Inicio » Relato del presente » Libres aún en la miseria
Luego de tener a Nicolás Avellaneda y a Julio Roca, jamás imaginé que el tercer presidente tucumano sería Juan Manzur. Los conservadores lo putean por peronista, los kirchneristas no levantan mucho la hoz porque entre tanto porteño puede que no le entiendan cuando habla. Es lo que hay y nos tenemos que acostumbrar hasta que las cosas se acomoden en un contexto en el que la concepción de tres poderes del Estado derivó en tres presidentes en simultáneo: una que hace caprichitos, otro que maneja el gabinete y un tercero que tuvieron que esconder hasta nuevo aviso.
Mientras, es de festejar que la pandemia desapareció por resolución ministerial. Así, de toda esa autocracia en la que un jefe de gabinete disponía si un kiosco podía abrir al público en un departamento de la provincia de Catamarca, pasamos a un mundo perfecto en el que hasta se vuelve a las canchas. Hace dos semanas podíamos provocar una masacre por volver del exterior con dos o tres vacunas de Pfizer y ahora está todo bien si armamos una orgía en los bosques de Palermo o un Baby Shower para Fabiola en la 9 de Julio.
¿Te acordás del “habrá que acostumbrarse a una nueva normalidad”? Qué plato. Lo podríamos colocar en el mismo casillero de “el mundo debe repensar el capitalismo” cuando el capitalismo ya está otra.
¿Nosotros? Bien, como en una discoteca con una sola canción: no queda otra que escucharla una y otra y otra y otra y otra vez en un día de la marmota ad eternum. Ya que estamos con el latín, va una pequeña anécdota:
A fines del siglo III de nuestra era, en Roma llevaban décadas de inflación por culpa de la emisión de monedas. Cada emperador quería su propia tanda de monedas con su propia caripela y así se inundó el mercado de denarios con distintas efigies. Cuando le llegó el turno de gobernar a Diocleciano, al hombre se le ocurrió una idea brillante: una nueva edición de monedas, pero esta vez de plata. Al comenzar a circular produjo un efecto híper inflacionario dado que los comerciantes esquivaban las monedas de bronce, mucho más populares. ¿Querías pagar con bronce? Muchísimo más caro. Menos de siete años después la moneda utilizada para pagar los servicios del mega Estado imperial ya no alcanzaba para nada. Que la flamante moneda en latín se llamara “Argenteus” es solo una paradoja de la historia.
Harto de la inflación, Diocleciano tuvo otra idea maravillosa. Así fue que en el año 301 publicó el Edictum De Pretiis Rerum Venalium, que en castellano quiere decir, masomeno, edicto sobre precios de venta. Una ocurrencia que tenía solo dos aristas: precios fijos para más de mil productos y los costos de producción congelados. Obviamente, esto no iba a quedar así no más y se contempló la pena de muerte para quienes “especularan con los precios” a quienes se culpaba de la inflación y, para variar, se acusaba de atentar contra la madre Roma. Sin dar nombres, obvio.
¿Conclusión? Para el año 310 la Argenteus ya no se acuñaba más porque era más cara que su propio valor simbólico, el desabastecimiento hacía estragos, el desempleo aumentó porque los comerciantes preferían no vender, los productores no tenían dónde colocar la mercancía y también dejaron de producir.
Puede que los políticos argentinos no sean muy duchos en materia histórica, pero no hay que ser tan iluminado. En 1939, durante la presidencia de Roberto Ortiz, el Congreso aprobó una ley de precios máximos ni bien estalló la Segunda Guerra Mundial. Todos los países que estaban en guerra lo hicieron. Pero la Argentina no estaba en guerra. Adivinen si funcionó.
Ok, 1939 queda muy lejos en el tiempo por más que se trate de la Argentina, pero estimo que un peronista de ley sabe cuál fue la solución aplicada por el Sheneral John Sunday en 1952 cuando la inflación se le fue de las manos y rozaba un nunca visto antes 59% anual. Sí, se creó una comisión de precios. Pero el Sheneral también clavó los frenos con las paritarias y las llevó a negociación cada dos años.
Y por si quieren un ACV, les recuerdo que redujo drásticamente el gasto del Estado. Sí, Perón. Sí, Perón durante un gobierno peronista presidido por Perón, que era peronista. Bajó la inflación de un hondazo, pero redujo el gasto público. Va de vuelta: redujo el gasto público, achicó el déficit fiscal. Igual el problema era aún más estructural y no duró demasiado, pero en el corto plazo funcionó.
No quiero darles clases de peronismo a los que se dicen peronistas, pero les puedo asegurar que tienen los datos disponibles, vayan a chequearlos en vez de correr a cumplir con lo que manda la Jefa para que no pucheree demasiado.
Otros planes de controles de precios también existieron con Onganía –convertibilidad de moneda mediante– y en el tercer reinado de John Sunday, cuando bajaron la inflación de un 80% a un 12% con un misil. En ambos casos se congelaron precios y salarios. Sí: peronistas durante un gobierno peronista presidido por Perón –que era peronista– congelaron salarios. También duró poco, pero el efecto inmediato existió.
