Tibieza

Entre las pasiones argentinas, una que cotiza en bolsa es la costumbre de seguir a la manada disfrazando la actitud de corrección política. Es como teñirse el pelo de rosa chicle: creés que estás en la transgresión, pero ya nadie se siente sorprendido al verte. En cuestiones políticas, muchos creen ser vanguardistas, cuando tan sólo visten a la moda. Hoy, un porcentaje más que respetable, considera que la incorrección política es transgresión pura, independientemente de la ideología a la que adhieran, si es que adhieren a alguna de verdad o tan sólo –otra vez- siguen al último grito de la moda. 
¿Qué tiene de vanguardista adherir al gobierno cuando es lo que ha hecho la mitad más uno de la sociedad con cada gestión que hubo, haya llegado al poder mediante el voto o mediante los borceguíes? ¿Qué clase de transgresión perciben en sus cabecitas locas quienes forman parte de una mayoría? ¿Dónde radica la incorrección política de quienes dicen preocuparse por los que menos tienen? ¿Cuál es el mecanismo de sinopsis que dispara que es revolucionario sostener un estado intervencionista, cuando es la única forma de gobierno que consideramos valedera desde que nacimos? Signo de estos tiempos, quienes creen tener la potestad de la incorrección política se vieron en el apriete de tener que elegir entre un exministro de Cámpora y un UCeDé: optaron por el segundo. Aunque me cueste aceptarlo, hoy los únicos revolucionarios son los libertarios. 
Pocas cosas son tan fáciles de manipular como lo es el inconsciente colectivo de lo que hemos dado a llamar sociedad argentina. Es tan modificable que pasamos de asombrarnos con los piquetes de fines de los noventa, a realizar nuestros propios piquetes un par de años después, para luego putearlos y hoy pedir bala y fuego. Adhiero a que los piquetes han variado en su temática y que el reclamo ha girado desde exigir el derecho humano al trabajo hasta el reclamo del derecho argentino a vivir rascándose el hoyo gracias a la teta del Estado, pero hoy lo novedoso no pasa por reprimirlos, sino por pedir certificado de antecedentes penales antes de cobrar un plan. No es de turro, es tan sólo para equiparar las obligaciones con los que quieren calificar para un laburo, que es lo que, en definitiva, está supliendo el plan social. Ya que trabajan voluntariamente cobrando peajes para permitir la libre circulación del resto de los ciudadanos ¿por qué no exigirles los requisitos laborales? 
Tan fácil es de alterar el inconsciente colectivo que en tan sólo cuarenta años pasamos de reclamar democracia a pedir que los militares pacifiquen el país como sea, para luego reclamar democracia, exigir justicia, mirar para otro lado con los indultos y, nuevamente, exigir justicia. Es obvio que el marketing comunicacional es poderoso y el termino “pacificación y reconciliación” nos pareció tan cristiano y amoroso que no nos importó que el país siguiera en proceso hiperinflacionario. Somos cortoplacistas en las aspiraciones y retroactivos en el análisis social. El futuro a largo plazo nos importa menos que la final del Gran Hermano 2012, el mañana es este fin de més, no más, y la proyección de la vida la medimos en cuotas sin interés. 
Por eso resulta tan cómodo criticar la década del noventa, sus formas de encarar la década del setenta y su política económica tan distinta a la actual. Y si alguien se atreviera a marcar alguna contradicción demasiado evidente, tranquilamente se puede reaccionar del mismo modo que cuando encuentran una foto con jeans nevados: era la moda. Hay cosas que nunca cambian y es la automentira, que no se limita sólo al “yo no la voté” o a la pregunta retórica de marcianos que pasaron varios años viviendo dentro de un termo y hoy se preguntan, sin mayores problemas, “¿qué les pasó?”, sino que se extiende a los que sienten culpa de decir las cosas como corresponde, por culpa o por temor a quedar fuera de onda, pasado de moda. Corrección política al 100%. 
Este martes, La Nación publicó un editorial titulado “Memoria Completa y Reconciliación”, cuyo contenido es a la opinión periodística lo que una novela centroamericana al género drama: una plaga de lugares comunes, altamente transitados y hartamente conocidos. Sinceramente desconozco quién fue el autor de la misma, pero desde el título sentí ternura por tanta inocencia. El editorial en cuestión, como era de esperar, aborda la temática de los juicios a los militares que gobernaron el país de 1976 a 1983 y el no juicio a los subversivos. Por un momento me sorprendí al ver una clara defensa a la “reconciliación” iniciada con las leyes de punto final y obediencia debida, y culminada con los indultos de 1989 y 1990. Incluso me ilusionó la idea de ver una posición tomada, una trinchera ocupada al sostener que el camino se desandó inconstitucionalmente al volver todo para atrás y violentar el principio de ley más benigna, y que esto se aplicó sólo para el sector militar y no para el conjunto de la subversión, también. Más allá del detalle de que la creación de tribunales especiales para el juzgamiento de cualquier crimen también es inconstitucional, la sola idea de que alguien se la jugara y sostuviera su idea, ya me parecía un acto de rebeldía en estos tiempos tan tibios. Pero no. 
