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Hubo hace un tiempo, en un departamento judicial del conurbano bonaerense, un puñado de jueces con una particularidad: cada uno tenía una forma distinta de abordar las detenciones. Para que se entienda, a uno de ellos le llamaban el «Juez de Antigarantías» y en el otro extremo estaba el «Juzgado de Defensa». En el primero, si caías preso por un hurto, probablemente no tuvieras chance de una excarcelación hasta que se descubriera agua en el Sol o una declaración jurada creíble. En el otro, no ibas preso ni aunque confesaras a los gritos.
Entre los dos extremos, llamaba la atención el juego de pertenencias que emulaban los otros jueces, los que quedaban el medio. Una de ellas tenía pinta de buenota, amable, algo frágil y anticuada. Otro venía con el ímpetu de quien desea llevarse todo puesto. Curiosamente, las estadísticas lo dejaban en bolas. La buenota de pinta frágil tenía las estadísticas más duras de todos los juzgados, y eso incluía al de «Antigarantías». Era implacable y su conocimiento de cada punto y coma de las distintas leyes hacían que los abogados defensores se resignaran a ir a juicio rápido para sacársela de encima con la menor vergüenza posible.
Ninguno de los dos llegó a camarista, así que esta historia no tiene final feliz, ni triste, ni nada. Sólo es un dato estadístico de cómo se perciben las cosas. Los grupos criminales de la jurisdicción tenían, como corresponde, un almanaque con las fechas de los turnos de los juzgados. Depende de qué juez estuviera en turno, era qué hacían o dejaban de hacer. Cuando entraba en turno el juez más duro –»Antigarantías»– el delito bajaba. Lo mismo ocurrió con el juez de apariencia imponente. Al menos por un tiempo. Diversos fallos adversos de la Cámara de Apelaciones llevaron a que su juzgado se convirtiera en un festín para cualquier defensor. Llegó un punto en que nosotros, estudiantes a los que aún no les crecía el bigote del todo, nos preguntábamos si el tipo había aprobado Procesal Penal o era el hijo del profesor.
La imagen que proyectamos habla más de nosotros que lo que hacemos y mucho más que aquello que decimos. Y es una pena, porque la imagen tiende a jugar malas pasadas. No hay un sentido que pueda ser engañado más fácilmente que el de la vista. Vemos gente muerta que camina por la calle, no diferenciamos una tormenta de una cordillera y un tipo que no nos conoce puede hacer desaparecer una moneda de metal delante de nuestra vista, sentados en la misma mesa. Y no podremos siquiera adivinar qué pasó, aunque el truco no se pueda hacer más lento.
En la historia reciente, la transcurrida entre 2019 y hace menos de un año, Mauricio Macri ha quedado como un tipo blando, un gradualista temeroso de enfrentar al Poder de facto, el que no se elige mediante mecanismos constitucionales pero mueve los hilos de nuestra sociedad. Y la imagen lo es todo.
Sin embargo, me puse a repasar determinados hechos que hemos olvidado, y resulta que la confusión se dio entre el carácter impuesto a su política económica y el resto de la gestión. Fue mucho más duro Mauricio Macri. Muchísimo. Primero, no dejó a nadie sentado en su escritorio que proviniera de la gestión anterior y tuviera la posibilidad de ponerle la firma a algo. Y eso que tenía un serio problema: no esperaba ni en sus mejores sueños húmedos que Vidal se hiciera con la gobernación bonaerense.
La provincia de Buenos Aires es un país que alberga otros treinta países, entre los 24 municipios del conurbano y los principales polos portuarios. La administración de tremendo monstruo provocó un drenaje inesperado de funcionarios de la Ciudad de Buenos Aires. Así y todo, no alcanzó ni para cubrir un tercio de los cargos provinciales ni un quinto de los nacionales. Pero en menos de un par de meses, todos los cargos fueron ocupados por la nueva gestión. ¿De dónde sacaron gente? Aplicaron la más básica lógica humana: amigos que tuvieran algo de idea. Cuando se agotaron, fueron a la más básica lógica laboral: entrevistas y relaciones sociales para convencer de que peguen el salto a la función pública por un tiempo.
Los acuerdos políticos de Juntos por el Cambio no daban para tantos cargos. Sí, en la argentina levantamos una baldosa y aparecen seis peronistas y cinco radicales, pero las peleas jugosas estaban en los ministerios. Como mucho alguna secretaría interesante que permita proyección y exposición. ¿El resto? Arreglate, conseguí a alguien que sepa y quiera.
Pero sin gente ni leyes, primero ocuparon todos los cargos. Y como nadie sabía bien qué iba a pasar con la economía, la gestión comenzó a funcionar como podía con lo que se podía. En poco tiempo cayó en cana un vicepresidente y comenzó el desfile de sindicalistas. El Caballo Suárez, el Pata Medina, Humberto Monteros de la UOCRA de Bahía Blanca, Marcelo Balcedo del Soeme, con sus parientes testaferros y sus empleados; todos adentro. Cayó gente mucho antes de que el gobierno consiguiera que el Congreso aprobara la Ley del Arrepentido a un año de haber asumido.
