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Olor a naftalina

Olor a naftalina – Fernández y Kicillof en color sepia

De todas las formas de disparar recuerdos, una de las más increíbles es esa que nos despierta la memoria olfativa. ¿Nunca les pasó de recordar un aroma? No me refiero a sentirlo al pasar y pensar en quién lo usaba o qué les recuerda; hablo de traer a la mente un olor.

A mí me ocurre que determinadas escenas me despiertan memorias olfativas. Veo pasar un Renault 9 y siento la baranda a silicona de la obsesión de mi viejo por hacernos resbalar en los brishantes cubrealfombras y apoyabrazos. ¿Me explico?

Lo mismo me pasa con las imágenes políticas y con los discursos. Es curioso como funciona pero, lo veo al Presidente caminar con el saco desabrochado bajo el sol del verano, y siento esa fragancia inconfundible de quienes usan polvo Veritas como desodorante. Todo tan antiguo, todas frases tan vetustas sobre ideas caducas y referencias a sujetos que pasaron de ser próceres vivientes a prófugos internacionales, que es imposible no imaginar el vaho a colonia Feraud que transpira a cada paso.

Aparece el gobernador de Santiago del Estero para reclamar que la Ciudad de Buenos Aires lo mantenga para siempre y dice “si tengo que ir preso por defender al Federalismo, aquí estoy”. ¿Cómo escucharlo sin sentir que nos invade un olor a alcanfor penetrante? Hay que ser caradura. ¿Querés federalismo? Administrate solo, no aceptes un centavo de la Nación, y recién ahí vemos.

Ni Alberto quería ir contra la Corte, pero la posibilidad de hacerlo también le recordó a ese kirchnerismo de hace veinte años. Dos décadas. Ahí lo tienen, otra vez, abocado al arte de algo que sabe que es imposible que llegue a buen puerto. Una vocación perdedora en la cual es acompañado con vehemencia por el inútil gobernador bonaerense, el segundo distrito más perjudicado por el reparto de la coparticipación. Tan idiota que cree que no se da cuenta que quienes lo cagan son los otros gobernadores. Otras opciones: puede que no lo entienda, puede que ni le importe.

Más de una vez dije que Alberto se quedó en 2003 pero, ya entonces, era un señor de trajes Modart. En julio de 1988, con tres años de laburo en el gobierno de Raúl Alfonsín –y sin renunciar, claro– un joven Fernández milita en la renovación peronista bajo la línea Cafiero. Pierde.

Pero la derrota no empaña la vocación de vivir del Estado. Durante el primer mandato de Menem, Alberto ocupó la Superintendencia de Seguros de la Nación, con tan solo treinta años de edad y sin experiencia para el cargo.

Luego Alberto se refugia en el Grupo BAPRO de la gobernación de Eduardo Duhalde. Se desconoce qué opinaba de las privatizaciones de todo, pero tampoco viene al caso dado que aún hoy no tiene opinión sostenible en absolutamente ningún asunto. Se le ocurre sumarse a la campaña presidencial. Pierde.

Si la campaña de Duhalde le enseñó algo a Alberto es que la gente no tenía nada en contra de la Convertibilidad. Así se suma con sus convicciones intactas a la campaña Cavallo-Béliz para la Jefatura de Gobierno porteña. Pierde. Pero entra como legislador porteño.

Alberto también propuso apoyar a Aníbal Ibarra en su juicio político. Le dan bola. Pierde.

Luego convence a Néstor de no apoyar a Jorge Telerman para la jefatura de Gobierno en el momento de mayor popularidad del kirchnerismo. En su lugar, Alberto le ofrece a Daniel Filmus. Pierde.

En 2008 Alberto sale a bancar la parada como nadie en el conflicto con el campo. Tuvo la brishante idea de enviar el proyecto de retenciones al Congreso. Pierde. Renuncia.

