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Implosión electoral y una sociedad en terapia

Electoral

Ahora que cerraron las listas y el grueso de los ciudadanos –colegas incluidos– demostraron que no saben que las PASO legislativas no son eliminatorias como las de Presidente, podemos pasar a hablar de cosas más interesantes. Por ejemplo, cómo es que Nicolini pasó de asesora estrella, candidata natural para la Cancillería y número fijo para integrar la lista de diputados, a ser un personaje al que hay que explicarle que los correos electrónicos no llevan estampillas lacradas.

Podríamos charlar de cómo es que el gobierno considera “gravísimo” que trascienda una negociación que nunca debería haber sido de espaldas a la sociedad. Pero nos acostumbramos rápido a que nadie conteste nada salvo que se filtre algo. De hecho, desde el 10 de diciembre de 2019 que no hay una estadística ministerial actualizada. En sus propios sitios oficiales. Misma fecha desde la cual conseguir una respuesta a un pedido de acceso a la información tiene las mismas chances que una declaración de Alberto que no termine en quilombo.

Sin embargo, licenciado, hay algo que no me deja dormir desde hace unos días. No es que sea un extremista de la verdad, pero no sé cómo encarar esto. ¿Nunca le pasó de coincidir con alguien con quien no debería coincidir? No sé, me irrita, verá. Sí, ya sé que lo que importa es el mensaje y no el mensajero. ¿Pero qué pasaría si viene Lacan y le dice que el psicoanálisis es una mentira? Usted se sentiría un poco defraudado… Ah, ya lo sabe.

Seré directo. Creo que nunca pensé que llegaría a estar de acuerdo con Julio De Vido. Nunca, jamás en la vida. Bueno, al menos desde 2003 cuando comenzamos a registrarlo en la Capital. Y sin embargo ya van tres veces en las que tengo que darle la razón, no toda, reinterpretada, pero razón al fin. Y eso me quita el sueño.

El condenado por la tragedia que se llevó puesta la vida de 51 personas dijo hace un año que “el gobierno está ayudando a construir al mejor candidato para 2023”. Lo decía en referencia a las conferencias de prensa conjuntas de Alberto Fernández con Horacio Rodríguez Larreta. También agregó “de la derecha” en referencia a Larreta que ha hecho todo lo posible y a su alcance para gastar plata en cualquier pelotudez. ¿Hay joda loca con los penes de madera del gobierno nacional? Novatos: en la Ciudad ya los habíamos comprado.

Sin embargo no le pifió en el pronóstico de construcción de candidato. Y lo dijimos en aquel entonces también. A ver: para que un candidato sea votable primero tiene que ser conocido. Y Rodríguez Larreta tenía el problema de no ser demasiado conocido más allá de la General Paz. En algunas provincias su nivel de conocimiento –entiéndase gente a la que se le muestra una foto y dice “sí, lo juno”– era inferior al 8%. Tantas conferencias de prensa con picos de rating solo comparables con la última temporada de Grande Pá hicieron lo obvio. Hoy Rodríguez Larreta es conocido desde Ushuaia hasta en La Quiaca.

¿Sabe cuánto cuesta una campaña para lograr eso? Hablemos de millones. En verde. Y a Larreta le salió gratis. Bueno, casi: nos costó la coparticipación recortada a todos los porteños por enojo de Cristina, que vive en el principado autónomo de Recoleta y le tiene bronca a la Ciudad que rodea sus terruños.

Luego, Don Julio habría preferido que le fallara la cremallera del pantalón antes que enterarse de que el flamante ministro de Justicia era Martín Soria. Conocedor de la que se le venía, Alberto Fenández dio una nota a Gustavo Sylvestre, courier del Boletín Oficial, a quien planteó que “si algo que no son los Soria es precisamente eso que dicen que son” dado que la hermana de Martín Soria “votó el desafuero de De Vido”.

Caliente como impresora del Banco Central, De Vido disparó: “Pareciera que haber votado el desafuero a un compañero perseguido sin haber siquiera sido indagado sería un mérito para designar al hermano como sucesor de la ministra Losardo, esto define la miserabilidad inconmensurable de Alberto Fernández”. Y tenía razón.

