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Una Guerra Fría Civil

Una Guerra Fría Civil - Hombre recibe bbola de nieve en la cara

El gobierno entró en piloto automático y Alberto Fernández optó por disfrutar lo que le queda de mandato sin hacer un pomo productivo. Sueña con un libro, escribe, boludea por Europa. Hoy, tal como dicen en su mesa ratona, su única misión es devolverle a Cristina el favor: en 2023 no gana nadie. Cristina, por su parte, tiene un nuevo hobbie en hacerlo llorar cada vez que puede.

Quizá sea momento de hablar del mañana. Me refiero al futuro a largo plazo. Ni pienso en el dólar. Solo sé que toda esta hecatombe económica se dio con cosecha récord, liquidaciones exorbitantes, precios de exportaciones por la estratosfera… y el Central no tiene un verde. Y si quieren algo peor: aún no devolvimos un quarter de dólar al FMI. Gestionaza.

Este mes comienzan a llegar las tarifas semiactualizadas. Te dolía el dólar estable en 2016, prepará la pomada antihemorroidal con sueldos que, en dólares, hoy valen un cuarto que en aquel entonces. Y sí, hablo en dólares porque esa es la ley energética, desde la generación de electricidad hasta los combustibles y el gas que importamos.

Y con Guzman dedicado a timbear los vencimientos de deudas mes a mes, les tiro un datito: julio se le va a hacer casi imposible esterilizar todos los pesos que emitieron como si no hubiera mañana. ¿A dónde creés que irán en agosto todos esos billetitos crocantes cuando la inflación te morfa? Y así sube, sube, sube la marea inflacionaria empujada por la ola verde que arrastra a la inflación y el círculo se hace cada vez más veloz.

Hagamos pausa. Futuro. ¿Qué pasará con nosotros como sociedad? ¿Creen que de esta crisis salimos rápido y sin dolor? ¿Cómo hacerlo si hace rato vivimos en una Guerra Fría Civil?

Usé ese término hace unos meses pero no imaginé que tantos me escribirían para que profundice.

No toda guerra civil se da entre dos bandos contrapuestos ya que puede haber tantos beligerantes como intereses. Y en términos diplomáticos, una guerra fría es un “agarrame que lo mato”. Un juego de poder por quien la tiene más grande pero con un detalle: es fría para quienes la encabezan. La frialdad entre la Unión Soviética y los Estados Unidos dejó de serlo sin que se enfrenten directamente. Se fueron a las manos con el mapamundi convertido en un TEG. Vietcong vs. el Ejército americano, los talibanes contra los rusos, la subversión guerrillera vs. terrorismo de Estado en América Latina, y un largo etcétera.

Tomemos los dos conceptos y veamos a una democracia fálica tercermundista como la que vivimos hace tiempo. Nos miramos con odio, no queremos justicia sino venganza. Y si nos garantizaran la impunidad, estoy absolutamente seguro de que muchos repasarían sus listas negras.

Por ahora es todo frío. Unos muestran el poderío piquetero, otros el sindical, unos las bases militantes, otros la institucionalidad que no resuelve nada por estar absolutamente corrompida por sus integrantes. Se matan a declaraciones sobre cosas que nos criticaban a los que estábamos en contra. Y todo por las migajas del Poder. ¿Creen que se matarían entre ellos? Con la sobreoferta que hay de militantes…

Pero hay puntos calientes. Los hay y Dios no permita que pase a mayores. Porque cuando comenzamos a desconfiar del que tenemos al lado, cualquiera es sospechoso de integrar una facción. ¿Cuál será el chispazo que desate una ola de disturbios? ¿Cómo se puede evitar? ¿Estamos a tiempo?

Hubo una época que recuerdo como maravillosa. Realmente nos divertíamos y nos matábamos de la risa mientras le metíamos un millón de personas en la 9 de Julio a Cristina.

El tiempo pasó. No sé si nos hicimos más viejos, pelotudos, ambas cosas o cada cual comenzó a sentirse identificado con batallas puntuales por sobre el espanto general. Quizá sea todo junto.

Lo cierto es que ya es injusto comparar la paciencia hacia Alberto frente a la inexistente que tuvo De La Rúa. Hablemos de los quilombos que le hicimos en la calle a Cristina y listo. ¿Por qué no se puede ahora? Porque no logramos ponernos de acuerdo ni con nosotros mismos sobre qué está en juego, a quién beneficia una manifestación. También puede ser que no nos cause gracia pegarle a Alberto cuando llora en posición fetal en el piso abrazado a un peluche de Lula.

¿Saben con cuánta gente de aquel entonces aún me frecuento? Con una. No quedó nadie más. Un alma. Apenas chateo de vez en cuándo con un par más. El resto se desentendió, o levantó banderas similares pero distintas. Incluso alguno que otro hoy es funcionario del gobierno nacional. Las convicciones son hermosas, pero no tanto como no tener que procurarse el pan mes a mes. Obviamente, a muchos de los que hoy se creen paladines de la justicia, por aquel entonces nosotros –ni ustedes– les conocíamos parecer alguno.

Ser contracultural es ir en contra de lo establecido. El mayor problema que tuvimos con el kirchnerismo es que ellos mismos se llamaban contraculturales cuando lo único revolucionario fue que nos blanquearon lo peor de la política. Los vimos abrazar cajas fuertes, contar billetes y hasta los encontramos con bolsos, metralletas y monjas que no son monjas en conventos que no son conventos.

Vimos los termosellados en cajas de seguridad, rutas que no conducen a ninguna parte, obras nunca iniciadas y hoteles siempre vacíos. Vimos muertos en latas de sardinas oxidadas que tendrían que haber sido vagones de trenes en condiciones. La bonanza solo alcanzó para pintarlos.

