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Un día en la vida de

un día en la vida de

Germán es un hombre de hábitos. Muy distintos a los otros, probablemente, pero hábitos al fin. Los viernes, por lo general, despierta más temprano. No lo hace por placer sino para sentirse parte de un mundo viejo al menos una vez a la semana. Sin embargo, ese viernes se levantó absolutamente en contra de su voluntad. Y de lo indicado por su médico, que le ordenó reposo absoluto hasta que se recupere del todo de la gripe. Ah, los placeres del trabajador cuentapropista, sin feriados, sin vacaciones pagas y con una salud a prueba de convenios colectivos inexistentes.

Prendió la tele y la dejó de fondo mientras se preparaba para salir. Noticias que no son noticias. Los chicos de la madrugada, al menos, no ocultan sus escasas ganas de informar al pasarse horas entre videos de TikTok y mostrarnos cómo resuelven una sopa de letras. Literalmente. Cuando llevaban 30 minutos meta a hablar del conflicto camionero en Brasil, Germán apagó la tele y salió de su casa.

Llegó al bar por un café y pidió el diario. El gobierno nacional giró 50 mil millones de la nuestra para que se levante la pelea entre el gobernador de La Rioja y la intendenta de la capital provincial. Chiquitito, al pie de una contra página. No hubo repercusiones. Nadie lo levantó en otros medios, siquiera del mismo grupo. Básicamente, porque fue publicado para que nadie lo vea.

Como quien acaba de leer el pronóstico, da vuelta la página y sigue como si nada. ¿Acaso importa? ¿Sorprende lo ocurrido?

Germán paga, deja el diego de propina y se va con sus ingresos mancillados por un café con dos medialunas. Pero algún gusto debe darse, aunque sea un desayuno común una vez por semana.

El tren viene con demoras. O sea: tumulto de personas a la espera de una lata de sardinas sobre rieles. El sistema de transporte también disfruta de sus hábitos. Luego de media hora, y con la llegada tarde cantada, Germán se acerca a la boletería a putear.. “¿Qué querés con lo que pagás de boleto?”, le tiran del otro lado de la ventanilla. Como si él hubiera elegido cuánto debían cobrarle. Y como si él pudiera pagar un pasaje los 300 pesos que debería costarle solo por actualización tarifaria.

Germán llegó a la terminal de Constitución donde un piquete oficia de conité de bienvenida a la Capital. La intención de avisar de la novedad a sus compañeros le sirve para anoticiarse de la sustracción de su teléfono celular. Los hábitos de algunos que aprovechan el tumulto del tren. ¿Qué es eso, una apoyada o un punga? Hermosa idea para un concurso televisivo.

Tarde, con la ropa arrugada, apestando a humo y sudoraciones propias y ajenas, Germán finalmente llega a su lugarcito en el mundo laboral, la librería escolar técnica que abrió con dos amigos igual de boludos que él. La tele, de fondo, da cuenta de que fue subastado el menemóvil de 1995 y que el gobernador de La Rioja perdió la puja sobre el final. “Para eso sí tenía plata”, pensó Germán mientras llamaba a la compañía de celulares para informar de la transferencia de titular del celular y requerir otro.

Luego de preguntar qué impuesto vence ese día –todos los días vence, mínimo, uno distinto–, Germán se da a la loca tarea de intentar destrabar la llegada de lapiceras para dibujo técnico.

–¿Dónde está Pablo?
–Ni idea, qué necesitás.
–Que me gestione el celu.
–Ahora averiguo. ¿Viste Gran Hermano?

Nuestro protagonista no entiende a quienes pierden tiempo con el reality. Sin embargo, no lo hace de snob dado que se divierte con otras boludeces, como las coincidencias con el mundial de 1986.

A Germán le llevó un par de semanas convencer a treinta y dos burócratas para que le permitieran comprar afuera lo que acá no se produce, y todo para encontrarse con una nueva traba: el proveedor no le entrega a domicilio por qué se yo qué cosa del Correo.

Con el malestar físico de la gripe eterna, llama al bendito Correo, lo tienen de paseo de un lado al otro hasta que consigue una voz humana. Tampoco tiene puta idea, pero le sugiere que llame a la Aduana. Misión imposible. Mientras insulta a todos los santos por haber tenido la idea de emprender en este país, le suena el teléfono del escritorio desde un número desconocido. Harto de bloquear a tercerizados de Movistar, decide no atender.

