Coherencia

Creí que los Estados Unidos estaban con la moral por el piso después del allanamiento comandado por Timerman en el avión de la fuerza aérea norteamericana pero, evidentemente, me equivoqué. La prueba definitiva de que Obama no es ni negro, ni peronista, es que un primero de mayo estaba laburando. Anoche, el gobierno yanqui anunció que encontraron a Bin Laden y lo mataron de un corchazo en la cabeza, para la bronca de los parientes de los cientos de muertos y mutilados en los daños colaterales de la guerra contra Al Qaeda y el festejo de los chiítas, homosexuales, fumones, yanquis, españoles, tanzanos, nairobinos, somalíes, marroquíes y la tranquilidad de los familiares de las miles de víctimas que se cargó el barbudo más peligroso desde que el Checho Batista decidió colgar los botines.

Gran parte de la cybermilitancia corría aleteando en círculos tratando de averiguar si estaban a favor o en contra del asesinato de Osama. Algunos recordaban a Mamá Hebe festejando los atentados de las Torres Gemelas pero no sabían como tomarse que Obama es negro y demócrata, suponiendo que eso es como ser un socialista resentido que se tomó el tren de la democracia para instaurar la revolución de la tercera internacional en la tierra del Tío Sam. Evidentemente, en algo se sienten identificados. Casi de inmediato, la Lubertino hizo su aparición en la red 2.0 y desde su cuenta de Twitter afirmó, ofendida, que no puede creer que «un presidente demócrata se vanaglorie de matar a un terrorista.»
Más allá de que es más barato matar al terrorista que darle un cargo público, la progresía argentina se ampara en el estado de derecho y las garantías de un juicio justo para quienes se cagan en los derechos y garantías individuales y colectivas de los estados de derecho, elemento que en nuestro país hemos tenido comprobados de sobra. El sábado pasado, sin ir más lejos, una «militante del campo social» intercambió algunas opiniones conmigo respecto de la muerte de Ernesto Sábato. Ante la lluvia de críticas al fallecido escritor por haber almorzado con Videla en 1976, manifesté que no tenemos autoridad moral para juzgarlo desde la comodidad de una democracia que no merecemos. Me respondió que la democracia nos costó los miles de asesinados en la década del 70. Ante este panorama en el que todos los que combatieron contra la democracia de un gobierno republicano elegido legalmente por el 62% del pueblo, son mártires que lucharon por la liberación nacional, no hay mucho que decir y esto va más allá de la represión ilegal. Si los que tuvieron las pelotas de juzgar a los militares cuando todavía tenían poder son considerados cómplices y los que se hicieron ricos de la mano de la función pública en dictadura son los héroes por bajar un cuadrito de Videla y sentar a las Madres de Plaza de Mayo en la primera fila de cualquier acto pedorro, vamos mal.

Si en cada elección hay un ausentismo de votantes superior al 30%, pero la imagen negativa de un gobernante es aún mayor a ese porcentaje, no merecemos abrir la boca. Si los que gritaban «que se vayan todos» por haber quedado con el totó mirando pal norte por los gobiernos de De La Rúa y Menem, ahora defienden con uñas y dientes este modelo integrado por media Alianza y tres cuartos de menemistas, no tenemos derecho a decir que la democracia nos sienta bien. Si puteamos con la dignidad y votamos con el bolsillo, debemos comernos las palabras y dejar de hablar de valores democráticos. Si los que nos putean, nos persiguen y amenazan por pensar distinto, pueden salir alegremente a hablar de la política del amor frente al odio recalcitrante de la derecha reaccionaria, sin que ninguno de nuestros representantes haga algo más que llorar por twitter, debemos dejar de enorgullecernos de nuestro sistema democrático. No sabemos votar, que se le va a hacer. Nos sobran palabras, nos falta coherencia.
No puedo, no quiero, ni me interesa opinar respecto de qué hizo Estados Unidos para que Osama exista. Que Rambo III sea el mejor documento para entender el rol de los yanquis en la génesis de Al Qaeda, me importa menos que lo que hace con su cajeta Juanita Viale. Si la CIA lo financió para enfrentar a Rusia, si los rusos invadieron Afganistán, si los talibanes son rentados, si los suicidas querían aprender a volar y les salió mal, si la promesa de 40 vírgenes en el más allá tienta a cualquier reprimido sexual, me importa poco y nada desde mi computadora ubicada en algún lugar del Río de la Plata. No podemos justificar el relato de nuestros días porque el archivo de los últimos 40 años deja a varios mal parados y pretendemos juzgar la autoridad ética de Estados Unidos en su objetivo de escarmentar y aniquilar a su enemigo. 
Por suerte, nuestro gobierno Nac&Pop ya pica en punta y las usinas ideológicas del oficialismo se encuentra trabajando en ganar las primeras planas de los diarios del mundo. Preocupados por generar agenda e intentar tapar el efecto Bin Laden, en el entorno de la Presi ya están a pleno en la generación de ideas. Esta semana, inauguraría tres puestos choripaneros en la Costanera Sur, la línea de producción del muñeco Ken edición especial Nestornauta y anunciaría el lanzamiento «Corte Cepillito para Todos» con unos 50 camiones peluquería circulando por los barrios de la patria subsidiada para garantizar que cada vástago argentino pueda acceder al derecho de un corte grasa como la gente.
Al margen: Va de buena onda. Por mí pueden amenazarme con ponerme trescientos kilos de TNT en la puerta de mi casa, con  hacerme ver todos los discursos de Cristina enganchados con los de Chávez o hacerme volver con mi ex mujer, que me resbala. Ahora, no me vengan a hablar de libertad de expresión y el amor como política de estado si después me van a dejar esos comentarios cobardemente anónimos. Tengan pelotas, díganme dónde queda su Segurola y Habana y lo arreglamos.
Lunes. Amenazame que me gusta.

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