O sea, Martín Soria llegaba en reemplazo de Marcela Losardo, la amiga de la vida, la compañera de ruta, la socia del estudio, la Robin del Batman de La Paternal. A esa mujer le destrozaron el proyecto de reforma judicial y le serrucharon tanto el piso que se podía ver China desde su despacho. Alberto no la defendió. Y en su lugar, para justificar que Cristina no le iba a colocar otro ministro –ya había pasado con la desaparecida en acción María Eugenia Bielsa reemplazada por Jorge Ferraresi– dijo lo que dijo y aceptó a un funcionario que no podía ser más Cristinista porque nadie se animó a clonar a la Jefa.

“Verguenza ajena la pobreza retórica de su justificación que afianza nuestra estigmatización dando piedra libre del Poder Ejecutivo a nuestra persecución judicial”, dijo don Julio ya con mayúsculas. Pero convengamos que el hijo de mil tenía razón una vez más. Primero, porque forma parte del Frente de Todos los Giles, una agrupación peronista compuesta por los pelotudos de primera, segunda y tercera línea que terminaron en cana mientras Cristina Fernández le quema el celular a Alberto Ídem para que le cierren todas las causas “y poder dejarle un mejor país a sus hijos y nietos”. A ellos, por lo menos.

Pero en esa tanda de beneficiados judiciales no figuran ni por lejos Julio De Vido, que fue condenado por ser el superior a José López, Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi. De hecho, las autoridades judiciales dijeron que “no había forma de que De Vido desconociera” lo que hacían sus funcionarios. Y si aplicamos el mismo criterio, tampoco había forma de que los jefes de De Vido desconocieran lo que hacía De Vido. Y sus jefes fueron, entre otros, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y el actual Presidente. ¿Me entiende?

Convengamos que, con este panorama, el muy hijo de su madre está en todo su derecho de querer martillarse la entrepierna al escuchar su apellido como justificación de que un ministro no es ultra kirchnerista. De hecho, no hay nada más ultrakirchnerista que soltarle la mano a los caídos en desgracia que no mueven el amperímetro. ¿O usted recuerda a Lázaro Báez?

En fin, lo cierto es que resulta muy duro estar de acuerdo con tremendo personaje. El tipo viene y te plantea que a él lo desaforaron sin haber sido siquiera indagado. Y que lo hicieron más rápido de lo que Miguel Ángel Pichetto rechazaba los desafueros de Cristina con –por aquel entonces– catorce procesamientos.

Pero esta semana… Esta semana el hombre que cumple su condena en una celda de 750 hectáreas en Zárate luego de haber pasado dos años y medio en un penal, dijo algo que es tan obvio que no debería llamar la atención. Pero lo dice él y deja de ser un presagio para convertirse en un “ahí viene”. O sea: ya no nos preguntamos si puede ocurrir, sino cuándo comienza.

“No veo bien al país, creo que hay un problema muy grave en materia económica que genera un tema de postergación social de los trabajadores y empobrecimiento de amplias capas de la población”, dijo el hijo de su madre y uno no puede más que asentir con una miradita de costado. Convengamos que no hay que ser un analista de la hostia como para darse cuenta de que estamos en un ascensor hacia el infierno.

Pero el exministro de Recaudación Paralela dijo lo que never in the puta life escuché decir a ningún político de primera línea: “Que se vayan todos fue una explosión que detonó con cierta conducción política asociativa entre Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, que complotaron en el marco de una situación irrespirable. Ahora veo venir una suerte de implosión social, algo peor”.

Todos los medios levantaron la noticia y se centraron en el “que se vayan todos, pero peor”. Ninguno registró que, por vez primera, un funcionario del gobierno surgido de aquel complot reconocía el complot.

Fue un pequeño detalle que ameritaría algún llamadito judicial si no fuera que la Jueza Servini –casualmente de turno aquel 20 de diciembre de 2001– está todavía de festejos por haber conseguido que el kirchnerismo nombre a su hijo al frente de la Comisión de Acusación y Disciplina del Consejo de la Magistratura. O sea que su hijo intervendría en la decisión de sancionarla. Literalmente.

Pero más allá de los complotes y complotadotes, no puedo más que darle la razón con el vaticinio. Y eso me da una bronca que ni le cuento, mire.

Primero porque no nos queda nada, ni un fósforo al final de un túnel kilométrico, algo que permita sentir que esto pasará pronto. Y lo digo con los datos duros en la mano: a la inflación interanual del 50% al mes de junio el Gobierno reaccionó con otro torniquete al cepo y, para que no decaiga la campaña electoral, inyectó 220 mil millones de pesos en menos de tres semanas a un sistema monetario sobresaturado.

