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Muchas palabras que ya no dicen nada

Muchas palabras que ya no dicen nada

Hace ya dos décadas que un montón de conceptos se escaparon de los libros de historia y volvieron al lenguaje cotidiano. Aún recuerdo la primera vez que escuché la palabra “gorila” fuera de un monólogo de Pinti en Salsa Criolla. Estaba en una oficina cuando un compañero le revoleó el término a otro que se quejó por alguna boludez de la gestión de Néstor Kirchner. Corría 2004 y, con 22 años, me sentía en un agujero de gusano que me había depositado de forma temporaria en algún lugar perdido entre 1950 y 1975. Lo de temporario aún no terminó.

Esto viene a cuento porque he llegado a la conclusión de que ya no soporto el uso de determinadas palabras que antes me resultaban bellísimas y otras tantas que me causaban gracia. Gorila, por ejemplo. Me resultaba hilarante, como cuando uno lee tragavirotes, pelandrún, badulaque, cagalindes, gaznápiro o zampalimosnas. O sea: no podía creer que en una época antigua la gente se insultara de esa forma.

El ministro de Economía insistió para tener un equipo de su riñón y se nos aparecen en pantalla un grupo de personas que no pueden mantener una oración de corrido ni aún al leer. Y se supone que son los expertos de sus áreas. El asunto es que nos sacan los subsidios, pero lo presentaron como un “Plan de Tarifas Justas y Responsables”. El Plan es sacar los subsidios. Lo de “Justas” es que paguemos más caro. Lo de “responsable” es que no usemos los servicios.

La curiosidad de todo el asunto es que “justo” es, por definición, darle a cada uno lo que le corresponde. Y “responsable” es aquel que responde por sus actos. En el esquema presentado por los cuadrazos se especifica que los que son de ingresos altos pasarán a pagar tarifa plena. Es hermoso saber que estamos tan, pero tan hechos mierda que los “ingresos altos” equivalen a 1200 dólares mensuales. Unos 400 dólares menos de lo que cobraba un asalariado promedio en 2017. Así estamos: si entre toda tu familia juntan 1200 dólares, estás en la misma escala que Bulgheroni y Pérez Companc. Y después nos quejamos de que no crecemos en la escala social.

También resulta más que interesante eso de promover un uso responsable al regalar el servicio. Sí, son los más necesitados, pero hay otra forma de compensarlos. Precisamente, la AFIP y la ANSES tienen las herramientas para hacerlo. Tantas herramientas tienen que la AFIP sabe cuánto pagaste de impuestos en ese alfajor que te compraste en junio de 2014, pero no puede hacer una segmentación del IVA de acuerdo a tus ingresos, que también conoce muy bien.

O sea: siempre sostuve que el día que blanquearan todos los subsidios, nos daríamos cuenta de que todos somos pobres. No puedo estar a favor de los subsidios. Pero si me los van a sacar todos, devuélvanme  también algo del 60% de mis ingresos anuales que se van en impuestos en bienes de consumo y alimentos. Ya saben, eso de pagar el doble de lo que vale cada cosa mientras nos sacan los subsidios es… ¿Cómo se decía? Ah, sí: un brutal ajuste al bolsillo del laburante.

Aunque le llamen redistribución de subsidios, que es como decir que la ropa no me queda ajustada porque engordé, sino que apliqué la redistribución de talles.

Y todavía resta ver qué hacen con el pasaje de transporte público más barato del mundo, pero no creo que pasemos a la riqueza. Después de todo, ser rico también es una palabra con significante ausente.

Avanza el alegato del fiscal en el juicio contra Cristina. Nueve días para terminar de desfilar las pruebas. Los dirigentes del Frente de lo que Queda salieron a Twitter a bancar a La Jefa con idioteces. Apuntaron a que la quieren proscribir por haber hecho grande a la Patria y darle felicidad al pueblo. Y eso que la carátula del expediente dice Asociación Ilícita. Y eso que, aunque la condenen, nada le impide presentarse a elecciones porque no dan los tiempos para una sentencia firme.

Patria es un vocablo que me conmovía hasta los huesos sin que recuerde desde cuándo. Convengamos que cuando sos chico es todo un climax que se grite “Viva la Patria” tras la Marcha de San Lorenzo. No es que menosprecie al Himno, pero convengamos que tardamos unos años en darnos cuenta de que no era necesario matarse con ninguna señora llamada Gloria. Aparte, la de San Lorenzo tiene unos vaivenes musicales que es como nuestra Rapsodia Bohemia de los himnos. Te deja tan arriba…

Hoy, cada vez que escucho a alguien mencionar la palabra Patria, me llevo las manos a los bolsillos para que no me saque nada. Lo mismo me ocurre con “pueblo”, solo que me toma más desprevenido. Es un vocablo que resultaba maravilloso. Si hasta cuenta con cinco acepciones en el diccionario de la Real Academia Española. Tiene una ambivalencia hermosa entre una pequeña urbanización y los habitantes de un lugar, cosa que en el inglés no ocurre. No es lo mismo town que people.

