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La realidad deseada

La realidad deseada

El punto de inflexión. La crisis más grave de la historia. La herencia que nos dejaron. La Argentina a la que no queremos volver. El impreciso pasado de gloria que debemos añorar. El sacrificio necesario. Las magnitudes de los desastres que dejaron. La bomba que estuvo a punto de explotar. El fracaso de las políticas de siempre. Las pretensiones refundantes, redundantes.

Creo que he escuchado y visto este tipo de frases, con todas sus variantes, más de mil veces y apenas he formado parte de los últimos 42 años de la Argentina. Ok, la mitad de esos dichos los escuché durante el Cristina Reality Show de sus dos mandatos en Cadena Nacional. Sin embargo, es una manía inscripta en el ABC de los comunicadores políticos a la hora de asesorar:

–Que quede claro que esto no es nuestro. Aunque sea cierto, es una imprecisión que deja margen de maniobra. Si algo sale mal, es culpa del otro. Si sale bien, es toda nuestra. Cuanto más grande sea la magnitud del desastre heredado, mayor el margen de maniobra. En contra: no siempre se traduce en mayor tiempo.

–Que se pueda identificar un enemigo difuso. Es importante que tenga nombre, pero que ese nombre sea tan, pero tan amplio que todos ingresen en esa etiqueta en caso de ser necesario. Los agoreros, los vinagres, los medios hegemónicos, los monopolios, el neoliberalismo, lo que sea que signifique la derecha, lo que sea que signifique la izquierda, la casta. Es importante tener identificado el nombre a utilizar con antelación, como para que cada simpatizante pueda utilizar la etiqueta a piacere sin que nadie se los señale. Así, cuando uno utiliza el título, todos saben de quiénes hablamos, aunque cada uno piense en nombres distintos.

–La necesidad de un cambio de rumbo. ¿Para qué queremos un héroe si no es para que nos salve de una catástrofe de la que no podemos ni queremos hacernos cargo? El mal quiere arruinarnos y el líder político que se imponga marcará que no nos queda otra que cambiar de paradigmas, de orden. No de hacer las cosas que corresponden como corresponden, ni siquiera de hacer las cosas de otra forma: se trata de hacer nuevas cosas porque las recetas fracasaron. ¿Cuáles recetas y por qué? No importa, fracasaron. Si estuvieron bien aplicadas o no, es lo de menos.

Los tiempos políticos se miden en unidades distintas que las del resto de las cosas que nos afectan como especie. Probablemente, Albert Einstein podría haber explicado de forma mucho más fácil su teoría de la relatividad del tiempo si hubiera sido un tipo que consumía noticias políticas. Él decidió utilizar el ejemplo de una persona que se aleja de un reloj en un vehículo y que ese reloj puede dar la sensación de detenerse a una velocidad determinada.

Respeto al Nobel Einstein, realmente lo amo. Pero un ejemplo político es mucho más concreto. Si pensamos en cuántas cosas pasaron en nuestras vidas en los últimos cuatro años, tendremos una percepción un poco más rápida que la de un niño, para quien tres meses de verano es un tiempazo. Ponemos un resumen de noticias políticas del último año y es como si hubiera pasado un siglo con un agujero de gusano que nos depositó en una realidad paralela. Y con ese parámetro nos hablan de una Argentina de hace 30, 40, 70 o 100 años. No sé, papá, apenas recuerdo que voté hace ocho meses por última vez y no puedo creer que no haya sido en blanco y negro.

Esa velocidad de los acontecimientos políticos, por lo general hiper anabolizada por los vaivenes económicos, hacen que nos olvidemos de casi todo. Otro gran punto a favor de la comunicación política: nadie recuerda nada, todo se diluye. Salvo cuando fuimos partícipes de algún evento en particular que ahora nos quieren mostrar como nuevo.

