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Lealtad, muerte, demencia y nostalgia por el fracaso

Lealtad

Comenzó por hablar de un Nestorismo 2.0. En 2021, con smartphones, redes sociales y un mundo híper globalizado….

Ahí lo tenemos, en el intento de resucitar algo que ya había pasado de moda cuando su jefe intentó llevarlo a cabo hace dieciocho años, cuatro meses y veinte días. Doscientos veinte meses y monedas. Seis mil setecientos veinte días transcurridos desde aquel 25 de mayo de 2003.

Pero el mundo dio once vueltas al sol desde que Alberto abandonó el barco de Cristina y muchísimas más desde que comenzó su romance con la Casa Rosada.

Hay un mecanismo de protección emocional que nos atraviesa a todos los seres humanos: recordar lo bueno para no tener que lidiar con lo malo. El ejemplo número uno es el final de una relación amorosa recordada tiempo después. Sí, todos recordarán que tenían buena cama, el idilio de los primeros tiempos y aquellas primeras vacaciones. Y en el balance casi nunca miramos la columna más importante: por qué se acabó esa relación.

En la relación entre Cristina Fernández y Alberto Ídem hay algo más que casi nadie ha tenido en cuenta: no se conocían. O sea, al momento de aceptar la candidatura a presidente y declinar la jubilación dorada en la embajada argentina en Madrid, Alberto apenas convivió nueve meses como jefe de Gabinete de Cristina con Néstor Kirchner aún vivo.

De hecho, durante la totalidad del resto de los dos mandatos de Cristina, Alberto se convirtió en una suerte de guardián de la memoria de Kirchner, una viuda ad-hoc que repetía “esto con Néstor no pasaba” cada vez que lo sacaban de la habitación que tenía en los estudios de TN.

Desde el triunfo del Frente de Todos en 2019 Alberto padeció en carne propia lo que habían sufrido todos los que estuvieron en el entorno de Néstor y que, tras su muerte, no tuvieron alternativas: o con Cristina o contra Cristina. Ejemplos sobran y, de hecho, estuvieron agrupados casi todos en el Frente Renovador. Por allí pasaron Felipe Solá, Sergio Massa, Facundo Moyano, Daniel Arroyo, Gabriel Katopodis y el propio Alberto Fernández.

El hombre con título de presidente ha demostrado tener una visión anticuada del mundo y de la sociedad, propia de quienes abrazaron al progresismo a principios del siglo XXI con parámetros de la Guerra Fría, cuando solo existían dos visiones de la humanidad. Aún no logra entender las nuevas tecnologías de comunicación y supone que del otro lado del planeta no se enterarán si dice cualquier cosa sobre el sistema de salud de Finlandia. Como se enteran al instante, insiste con otros países sin darse cuenta que no hay espías que filtran información, sino que existe una herramienta llamada Internet y que desde hace al menos unos quince años que aparecieron las redes sociales.

En la última semana de 2020 Alberto dio una entrevista radial en la que afirmó creer en la existencia de “un periodismo alocado” que “necesita terapeutas para sacarse el odio que tiene encima”. Luego estimó que “existe un periodismo que responde a intereses” y que “la gente poco a poco va descubriendo ese periodismo”.

Obviamente, no se quedó allí no más y, para que ningún periodista se sienta tocado, pegó a todos: “Existe un periodismo que debería repensarse seriamente; lo único que hace es provocar el desaliento por el odio que le tienen a Cristina, al peronismo y a mí”. El hombre agregó que “esa vocación de hacer naufragar a la Argentina necesita que a esos periodistas los atienda un psiquiatra para que entiendan que viven en una sociedad que necesita que dejen de dividirnos”.

Yo ya había ganado de mano, dado que voy al psiquiatra desde hace años. Pero quizá tenga razón el miembro del triunvirato que gobierna y todo se trate de una cuestión psiquiátrica.

Que seis de cada diez chicos sean pobres es un problema psiquiátrico. Los vacunatorios VIP fueron nuestra voluntad de hacer naufragar a la Argentina porque estamos locos. Puede que en mi trastorno mental yo no recuerde a ningún colega poniéndole un chumbo en la cabeza a Ginés mientras le gritaba “vacuná al Chino Zannini como personal de salud”.