También vimos caer al máximo símbolo de la corrupción kirchnerista de Néstor y Cristina, quienes me llevaron a crear el neologismo “Kirchnereo” como sinónimo de robo burdo. Debería haberlo patentado. Toda la banda de De Vido terminó en cana. Incluso el intocable, todopoderoso y con fueros Julio De Vido. Todos presos. En tres años se produjo la mayor cantidad de detenidos por causas de corrupción de toda la historia del país. De toda la historia de verdad, con base estadística, no de opinión personal. El listado es tan largo que podría terminar en el portal de al lado, pero resumo: 74 presos por causas de corrupción. En menos de tres años. Y no fueron 75 porque el Senado –con Pichetto a la cabeza– se nego a quitarle los fueros a Cristina.
Lo último que pretendo con todo esto es levantarle la imagen a Mauricio Macri, cuando ni él se calienta en hacerlo. Y no dejan de llamar mi atención los tuits de inmolación de Macri, cuando sale a hacer lo que Milei no quiere: hablar y explicar por vez mil.
Ahora que avanza una ley y que quedó en el olvido el caos desatado el finde pasado por falta de equipo, de controles y de cadenas de mando, vale recordar algo: volverá a ocurrir tarde o temprano. El problema del Principio de Revelación que tanto le gusta al actual Presidente es que aplica para ambos lados de la línea trazada. Es absolutamente subjetivo: el resultado que a él le parece negativo y que expone a la otra parte, el otro lo ve cómo positivo y el expuesto es el que cree haber ganado. Ante cada desplante parlamentario a Milei, ante cada opinión contraria de gente a la que él admiraba y que le ha prologado hasta libros, ante cada catarata de puteadas por un contratiempo, quedan expuestas ambas partes, la “revelada” y el tipo incapaz de controlar sus emociones.
Ya lo imaginaba por distintas notas, pero esta semana me lo dijo un ex funcionario de primera línea que tuvo conversaciones con Presidencia: no aceptan ayuda. No es cogobierno, no es poner, siquiera, funcionarios. Tan solo es capacitación. Creen no necesitarla. Así es que terminamos en esta costumbre de entrar a cada hora a un portal a ver si el dólar subió o bajó, si el Presidente se peleó con alguien nuevo que no conocíamos o si saltó algún quilombo totalmente evitable que será presentado como la Décima Cruzada.
¿Te hacen parir siete meses una ley y te enchufan una reforma jubilatoria sin partidas? Sí, flor de turros. Pero dejate ayudar, hermano. Si hay temas que no te interesan, date el lujo que otros no tuvieron y dejá que ayuden los que tuvieron que pasar por lo mismo. Es un principio elemental que aplica para todos, desde un tipo que se tiene que hacer cargo del negocio familiar que no le interesaba, hasta para un funcionario. Quizá sea mi sesgo de paciente psiquiátrico el que me lleva a ver la salvación en la capacidad de saber cuándo pedir ayuda, o quizá por estar medicado no tenga problemas en reconocer cuando estoy en problemas. De ahí a que sepa resolverlos, bueno, pero al menos sé identificar más problemas que enemigos.
El milagro de dejarse ayudar es, también, un alivio. De otra forma, el estrés es inmanejable. Así es como terminan en celebraciones épicas por la semi aprobación de una ley bases muchísimo más recortada que lo que estaba cuando, de calientes, jugaron al Principio de Revelación y la retiraron de diputados. Mitad de las delegaciones de poder, imposibilidad de privatizar Aerolíneas y medios públicos, moratoria jubilatoria. No les metieron una Reforma Agraria para no abusar. ¿No era mejor negociar de entrada? Ok, Francos no es lo mejorcito, te entrega el Obelisco, promete embajadas hasta en la Atlántida y, de última, te concede reemplazar el Himno por La Internacional a cambio de un voto. Pero algo es algo.
Es más, con lo poquitito que salió del proyecto original ya se dispararon bonos y anunciaron inversiones. Si con eso se conformaban, ¿por qué la megalomanía de pedir lo que saben que no saldrá? ¿Para qué cansar tanto a una sociedad ya cansada?
Entiendo que tenemos todos un cagazo padre a que haya una piña brutal. Lo entiendo porque yo también tengo ese miedo, ese pavor atroz a la incertidumbre. Y a pesar de todas las contras y enemigos reales que pueda tener el Presidente, hay cosas que no ayudan. No se puede salir a insultar públicamente un desplante de otro Poder del Estado y, al mismo tiempo, intentar atraer inversiones. Es lo que te tocó, man, ese Poder Legislativo. Lo conocemos todos los que vivimos acá. Los de afuera no tienen idea. Si a la falta de ganas de darte herramientas que decís necesitar para atraer inversiones, le sumás una calentura propia de a quien le atan las manos, ¿quién va a traer un quarter de dólar?