El 9 de Julio el Presidente firmó un documento junto a la mayoría de los gobernadores. Lo hizo en la Casa Histórica de la Independencia, en la ciudad de San Miguel de Tucumán. (N. del A.: este es un sitio Tucumanofriendly y no le diremos “casita de Tucumán” porque en Tucumán hay miles de casitas). La idea del documento fue la de una reconciliación para cerrar grietas y encarar un camino en común a futuro. Horas después, en la Avenida del Libertador de la Opulenta Ciudad de Buenos Aires, se llevó a cabo un desfile militar.

Lo que relato arriba ocurrió en 2016. El Presidente era Mauricio Macri y reunió a veinte gobernadores, dos vicegobernadores, al titular de la Corte Suprema, más delegaciones de primera línea de Bolivia, Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, Brasil, Italia y hasta al rey emérito de España.

El documento era un compromiso de diálogo y consenso para una nueva hoja de ruta en camino al Tricentenario, para el que faltaba un siglo. Y como un siglo en tiempos políticos es algo así como hablar de mudarnos a otro sistema solar, menos de un año después nadie recordaba el acto, ni mucho menos el compromiso. Y eso que firmó hasta una señora llamada Alicia Kirchner, cuñada de la señora que acababa de dejar la presidencia, hermana del fundador del kirchnerismo y tía del niño que está enojado con Kicillof. No faltó nadie y fue al pedo. Tan al pedo como lo que era: un simple acto sin valor real.

Pasaron ocho años y volvemos a ver la misma escena, pero esta vez con épica, arengas y gastadas. El Acta de Mayo, llamada así en conmemoración de la gesta de 1810, se firmó el 9 de Julio cuando se conmemoraba la Independencia de 1816. Participaron menos gobernadores, no asistió la Corte Suprema y la titular del Senado pasó parte médico.

Hubo firma de un documento simbólico, algo que para muchos puede tener un sentido profundo, pero para otros es un sinsentido. Y digo simbólico porque toda la parafernalia se dio, nuevamente y al igual que en 2016, para un documento no vinculante. Porque nuestro sistema político y administrativo dispone que lo único que vale es lo que sale de la maquinaria dispuesta por nuestra Constitución Nacional.

Pueden juntarse todos los gobernadores, invitar a Lacalle Pou y obligarlo a firmar la reincorporación de Uruguay a las Provincias Unidas, que no tiene un mínimo de valor legal. Un contrato de alquiler de un monoambiente entre dos personas tiene valor de ley. Una expresión de deseos firmada entre miles, millones de funcionarios, tiene cero, absolutamente cero valor real. Quisiera conocer al que vendió esa idea para felicitarlo y pedirle algunos tips para aumentar mis ventas y suscripciones.

Luego estuvieron las fotos de rigor y la presencia de un Mauricio Macri que se debe haber muerto de risa por dentro durante todo el acto. Porque, estoy seguro en un 99,9% que, si le hubieran consultado, el expresidente habría respondido “te van a cagar de todos modos”. La única diferencia con aquel momento de 2016 es que el grueso de la opinión editorialista coincidió en que se trató de algo innecesario.

En cambio, en este bonito 2024, llevamos meses de analizar la importancia de lo que nació como Pacto de Mayo y sin nadie que diga “che, esto ya lo vimos y no sirvió de nada”. Lo mismo que vimos hace un par de semanas con un ministro de Economía en una conferencia de prensa junto al presidente del Banco Central. ¿Hace unos años? El inicio del fin, la peor señal para los mercados, un error insalvable de comunicación. ¿Hoy? Qué se yo, son misteriosas las formas del presidente Milei. Tan misteriosas que pasamos de tildar de héroes a los que sacan los dólares del banco a denunciar golpismo. Tan misteriosas que hablamos de casta con un 50% de funcionarios que permanecen en sus cargos desde 2016.