A continuación, el redactor inició un breve racconto de la cronología subversiva, para empezar a caer en la culpa de a poquito, casi imperceptiblemente, al sostener que a Cámpora le arrancaron el indulto a la subversión, como si don Héctor fuera un discapacitado mental o hubiera actuado con una pistola en la cabeza y como si la posterior amnistía no hubiera sido aprobada por la totalidad del Congreso democrática en plenitud de sus funciones. La corrección política plena, esa cosa de no comparto la opinión del gobierno pero estoy de acuerdo con la opinión del gobierno, soy pero no soy, como no voy a estar a favor si estoy en contra, hace que algunos puedan escribir líneas tan tibias en las que entienden el accionar de las Fuerzas Armadas en materia represiva, aunque no lo compartan. Quiero que aniquilen la subversión, pero no me maten a nadie, por favor, y si alguno que otro se muere, es porque algo habrá hecho. Todo junto, en una misma mente, una y otra vez, como fiel exponente del ser argentino, y en esta incluyo a la inmensa mayoría, opositores por despecho, por convicción o por costumbre, y oficialistas por representación, porque no queda otra, porque ví luz y subí. 
A veces me pregunto si los que piden “memoria completa y reconciliación” en su circuito íntimo se comportarán del mismo modo, si son de los que dicen perdonar, aunque luego taladren los gobelinos todos los santos días recordándole al penitente la cagada que se mandó y que le fue perdonada. Es la ceca de la misma moneda cuya cara acostumbra a “convocar a todos los argentinos a unirse, a dejar de lado los enfrentamientos y colaborar en el sostenimiento del modelo” luego de tratar de gorilas, cipayos, vendepatrias y desestabilizadores a todos los que no vieron la magia todopoderosa del gobierno. En este país, nadie perdona ni olvida. Ciento sesenta años después de Caseros, todavía hay quienes se debaten entre rosistas y antirosistas ¿vamos a dar vuelta la hoja de lo que pasó hace un puñadito de décadas? 
Supongo que un buen sinceramiento de las partes nos vendría maravilloso. Podríamos arrancar con los adherentes al procesismo reconociendo que más que la reconciliación, les interesa que no les rompan los quinotos. Y los partidarios del reclamo permanente, deber
ían admitir que no les interesa ni la memoria, ni la verdad ni la justicia, sino tan sólo reirse de quienes les ganaron la carrera por la toma violenta del poder. Si quisieran memoria, recordarían a sus compañeros caídos como lo que fueron, al menos por respeto a sus ideales, y no reivindicando este capitalismo de amigos con fachada popular tan bien impuesta por la última dictadura militar. No solucionamos nada, pero un buen sinceramiento, al menos, es un inicio, algo. No por nosotros, resto de la sociedad a la que todo nos chupa un huevo. Si nos convencimos que el menemismo riojano era dañino y aceptamos que la solución era el menemismo santacruceño, el resto, nos importa tres carajos.
Los militantes del «perdono pero no olvido» están por todos lados y se los puede hallar en numerosos partidos. Se los reconoce por la facilidad que tienen para dar lástima. Son los que dejaron de ver en Néstor a un furioso paranoide encanador de adversarios, para encontrar en él un animal político, el último Estadista argentino, y mientras el cuerpo todavía no terminaba de enfriarse, ya gestionaban si mediría o no una visita al velorio del enemigo. Son los que se indignan por las mentiras del gobierno y luego se sientan en primera fila para aplaudir la mentira del informe Rattembach. Son los opositores constructivos y los oficialistas críticos, los no tan contreras y los no tan fanáticos, los que votaron a Néstor porque no había a quién votar y a Cristina porque era el mal menor, los que sostienen que el kirchnerismo es el gobierno «menos malo» desde la vuelta de la democracia. Son los posibilistas de la vida, los fanáticos del «se hace lo que se puede».
No se puede hablar de unir a la sociedad reservándose el derecho de admisión sobre quién es ciudadano y quién no. Del mismo modo, no se puede hablar de reconciliación y al mismo tiempo echarle en cara al otro que es tan hijo de puta como los que a mí me importan, no porque no sea cierto, sino porque no es coherente y sincero con las verdaderas intenciones. Nunca es buena la tibieza y respeto mucho más a quién dice “yo creo que los militares hicieron las cosas bien” que a aquel que pretende congraciarse cediendo su postura, y manifiesta “si, son unos turros, pero ojo que no les quedaba otra, eh”. Tomar posición no es tan difícil. No creo que todo sea blanco o negro, pero algunos grises destiñen al primer lavado. 
¿Cuál es el problema de reconocer que se estuvo a favor del último gobierno de facto si, en definitiva, no es nada que haya hecho un número enorme de la sociedad? ¿Qué conflicto podría haber en que alguien diga que la pasó realmente bien en los noventa, si hasta el Diego entrenaba con una remera de Cavallo? Si el temor es quedar afuera de la moda actual, hay que replantearse las cosas. Eso de tener bronceado de cama solar sólo en la mitad de la cara no queda bien. Aprender a convivir a pesar de las diferencias, es de adulto responsable, pretender la unión con quien consideran el cáncer social a erradicar o la reconciliación con aquellos a los que consideran el enemigo a aniquilar es, cuanto menos, gataflorismo en estado puro. 
Jueves. Un cálido abrazo a los pacifistas que quieren ver muerto a Magnetto y presa a Ernestina, por apropiadores de hijos de desaparecidos, por desestabilizadores y por crear listas negras. Tenían razón, aparecieron dos listas negras de Clarín. RDP, en un servicio a la comunidad, las pone en difusión. 
Gracias, @vendeverdura

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