En épocas judiciales, me tocó atender a un muchacho que tenía, por entonces, 16 años y había caído preso por homicidio. Su padre, veterano de la Guerra de las Malvinas, estaba postrado en una silla de ruedas y cagado de hambre. Su madre, único soporte económico de la familia, era médica en una clínica privada. El pibe, el mejor promedio de su clase y una conducta ejemplar. Su detención sorprendió a toda la comunidad educativa y a sus vecinos. Indagándolo en presencia de su madre, me contó que se había cansado de las bromas de sus compañeros de colegio respecto de su padre y su condición. Me refirió con lágrimas en los ojos que, para él, su padre era un héroe y que moría de la bronca que sentía al ver que la sociedad le daba la espalda y sus compañeros no solo no lo respetaban, sino que lo basureaban. Años guantando esta situación hasta que un día tomó la pistola de su padre y mató al «líder» de sus compañeros.
Días después, recibo los informes periciales del muchacho. No tenía ninguna patología y su personalidad era sumamente pacífica. Respecto del crímen, el pibe no sentía arrepentimiento más allá del momento que estaba haciendo pasar a su familia y que sólo por eso, no lo volvería a hacer. La ley fue dura con él. Permaneció recluido en un instituto para menores hasta cumplir los 18 años, momento en el que fue condenado.
Este caso quedó grabado en mi memoria por un hecho específico: el chico no fue liberado, a pesar de tener una familia conformada, ser de una excelente educación y tener una personalidad sociable. Precisamente, fueron estos factores lo que llevaron a considerar que era plenamente consciente de lo que hizo y que debía cumplir una condena. Si aplico este mismo criterio para los pibes que he visto caer detenidos por salir de caño, con un prontuario que haría pasar vergüenza al gordo Valor y que, con 3 pibes encima, todavía no habían cumplido los 17 años, me sobran los dedos de una mano para contar cuántos fueron condenados y no liberados.
Nadie nos puede culpar por no evolucionar como personas, cada uno tiene sus propios parámetros morales y éticos. Pero la dirigencia tiene el deber del pragmatismo, cosa que no pasa. Mientras la viuda espera encontrar la lámpara de Aladino en las arenas arábigas, un iluminado del Gobierno sugiere que sería una buena idea -por ahí, si pinta y no hay nada mejor que hacer- ver qué onda con esto de modificar la legislación penal respecto de los menores de edad. Para que esto ocurriera, tuvo que haber un nuevo homicidio cometido por un mocoso de 15 años, que tiene edad para decidir sobre la vida o la muerte de un laburante, pero no para hacerse cargo de la responsabilidad que conlleva. Que tiene edad para coger, pero no para pagar por un delito. Que tiene edad para zarparse en faso y chupi, pero no para acatar las normas de una sociedad.
Si bien este problemita viene arrastrado desde hace bastante tiempo, esta gestión que ya lleva unos ocho años cree que sería una buena idea para demostrar su majestuosidad compasiva, darnos una solución para el problema de los pibes chorros. Ocho años para avivarse y recién ahora se les ocurre ver qué hacen con esa masa de millones de futuros electores a la deriva.
Más allá de que a esa edad todavía no merecen mucha atención, dado que no votan y a sus padres les chupa un huevo su futuro -clara excepción, cuando caen detenidos, momento en el que aparecen las señoras en las mesas de entradas a tratar de hijos de puta a los pobres meritorios que cometieron el pecado de laburar por una vaquita- el político en general no mira hacia ese sector de la sociedad. No le importa. El problema aparece cuando el otro sector, el que vota, se siente afectado por esa sensación de homicidio.
Ante este panorama, los iluminados pseudoprogres que nos gobiernan, sostiene que es momento de un debate sobre la reinserción de los menores de 18 años, que deben ser tratados de distinta forma que los adultos, que deben contar con un régimen especial que priorice su edad y demás etcéteras. Y se dicen abogados. El régimen penal del menor, existe y precisamente con todas esas disposiciones. Y fracasó. Fue concebido para un país sin marginalidad. Aunque mis amigos asistentes sociales me puteen, no puedo más que estar en contra de las metodologías coercitivas de hoy en día. Tratar a un delincuente como nene con problemas, es tratarlo de imbécil. Hoy en día, Robledo Puch sería un pibe con problemas al que la sociedad tiene que pedirle disculpas por no haberle prestado atención y Cayetano Santos Godino sería enviado a una granja de rehabilitación mientras algún utópico nos trata de insensibles por no sentir lástima de él.
Fracasamos. Si un pibe te arruina la vida a corchazos y tenemos que pedirle disculpas, fracasamos como sociedad. Si la forma de reinsertarlo, no incluye hacerle saber qué es lo que pasa cuando no se cumple con las normas de una vida en sociedad, con respeto al derecho del otro, no hay reinserción posible. Lamentablemente, ante el fracaso, uno tiende al egoísmo. No es una cuestión de vanidad, es un mecanismo de defensa, un instinto de supervivencia. Nadie está dispuesto a seguir experimentando cuando está en juego la vida de nuestros seres queridos. Que no nos hagan creer ese verso. Nosotros no tenemos la culpa de la delincuencia. Vos no tenés la culpa de que un mocoso teniendo todo gratis, quiera lo que vos tenés, pero sin tener que laburar para ello. Yo no tengo la culpa de que al pibe de la villa más cercana se le complicó la infancia porque su padre era alcohólico y lo fajaba. El tipo que mataron en Tolosa delante de su hijo de 11 años, no tenía la culpa de que un pendejo de 15 años andara dado vuelta de falopa.
Vivimos en una sociedad que se rige por un sistema de gobierno democrático y representativo. Que no te engrupan. Si alguien tiene que ser responsable por todo este desastre, que no te quepa ninguna duda que son esos mismos que andan en autos blindados, con custodia policial y sin pisar la calle, pero con la capacidad moral suficiente para tratarte de facho por pedir que metan en cana al que te mató un pariente. Son ellos los que tienen que explicar y hacerse cargo. Porque para ellos, vivimos en un país con el crecimiento económico más grande de la historia de la humanidad, casi sin problemas de trabajo, con una educación mejor que nunca y la mejor distribución de la riqueza de los últimos 35 años, pero siguen sosteniendo que la delincuencia se soluciona con trabajo, educación y mejores oportunidades.
Jueves. He dicho.