Es curioso como tenemos una especial pulsión por creer que la voluntad es superior a la capacidad. No sé cuántas generaciones habrán sido criadas con padres que les dijeron “si lo deseás, es posible”, “mereces lo que sueñas” o “vos podés ser lo que quieras ser”, cuando todo es mentira: somos lo que podemos, para lo que nos da el cuero y para aquello para lo que nos preparamos. Yo quisiera ser el 10 de la Selección Nacional de Fútbol y no tengo ni una sola chance en ninguna reencarnación.

Tampoco le quito mérito a la voluntad, sino todo lo contrario. Se puede ser Gardel en un área, pero tener menos ganas de laburar que conductor de la madrugada de un canal de noticias. Cuando hay capacidad y voluntad, ahí sí que es difícil frenar las cosas. Salvo cuando comienzan las frases hechas y la construcción de enemigos, sean personas u objetos.

Es curioso cómo se le atribuye al Banco Central la culpa de la larga agonía de este país porque a la Argentina le fue bien, según las estadísticas macroeconómicas, hasta su creación. Y ese es motivo suficiente para cerrarlo. Símbolo simbólicamente simbólico.

En 1930 tampoco teníamos Internet, televisión, celulares, vacuna contra la poliomielitis, ni contra la rubéola, el sarampión, las paperas, la gripe, la fiebre amarilla, la varicela, la hepatitis B y un largo etcétera. Es cierto que ninguna de esas cosas tienen que ver con las instituciones, pero si nos ponemos lineales, en 1930 tampoco teníamos Inspección General de Justicia, Ministerio Público Fiscal ni Consejo de la Magistratura.

No existían las provincias de Chaco, Formosa, Chubut, La Pampa, Misiones, Río Negro, Neuquén ni Tierra del Fuego. Todavía me sorprende que nadie se haya dado cuenta de que en 1930 las mujeres no votaban, como para utilizar un buen argumento, moderno y estandarizado. Tampoco existían Terminator ni El Zorro, por lo cual ningún presidente podía cometer el sacrilegio de asignarles ideologías políticas a personajes de fantasía sin haber entendido la trama.

Lo que sí es un hecho es que antes de la década de 1930 no existía la Gran Depresión, que desde entonces la economía global se ha movido y sacudido con miles de crisis, que la forma de respaldar monedas ha variado en todo el mundo –incluso en los Estados Unidos– y que los bloques comerciales multilaterales eran un sueño lejano en un mundo que vivía de guerra en guerra. Quizá sea por eso que en 1930, otra cosa que no existía era el ministerio de Economía. Y a nadie se le ocurre en la mesa chica del Presidente decir “cerremos esa fábrica de pobres”.

Coinciden los historiadores en que la peor crisis de la historia de nuestro país se vivió en 1890. Quienes la estudiaron, incluso superior a la de 2001 combinada a la de 1988-89. Default de deuda pública y externa, inflación desbocada y una crisis política que derivó en la renuncia del Presidente Juárez Cellman. Carlos Pellegrini, flamante presidente interino, designó a Vicente Fidel López al frente de Hacienda. ¿Qué tenía de especial un abogado e historiador ad-hoc? Que como jurista era el que había elaborado una reforma aduanera integral.

No sólo logró capear lo peor de la crisis sino que, cuando fue necesario, se corrió para que asumiera su mando Emilio Hansen, también abogado. ¿Qué tenía de especial don Hansen? Que toda su carrera la había desarrollado como asesor de bancos y de financistas. Su misión era recuperar la confianza del mundo en el mercado argentino y frenar la inflación sin afectar el crecimiento. Y lo hizo. No hubo reproches, no hubo culpas a otros. Y eso que tenían para tirarse con todo, a pesar de formar parte del partido único que regía los destinos del país: no era lo mismo estar del lado de Roca que en contra.

Otro caso para enmarcar pero que, curiosamente, también fue borrado hasta por sus propios correligionarios, es el de Marcelo Torcuato de Alvear. Tuvo dos ministros de Hacienda. Los dos economistas. Su gestión fue la que más diferencia positiva tiene entre los números recibidos y los entregados en todas las variables económicas que se quieran analizar. O sea: económicamente fue el mejor gobierno de la historia, si es que nos guiamos por datos y hechos.