Los psiquiátricos somos los que queremos saber qué tipo de aceite le ponen a la máquina de imprimir billetes que todavía no rompió biela. Explicar que eso va hacia la inflación por autopista es provocar el desaliento. Obviamente, mostrar la foto con el Presi de joda fue un acto deliberadamente intempestivo, propio de pacientes psiquiátricos que tienen la voluntad de hacer naufragar a la Argentina.

Respecto del tema de las violaciones a los derechos humanos en tiempos de pandemia está claro que algunos de mis colegas consiguieron mejores psiquiatras que yo, dado que yo aluciné y vi un tendal de muertos productos de abusos policiales, gatillo fácil, desaparición de personas, padres con hijas moribundas que cruzaban fronteras a pie, hijas moribundas que pedían poder despedirse de sus padres, o un pibe que perdió un ojo de un balazo policial por estar en la puerta de su casa sin barbijo.

Quizá deba sumarle a mis trastornos un cuadro grave de esquizofrenia y por eso es que cuento que en una comisaría de Puerto Madryn obligaron a hacer sentadillas a dos mujeres desnudas, una volvía de trabajar, la otra iba a buscar a su hijo. O que Christian Vivandelli perdió la visión de un ojo por la brutal paliza policial que lo mandó tres meses al hospital en General Acha, misma localidad donde Sebastián Britos fue acribillado a balazos de goma policiales por ir a comprar pan. Spoiler: no llegó a comprar.

El listado de mis alucinaciones es eterno y va desde móviles bonaerenses que patrullaban las calles con la música de “La Purga” y obligaban a los chicos a volver a sus hogares de cuclillas y con las manos en la nuca, hasta los simulacros de fusilamiento por parte de la Gendarmería Nacional en la Villa La Cava de San Isidro.

Fruto de mi cuadro psiquiátrico imaginé las muertes de Pamela Nieto, Florencia Morales, Liliana Giménez, Franco Maranguello, Daniel Rosa, Osvaldo Oyurzún, Facundo Astudillo Castro, Luis Espinoza, Alan Maidana, Mario Cortés, Ezequiel Corbalán, Ulises Rial, Ariel Valerián, Walter Nadal, Osvaldo Mansilla, Gabriela Cano, María Rosa Lencina, Blas Correa, Nelson García, y siguen las firmas. Ninguno de ellos murió por Covid, ni por cáncer, ni por ninguna enfermedad: o fueron asesinados por la policía, o apareción “ahorcados” en calabozos, o se mataron contra terraplenes ilegales colocados por los gobiernos provinciales sin señalización en rutas nacionales. Y mejor ni hablar de los heridos, los vejados, los niños presos, la mujer que terminó en cana por pasear al perro y un largo listado que pueden encontrar en este link.

Al presi lo vimos hacer piruetas en el aire para no condenar a Maduro pero tampoco defenderlo; lo vimos reunirse con el Presidente Chileno y luego con la oposición chilena a la que aconsejó cómo vencer a Piñera. También lo vimos defender la propiedad privada y lo vimos intentar la expropiación de una cerealera en convocatoria de acreedores. Lo vimos criticar a Cristina por querer domesticar la Justicia, lo vimos dar un discurso de situación del Estado ante la Asamblea Legislativa centrado en el loufer, una doctrina tan pero tan peligrosa que solo consiguió absoluciones para Cristina.

Lo vimos decir que si no hubiese adoptado las medidas que adoptó, la Argentina tendría diez mil muertos. Y lo vimos mandar a secuestrar a escondidas diez mil piedras que homenajeaban a esos muertos… y cien mil más. Lo vimos amenazar por televisión y decir que con él se acabaron las avivadas y también lo vimos tildar de pelotudo a un pibe que circulaba con una tabla de surf en medio de la cuarentena. Al final, lo vimos quedar como un pelotudo cuando trascendió que el primer avivado era él.