Todo este racconto debería servir para cuestionar a todos aquellos que vivieron de darle cámara, micrófono y espacio para que Fernández, un lacónico burócrata obediente y perdedor, se convierta en palabra autorizada sobre cómo deberían hacerse esas cosas que no supo hacer él. Eterno viudo de Néstor que solo sabía decir que nunca vio corrupción durante su gestión y que “estas cosas con Néstor no pasaban”.

Ese olor a naftalina es lo que llegó en 2019, con recetas que supuestamente fueron exitosas en 2003 en un mundo que ya no existe. Ahora, el hombre se coloca su colonia de pino en los bigotes y viaja a montarse a cococho de Lula.

Las fotos llegaron sepia y con manchas de oxidación. Tan irritante para las fosas nasales resultó la baboseada de Alberto que daban ganas de recordarle que una de las claves del éxito de Lula fue su economía totalmente alejada de la ideología tradicional de su militancia sindical y del Partido de los Trabajadores. Lula redujo la pobreza, la indigencia, designó al presidente local de la banca norteamericana en el Banco Central y hasta mantuvo la política en tasas de interés e impuestos de sus predecesores. Podría decirse que los únicos puntos en común entre Lula y el kirchnerismo es la propensión a que se le peguen los billetes y esa fascinación inexplicable por Venezuela e Irán.

La naftalina nos ha invadido y recién ahora notamos que está rancia, que la ropa nos queda apolillada y con olor a placar de madera húmeda.

Cristina viaja hasta Avellaneda a inaugurar un polideportivo municipal. Al bajar del auto saluda a los árboles de la vereda de enfrente. Están presentes, también, el gobernador bonaerense y el intendente local. Dos de los tres inauguradores, chorea: o la obra la pagó el municipio, o la construyó la provincia o la Nación. Lo que sí es seguro es que ella no tiene nada que hacer allí. Con el país glorificando a Messi y con nenes que saben hasta el nombre del utilero de la Selección Nacional, abrieron el polideportivo Maradona. Actualizan los muertos y hasta ellos dan por sentado que queda demasiado viejo bautizar al complejo con el nombre Néstor Kirchner. De hecho, los chicos que votan por primera vez el año que viene nacieron en 2007.

La baranda a naftalina podía olerse a través de la pantalla mientras recordaba cosas de una época sin Internet, sin smartphones, de televisores de tubo, bronceados a la melanoma y riñoneras. Sin embargo, la que no tenía nada que hacer en una inauguración tiró lo siguiente, y pido disculpas por lo ilegible, pero así lo copié de su propia página:

Y el 9 de marzo, ahora, van a leer los fundamentos de la proscripción, curiosamente, o no tan curiosamente, son esas licencias que por ahí se toma la historia, un 9 de marzo de 1956 en el Boletín Oficial de la República Argentina se publica el decreto 4161, el decreto por el cual se prohibía decir las palabras Perón, Evita y se prohibía cantar la Marcha Peronista. Sí, en la historia de nuestro país existieron estas cosas, se prohibía cantar la Marcha Peronista y decir Perón o Evita. Este es el tema de la proscripción, pero la proscripción es fundamentalmente un acto de disciplinamiento hacia el conjunto de la dirigencia política argentina para que nadie se vuelva a animar a tanto, para que nadie se vuelva a animar a recuperar las AFJP, por ejemplo, o YPF, o sancionar la Ley de Medios o mejorar la distribución del ingreso de modo tal que los trabajadores participen de más del 50 % del Producto Bruto Interno y que tengan el mejor salario o que la educación tenga el 6 % del PBI, o desendeudar al país y decirle al Fondo «chau, no te necesitamos más, las políticas económicas las decidimos acá los argentinos en la Casa Rosada y en el Parlamento». Tiene un efecto disciplinador y vaya si lo logran, estos días de idas y diretes, con la agrupación, como yo digo, Agrupación Política Amague y Recule permanente, ¿no?

Se fue a 1956. Aroma a Heno de Pravia, fragancia floreal de Polyana y baranda a Baigón mezclado con cera Suiza para pisos de tablones. Podía sentir que un bowl de popurri de aserrín se me aparecía en frente y que el placard se inundaba de bolsitas de lavanda.

