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Locura electoral: dialogar con el verdugo

Locura electoral

Luego de una semana en la que todos las horas de todos los días los funcionarios jugaron a quién tapa la locura del otro, podemos llegar a la conclusión de que solo un milagro podría sacarnos del pozo. Y la Argentina es el país de los milagros. O sea: ningún país serio que haya hecho voluntariamente todo lo que hemos llevado a cabo nosotros a lo largo de nuestra historia, tiene todavía una bandera flameando.

Pero en lo que tiene que ver con la dirigencia, el portal abierto en 2001 aún no se ha cerrado. Es mentira que Néstor Kirchner recuperó la preponderancia de la política porque con caja todos tenemos aliados. La crisis dirigencial es real y ni siquiera es nuestra, solamente, y basta con asomar el hocico al resto del continente.

Una de las anécdotas judiciales que nunca olvidaré fue la del delito imposible, aunque no cabía netamente en esa categoría. Una mujer había sido arrestada luego de intentar asesinar a un panadero… con un cuchillo de plástico descartable. Técnicamente –si suponemos que la mujer tenía las riendas de sus acciones– era una tentativa de homicidio. Tenía la intención pero, con un cuchillo descartable, no existía forma de concretarlo.

Esto viene a cuento porque no entiendo las intenciones de quienes se encuentran en la primera fila de la oposición. Como si estuviéramos de nuevo en 2012 pareciera que solo unos pocos tienen voluntad de Poder. El resto ve de qué manera puede hacer mejor la plancha hasta que el Gobierno se desgaste por su propio accionar. Como en 2015.

En Juntos por el Cambio están en medio de una disputa que calificaría para escándalo si no fuera porque en frente hay un circo. La calentura de Patricia Bullrich contra Horacio Rodríguez Larreta tiene un sentido básico y elemental: ¿Quién preside el PRO? El Jefe de Gobierno aún mantiene la mayor imagen en la oposición, pero también comenzó a caer. Y lo acusan de querer digitar las candidaturas en función de su propio interés y no del colectivo. Como si todos no hicieran lo mismo en todos los partidos.

Cuando María Eugenia Vidal perdió la provincia de Buenos Aires desapareció de la vida pública. Nada mal, se dedicó a descansar, pasar tiempo con sus hijos y retomar algo de tranquilidad. Pero también abandonó en buena medida la actividad política. Casi todos los legisladores nacionales y provinciales referenciados con ella se encontraron con el teléfono cortado o respuestas vagas a dilemas serios. Son opciones, nadie puede culparla por ello.

Pero la factura de Bullrich a Larreta pasa precisamente por ese lado: Vidal estuvo un año y medio –y no cualquier año y medio– fuera de las polémicas que desgastan, del barro político y de cualquier disputa en momentos en los que el país arde. Y ese lugar fue ocupado por Larreta desde la gestión y por Bullrich desde lo discursivo.

Cuando el intento reeleccionista de Vidal fracasó, Larreta primero dijo que no tenía lugar en su gabinete para todos los que se habían quedado sin trabajo. Tenía sus razones: luego del triple triunfo de 2015, el gobierno de la Ciudad quedó vacío en materia de funcionarios que partieron hacia la Nación y hacia La Plata. Pero, al poco tiempo, lo que Larreta había dicho lo desdijo en los nombramientos de algunos ex ministros de Vidal como asesores.

Que Larreta ahora proponga a Vidal como cabeza de lista –y no tenga ganas ni de discutirlo– obedece a una sencilla razón: no la quiere a Bullrich en ese lugar. A esto hay que sumarle que Vidal perdió casi todo su caudal político por su opción por el ostracismo y hoy no alcanza el 5% entre los líderes que los encuestados identifican como “opositores”. Y como en la Ciudad Larreta cree –con razón– que Juntos por el Cambio gana aunque presente al Mago Sin Dientes, mejor rescatar a su pichona.

Pero estamos ante unas elecciones que pueden torcer el curso de los acontecimientos tanto para un lado como para el otro y ahí es donde no se entiende cómo es que pretenden hacer daño al enemigo con un cuchillo descartable.

En 2007 Néstor Kirchner sabía que ganaba al trotecito las elecciones a tal punto que cedió su candidatura a su mujer. En lo que tiene que ver con el ámbito legislativo, Kirchner buscaba el control de la Cámara de Diputados y tiró toda la carne al asador en materia de candidatos colocando a los que mejor medían en cada distrito. ¿Resultado? Veinte bancas sobre 35 solo en la provincia para el kirchnerismo en Nación, 26 sobre 46 en la legislatura provincial. No quiso ganar: sabía que ganaba y buscó asesinar a la oposición con una motosierra y garantizar una gestión de gobierno sin trabas legislativas.

Ese año también comenzó la intervención porteña ininterrumpida en la provincia de Buenos Aires. El gobernador de 2007 fue Daniel Scioli, que hasta seis meses antes tenía armada su campaña para ser Jefe de Gobierno. Así fue que llegó a una provincia de la que solo conocía Mar del Plata. En verano. En la mesa de Mirtha. Luego volvió a ocurrir lo mismo con Vidal, nacida en Flores y por años ministra de la Ciudad; y más tarde con Axel Kicillof y su banda de pasantes del Nacional Buenos Aires. Los cambios de distrito son casi tan comunes que ya nadie se sorprende ni se queja: es normal.