“Dónde cazzo llamo”, pensaba Germán mientras el desconocido número insistía en musicalizar la tarde. Germán decide atender solo para sacarse las ganas de insultar a alguien.

–¿Hola, Germán?
–Sí, quién habla.
–Te llamo de la Aduana por un paquete a tu nombre.
–Ahá, quién habla.
–Te mando por sms un número de cuenta para que deposites 10 mil pesos y mañana tenés el paquete en tu local.
–¿Eh? ¿Quién habla?
–De la Aduana.
–¿Quién?
–Fijate que el número que te llegue esté bien copiado cuando gires la plata.
–¿En concepto de qué? ¿Y si no giro?
–Devolvemos el producto. Depositá y te llega mañana. Saludos.

Germán le comenta lo sucedido a sus compañeros. Uno dice que hay que pagar, el otro le cuenta que le hicieron lo mismo con tres libros que compró afuera.

–¿Y pagaste?
–Era más lo que me pedía que lo que había gastado en los libros.
–Pagá, dale– insiste el primero.
–Pero me mandaron el número por sms…
–Y qué tiene.

Además de convivir con un compañero pelotudo, Germán se da cuenta de que no tiene con qué hacer una denuncia por extorsión, pero que su papá tenía razón cuando le decía que ser despachante de aduana tiene sus beneficios. Solo en la Argentina, claro.

La radio como sonido ambiente da cuenta de que Alberto Fernández va por el quinto orgasmo desde que ganó Lula Da Silva en Brasil. Germán se pregunta en qué podría beneficiar al gobierno, si con la izquierda o la derecha, no hay un dólar ni para destrabar las importaciones desde el socio de lo que queda del Mercosur. “Capaz nos mandan un ministro de Economía”, piensa Germán mientras todavía se caga de risa de cómo el progresismo local celebra el triunfo de Lula que tuvo que disfrazarse de conservador para Halloween y oponerse públicamente a la despenalización del aborto.

–¿Dónde está Pablo?
–¿No lo mandaste a hacer lo de tu celular?
–No, todavía no lo ví.
–Debe andar por ahí.

Germán se dispone a ir por sus propios medios hacia la compañía de celulares. Toma las llaves del auto de la empresita y al salir nota que no está. Curiosidades de la vida moderna: ni se calienta en preguntarse si se lo robaron, dado que la acera está plagada de autos de alta gama. Obviamente, fue la grúa que siempre elegirá a su Volkswagen 2010 para no tener que lidiar con las compañías de seguro por el daño a un Mercedes.

Montado en un testículo a punto de estallar, Germán para un taxi con el paragolpes sujeto con cinta de embalaje y va hasta el playón de infractores. El chofer, con una camiseta de Greenpeace que señala “Especie en extinción”, le comenta sobre el asesinato de Blaquier.

–¿A usted le parece dejarse matar por una moto?

Germán lo mira con la cara desencajada. Como si cada idiotez le hiciera subir un grado más la temperatura.

–Lo dice porque es Blaquier. Si la víctima era un laburante raso, usted pide la pena de muerte.
–¿Eh?
–Nada, nada…

Por suerte ya llegaban al playón. Justo a tiempo para ver cómo descienden su vehículo con prueba de amortiguación violenta y todo. “Bueno, la suspensión funciona”, piensa Germán mientras le pregunta al pibe de la caja si tiene idea por qué se llevaron su auto.

–Puede hacer el reclamo ante los controladores y si no estaba en infracción, no le cobrarán la multa.
–¿Y el acarreo?
–Tiene que pagarlo igual.

Subido a su Volkswagen sentado de costado para que no duela tanto, Germán se dirige hacia el local más cercano de su compañía de celulares. La radio le tira que, envalentonada, Patricia Bullrich dijo que cagará a trompadas a todos los que no quieran votarla. También escucha que Lilita criticó a la Presidenta del PRO y que Cristina volvió a cuestionar el rumbo económico. Una semana picante para las mujeres de la oposición.

