Inicio » Relato del presente » Las sectas de la justificación
La mega impresión de billetes no genera inflación, eso lo hacen los formadores de precios. ¿Quiénes son los formadores de precios? Los viles empresarios, como el chino de la vuelta de mi casa o los dueños de Jumbo, Carrefour y Coto. El desempleo no existe, está por debajo del 10%. No, no son pobres. ¿Qué es ser pobre? Hay que poner platita en el bolsillo a la gente. Venimos de dos pandemias, man.
Si la Corte falla a favor del Gobierno se ajustó a derecho, si falla en contra tiene intereses golpistas. Si la imputan a Cristina es el Partido Judicial, el loufer, papá, si sobreseen a Lady Voldemort de Recoleta, se hizo justicia. Alberto es un traidor despechado, qué grande el tío Beto, qué gabinete de mierda, de qué lado estás Alberto, vamos Beto que la damos vuelta.
Si hay quórum es un logro de Máximo Kirchner, si no hay quórum, la oposición es golpista. El Estado te cuida, el Estado te protege… ¿Cómo? ¿Que te fundiste y palmó la mitad de tu familia? Bueno, pa, el Estado no puede estar en todas, macho. ¿Acaso no ves que venimos de dos pandemias? La del Covid y la del Macrismo. Y si la del Covid la manejamos como el orto, imaginate la otra. Pero la culpa no es nuestra. Para nosotros la educación pública tiene que ser prioridad, por eso no te damos clases pero te regalamos los viajes de egresados mientras recortamos el presupuesto universitario. Y si tu sueldo desapareció tampoco es nuestro problema.
¿Querés viajar por laburo? Bancá unos meses, que no es tan grave. ¿Querés volver al país? Jodete, papurri, quedate haciendo turismo un poco más. ¿Te molesta que una funcionaria acomodada disponga sobre eso? Sos un misógino de mierda. ¿Te preocupa la calidad de la vacuna que le queremos dar a tus hijos? Sos un antivacunas.
Está perfecto el ciberpatrullaje de la Policía Federal, no como aquellos tiempos nefastos y oscuros del ciberpatrullaje de la Policía Federal de Pato Bullrich. ¿Qué problema tenés con el aforo de las canchas de fútbol? No seas trolo, man, es el fútbol.
Amado Boudou fue un preso político. O un político preso, da igual. ¿No viste que el Indio canta que todo preso es político? Bueno, ahí lo tenés. Qué importa que sea uno de los pocos casos en la historia de la Argentina donde una persona es considerada responsable penal por un juez de primera instancia, tres jueces de un tribunal oral, otros tres jueces de una cámara de apelaciones, otros tres jueces de una cámara de casación penal y cinco jueces de la Corte Suprema más el fiscal de primera instancia, el fiscal ante la cámara de apelaciones, el fiscal ante los tribunales orales, el fiscal ante la casación y la Procuración General de la Nación. Diecisiete funcionarios judiciales así lo creyeron pero ya sabemos que la Justicia es una bosta.
¿De Vido, Jaime, López? No, no sé quién es. ¿La línea de tres de algún equipo? Los que tienen que ir presos son los que nos devolvieron a las garras del Fondo Monetario Internacional. Y de paso debemos utilizar los miles de millones que nos giró el FMI para ponerle más platita en el bolsillo a la gente, vistes.
Eso no genera ningún problema ¿no ves que lo dice la Jefa? La jefa no se equivoca, la jefa es infalible, la jefa es omnipotente y omnisciente. Y siempre tiene la razón incluso cuando no la tiene porque ahí también tiene razón en no tener razón.
Ahora que vivimos tiempos en los que Carlos Menem es revisitado con un dejo de nostalgia, en épocas en las que hasta se puede justificar la trata de personas si el implicado es un ídolo popular, me resulta simpático volver al punto número uno de la naturaleza fanática: la justificación de todo, absolutamente todo, aunque ello implique jurar que no duele una cirugía sin anestesia porque así lo dijo nuestro semidios de turno.
Se entiende que hay demasiado tiempo al pedo cuando notamos que hay mucha gente que está permanentemente disponible para justificar con vehemencia y sobriedad cualquier sarasa. Gracias a las redes sociales podemos hacernos un festín de infectólogos, politólogos, analistas internacionales geopolíticos, especialistas en seguridad, doctrinarios del derecho, artistas de la cháchara y contorsionistas de parabólicas humanas ideológicas.
Puedo ir al cine, puedo ir al teatro, puedo ir a la popular de la cancha de fútbol, puedo ir a recitales, pero guay de querer ir a un banco sin sacar turno. Esta semana volvió a sesionar el Congreso de manera presencial tras casi dos años y hubo fiesta en vez de contar con una multitud de ciudadanos con el insulto en carne viva por ver semejante espectáculo de clasismo laboral.