Las tensiones políticas eran brutales con la oposición e incluso dentro del propio radicalismo, dado que Alvear no era Yrigoyen. Pero hicieron lo que tenían que hacer, y punto.

Por eso, cuando veo que son necesarios relanzamientos megalómanos que pretenden emular o utilizar símbolos de actos que llevaron años de sangre derramada por ideas de independencia, no puedo más que sentirme un tanto contrariado. Y cuando me dispongo a leer el listado de esos puntos cruciales en los que hay que ponerse de acuerdo encuentro que el primer punto es “la inviolabilidad de la propiedad privada”. Derecho Humano fundamental, vigente en la Inglaterra medieval, indiscutido en la fundación de los Estados Unidos, codificado por Napoleón, a principios del siglo XIX y parte fundamental de nuestro sistema constitucional desde el minuto cero.

Sí, ya sé que acá nadie le da pelota. Pero existe, está. Es eso lo que me lleva a pensar, nuevamente, para qué tanto quilombo refundacionista, refundacionalista o como quieran decirle, si con hacer lo que corresponde alcanza y sobra. Es como si viviéramos permanentemente en un documental de Jung, sólo que, en lugar de utilizar los símbolos para intentar comprender las cosas, convertimos cualquier acto en un símbolo, y a otra cosa.

Y ahí caigo en el elefante en la sala del que preferimos no hablar. Y este elefante tiene diarrea: la total falta de ganas de impulsar investigaciones frente a lo que se cree que se hizo en contra de la ley.

¿Qué es eso de ponernos de acuerdo en que la propiedad es inviolable? ¿Hay funcionarios que no la respetaron? ¿Y le vas a dar un papel para firmar en vez de mandarlo en cana? ¿Qué es eso de limitar el gasto a un porcentaje del PBI? ¿Hay gente que vivió de la deficitocracia adrede y le das un papel para firmar en vez de denunciarlo por incumplimiento de deberes de funcionario? Todo es un “y sí”. Todo, de punta a punta. No invitaron a firmar a Juan Grabois porque el Acta no mencionó que “no se puede hacer negocios con la plata de los planes sociales”.

Lo que todavía me sorprende es la seguridad de que todo saldrá bien. Es el mayor de los pecados de todos nuestros presidentes, de absolutamente todos sin importar qué quisieron hacer con nosotros: todo saldrá bien, merezco lo que deseo, decreto al universo.

¿Tan seguros están? Si pasaron de ser una incógnita política y terminaron en la presidencia en un lapso menor a seis meses, ¿cómo dar algo por sentado? Faltan 15 meses para las legislativas. En tiempos políticos, son tres eras geológicas.

En la Argentina de 2015, Macri aún era considerado un tipo que no pertenecía a la política, un outsider. Hoy, al lado de Milei, Macri parece un sabio caudillo que dirigió los destinos de la Patria por décadas. Hoy no me preocupa que Milei haya hecho que ya no veamos a Macri como outsider, sino quién me hará recordar a Milei como un Estadista.

En Francia el mismo electorado que obligó a Macrón a convocar a elecciones, votó todo lo contrario en menos de 15 días. Esa es la velocidad con la que cambia todo. En Francia y en cualquier parte donde un grupo de personas tenga que manifestar qué siente mientras cree que ejerce un derecho ciudadano.

Hace ya un rato largo que en democracia no votamos: vamos a terapia.

P.D: 215 días después de haberlo prometido, el gobierno incorporó a la Organización Terrorista Hamás en el listado de Organizaciones Terroristas. Tardó más que la Ley Bases y no requería de ningún tipo de negociación con ningún partido. Se celebra igual.

P.D II: Tengo libro nuevo. No, no es de política. Es una ventana abierta al interior de una cabeza.

Nicolás Lucca

 

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