Podría decirse que nunca funcionaron los controles de precios. Nunca, never in the puta life, jamás. Desde hace 1720 años que no funcionan ni van a funcionar nunca en un mediano plazo. Pero una diferencia existe entre los edictos de Diocleciano y las medidas del siglo XX: durante el siglo pasado se achicó el gasto y se congeló la demanda. Esto que vemos ahora de querer mantener una política de control de precios mientras arrojan miles de toneladas de billetes de mil pesos por mes desde un drone, es algo digno de burros, brutos de toda brutalidad y, por sobre todo, una muestra de desesperación. Y no hay nada más peligroso que un burro desesperado y con poder.
Es mentira que conocer la historia hace que sepamos qué hacer ante situaciones similares porque nunca dos situaciones son iguales: son similares, se parecen, pero el mundo ha girado demasiado, los personajes cambian y demás. Pero, vamos… ¿Cuántas veces intentarán la misma receta? Y ni siquiera pueden decir que es una medida peronista. Al menos podrían dejarnos la chicana, pero ni eso. Pareciera que lo vieran como un pecado: el gasto público es lava, si lo toco me quemo.
Iniciada oficialmente la cuarentena, el 28 de marzo de 2020 escribí lo siguiente:
“Creo firmemente que la peste mostrará los verdaderos rostros de los Gobiernos y, por extensión, de la política. Acá demostrará lo que ya sabemos pero no queremos ver. Por ahora sin clases, si esto sigue supongo que irán hacia un esquema remoto. Ahí quiero ver cuántos pueden adherir con zonas carentes de Internet y familias con una o ninguna computadora. Quiero ver cuando comiencen a aparecer los primeros casos en las cárceles cómo reaccionan ante la realidad del hacinamiento que existe desde la década de los noventa.
Quiero ver de qué nos disfrazamos cuando nos demos cuenta de que dentro de toda la pobreza de este país existen millones de personas que no pueden darse el placer del home office. Porque es imposible hacer un revoque fino por Internet, o limpiar una casa, o atender un comercio del que no se es dueño, o cambiar los cueritos de las canillas de los clientes.
Y más allá de todo, me preocupa que entre tantas caretas que caerán, la pandemia sea la excusa perfecta para violentar todo resorte institucional, para que los autócratas tengan, finalmente, una verdadera excusa que permita restringir las libertades de todos los ciudadanos y que digan que lo hacen «por nuestro bien», cuando todos sabemos que es el sueño húmedo de cualquier autócrata con una economía en crisis y un pueblo protestón: encerrarlos por el bien de ellos.
Así que Estado de Sitio las tarlipes. Transparencia, más que nunca transparencia. Quiero que el país salga de esta y quiero saber en qué se gastó cada pesito; saber por qué las gobernaciones ya encontraron cómo seguir en funciones y la educación está clausurada. Quiero saber en qué se gastó cada peso y que se respeten los derechos de todos y cada uno de los boludos que habitan este país.” (Pandemia para las masas 27/3/2020)
Esas falencias aparecieron una a una. Y así como un día nos enteramos de que el sistema penitenciario que sabíamos colapsado estaba colapsado, otro día nos dimos cuenta de que la salud pública tenía poco de lo segundo y nada de lo primero. Un año y medio después llegamos al extremo en el que la máxima autoridad sanitaria del país debe ser sometida a una cirugía de urgencia y prefiere arriesgarse a tomarse un avión desde Mar del Plata para ser atendida en el sistema privado porteño. Militante pero no boluda.
Y así como el tiempo nos dio la razón con eso de que la educación no era tan importante, también descubrimos lo obvio: que la pobreza golpea mucho más rápido de lo que se cree.
El bicho aún revolea caretas ante rostros sorpresivamente sorprendidos. Ahora salió a la luz (?) que estamos ante la presencia del clientelismo en su más brutal acepción. Algo que siempre, siempre existió, hoy nos jode. ¡Sorpresa!
Desde hace semanas da vueltas en redes un reclamo que tiene una explicación sencilla. Me refiero a la chicana a la Jueza Servini Barú Budú Budía por no impedirle al Poder Ejecutivo que siga repartiendo bicicletas, cocinas, heladeras y billetes para empapelar con horneritos las paredes. Sí, es cierto que se lo impidió a Macri, pero fue a pedido del Partido Justicialista que argumentó que el otorgamiento de planes en tiempos electorales era una infracción al Código Electoral: inducir al voto. De hecho, el PJ, a través del apoderado Landau, denunció penalmente a Dante Sica.
En este caso Servini nada hizo porque nadie de la oposición denunció ninguna irregularidad más allá de las redes. Consulté como quien no quiere la cosa a algunos asesores que planifican Disney con la que cobran y me dijeron, palabras más palabras menos, que “si denuncian pueden perder buena parte de los votos que tienen”. Interesante y nunca lo había visto con esos ojos.
O sea: el peronismo puede impedir la asignación de planes sociales en medio de una crisis económica cuando gobierna otro, pero nadie puede animarse a hacer lo mismo porque el peronismo dirá que “la oposición quiere hambrear a los más necesitados”. Y lo peor es que me lo imagino.
