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Tras los hechos ocurridos en la Argentina en los últimos tiempos, he leído en casi –todos– los medios especializados europeos sobre la “crisis de la coalición de gobierno”, con lo cual me he dado a la valiente tarea de explicar a mis colegas foráneos –así me ahorro la sensibilidad de los locales– cómo deberían analizar a la Argentina para comprender lo incomprensible.
Primero. No somos un sistema parlamentario. Esto es tan, pero tan importante que es la base de cualquier análisis que se pretenda hacer. Nuestro sistema es republicano presidencialista, con lo cual la máxima autoridad en materia ejecutiva la tiene el Presidente y nadie más que el Presidente. Ni siquiera tenemos primer ministro. Hagan de cuenta que nos preside un tipo con la autoridad de Joe Biden, igual de gagá pero -aunque no lo crean- veinte años más joven.
Que todo lo que ocurra en la Argentina en los últimos tiempos tenga a la Vicepresidente en el medio no tiene que ver con nuestro sistema de gobierno sino con el ejercicio del mismo en manos de un hombre con una profunda herida narcisista sin sanar. Igual que su vice, pero con resultados diferidos en la adultez.
O sea: lo que diga la Vicepresidenta tiene menos valor institucional que lo que pueda decir el diputado más boludo que se crucen en el recinto. Sí, menos, porque un diputado está en funciones siempre. El Vicepresidente, en cambio, es un potencial, una figura de adorno salvo excepciones como la muerte o renuncia del presidente. Y en ese momento deja de ser una figura decorativa y pasa a ser Presidente. ¿Ejerce la Presidencia en vacaciones o viaje del Presidente? Sí, pero nunca en la historia de la Argentina un vicepresidente firmó un decreto crucial que no fuera administrativo. En concreto; el vice es un cuadro colgado.
Segundo. El sistema presidencialista no admite coaliciones de gobierno. Sí, es confuso, dado que ni nosotros lo decimos. Las coaliciones son electorales. Finalizada la campaña, una sola persona es Presidente.
El Frente para la Victoria estaba compuesto por diez partidos políticos. ¿Hubo reparto de cargos? Sí, claro. ¿Alguien se imagina qué hubiera pasado si Néstor Kirchner hubiera tenido que rendirle cuentas a Carlos Heller o Adriana Puiggrós, titulares de sus propios partidos?
Cambiemos fue una coalición compuesta por la Coalición Cívica, la Unión Cívica Radical y el PRO. ¿Hubo reparto de cargos? Sí, claro. Y si bien Carrió dijo más de una vez la frase más opositora de la semana, lo cierto es que Macri hacía lo que se le antojaba. ¿Por qué? Porque era el Presidente.
Bajo ningún punto de vista está contemplado que el maestro de ceremonias senatoriales llamado Vicepresidente designe y remueva funcionarios, ni mucho menos que tenga injerencia en las políticas decididas por el Presidente. No existe artículo alguno de la Constitución, ni mucho menos ninguna ley que diga que el Presidente debe rendirle cuentas a su Vicepresidente. Si es difícil de comprender, podemos apuntar a la significancia de la lengua castellana: un Vice es un prefijo que determina inferioridad.
Queda claro que no corresponde que el decorado ceremonial que llamamos Vicepresidente deba ser consultado a la hora de remover a un secretario. Si les parece que aclaro demasiado, es bueno destacar que la mayor crisis que atraviesa este gobierno se originó hace poco más de un año porque el ahora exministro Guzmán no consiguió echar a un secretario de su propia cartera ministerial. Ah, en el organigrama del Poder Ejecutivo, un secretario es un funcionario de tercera línea en importancia. No lo conoce ni la madre.
Puede que ustedes, al provenir de sistemas parlamentarios o semi presidencialistas puedan llegar a suponer que el Presidente no logra remover a un funcionario de tercera línea porque le falta el quórum en la legislatura. Pero no, no es así. Dicho esto, lo correcto es decir “El presidente no ejerce su poder”. Cualquier otra persona no pide la renuncia, sino que lo echa. Y si no se va, llama a la Policía Federal y al funcionario cocorito se lo llevan esposado mientras le inician un proceso penal por desacato a la autoridad y usurpación de cargo.
Por lo dicho, y a modo de ejemplo: verán que este lunes el principal medio digital argentino tituló “Los mercados esperan la aprobación de Cristina Fernandez al plan de economía”. Lo correcto sería “Ilegítimo: la única funcionaria sin funciones decidirá el plan de quien depende del Presidente”
Tercero. No somos instruidos en materia cívica. Es un dato a remarcar dado que es habitual terminar de leer una nota extranjera sobre la Argentina y sentir que ustedes piensan “qué carajo hacen estos sudacas”.
Al igual que ustedes, queridos colegas extranjeros, la mayoría de los votantes argentinos desconocen el funcionamiento del Estado en su modo más sencillo. No es pedantería ni me creo mil por decir esto, dado que yo no podría explicar el funcionamiento de la Inspección General de Justicia sin leer previamente, por poner un ejemplo. La falta de educación cívica lo afirmo como un hecho fáctico fácil de comprobar en cualquier encuesta: no recordamos quién ocupó el quinto lugar de la lista de diputados que colocamos en la urna.
De allí para abajo, lo que quieran. Pocos saben las diferencias de funciones entre un senador nacional, uno provincial, un diputado nacional, un ídem provincial, un concejal, un intendente, un gobernador y demás cuestiones.