Luego de intentar por horas que la compañía le reponga el mismo aparato que le fue sustraído amparado en un ancestral mito que dice que el seguro se paga para cubrir el mismo objeto asegurado, termina por aceptar el teléfono más rápido de 2012.

El coche tocó reserva. Nuestro amigo Germán para en la primera estación de servicio. Aumentó la nafta. Por la radio escucha que La Cámpora pide no comprar al que aumenta. Luego, informan que aumenta el servicio eléctrico.

Al borde del llanto, regresa al local. Le grita a Pablo que le traiga un café, por el amor de Dios. Uno de sus socios le pregunta cómo le fue con el celular y Germán comienza a llorar mientras ve que le entra un SMS con un número para destrabar una caja de lapiceras.

–Al final te quejás por boludeces, Ger. El lujo no es lo importante, lo que importa es que estés bien.
–¿Lujo? ¿Qué lujo?

Y Germán piensa en dar un largo soliloquio sobre su visión de las cosas. Que hay gente que es feliz con poco y están quiénes lo son con mucho. Están aquellos que necesitan sentir que no viven para trabajar sino que al revés y que los hay, también, de esos que no pueden pensar en estas cosas porque no tienen tiempo al estar ocupados en hacer por mera supervivencia o huida hacia delante.

¿Quién nos dio la autoridad para decidir quién puede tener qué cosa? ¿Quién nos hizo creer que hay objetos que no son necesarios? Técnicamente no necesitamos del 99% de nuestras posesiones. Y si vamos a la practicidad, un perro come exactamente el mismo alimento día tras día a lo largo de toda su vida sin necesidad de ir a terapia. Lo que para mí es suficiente para otra persona es insoportable y así siempre. Muden a Mirtha Legrand a un monoambiente en Villa Urquiza y luego pregúntenle si se siente plena.

Germán se quedó sin ganas de nada. Hoy entiende a los que se adormecen con Gran Hermano del mismo modo que él lo hace con documentales. De hecho, el furor de Gran Hermano no ha solo devuelto televidentes a la tevé abierta: le ha quitado usuarios a la televisión política que rasguña el 0,5 punto de rating. Cualquiera le llamaría hartazgo.

–¿Sí Pablo se materializa le recuerdan del café?
–Che, hablando de Pablo, Ger: parece que hay que pagarle un bono.
–¿En concepto de…?
–No sé, lo estudia el gobierno.

Le aumentaron los sueldos, le aumentaron los insumos y pretenden congelarle los precios. Germán solía sospechar que el gobierno era psicópata. Hoy se conforma con asumir que son idiotas sin noción de cómo funciona siquiera una bicicleta.

Ya olvidó lo que es un aumento en sus ingresos. Hace demasiados años que los ceros se acumulan en los balances pero le alcanza cada vez para menos. Siquiera es que puede ir a pedirle a su jefe. Él es su jefe a la hora de pagar, el Estado es el suyo a la hora de cobrar.

–¿Ustedes se dieron cuenta de que pagamos seguridad social en el monotributo pero el Estado no nos cubre un mango si nos tomamos quince días de vacaciones?
–¿Qué fumaste, Ger?
–Nada… Lógica, supongo.
–Volás de fiebre. ¿Por qué no te vas?
–En cuanto aparezca Pablo.
–Ah, llamó hace un rato: no viene, tiene catarro.

Luego de bajar un ibuprofeno con un batido de ansiolíticos, el pobre hombre emprende la vuelta a su domicilio. No debe existir peor sensación que viajar parado y apretujado cuando se tiene fiebre. Esta vez nadie toca su celular. Pungas, pero modernos.

Tirado en la cama Gerchu hace zapping en busca de algún documental. Ve pasar a la Vice decir que ella tiene la fórmula para ser feliz. «La tiene más escondida que los de la Coca-Cola», piensa Gerchu mientras cambia y cambia y cambia de canal. Y sí: cae en Gran Hermano. De pronto se le ilumina el universo. Es un documental sobre lo bien que puede vivir una persona al estar aislada del mundo exterior. No como durante la pandemia: acá nadie los obliga y ni siquiera están híper informados. Todo lo contrario: el único aislamiento es no enterarse qué corno pasa afuera.

Germán los envidia y nota que, cuando la guita depende de uno mismo, ni en Gran Hermano se enferman.

Nicolás Lucca

 

 

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