Con el paso del tiempo hemos convertido a ambos vocablos en hermanos de usos vacíos. Patria y Pueblo han sido gastadas en discursos demagogos como sinónimos de falta de argumentación. Así, cada vez que no sabemos cómo plantear una postura, sacamos de la galera Pueblo y/o Patria y tenemos una justificación. ¿Acaso te vas a oponer a alguna de ellas, gorila?

Por lo general, los conceptos de Patria y Pueblo –sumemos Libertad– son la guarnición ideal para liderazgos narcisistas, personalistas y, como corresponde, de discurso nacionalista. Pero incluso en ausencia de un liderazgo personalista, el común de la gente tiende a identificarse como parte de un todo. De un todo correcto, obviamente. Así, el Pueblo es el sector de la sociedad al que pertenezco ideológicamente. Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?

Y el pueblo, de pronto, se mide en cantidad de personas por metro cuadrado cuando ocurre una manifestación, o en decimales cuando hay una elección. 5 mil o un millón de personas en las calles son “el Pueblo” aunque el censo diga que existen varias decenas de millones de argentinos. El porcentaje que haya sacado el candidato ganador es “la voz del Pueblo”, aunque se haya impuesto con un 30, 40 o 50 por ciento de los votos emitidos de un padrón electoral compuesto sólo por los mayores de 16 años.

Podríamos deducir que, para el Argentino, el Pueblo soy yo y la Patria es aquello en lo que yo creo.

También me hartaron con la palabra libertad. Sobre todo si en este país cada quién cree que la libertad es algo distinto a lo que cree el otro. Algunos sostienen que es la libertad del individuo, otros que es la libertad del pueblo y la patria, y así se me vacían los conceptos mientras se me llenan las gónadas.

No tolero ningún uso de adorno de otras palabras que de tanto usarlas ya no significan nada.

Hace tan solo unos días leí a una persona a la que el delivery de Mercado Libre le cagó la entrega del cerebro: “No podemos permitir que el campo especule con el hambre del pueblo”. A “pueblo” ya ni le presté atención. Pero nunca me había dado cuenta que ya me hartó el uso de la palabra “hambre”.

Nunca pasó un año sin muertes infantiles por desnutrición. Jamás. Pero, claro, cuando se la patinaron toda y el ajuste llega en forma de devaluación brutal e inflación desbocada, siempre aparecen los decapitados virtuales a decir que alguien “juega con el hambre del pueblo”. ¿Qué hambre, gaznápiro? ¿Confundís hambre con tener que pagar más caro Netflix?

¿Quieren saber lo que es el hambre? Asómense al balcón y miren a la gente que revuelve basura desde hace más de veinte años, al igual que los que duermen en las esquinas de la Casa Rosada, en las galerías de la calle Alem, en la puerta de La Liga de la Justicia que antes llamábamos ministerio de Economía. Miren a los que desfilan con sus carros fantasmas por las calles cuando nos vamos a dormir calentitos. Y estos por lo menos tienen el recurso de revolver lo que les sobra a los boludos con licencia para tuitear.

¿Hablamos del hambre del interior? Hambre de verdad, no eso de tener que cambiar Mar del Plata en enero por una palangana en el balcón del departamento. Hambre de no comer; de que ni las vinchucas te quieran chupar la sangre. Hambre de morirte. Hambre. No me hablen más de hambre con la boca llena solo porque les quitaron las doce cuotas sin interés.

Y ya que hablamos de interés, cómo no mencionar otra palabra que me infló la ingle: “especulación”. Alguien que me explique si va por la vida con una billetera abierta para darle su dinero a todo lo que encuentra o si, en cambio, gasta su dinero en lo que le apetece. En la Argentina le decimos especulación a cualquier cosa, en buena medida gracias a la psicopatía de los gobernantes que gustan de utilizar palabras para crear fantasmas donde solo hay gente que busca ganar dinero con su dinero.

¿Recordás la crisis de los holdouts? Néstor Kirchner los bautizó “fondos buitre” y en buena medida tenía razón: son personas que compran bonos de países al borde de la muerte para cobrarlos en algún momento. Pero ¿quién emitió esos bonos? O sea: la Argentina emite unos títulos para abastecerse de dólares, luego no los paga, o pretende pagarlos a un precio menor, y la culpa es del que pretende cobrar. ¿Cómo pretendés sacarnos un mango? ¿No ves que somos la Argentina?

También tenemos la costumbre de decirle especulador tanto al almacenero que sube los precios para poder pagar la mercadería, como al capital golondrina del que se nutre la banca para otorgar créditos. El segundo es obvio que especula. De hecho, la definición es “efectuar operaciones comerciales o financieras con la esperanza de obtener beneficios aprovechando las variaciones de los precios o de los cambios”. ¿Es moralmente reprochable? Qué sé yo, depende de la vara de cada uno. Pero bien que aprovechamos las cuotas sin interés para que se licúen con la inflación. ¿Quién te pensás que paga la diferencia?

Y si tenés que vender ¿cuándo lo vas a hacer? ¿Cuando te paguen bien o cuando otro se ponga a llorar porque no tiene plata?