A la presión inflacionaria desastrosa generada por el propio gobierno se le suma la suba del único dólar asequible: el Blue. Un cachito de aeronafta para apagar el incendio. De yapa, al Gobierno le pareció buena idea electoral sumar otros 450 mil millones de pesos en los próximos meses. Brillante, intriga cuál será el resultado de tan creativa idea nunca utilizada en un contexto inflacionario.

¿Cómo cree que reaccionarán los sectores más vulnerables? Hace unas semanas escribí sobre los que están en situación de calle. Está claro que los planes están pésimamente administrados, como todo lo que administra este Gobierno. Porque si tenés gente en situación de calle y el presupuesto de asistencia social aumenta, permítame preguntar a dónde corno va, cuál es el criterio y si los vidrios de la Casa Rosada están polarizados del lado de afuera que no ven a las familias que duermen sobre un colchón de baldosas y un cielorraso estrellado.

La clase baja trabajadora es cada vez mayor por una sencilla razón de números: el 60% de los asalariados cobran por debajo de la línea de la pobreza. O sea: la mayoría de los laburantes son pobres. Sumemos a los autónomos en negro: el plomero, el gasista, el albañil, todos esos changarines que estuvieron quince meses sin poder laburar. Explíqueme cómo sobrevivieron y en qué condiciones están ahora.

Sumemos a lo que queda de la clase media, atrapada en una cuerda floja que baila sobre el abismo de la pobreza. Pasemos a la clase media bien media que pasó de ver cómo financiarse las vacaciones a cómo hacer para bancar el alquiler con las últimas actualizaciones que duplican a las paritarias.

Vayamos a todas las clases sociales, si queremos ser bien clasistas, y preguntemos a qué le tienen miedo. Todas, absolutamente todas las encuestas mencionan las mismas tres cosas: inseguridad, desempleo, inflación.

Salgamos del micromundo de las redes sociales y caminemos un poquito, veamos que los pocos comercios que reabren son de menor calidad que los anteriores, notemos la cantidad de persianas caídas, caminemos las cuadras céntricas como si bailáramos un vals de tanto esquivar a seres humanos tirados en la vereda. Llamemos a esa tía que no llamamos hace mil y preguntemos cómo anda y qué pasa por su barrio.

Ayer me llegó la última edición del termómetro social de Taquión. El 70,7% de los argentinos tiene sentimientos negativos sobre el futuro del país y solo el 10% está preocupado por su salud. Y por si alguien quería sacar cuentas, el 58,9% se iría a la mierda si tuviera los medios para hacerlo.

El 35% no se siente representado por ningún espacio y el 25% dice que no volvería a repetir el voto de 2019. Si le parece que esto no es tan grave, pasemos a los sostenes de la estabilidad gubernamental: los actores sociales.

El 62,2% desconfía de los movimientos sociales. A estos les va mejor que a los políticos, en quienes la desconfianza alcanza 66,4%. Los empresarios acumulan una desconfianza del 67,9% que es visto con envidia por los sindicalistas, quienes son mirados con desconfianza por el 80% de los argentinos. El rey absoluto de la medición se lo lleva el que debería ser el principal garante de la democracia: el Poder Judicial le genera desconfianza al 91% de la ciudadanía.

Por suerte están los medios para ganarse su espacio de credibilidad, lástima que 6 de cada 10 argentinos desconfía también de los periodistas. Y para graficar el panorama que el exministro planteó, resta un sólo número: 6 de cada 10 argentinos no confía en los argentinos.

El conurbano es una carnicería de inseguridad y la Ciudad le quiere correr una picada. No quiero trazar un paralelismo entre pobreza y delincuencia porque no lo hay de una forma absolutamente lineal. Pero sí es cierto a nivel estadístico que el aumento de la marginalidad impulsa a la delincuencia como una industria. Sobre todo cuando se da un fenómeno social de deseo, imposibilidad de satisfacción del mismo y bronca hacia quien sí puede hacerlo. No, no es que quiera darle clases de deseos justo a usted.

Busque la estadística que quiera. En 2002 yo laburaba en la Justicia penal provincial y recuerdo la triste estadística a fin de año: un 50% más de homicidios que el año anterior. También fue el año en el que se pusieron de moda dos tipos de delitos: el secuestro extorsivo y el mal llamado “secuestro exprés”, que en realidad consistía en sacar a pasear a alguien por los cajeros.

Viene a mi memoria cómo, a nivel nacional, la tasa de delitos cada 100 mil habitantes creció año a año con marcados aumentos en aquellos de crisis más profundas.