Es un concepto del Poder que está cada vez más demodé: la coerción. El verticalismo, el mando, la obligación es una forma de ejercer el Poder que genera grandes dolores de cabeza en numerosos países. Y nosotros atrasamos incluso para esos parámetros, dado que tenemos una porción gigante de la clase dirigente que utiliza conceptos caducos hace casi un siglo.

El Poder ejercido desde la libertad no es un imposible. Pero te regalo el psiquiatra para este país en el que casi no hay dirigente político que conciba el esfuerzo de convencer a la ciudadanía a que acepte determinadas normas por su voluntad. Incluso es mucho más eficiente el Poder ejercido bajo la libertad. Porque el ciudadano confía en que no lo llevan con una correa a la esquina, sino que va porque quiere. No existe necesidad de obligar a nadie y, entonces, no hay forma de que alguien se resista, se oponga, se rebele.

Es muchísimo más frágil el ejercicio coercitivo del Poder político. Y el máximo ejemplo son los aparatos de control social cada vez más grande en un sinfín de países democráticos. Incluso las dictaduras, paradigmas del Poder violento, necesitan de esa violencia para permanecer en el Poder. O sea: el poder es tan frágil que no hay otra forma de llevarlo a cabo.

No es necesario imaginar un mundo en el que vamos contentos a bancar la parada hasta que se acomoden las cosas porque así lo elegimos. Basta con que nos pongan sobre la mesa las opciones y nos expliquen las consecuencias. ¿Nunca aceptaste algo contra tu voluntad pero sin estar obligado? ¿Acaso sos el Himno a la Alegría ambulante cuando te ponés a dieta? Nadie te obliga, lo hacés igual y nadie cree que seas feliz mascando ese tallo de apio en lugar de una milanga.

Cuando el Poder se ejerce desde la libertad y no desde la coerción, pasamos a vivir en una situación de ausencia, de no sentir que está el Poder allí para decirnos qué hacer todo el tiempo. Quizá sea por eso que la mayoría de los políticos elijan la imposición. Mirá si se van a perder ser el centro de atención.

Pero no, mejor la colonia Pibe´s que nos regalaron en un cumple de 1988 para perfumar la costumbre de un Estado intervencionista en todos los aspectos de la economía de un país en el que hay que pedir perdón y pagar por querer progresar. Una tierra en la que el ejercicio del Poder nos ha empobrecido, ha creado millares de villas miseria en todas las provincias, ha pauperizado la educación, la seguridad y la confianza en todas las Instituciones. ¿Aún creemos que esta forma de ejercer el Poder, totalmente fálica, centralista, autárquica, paternalista y feudal es una posible solución solo si gobierna otro?

A mí me gustan los olores naturales. Con repelente, claro, pero me gustan. Y también me agrada no enterarme qué hace o deja de hacer un gobierno que no tuvo ningún logro para mostrar en sus redes sociales de fin de año más que subirse a una Scaloneta que ni siquiera se arrimó a Olivos en los días posteriores.

Días después, el que cobra un sueldo de Presidente, se hace sacar una foto con anteojos del año del ocote y cara seria para decorar otro tuit en el que encomienda al Congreso el Juicio Político a toda la Corte Suprema.

Lo gracioso del asunto es que el causal número uno de juicio político que aparece en la Constitución es el del mal desempeño en el cargo. Suena a chiste que el pedido de juicio sea firmado por el Presidente que nos enchufó un cocktail tardío de vacunas por sobar el lomo de Vlad el Invasor de Ucrania, el mismo Presidente que violó su propio decreto de cuarentena y el mismo Presidente que se desempeñó estadísticamente mal en todas y cada una de sus funciones.

Peor resulta saber que, de prosperar, el juicio se llevaría a cabo en un Senado presidido por una persona con una condena penal, causal explícito de juicio político desde 1853.

Pero ahí están las fotos. Nunca había visto un tuit emanar olor a naftalina. Maravillas de la tecnología.

 

Nicolás Lucca

 

 

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