Incluso, pocos lo saben dentro de la misma política. Así es que todavía nos encontramos con titulares en la Argentina muy similares a los vuestros, con un agravante: lo nuestro es imperdonable. Publicar a diario que un ministro no le responde a su Presidente como quien da cuenta del número ganador de la Lotería, es para clausurar definitivamente toda esperanza en la conservación de la democracia como sistema de gobierno.
Hay un ente incorpóreo que es difícil de explicar dado que no se ve. Y no me refiero a Dios.
El equilibrio brindado por la Constitución Nacional existe. Se puede jugar, cagarse en algún que otro artículo por un tiempo, pero no se la puede desconocer totalmente en un punto: la organización del Estado.
El kirchnerismo ha sido experto en jugar con la Constitución, pisotearla, manosearla, crear derechos donde no había, eliminar garantías existentes y todo lo que ya sabemos. Está claro que años de manoseo deriva en un “dale que va” que llegó a su punto culmine en cagarse sobre el funcionamiento del Estado. Básicamente, que el Poder Legislativo legisla, el Poder Judicial aprueba o desaprueba esa legislación y el Poder Ejecutivo ejecuta.
Y por algo fue diseñado de este modo.
Nuestra Constitución no contempla gobiernos de dos cabezas. El manual de funcionamiento del país obliga a que el Presidente designe los funcionarios de su confianza que crea capaces para cada área y los remueve si le parece, si se le antoja o si se lo dijo el espíritu santo en un sueño. En ese orden, cada ministro designa a los colaboradores de su confianza. A nadie se le puede pasar por la cabeza que no sea así.
Puede gustarnos un poco más o un poco menos el sistema, pero no se lo puede desconocer. Es como si no nos gustara circular por la derecha y decidimos hacerlo a contramano: nos la vamos a poner.
Cuarto. Para contribuir al desasne, agrego algunas cosas más de las que no tenemos idea y repetimos muy a menudo. Se los dejo casi como un pedido. Quizá si lo leemos en algún medio extranjero podremos comprender lo siguiente:
– El Presidente de la Cámara de Diputados no es línea sucesoria. Ni siquiera figura en la Constitución Nacional, donde solo dice que el Congreso dicte una ley al respecto. Según la Ley de Acefalía histórica, hay un orden en el que, si nos quedamos sin Presidente, asume el Poder Ejecutivo el Vice. Y si no hubiera Vicepresidente, sigue el Presidente provisional del Senado. Si tampoco se puede, continúa el Presidente de la Cámara de Diputados. Y si todos la quedaron en un accidente de avión –cosa que no pasa porque nunca viajan todos juntos por razones obvias–, asume el Presidente de la Corte Suprema.
Todos sabemos esto pero prácticamente nadie registra que esa la Ley de Acefalía impide que nadie que no sea de la fórmula presidencial puede finalizar un mandato si no es elegido por una Asamblea Legislativa. O sea: no hay línea sucesoria más que para convocar a la Asamblea Legislativa en menos de 48 horas.
– Un juicio político no es un golpe de Estado.
– Nadie leyó jamás las plataformas electorales con las propuestas de gobierno de cada partido presentadas como declaraciones juradas ante la Justicia Federal. La hoja de ruta, digamos. En 2015, por ejemplo, el Frente para la Victoria propuso una integración comercial con Europa. En 2019 se opuso cuando el gobierno de Macri lo consiguió. De hecho, lo desarmaron ni bien reasumieron el Poder. Nadie marcó la contradicción porque nadie estaba al tanto.
–El músculo político es un invento de editores para justificar una nota sobre la designación de un funcionario intrascendente.
–El volúmen político es lo mismo que el músculo.
Para redondear, espero que este breve instructivo básico les permita comprendernos. Si así resulta, pasen la receta porque nosotros no nos entendemos. Aún no dimensionamos que el fracaso de este gobierno no es la economía. Son ellos mismos. Y a nadie le gusta que le digan “fracasado”.
Nuestra crisis no es económica, sino política. La economía es un síntoma más -uno de tantos- de que un capricho no se hace realidad solo por desearlo.
Quizá por estar en el día a día ya nos acostumbramos, pero no es normal. Ni siquiera para nuestros parámetros. Tenemos a un impotente sin ganas de estar dónde está y atacado por una psicópata que encuentra placer en el daño provocado a un sujeto que no necesita de ninguna ayuda para dañarse solo. Y no es normal.
Es insultado las 24 horas por gente que depende de su propia firma para seguir en su cargo. No hace nada, con lo cual se insulta a sí mismo. Y no es normal. ¿Cómo reaccionaría usted, estimado colega extranjero, si alguien le dijera “cobarde” en público? A nuestro presidente le dijeron “cagón”, directamente. También le han dicho borracho, sin pelotas, enfermo de alzheimer, mentiroso, okupa, mequetrefe y necesitado de un neurólogo. Fueron los de su propio espacio político.
Y mientras casi todos los que escriben, analizan y editorializan culpan a la Vicepresidenta por esta encerrona, se olvidan que hay un único responsable: el Presidente. No sé si ya aclaré suficientes veces que el nuestro es un sistema presidencialista.
Esta es nuestra vida, esto somos hace casi tres años: un país sin gobierno, en manos de psicópatas, masoquistas, eunucos, fálicos, faloperos del Poder y ludópatas del cargo. A nosotros pareciera no importarnos. De hecho, una porción gigante de la población querría un líder permanente si fuera de su agrado.
Así nos va.
Supongo que queda una pregunta flotando: ¿Por qué se habla tanto de Cristina? Porque vende.
Para mayores consultas, les dejo el link a la Constitución Nacional. Por lo demás, quedo a disposición.
Nos leemos el sábado.
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