Lo vimos reivindicar la memoria, la verdad y la justicia; lo vimos abrazado a los gobernadores de los distritos que más violaron los derechos humanos durante la pandemia. Estupefactos, lo vimos llamarse feminista y lo vimos nombrar jefe de gabinete al gobernador de la provincia que persigue a médicos por aplicar el aborto a menores violadas vigente desde 1926. Lo vimos hacerse el paternalista con los derechos de las chicas, lo vimos ausente cuando Manzur se sacó la foto cagándose de risa al lado de su denunciante, una tal Gómez Alcorta.

Lo vimos decir que en su gobierno no hay presos políticos, lo vimos cargar contra el Poder Judicial por los políticos presos. Y también lo vimos a través de sus funcionarios, que en definitiva son sus empleados. Y así se vio condenar el informe Bachellet, apoyarlo ante La Haya, retirarse de La Haya, convocar al diálogo por Venezuela y retirarse del diálogo por Venezuela.

Lo vimos callar frente a la promesa de Felleti de mandar a controlar y clausurar comercios con militantes, lo vimos querer conciliar con los empresario en el coloquio de IDEA… en el mismo día. Lo vimos decir que nadie le impone nada, lo vimos no poder conservar ni al mozo que le lleva el café. Lo vimos decir tantas cosas que no dijo nada.

Pero el medicado soy yo.

Y ojo que a mí, ni en el peor ataque de abstinencia, ni aunque desaparecieran del planeta las benzodiacepinas y todos los inhibidores de recaptación de la serotonina, se me ocurriría sumar a Aníbal Fernández a un equipo de salvataje.

Debo confesar que me costó seguir el affaire matufia entre Aníbal y NIK. Principalmente porque los dos me tienen bloqueado en Twitter. Fue un horror ver cómo todo el mundo comentaba una cosa, luego otra mientras yo estaba más perdido que Máximo Kirchner en LinkedIn. Luego salieron las notas en los portales y no lo pude creer. No, el hecho sí lo creí; lo que me resultó insólito es que alguien se sorprendiera.

Tengo la teoría de la vendetta. El peor momento en la vida política de Aníbal Fernández no fue culpa de Mauricio Macri. Todo comenzó cuando se le ocurrió ser candidato a Gobernador y se tuvo que enfrentar a un Julián Domínguez amigo del Papa en la interna y a los spots de campaña del Frente Renovador.

Daniel Arroyo: Lo que siento es que la mamá y el papá en la provincia de Buenos Aires, que está preocupado por la inseguridad, que está preocupado por los robos, que está preocupado porque se vende droga en el barrio, debería pensar en serio si Aníbal Fernández es la persona para manejar la Policía Bonaerense, que es manejar el cuidado de nuestros hijos.
Felipe Solá: Cuando apagamos la luz, y nos quedamos a solas, pensamos en serio. Imaginen a Aníbal Fernández conduciendo la provincia.

Esto es lo que decían en la campaña de 2015 y, para tirar buena onda, cerraban con una placa que rezaba “Drogas sí o drogas no”. ¿Quién era el jefe de campaña del massismo? Un tal Alberto Ángel Fernández.

Aníbal se las hace adrede. Otra no se explica. De todos modos, a quienes se asustan por Aníbal, les cuento que lo sospechoso es que lo haya hecho de una forma tan expuesta. A mi me llaman por teléfono algunas noches para charlar sobre mis notas. Y yo no le di mi teléfono a nadie. Sé que no soy el único. De hecho, no somos pocos.

Y Alberto sigue en la nube. De ese revival de 2003 terminó por cumplir uno solo: el del pibe de los mandados del Presidente, el que está para solucionar los quilombos del Jefe, el que si no le gusta su trabajo, se puede ir a su casa que atrás vendrá otro, como Massa. En 2008, no sean mal pensados.

Está tan corrido del ejercicio del poder que volvió a ser un comentarista de la política, pero como se encuentra en un cargo que no es para nada menor, eso lo lleva a tener que decir cosas que no resisten una sola sinapsis de alguien con el cerebro estrenado.

No es fácil dedicarse al fino arte de ceder las 24 horas los siete días de la semana. Debe resultar agotador estar todo el día abocado a la tarea de contener y contradecirse.