Es tan lamentable como cierto e inevitable que en la actualidad política nos movemos dentro de parámetros de polarización extrema. Una crisis dirigencial que abarca a los cuatro países federales, republicanos y presidencialistas del continente. Sin embargo, si esas son las reglas de juego, no se pueden modificar en medio del partido. Por más que Emilio Monzó diga que “el camino es el diálogo”, uno se pregunta qué se puede dialogar.

¿Cómo vas a dialogar con alguien que te saca la coparticipación sin preguntarte en medio de una pandemia? ¿Cuál sería el diálogo con un gobierno que culpa a la oposición hasta de las muertes por Covid? ¿Cómo dialogás con los que quieren reventar al Poder Judicial y a la Procuración?

¿Cómo se hace para establecer un puente de concordia con aquellos que te dicen que el problema del mundo es el capitalismo y que su representante en la Argentina es la oposición, cuando los países capitalistas ya están en otra? ¿Vas a charlar con tipos que se babean por Putin, pasean por Cuba, callan con Venezuela y al mismo tiempo se la dan de paladines democráticos con Nicaragua?

¿Vas a entablar el diálogo con un monologueador serial que, cansado de mandarse cagadas al decir burradas, termina por culpar a la «decrépita sociedad» que no lo entiende? ¿Cómo hacés para convencer de algo a gente que cree que federalismo es disponer del dinero de las provincias a cambio de que estas no tengan autonomía en la toma de decisiones tan básicas como las educativas y sanitarias? ¿En qué punto se puede creer que hay posibilidad de diálogo con gente que te putea por egoísta y te escupe en el piso luego de sacarte la mitad de tu poder adquisitivo, en el mejor de los casos?

Dialogar se dialoga por las cuestiones de forma, no por las de fondo. Podemos discutir sobre cuál es la mejor milanesa, si la que lleva provenzal o no. Ahora, no podemos acordar si uno quiere milanesas y el otro pretende una pizza. Dialogar cuando existen dos visiones del sistema de país radicalmente distintas es pretender lo imposible.

Es obvio que mi ideal es un país en el que no existan esta clase de quilombos, pero estamos en la Argentina, chiquis. Y en este momento nos gobierna un tipo que solo aspiraba a una embajada y recibió la presidencia. Se la creyó, quiso emular a Néstor y terminó por ser una versión clase B de Cristina –lo cual ya es mucho decir– meta hablar de lo que no entiende y mintiendo descaradamente sobre lo que sí conoce.

Larreta quiso establecer el camino del diálogo. Lo llevaron a fotos que le ahorraron millones de pesos en campañas para hacerse conocido en el interior. Y luego lo esmerilaron ante su propio electorado. El mismo Macri le estampó un “te lo dije”. Hoy busca digitar la candidatura porteña y la provincial y ve en Bullrich un problema a largo plazo si piensa en 2023. Desde hace seis meses que en el espacio de la ex ministra de Seguridad afirman que ella va por la presidencia. Hace seis meses me cagaba de risa y creía más en el plan B, que era la Ciudad de Buenos Aires.

En cualquiera de las dos opciones, Bullrich quiere la diputación para construir su carrera. En cualquiera de las dos opciones, Larreta, el hombre que no suelta una sartén, ve un problema.

Pero para pensar en 2023 primero tenés que superar 2021. No importa que en Capital gane el Mago Sin Dientes, tenés que poner al candidato que mejor mida en cada distrito. Y al que más dispuesto esté a darle pelea a tu adversario. Sin embargo, hoy no solo está en veremos Bullrich, sino que hasta se duda de otros polemistas a quienes se les vence el mandato.

Entre tanto, en la provincia no son pocos los que se calientan con Rodríguez Larreta por su poco tacto hacia el interior: todos los de Juntos por el Cambio consultados dicen enterarse de las novedades por los medios. Nadie les consulta a los que mejor conocen sus territorios y hasta se quejan de no tener reglas de competencia claras.

Lejos estoy de querer ensalzar a Bullrich. Creo que en una sociedad que no tiene matices ella ha logrado construir un nicho en el lugar en el que Bullrich jamás habría intentado hace un par de lustros, cuando era opositora al partido que ahora preside. Pero en ese nicho prendió fuerte, un lugar en el que la lucha contra la inseguridad lo es todo y, si en el camino cae algún perejil, es un precio que están dispuestos a pagar. Un extraño lugar en el que algunos de sus votantes más leales le dicen montonera de forma despectiva a una vicepresidenta que lo más cerca que estuvo de un montonero fue en algún baile del Jockey Club de La Plata.

Y a la vez es el mismo nicho en el que pretenden penetrar otras opciones de uno o dos puntos que solo pueden complicarle las cosas a la oposición, esos que tienen votantes que consideran que Larreta es un tibio. Curiosidades del asunto: hay verborrágicos y gente que sabe pararse de manos en todos los partidos que conforman Juntos por el Cambio. Y hay dialoguistas que piden internas y siquiera tienen un partido propio.