Los políticos, en cambio, no especulan nunca. Jamás se ha visto a un intendente que plotee un patrullero que compró otro, never in the puta life se pusieron a hacer mil quinientas obras una semana antes de las elecciones. Tampoco hemos visto congelar tarifas, ni otorgar aumentos de planes ni nada por el estilo en temporada electoral.

Tampoco especulan entre ellos: te doy tantos votos, me sacas esta ley, te habilito el debate, me das el ministerio de la Cadorcha, y así. Hoy te atiendo el teléfono, mañana que se incendie el país, pasado vemos si nos juntamos a comer un asado.

También desempolvaron la palabra proscripción de una forma un tanto confusa, como todas. Si mal no entendí, que un expresidente sea hallado culpable de un delito sería un acto de proscripción política y no tan solo la aplicación del Código Penal. Es tan berreta la ensaladera que se critica la “persecución judicial” como si fuera algo malo. Es curioso que vean como negativo la única persecución estatal legítima.

La justicia penal, precisamente, persigue a quienes supuestamente violaron la ley. En un mundo ideal, los persigue, los alcanza y se fija si realmente lo hicieron. Ahora, si te encuentran culpable de chorearte hasta los palitos para revolver los cafés, no podés decir que no te dejan competir electoralmente como ocurrió con Juan Perón. Que lo diga cualquier otro, puede ser sinónimo de ignorancia o locura. Que lo diga un peronista de larga trayectoria, es cínico.

Otros conceptos que habían quedado en el olvido y que fueron traídos nuevamente a nuestros tiempos con olor a naftalina y todo, son aquellos que tienen que ver con el colonialismo, el imperialismo y la soberanía. A todos les gustan los dólares. De un modo que ningún centro de neurociencias se ha atrevido a abordar, la inmensa mayoría de los que critican el imperialismo norteamericano vacaciona en Miami, tiene fotos en New York y posee en su escritorio la colección completa de la marca de la manzanita mordida.

Es como si se les despertaran los más bajos instintos, cual censores dictatoriales o santos inquisidores: el porno era degeneración social salvo que lo consumieran los censores; el consumismo primermundista es cipayismo salvo que lo practiquen los salvadores de la patria.

Y así estoy, estimado, con un hartazgo hacia determinadas palabras que con tan solo escucharlas es como si se me apagara algo y mi lóbulo frontal fuera a una tanda comercial. Escucho a un boludo defender a un funcionario multimillonario que dijo una imbecilidad sobre “los ricos” y entro en modo avión. Es eso o que se me salga la masa encefálica por las fosas nasales.

Modelo, redistribución, virtuosismo, brazo a torcer, venceremos, fuga de capitales, el mundo en guerra… ¿Sabe cuántos conflictos bélicos existían en el planeta antes de que a Rusia se le diera por jugar a los soldaditos con Ucrania? 57. Según nuestra óptica, nos va mal porque “el mundo” entró en guerra en febrero de 2022.

Moderación, radicalización, músculo político, volumen y deuda de la democracia se suman a una lista que nunca acaba y ya me quedo sin palabras mientras los escucho hablar de amor y odio como si estuvieran recostados en el diván del terapeuta y no en un despacho de funcionario público.

Institucionalidad, referentes, fuentes cercanas, frente, alianza, lealtad, meritocracia, periodismo independiente, política de estado, política, estado, militancia y sus derivados. Solidaridad en la extracción compulsiva de dinero mientras los solidarios reales son basureados, escondidos o ignorados.

Movimientos sociales, troll, fake news, fact checking, Nuestramérica, superministro, poner de pie al país, justicia, loufer, ministerio, pacto, transformación, revolución, izquierda, progresismo, derecha, liberalismo, libertario, socialismo, necesidades, comunismo, derechos, marxismo, cultura, fascismo, científicos, ismos.

Medios hegemónicos, democratización hasta de los semáforos, poderío económico, unión, con todos, el Estado presente y todas las variables que le han tirado por encima al vocablo soberanía. No sé si recuerda eso de la soberanía satelital. Tener satélites es un lograzo, pero de ahí a que se trate de un aspecto de la soberanía, es como mucho. También se expropió una Aerolínea y una petroquímica por cuestiones de soberanía aérea y soberanía petrolífera. Unas semanas atrás, un avión soberano se quedó sin combustible soberano. Cosas de la soberanía, ¿vio? Debe ser culpa de los cipayos, gorilas, colonialistas, imperialistas, sionistas, eurocentristas, neoliberales vendepatrias.

Ah, ya me olvidaba. Vendepatria. Esto es complejo porque el emisor, por lo general, confunde todas las palabras que ya me hartaron: patria, pueblo, nación, país, etcétera. Y lo mejor de todo es que lo utiliza como insulto.

Como si hubiera alguien interesado en adquirir este país con nosotros adentro.

Tanto ruido en la nada, tanto silencio que hace falta. Es como la alarma que suena sin que nadie mueva un dedo y ya nos acostumbramos a escucharla.

Hasta que deja de sonar. Y llega la paz mental.

De eso algo entiendo. Creo.

Nicolás Lucca

 

 

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