocer cosas de Lanata que no sabíamos y hacerlo desde un respeto y una admiración con la que quizás hasta él se emocionaría.

    Flor Scarpatti contó que cuando eran pareja, Lanata le mostró algo que había leído y le había gustado mucho:
    “Para vivir honestamente es menester desgarrarse, confundirse, luchar, equivocarse, comenzar y abandonar y eternamente combatir y renunciar. La quietud es una cobardía del alma, por esta razón la peor parte de nuestra alma tiende a la quietud sin darse cuenta de que la conquista de ella está ligada a la pérdida de todo lo que hay en nosotros de bello” – Tolstoi

    Creo que lo pintaste entero.
    Un abrazo fuerte. Un 2025 en paz.

  8. Que lindas y sentidas palabras para despedir a un grande como Lanata.
    Un fuerte abrazo a una persona que fue realmente distinto y dinámico.
    Gracias a vos por escribir lo que muchos sentimos!
    Comparto un cafecito con vos en este último y extraño día del 2024.
    Abrazo grande.

  9. Sólo alguien con tanta sensibilidad se puede romper y al mismo tiempo recomponerse en palabras brillantes llenas de sencillez,hijas de tan puta madre ,que te dejan así …espectante de furia y amor.

  10. Sólo alguien con tanta sensibilidad se puede romper y al mismo tiempo recomponerse en palabras brillantes llenas de sencillez,hijas de tan puta madre ,que te dejan así …espectante de furia y amor.

  11. Gracias Nico! Le pusiste palabras a mi desazón. Ayer, cuando me enteré sentí que nos quedamos solos porque no hay relevos. Al menos no uno como él.
    Te abrazo fuerte porque aunque parezca mentira o absurdo, se aprende a querer a personas que no conocemos (aunque a vos y a Lucho los crucé mil veces).
    «…pero que todos sepan que no he muerto;
    que hay un establo de oro en mis labios;
    que soy el pequeño amigo del viento Oeste;
    que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.» Federico García Lorca

  12. Gracias, Nicolás. Ponés en palabras lo que todos sentimos. Va a ser difícil un mundo sin Lanata. Como decía Miguel Hernández, «No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta…» Creo que aún sus fans no logramos entender lo grande (y gran tipo) que era. Pero ya es eterno. Un saludo y buen año!

    1. No podia ser de otra manera, un texto de Relato. encuentro belleza y amor en tu palabras, de alguna manera nuestros ídolos siempre están con nosotros, y Lanata nos dejó mucho por suerte. Me encantaban esas entrevistas en las que podíamos ver lo más humano de las personas, siempre respetuoso y brillante. El humor y la lucidez que tenía, eran admirables. Siempre lo seguí porque de verdad, era muy especial. Lo vamos a extrañar un montón.

  13. Nicolás : vos iluminas. Y haces falta ( al menos para mí … y estoy seguro que para muchos más ).
    Nicolás : te mando un abrazo y un beso y una taza de café con mucho mucho mucho silencio.
    César

  14. Gran y extensa reseña de lo que significó Lanata para vos y que comparto en su totalidad. Tu sensibilidad como escritor te permite describir de una manera amorosa,a un hombre que quemó todos sus cartuchos juntos,a destiempo..Me enojaba que no preservara su salud física pensando que pronto le ocurriría lo que le ocurrió,y que clase de mente tan brillante fuera tan oscura para no ver lo que le pasaría… Pero cuando hay mucho dolor interior se nubla la percepción y así eligió vivir… Muy bueno tu relato Lucca.

  15. Gracias. Por este texto, y por ser lo más parecido a él que encontré en la red.
    Te sigo desde que éramos cuatro en blogspot -el Cemento 2.0- y siempre tuve muy claro que me identificaba con tu estilo, pero no sabía en concreto qué me gustaba. Hasta hoy, que me cerró todo. Gracias.

    1. Nico, qué relato que escribiste! Soy una ciudadana, docente, que como te dije alguna vez, no te conozco, pero te vi en H y desde ahí te leo y escucho
      Gracias por tu nota, decís lo que muchos de tus lectores pensamos .
      Adiós a Jorge y vos: siempre adelante. Te quiero mucho

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