Pero más allá de toda interpretación, al próximo político que lean chicanear a Servini, pregúntenle por qué no hizo la denuncia. Porque una cautelar, una acción de amparo de oficio, no existe.
Por otro lado me preocupa el resultado electoral próximo. Si algo enseñó la remontada de Mauricio Macri en 2019 es que nada está cocinado, que nada está ganado aún en la victoria. Y más en una legislativa, donde un aumento en los porcentajes se traduce en más o menos representantes en las cámaras legislativas.
Hay que ser prudente en la victoria y temerario en la derrota. Y estos muchachos están muy temerarios, disparando prebendas, jubilaciones, bicicletas, calefones, lavarropas y heladeras.
By the way, es interesante ver cómo dibujan que guardaron al Presidente. “Alberto tomó la decisión de parar y escuchar para entender lo que pasó”, leí al pasar. Justo Alberto, que no puede decidir si el café lo toma cortado o negro. Ahí lo tienen, jugando a las bochas en centros de jubilados. Literalmente.
Por lo pronto nos susurran que después de las elecciones –e independientemente del resultado– a Alberto le cambian el resto del gabinete. Y que se agarre fuerte por las dudas de que lo pasen a él mismo dentro del inventario.
Porque más allá del resultado, absolutamente todos los intendentes prenderán velas y no precisamente por el tiempo navideño. Habrá que cambiar fusibles.
Y en el medio, nosotros. Nosotros y quienes están peor que nosotros. ¿Qué podemos esperar?
Ahora que está de moda hablar de libertades con la cruz en la mano, vale la pena recordar principios ancestrales, de cuando unos locos lindos europeos comenzaban a cranear los fundamentos para destruir los absolutismos, antepasados directos de las dictaduras modernas.
Más que nada porque, de repetirse la variable de las pasadas elecciones, comienzan a agrietarse los cimientos de la lógica del beneficio inmediato del votante, algo que tanto ha marcado los resultados electorales en la democracia de las últimas dos décadas: quién me soluciona el problema lo más rapidito posible y de forma indolora.
De pronto, hasta el menos leído de los ciudadanos, comienza a pensar, sin saberlo, en lo trascendente, en lo que lo supere del día de mañana. El deseo de supervivencia ha hartado a generaciones enteras de distintas clases sociales que vuelven a tener aspiraciones orientadas hacia un ideal de realización que hoy no corresponde a ninguna realidad, pero que ahí está, cada vez más alejado de un sueño y mucho más cercano a un deseo que necesita una concreción. El mantra de las generaciones que nos educaron: que nosotros vivamos mejor que nuestros padres como ellos lo hicieron mejor que los suyos. Que nuestros hijos vivan mejor que nosotros. Elemental, básico, tan instintivo como la supervivencia.
Estoy expectante como pibe que está por debutar. Quiero ver el resultado electoral para saber si tanta prebenda, si tanto regalo afectó o no. Necesito saber cuanto antes si el regalito coartó la libertad de soñar con un futuro mejor, a sabiendas de que el camino es arduo; de si el instinto de libertad aún no fue aniquilado.
Porque si el hombre no fuese libre, no sería hombre. La libertad no es solo económica y ese fue siempre el gran error de los liberales argentinos, tan economicistas que terminaron vestidos de conservadores que no quieren pagar impuestos: ¿Cómo hacés para hablarle de libertad económica a quien no tiene ni un cinturón para sostenerse los pantalones? No existen sólo las libertades materiales. Esto es esencial para comprender la naturaleza constitutiva de la libertad y del hombre que sobrevive a todo, hasta a las más despóticas situaciones que la historia haya planteado.
Podemos meter a un hombre en medio de una prisión perdida en Siberia, podemos privarlo de todas sus libertades materiales, pero no podemos impedirle que imagine lugares y situaciones en los que se siente libre. Si pudiéramos privarle también de su capacidad de pensar en la libertad, perdería su naturaleza de hombre. Durante mucho tiempo se intentó eso, pero nunca termina por funcionar del todo.
Entre toda la gente que temo y desprecio, el puesto número uno se lo llevan aquellos que quieren anular al hombre como hombre, reducirlo a una mascotita, a un coso que aporta votos. Por desgracia, la historia ha demostrado demasiadas veces que eso puede conseguirse. Y por suerte, la historia ha demostrado aún más veces que el espíritud de libertad del hombre termina por imponerse. Porque esa imaginación buscará ser materializada tarde o temprano. Nunca ha fallado, nunca fallará.
Y eso me trae paz en momentos en los que veo a personas que solo saben de rosca. Me encanta verlos desesperados, amo que la denunciante de Manzur sonría al lado de Manzur. Amo que todos se sometan a la voluntad de una jefa que a su vez está sometida a su propio presente judicial.
Y eso es divino.
Porque tanto creyeron que podían manejar como títeres a los ciudadanos y no se dieron cuenta de que ellos eran títeres de sus propias manos.
En fin. Be free. Al menos en tu cabeza. Ahí nadie puede entrar. Nadie.
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