Unos diez días antes de asumir, desde este mismo espacio dije que me resultaba toda una incógnita la construcción de Poder desde cero de un presidente que nunca tuvo territorio, que nunca administró ningún municipio y que ni siquiera tuvo un paso por el Congreso. Pero también marqué que, «aún más interesante es saber que Alberto Fernández es el primer presidente peronista nacido en la Capital Federal.

El peronismo porteño nunca estuvo bien visto ni por los peronistas, que en su lógica de continuidad histórica –autoatribuida– con el caudillismo federal siempre levantaron las banderas antiporteñas (…)

Seguramente existan diversos motivos por los que el peronismo porteño nunca fue tomado en serio ni por los propios peronistas, pero que la filial local del partido más ganador no haya logrado imponerse en una sola elección explica lo suficiente.

El análisis “peronismo de izquierda vs. ortodoxia” pareciera no correr más. Ahora se viene la separación entre peronismo porteño e interior; dos visiones totalmente distintas del mundo. El peronismo porteño ha sido, históricamente, mucho más progresista en temas en los que el peronismo del interior se ha comportado de forma híper conservadora». 

Casi dos años después, ahí tienen al gabinete de emergencia de Alberto: todo el peronismo del interior.

Los sindicalistas, por su parte, están en un mundo risueño. Con el poder adquisitivo aniquilado, las obras sociales fundidas, la precarización del empleo en niveles de espanto y un porcentaje cada vez mayor de empleados que no alcanzan a cubrir la canasta básica –más de 80 mil pesos mensuales para un matrimonio con tres hijos–, a los viejos carcamanes no se les ocurrió otra cosa que armar un acto por el día de la lealtad.

¿Lealtad a quién? Esta semana comienza la tarea para el recambio de autoridades en la CGT. Daer quiere repetir, Acuña lo mismo, Moyano –fuera del consejo directivo pero el más pesado de los pesados– quiere a uno de su entorno, Cavalieri quiere a Gerardo Martínez. Todos pibes, muy leales entre sí y ni que hablar con el presidente de turno.

¿Lealtad al pueblo trabajador, empobrecido y con la mirada puesta en cómo llegar al próximo sueldo? ¿Lealtad a Alberto que no es leal ni consigo mismo; o a Cristina que solo es leal a sí misma?

Ya que estamos: ¿Qué lealtad celebrará Cristina Fernández? ¿Y Alberto Ídem? ¿Aníbal? ¿Kicillof, que ni siquiera está afiliado?

Les tiro una propuesta seria: pongan una urna y que cada afiliado al partido ponga su nombre de conducción. Es algo así como si llevaran a cabo una interna democrática –pueden googlearlo– y ya lo hicieron una vez, allá por 1988. Eso sí, tengan una caja de pañuelitos a mano para el resultado.

Comenzaron por hablar de un Nestorismo 2.0. En 2021, con smartphones, redes sociales y un mundo hiper globalizado….

Y el tipo terminó coacheado con un nivel de humillación tan, pero tan grande que, con las ganas de dar cátedra que tiene cada vez que le ponen un micrófono por delante, ahora tiene que limitarse a decir “sí” a esto y “no” a aquello. Y le pifia.

El gran problema de la nostalgia. Por algo se dice que mejor no volver donde se fue feliz. Motivos, miles. Pero si todo sigue así, Alberto habrá vuelto a un lugar en el que, si le va bien, es gracias a Cristina y, si le va mal, la culpa suya es toda suya. ¿Quién va a pagar el costo de un acuerdo con el demoníaco FMI? ¿Qué hará Cristina en marzo, abril o mayo del año que viene, cuando la cosa no dé para más? ¿Pondrá el hombro o con dará un paso al costado para que Alberto se caiga? ¿Nadie ve que ya el mito le ha ganado al pragmatismo? ¿Qué hará la Jefa cuando haya que desdecirse? Puede ser que plantee un nuevo escenario realista, pero la verdad es que siempre cayó a un incendio con una molotov en cada mano.

Levanto apuestas: ¿marzo, abril, mayo? ¿Junio, quizá? Cómo sigue después ya es una pregunta secundaria.

 

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