No es una cuestión de oratoria, es tan sólo cómo te ven. Más allá de la altísima imagen positiva que registran todas las encuestas y que les encantan compartir por todos lados como si hubieran embocado otra fecha en el Prode. Los que ponen guita y viven afuera no votan acá. No viven acá. ¿Qué ven? Un discurso interesante, agradable para los negocios, disruptivo. Y con 3 millones de seguidores en Xwitter, doy por sentado que siguen al Presidente muchos de los tipos con las billeteras más grandes de la galaxia. El carácter disruptivo es simpático hasta que comienza a insultar a quienes llamaba “los mejores de la historia”.
La lógica amigo-enemigo es básica en la política. Muy a pesar de lo que tengan para decir analistas recién aterrizados en este planeta, es una lógica tan elemental que hace un par de milenios que se escriben libros sobre la necesidad de elegir enemigos para tener adversarios bobos y competidores atados.
Pero Milei también humilla a los propios. Los destroza por traiciones reales y por otras que solo él puede considerar traiciones. Luego adopta soluciones que no tomaría ni un vendedor ambulante novato. Quitarle la oficina de promoción de inversiones a Cancillería para dársela a su hermana es tan solo un ejemplo. Karina no es más inteligente que Javier. Tampoco es menos. Karina es Javier sin desbordes ni título universitario. Ninguno de los dos ha sido capaz de administrar su propia vida sin ayuda. Para administrar la nuestra, dicen no necesitar consejos de nadie.
Y voy a una pregunta aún más grande que supera a todos: si esto le hace a la gente que aprecia, ¿qué nos queda a nosotros? Tanto expertise en la actividad privada, ninguno del universo de tres periodistas que se sientan en las sesiones dominicales le pregunta algo tan básico: ¿Qué tipo de incentivo tiene un funcionario que si se mueve o se queda quieto, puede ligar la misma patada?
Hay una cuestión de estabilidad personal sobre la que todos preferimos mirar dibujitos. Yo, que puedo llegar a colapsar si alguien me fija una reunión de una hora con dos semanas de anticipación, no podría entender jamás cómo afecta la gestión pública a una mente compleja. Yo, que choco con mis propias contradicciones y mi pasado; no puedo –ni quiero– imaginar lo que pasa por una cabeza que fue liberal, después anarco capitalista, más tarde libertario y ahora conservador de derechas. Todos cambiamos, como puede dar fe Patricia Bullrich que pasó de denunciante serial de Macri a ser su bastión en Seguridad. El tema es que el Presidente no cambia: acumula. Y no se puede ser todo eso a la vez.
Tampoco da para centrarse en la imagen positiva como para creer que todo está bien. O mentir al decir que es la mayor imagen de la historia. Qué sé yo, hay lugares a donde no hay que entrar. De La Rúa gozaba de un 60% de aprobación un año después de haber asumido. Macri tenía un 55% con un año de gestión. Cristina superaba los 60 puntos de imagen positiva un año después de asumir su segundo mandato. O cinco después de iniciado el primero, como quieran verlo. Nada es más volátil que la imagen positiva. De hecho, es probable que nos comamos más puteadas por laburar que por no hacer nada.
En un mundo fragmentado, no espero unión ni compasión, ni diálogo ni gradualismo. Tan solo coherencia y comprensión de las limitaciones. Nadie es el mejor de nada hasta que termina con su misión. Recién ahí se puede comparar.
Nosotros, mientras tanto, estamos en un cumple de 15. Desaparecieron las especulaciones sobre síndromes de hubris y bipolaridades varias. Nadie analiza los conflictos irresueltos con padres inmigrantes y empresarios. No hablamos de los curiosos looks de zapatillas desgastadas con trajes diez talles más grandes, mirá si vamos a ponernos en exquisitos. Nadie dice nada de que un señor de 56 años sin canas se ría de la tintura de otro, mirá si no vamos a ver todo hermoso.
Quizá sea por eso que tenga que ser Macri el que salga a hablar. Alguien tiene que intentarlo, al menos, que tampoco nadie hace milagros ni se puede ayudar a quien no cree que deba ser ayudado.
PD: Espero que en Diputados corrijan las modificaciones que metió el Senado en Bienes Personales. Digo, si es que queremos inversiones de Capital.
PD II: Revolucionario será el día en el que alguien piense en el tercio laboral monotributista.
PD III: “Xi Jinping es comunista de piel, pero de alma blanca”. Se los tiro como idea para justificar la foto con el rey de los comunistas.
PD IV: Van 188 de días sin que el Presidente firme el decreto prometido para meter a la Organización Terrorista Hamás en el listado de Organizaciones Terroristas.
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Un comentario
Gracias.
Aplauso.
Medalla.
Beso