Lo llamativo, nuevamente, no es que se peleen por la forma de presentarse en sociedad, de hecho siempre viene bien tener todas las opciones para captar a la mayor cantidad de sectores. Lo que no se entiende es por qué no aprovechan los errores no forzados del oficialismo para aprender y no imitarlos, esos actos que vemos todos los días cuando lo que dice Cristina Fernández altera los planes de Alberto Ídem, mientras Kicillof da clases de economía al ministro Guzmán, la ministra de Salud pasea por Cuba y Sergio Massa se va a Washington después de decir que Venezuela es una dictadura.

Salvo que la oposición quiera reconocer que el problema no son las listas ni 2023: el problema es que todos quieren conducir para sus intereses particulares. Y mientras dentro del PRO se pelean, todavía falta ver cómo se tensa la cuerda con los radicales y la Coalición Cívica.

 

¿Acuerdo?

La función de un monje negro, de un armador, es recibir todas las balas y ordenar al mismo tiempo. Luego de la derrota electoral de 2019, el PRO puro se sacó de encima a dos personas cuyos nombres generaban rechazo en buena parte del electorado y, mayormente, dentro del propio espacio: Marcos Peña y Jaime Durán Barba. Y todos deberían recordar que desde el vidalismo culpaban a Peña por no desdoblar las elecciones. Desde el espacio de Peña, sostenían que nadie debía saltar del barco. Y Durán Barba tenía un método resistido por la política tradicional pero que fue el que convirtió al PRO en el PRO; o sea encuestas, consultorías y «focus groups».

Hoy todos los candidatos dicen que miden según sus propias encuestas. También se ha perdido toda ordenación conceptual: lo que dice Bullrich es desdicho por Larreta quien a la vez choca con un tuit de Macri y todo para que luego venga Elisa Carrió con un texto de Marcos. No, de Peña, no: del Evangelio según San Marcos.

Sin embargo algunos melones podrían acomodarse en beneficio de algunos y detrimento de otros. Jorge Macri ya levantó bandera blanca y dijo que no podía haber dos candidatos de PRO en provincia sin dejarle lugar al radicalismo. Santilli festejó, aunque un arreglo es un intercambio de cartas interminable en el que se tiene que ceder espacio al que se corrió del medio. Y a los radicales, a la Coalición Cívica y a todos los espacios que quieren sumar, lo que incluye a los intendentes peronistas ofendidos con Máximo Kirchner y su desembarco en el PJ bonaerense.

Si Santilli va a provincia ¿en quién confiará Larreta la vicejefatura de Gobierno? Y así, quienes no creían conveniente que una exgobernadora se rebaje a competir por una banca podrían llegar a ver un acuerdo en el que Patricia Bullrich vaya de cabeza de lista nacional y Vidal encabece la legislatura porteña. En ausencia de Santilli, sería la vicejefa de Gobierno, cargo que ya tuvo durante cuatro años con Macri.

¿Quiénes pierden? De punta a punta todos los vidalistas de provincia que quedarán huérfanos y deberán cruzar los dedos para que, en la rosca por el armado de listas seccionales para la legislatura provincial, se priorice a los que más miden. Aunque la realidad electoral dicta que casi nadie mira la lista de legisladores locales. Pero todo está tan verde que daña la vista.

Lo cierto es que, lejos de manifestar voluntad de Poder, la oposición hoy juega al chiquitaje, a la pelea de candidaturas que podrían dejar afuera de las diferentes legislaturas a los personajes que más han hecho por ese espacio aún en los peores momentos, mientras Elisa Carrió comparte textos bíblicos y Vidal nos dice que es inmoral estar en Miami y aprovechar para vacunarse.

¿Alguien se imagina que el kirchnerismo deje afuera de sus bancas a los más talibanes?

No hace falta recordar que lo más sano para el funcionamiento institucional de un país es un Poder Legislativo balanceado en el que nadie tenga una mayoría absoluta. Hemos escuchado las burradas de varios diputados una y otra vez, y hemos visto cómo los peores proyectos de ley quedan truncados. ¿Se imaginan cuánto tardaría en reformarse el Poder Judicial con una cámara de diputados convertida en escribanía?

Hoy, en provincia está todo tan tenso que reabren las clases con una situación epidemiológica cien veces peor que cuando las cerraron. Hasta bajaron las tarifas de gas en todo el interior bonaerense. No entiendo cómo todavía la oposición no cerró su plan de acción. Es política básica, hambre de Poder.

El gobierno intenta sacudirnos al imputarnos cosas que nunca hicimos, de las que no somos responsables, que nunca les prometimos y por las que, encima, nos descapitalizamos. Pero el camino es el diálogo. Yo la veo de afuera y me pregunto cómo piensan hacerlo. Cómo es que van al combate con un cuchillo descartable de plástico blanco.

La diferencia con Norita es que ella tenía una justificación para comportarse así.

 

 

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