Si saco a los secuestros extorsivos del medio, le puedo asegurar que las principales víctimas de los delitos contra la propiedad son los que viven en las zonas más vulnerables, donde el que labura es lo suficientemente rico como para ser saqueado, pero no tanto como para poder llegar a su casa en auto.

Y lo que más me jode del hijo de puta con el que estoy de acuerdo es que, si pudiera preguntarle por la gestión de las vacunas, también diría algo con lo que terminaría de acuerdo en parte: “Que se jodan por contratar asesores por simpatía”, “tanto jodiste al peronismo del interior que algún caudillo te lo iba a facturar aunque culpes a la oposición sin dar nombres”, algo por el estilo. O quizá don Giulio esté venenoso y tire “pensar que yo terminé preso por 103 mil muertos menos”.

Aquí hay que detenerse por medio segundo antes de “dejar acá por hoy” porque es un punto crucial sobre cómo funciona una sociedad.

Cuando pasó lo de Cromañón mucha gente quedó conmovida, pero no todos iban a recitales ni mucho menos tenían hijos en esa franja etaria. Muchos, demasiados, llevamos aún la imagen de los pasajeros enlatados en vagones oxidados del Ferrocarril Sarmiento. Pero convengamos que la inmensa mayoría del país no viaja en tren. Y, de los que lo hacen, solo un porcentaje lo realiza en el Sarmiento. Nunca sabremos cuántos fueron los muertos de las inundaciones en La Plata en 2013, pero no todos viven en La Plata.

Ahora tenemos una pandemia que no reconoce clases sociales, poder adquisitivo ni cargos ocupados. Es un factor que unifica a todas las clases sociales mucho más que la inflación y la inseguridad porque, algunos con más herramientas, pueden zafar de ambos flagelos. Pero la muerte… Ah, qué manía igualitaria que tiene La Parca que no entiende de meritocracia ni de castas.

Los que sí entienden de eso son el resto de los mortales. Y ahí, cuando alguien ve que cada vez conoce a más gente que murió por Covid, cuando escucha al Presidente Encargado culpar por la falta de asados al Covid y no a la gestión económica, cuando nota que luego de aplicarle dos dosis a los padres, secretarias y padres de secretarias el Gobierno se ve abandonado por Rusia, cuando ve que quedan en pelotas ante la sociedad con un cuerpo que grita “nos hicimos los porongas geopolíticos a costa de ustedes luego de salvar a los nuestros”… Cuando todo esto ocurre es difícil que la pueda remontar.

O sí. Después de todo vivimos en un país mucho, muchísimo más grande que los cinco millones de usuarios de Twitter; o los nueve puntos de rating del programa de noticias más visto.

Con este panorama, la vista de la oposición pareciera ser un gravísimo error al dejar afuera a las personas que más han hecho por llevarle la contra al oficialismo. Puede ser que Rodríguez Larreta crea que la tiene servida, pero se suman porotos para el Congreso Nacional y tenés que arrasar. O puede ser que sepa algo que nosotros no, lo que explicaría que la lista de Manes esté llena de massistas y la de Santilli esté encabezada por un amigote de Sergio Tomás.

Por último, también puede tratarse del mismo pecado que comete Cristina, a quien no le importa el poderío de quién encabezará la lista de diputados bonaerense, sino todos los muchachos de su riñón que sumó para limar todos los días un poquito más a Alberto Ídem. Total, la campaña la encabezará ella. Alberto, en definitiva, es el gran perdedor pase lo que pase: si pierde el oficialismo, perdió Alberto; si gana el oficialismo, ganó Cristina.

Mientras tanto, en Zárate, hay un señor muy recontra hijo de re mil que prepara los pochoclos. Disfruta al ver cómo se matan entre todos, cómo “el gran armador político” se la pone en la pera todos los días, cómo la viuda de su exjefe tiene que gritar y llorar ante las cámaras, cómo hay peronistas y radicales en todas las listas, cómo la oposición juega al TEG mientras el oficialismo deja de lado la estructura del PJ para abrirle el terreno a Máximo, Axel y sus amigos del Nacional. ¿Cómo no va a predecir una implosión si es un milagro que aún no haya ocurrido?

Seguramente lo disfruta mientras le da de comer a sus canarios a unos cuantos kilómetros del infierno.

Y entre tanto suelta, de vez en cuando, algunas frases con las que odio estar de acuerdo. Básicamente porque quisiera que las cosas no le salgan tan baratas a seres detestables y que tanto daño han hecho como ese hijo de mil y porque…

Sí, ya sé, dejamos acá.

 

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