Villa Cristina

A esta altura del partido Cristina no va a aflojar con su costumbre de hablar de lo que venga, en donde sea, ante quien esté presente y sin la más mínima vergüenza. En razón de ello, el viernes pasado fue a clausurar las Jornadas Monetarias y Bancarias 2011, organizadas por el Banco Central. Uno es consciente que la Presi no está, precisamente, a la altura de Smith, Keyness o Maslow, pero con Marcó del Pont como oradora alternativa, las palabras de Cristina sonaban a bálsamo economista.
Arrancó bien. Habló de desigualdad como elemento de disvalor económico y que en los 90 nadie mencionaba estas cuestiones. Obviamente, no tardó mucho en empezar a correr por la banquina y se refirió a la crisis de Grecia comparándola con la de Argentina en 2001, para luego afirmar que cuanto más demoren la solución argenta -con Copyright kirchnerista- más sufrirá Grecia. Del default que le premitió pasarla bien los primeros años, no dijo nada. De la devaluación que hizo que los costos de producción y exportación se hicieran más competitivos a costa de los ingresos de los laburantes, tampoco. Del modelo subsidiador con base en matriz sojera, mucho menos.
Tanto juntarse con Boudou, la llevó a tomar un camino discursivo que les pondría la piel de gallina tanto a liberales como a conservadores, no así a los kirchneristas, que defienden cualquier cosa que baje del olimpo cristinista:  «Los llamados heterodoxos somos más ortodoxos que otros: Si uno observa las tesis del liberalismo, una de las claves del capitalismo está en el consumo.» Rápidamente volvió a su discurso antiliberal al afirmar que se recuperó el Estado intervencionista frente al Estado ausente de la década del ´90. Para no desentonar, Aimé Boudou movía la cabeza como el perrito de Pepsi, para dar crédito a todo lo que, hasta hace unos años atrás, le hubiera generado alergia. A esta altura del partido alguien tendría que reconocer que un Estado que controló el tipo cambiario en una paridad que imposibilitó mover la moneda de curso legal en un centavo de su libre flotación, tuvo menos de liberal que Lennin autorizando la distribución de harina.
Uno de los momentos preciosos de la exposición de la mejor oradora del país, se vivió cuando la Presi informó sobre el incremento de la recaudación fiscal en 30,5% respecto de junio del año pasado, lo que vinculó intrínsicamente con el modelo, no así con la inflación privada que, casualmente, arroja un acumulativo interanual similar. Los aplausos de la audiencia enfundada en Etiqueta Negra la incentivaron a probar un disparo al arco desde atrás de mitad de cancha y afirmó que cuando habla de consumo, habla de mejor calidad de vida. Luego afirmó que «hay más consumo de energía, porque hay más gente que puede calefaccionarse a gas; porque hay gente que puede tener una heladera o un lavarropas.» Griterío, fuegos de artificio, ovaciones, gente a la que se le caían los orgasmos ante cada palabra de la Presidenta de todos y todas los argentinos y argentinas, provocaron que Cris fuera más allá todavía: «La villa 31 era un montón de casitas pequeñitas, hechas de cartón y chapas, en condiciones absolutamente precarias. Vean hoy, prácticamente son edificios los que están construidos allí, todos de mampostería. Pidan fotos del año 1995, en pleno auge de la convertibilidad para compararlas con la situación actual en ese barrio y verán la diferencia sustancial, casi exponencial, entre la calidad de vida en ese momento y lo que fue la construcción.» Silencio, mandíbulas que golpeaban contra el piso, caras de asombro y Boudou que seguía asintiendo con la sonrisa acalambrada.
En el discurso por cadena nacional del pasado 20 de junio, la Presi había dicho que el modelo estaba llevando adelante las banderas de hombres como Belgrano y de un modo superador. Quizá sea hora de ser justos con Cristina. Después de todo, a principios del siglo XIX cualquiera podía armarse algún rancho que lo colocara en alguna posición superior a los indios de las tolderías, pero nadie podía comprarse una heladera en cuotas sin interés, ni un celular smartphone para usar con tarjeta. La Villa 31 no mejoró sus edificaciones, sino que creció para el único lugar que podía crecer: para arriba. Luego que se tomaran los pocos terrenos ferroviarios que quedaban disponibles, ya no quedaba otro camino. 
La afirmación irrespetuosa, intempestiva y hasta graciosa del mejor cuadro político de los últimos 5 mil años, no hace otra cosa que confirmar una vez más cómo ve ella la realidad de lo que pasa en el país. Lo que para muchos es una desgracia, para ella es un logro de su gestión. No lo niega, no lo ignora, sino que es consciente y lo asume, pero no como una grave falencia, sino como una virtud a ponderar. 
Siguiendo este ejemplo, es probable que miles de niños que murieron por problemas de desnutrición en los últimos 8 años no lo hayan hecho por falta de comida, sino por la felicidad que les daba vivir en la Argentina de las netbooks gratuitas. Probablemente, todos los muertos por la inseguridad, fueron un daño colateral a la algarabía de los sectores marginales por salir a festejar a los corchazos que ahora sí se sentías integrados a la sociedad. Es lógico que los docentes no andan protestando por problemas para llegar a fin de mes, sino que se sienten tan llenos de orgullo por su increíble poder adquisitivo, que necesitan hacer quilombo para recibir algún palazo policial que les provoque algo de dolor. Obviamente, los vínculos con el narcotráfico es fruto de la voluntad de incorporar a la vida legal a los sectores descarriados y las valijas venezolanas formaron parte de una política de integración latinomaericana. ¿La gente que vive en la calle? Optimistas de la vida, que necesitan abrir los ojos y ver el cielo estrellado para sentir a cada rato que están en la gran Argentina. 
Lamentablemente, el único que no se enteró de lo dicho por la Presi, es el Payaso Barbeta Filmus, que como buen colgado que es, el sábado les prometió a los vecinos del Barrio Parque 31 que les urbanizaría el country. Después de lo dicho por Cristina, la única forma de tentar a esos pujantes ciudadanos sería proponiéndoles la edificación de un Club House, preferentemente, debajo de algún puente de la Autopista. 

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