Por lo demás, lo de siempre: peronistas de lengua, boludos con prostatitis que hablan en inclusivo, señoras de Recoleta que critican la opulencia de la ciudad de Buenos Aires, señores que hablan con vocablos bien difíciles para darnos a entender que los pobres son ignorantes desagradecidos, y demás ejemplares de la fauna que toman como ídolos a políticos y a la política como religión.
Ahora hay quilombo por una ley de etiquetado frontal para alimentos que la mayoría de los argentinos no puede darse el lujo de consumir. En el país de la infancia pobre, de los asalariados pobres, de los tres empleos nuevos en el Estado por cada empleo perdido en el sector privado, en el país de la muerte a cambio de nada, en este país, la prioridad es un cartel que nos diga que un paquete de papas fritas no es saludable.
Muchos de los justificadores seriales, esos que tienen el sarcasmo a flor de piel para la chicana con tan poco humor que el resentimiento les brota por los poros, son viejos conocidos. Algunos personalmente, otros no, pero pululamos por Twitter desde 2009. Durante años nos tirábamos con todo. Les agradezco el respeto que han tenido en los últimos tiempos cuando vieron que yo ya no respondía a los insultos. Y voy a ahorrarme los nombres en devolución a ese gesto.
Dicho esto, prosigo: el que no vive en Palermo lo hace en Recoleta. Con algunas excepciones, la inmensa mayoría vive en la opulenta ciudad de Buenos Aires.
Está claro que no tienen ningún amigo que haya caído en la ley de alquileres y que no ven pobres más allá del programa pedorro de canal 13. Tanta endogamia los consumió y el mundo es de una sola forma. Y eso que cuando salen a pasear por la avenida Santa Fe pueden jugar a la rayuela a puro salto de tipos tirados en la calle.
¿En serio pueden justificar todo esto? ¿En serio pueden decir que la culpa de todo siempre es del otro?
A algunos de ustedes los estoy viendo en Miami o en Nueva York, chicos. No se puede ser tan caradura. No se puede justificar que haya personas que no pueden seguir con su tratamiento médico por estar afuera. Tampoco se puede justificar la cantidad de personas que murieron por cardiopatías en el último año porque lo que importaba era solamente el Coronavirus. No se puede justificar que haya personas que murieron por infecciones urinarias en el año 2021 de nuestra era. No, no hay forma de justificar que la mayoría de los chicos de la Argentina sean pobres y que todo se arregla con platita en un sistema monetario en el cual el billete de mayor denominación equivale a 5 dólares.
El miércoles pasado un chico de 19 años salió de su casa en Guernica para ir a jugar al fútbol con los amigos. Está tan picante el asunto en el conurbano que prefirió dejar el celular en la casa para que no se lo roben. Se fue con una bicicleta playera gastada. Al llegar a la 210 (Yrigoyen) tres pibes lo tiran de la bicicleta. Se podrían haber llevado el rodado de una y listo, pero aprovecharon que el muchacho estaba tirado en el piso y lo apuñalaron reiteradas veces. Porque pintó, porque la vida vale mierda. El muchacho, como pudo, se levantó y cruzó la ruta. Lo atropelló una camioneta. El conductor no tenía registro.
El chico murió y la familia se enteró al día siguiente luego de buscarlo por todos lados. Las cámaras de seguridad, como todas las putas cámaras de seguridad del país, solo sirvieron para que la madre pudiera ver cómo destrozaron la vida y el cuerpo de su hijo a cambio de un par de fierros viejos. Lo busqué en todos los diarios y portales. No salió en ningún lado. Me enteré por boca de mi amiga: era el sobrino al que prácticamente crió.
¿Por qué no salió en todos lados? ¿Por qué es más redituable ver a Sergio Berni disfrazado de policía, bombero, boina verde, Batman o Superhijitus? No salió en ningún lado porque si salieran todos los casos de inseguridad que se viven en el conurbano bonaerense no alcanzan los portales ni toda la selva chaqueña para imprimir los diarios.
No entiendo cómo hacen para justificar tantas cosas. Si sus propios barrios se han vuelto peligrosos, imaginen lo que son las zonas pauperizadas, esas que habitan personas que cuando dan la espalda al proyecto nacional y popular son tratadas como “desclasadas”; no como ustedes que viven con la culpa del achetado.
Siempre repetimos como loros que de tanto hablar de lo urgente no nos queda tiempo para lo importante. El tema es que en esta Argentina tan cíclica, tan pedorra, tan de cabotaje, tan de discutir estupideces, ya pasamos a ni siquiera maniobrar lo urgente. Vuelvo al etiquetado: nadie ha dejado de fumar por los etiquetados en los paquetes de cigarrillos y las bebidas alcohólicas aún patrocinan al deporte más popular del país. Y eso que hay cosas que además de urgentes son importantes.
¿Qué deberíamos hacer con los niños que son “criados” –por llamarlo de algún modo– por padres que no están en condiciones de hacerlo? Y no me refiero a la economía. Si fuera por lo económico ni mis padres podrían haberlo hecho conmigo en alguna que otra etapa que mejor no recordar. Me refiero a padres abusivos, hablo de violentos y de tipos que no están en condiciones mentales de criar a nadie. ¿Qué hacemos con esos chicos? ¿Qué hacemos con el futuro de la Argentina si ni interesó la ausencia de clases hasta que un grupo de padres hizo el ruido suficiente? Los justificadores dijeron que nunca se suspendieron las clases, que solo fueron virtuales. Luego dijeron que se volvió al presentismo cuando era mentira. Ahora, que efectivamente se volvió a la presencialidad y notamos el desastre que ocurrió, afirman que todo se recupera.
Manga de neuronas vírgenes: si ustedes tuvieron una educación completa y razonan de ese modo tan primitivo, ¿cómo pueden suponer que la interrupción de la educación por casi dos años es inocua?
Pero todo se puede en el universo paralelo de los opas de la justificación, los que cuando había que encerrarnos llamaban al 911 si salíamos a tomar aire, los que escracharon públicamente a sus vecinos médicos, los fachos parapoliciales a los que nadie les pidió nada y hoy no solo minimizan que el Presidente estaba de joda, sino que además afirman que está todo bien con un acto multitudinario en la cancha de Nueva Chicago a tan solo un par de semanas de calificar de potenciales genocidas a cualquiera que volviera del exterior.
¿Qué cambió? La voluntad de dos o tres personas con poder y con miedo a perderlo.
A ustedes, justificadores seriales de cualquier bosta con o sin sello oficial: ¿Tanto miedo a perder el privilegio se puede tener para acusar de privilegiados a gente cagada de hambre que pide a gritos que no les rompan más las pelotas mientras sobreviven, que no quieren ser solidarios por la fuerza porque es un oxímoron?
El dilema del fanatismo fue abordado por numerosas luminarias y todo lo redactado y estudiado tuvo que ser revisado hacia fines de la primera mitad del siglo XX por razones obvias. Sin embargo, nunca olvidaré que el hombre, por naturaleza, necesita algo en qué creer, se trate de algún dios, se trate de los hechos de la ciencia. En estos tiempos de fanatismos políticos volvemos a hablar de las mismas cuestiones pero aplicadas a líderes: la palabra de Dios es la verdad absoluta, eterna e inmutable. No hay otro camino que aceptarla y asumirla como principio general que orienta las acciones en el mundo. Es un dogma.
Y en eso hasta las religiones le ganan a los fanáticos políticos: los dogmas tardan siglos en modificarse y ningún Papa, Rabino o Imán puede decir “si María viviera sería montonera”, o que el Talmud debe contener las recetas del lajmashin, del latke y del jalah.
El fanático, el justificador serial, rompió todas las reglas hasta religiosas. Antes yo podía decir muy suelto de cuerpo que el Peronismo era un Nacionalismo Católico que había cambiado a Dios por Perón. Ahora, con tanto advenedizo que en tiempos de Perón habría terminado tras las rejas –como terminaban efectivamente todos los progres en los gobiernos peronistas presididos por Perón, que era peronista– no me queda otra que bajar la vara. Hoy el fanático ya no lee los textos bíblicos de los políticos que han dado forma a la ideología que supuestamente ellos profesan. Si así fuera, se habrían vendido tantos libros del Manual de Conducción Política de John Sunday como ejemplares vendió Sinceramente de Cristina.
No, ahora reemplazamos la religión política por la secta. Si el líder iluminado dice que hay que realizar algo, se hace feliz con la conciencia de que dicho proyecto consiste en la colaboración con el líder y su plan de salvación, inentendible para nosotros, simples mortales.
Sí, los fanáticos existieron siempre. Y también líderes mesiánicos. Lo que me preocupa de esta Argentina tan aberretada es que, si repasamos la historia, seguimos en la búsqueda de un dios que nos salve de todos los males. Todo es justificable cuando ese ser aparece.
Mi preocupación radica en que el discurso mesiánico, sostenido en el tiempo, termina por ser enfrentado por discursos igual de mesiánicos. O aún peores. Porque así se fijaron las reglas del juego desde el Poder. Ya está instalada la idea incluso en quienes se definen paladines de la libertad y siguen en fila india al nuevo mesías, ese que nos salvará y que cumple con todos los requisitos del manual del buen populista. Se los puede reconocer por tildar de comunistas a López Murphy o Sebreli.
Así se duplica la apuesta una y otra vez hasta llegar a escuchar que la alternancia democrática no sirve. ¿Quién da más?
Siempre nos tienen que salvar, nunca nosotros mismos a través de representantes que realmente nos representen. Y quizá sea eso lo que más me molesta: ¿realmente estamos mal representados?
Históricamente el hombre se ha preguntado sobre todo: qué sentido tiene la vida, por qué el mundo es como es, qué pasa después de morir, qué somos. Y tanto hemos avanzado que, agotados de preguntas, son cada vez más quienes solo tienen un interrogante:
¿Qué querrá el líder para ser feliz?
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