Lo vimos y no importó más que para marchas que lloramos como vieja en matiné. ¿Por qué? Porque nos olvidamos.

Statu-quo absoluto, conservadurismo reprimarizador de economías regionales, consolidación de feudalismos provinciales, pero con unos conciertos gratuitos de la hostia. Soja y circo. En ese contexto es entendible que cualquier boludo que proponga la normalidad resulte más contracultural que el club de fans de Cristina.

Puede ser que, entre las alternativas nuevas, muchos hayan tomado partido. El problema es que todos dicen querer lo mismo. Se diferencian en el método, pero todos quieren el Poder para devolver a la Argentina a un pasado de grandeza.

Y, seamos honestos con nosotros mismos aunque esa honestidad resulte brutal: también estamos de acuerdo en que queremos venganza, reirnos del caído en desgracia, del que tenía el Poder y ahora pasea por Tribunales. De hecho, es un milagro que la Argentina no haya vuelto a derramar sangre fraternal. Bah, no es un milagro: creo que nos da paja solo organizar un comando. ¿Vieron el frío que hace de madrugada?

Salvo que te quede mucho por perder.

La Guerra Civil Fría existe y no lo digo en joda. Hay facciones que se mantienen en un equilibrio de demostraciones de Poder para frenar cualquier avance del otro lado pero sin la suficiente energía como para aplastar al contrincante. Prefieren que las disputas se resuelvan en las redes o en la calle. Que el hartazgo sea la mecha y que se encienda por su cuenta.

No nos matamos solo por temor a ir presos. No me jodan con cuestiones de empatía y moral. Pero no tenemos drama con la muerte civil. Amamos que alguien desaparezca de la vida y no pueda volver nunca más, por el bien del país o para que no altere nuestro andamiaje de creencias de almas sensibles.

El problema de una guerra -fría, civil, convencional- es que todos creen tener razón. Hay un punto en el que queda plasmado: para regresar a ese supuesto pasado de grandeza debemos eliminar a alguien de la ecuación.

Es entonces cuando hay que reconocer, de una vez por todas, que todas las opciones se han vuelto en algún aspecto conservadoras. Como si el mantra “Make America Great Again” hubiera sido adoptado por todos. ¿Cuál sería la época de grandeza que evoca la frase trumpiana? Pensar que es solo económico es negar sus implicaciones. ¿La América segregacionista, la de las persecuciones a quienes pensaban distinto, la que expulsó a las mujeres de las fábricas ni bien terminó la Guerra?

Si venimos para la Argentina estamos no tan distintos. El kirchnerismo habla de volver a un período de felicidad marcado por la paz que, en comparación con este caos, hasta yo recuerdo con mejor semblante. Es como rememorar lo bien que estábamos en el tornado mientras se prende fuego la casa.

Algunos opositores, en cambio, citan períodos de una Argentina gloriosa. Épocas en las que mis ancestros eran pobres por ser inmigrantes. Una época que duró demasiadas décadas pero que, a mis abuelos, no les jodía porque no iban a la guerra. Sus hijos, ilustrados gracias a la educación al alcance de todos, comenzaron a ver el mundo de otras formas. Y se mataron entre ellos.

¿Cuál sería nuestro pasado de grandeza? ¿Todo se limita a la Copa Mundial del PBI?

A lo largo de la historia argentina hemos tenido 66 años de guerras civiles. Para 1880 uno de cada tres argentinos tenía al menos un familiar caído. Durante el período dorado tuvimos un bombardeo en 1890 por parte de la Armada Argentina que dejó un número estimado de 300 muertos según las cifras más optimistas. En 1919 tuvimos la Semana Trágica, con una cantidad exorbitante de fallecidos de la que solo tenemos un registro: más de 1.300 contabilizados por la Embajada de EE.UU.

Por aquellos años surgía la Liga Patriótica Argentina, supremacista y con menos argentinidad que un bagel de salmón para el Día de la Independencia. Ni uno de sus miembros era hijo de argentinos. Pero alcanzó para hacer mierda por apátridas a los inmigrantes que protestaban. O a los judíos que no sabían cantar el himno, a quienes torturaron, mataron, violaron e incendiaron sus viviendas en el Once.

En 2019 se cumplió un siglo. Nadie lo recordó en el país de los números redondos. Los años inmediatos siguientes tuvieron a 600 muertos en La Forestal y 1.500 en la Patagonia Rebelde. Este año se cumplió un siglo. Nadie lo recordó en el país de los números redondos.

Recién tuvimos democracia plena en 1951. Porque el voto era secreto, obligatorio y universal, pero el universo no incluía a las mujeres. Sin embargo ya eran tiempos de encanar opositores.

De allí en adelante también me pregunto cuál fue el momento que deberíamos extrañar. ¿Los golpes tras golpes? Los atentados del ‘51? ¿Los bombardeos de junio y septiembre de 1955? ¿Los fusilamientos de José León Suárez? ¿La proscripción del peronismo en cada elección hasta 1973? ¿La subversión meta aterrar a la ciudadanía bajo el delirio de un Estado socialista en un país en el que cualquier laburante tenía casa, auto y vacaciones pagas? ¿Los grupos parapoliciales? ¿Las desapariciones? ¿Los levantamientos carapintadas? ¿La toma del regimiento de La Tablada? ¿Los atentados de los `90? ¿Los muertos de 2001 y 2002? ¿Los muertos por la corrupción?

¿Cuál cazzo es la época dorada de la Argentina a la que hay que volver? ¿En qué se basan? Porque si tan solo es un asunto económico, después no vengan con cuestiones constitucionales, derechos, libertades y garantías. Porque en este país de más de 200 años de historia, la vigencia plena de la Constitución para cualquier ciudadano argentino solo acumula cuatro décadas sobre veinte. Y casualmente son las últimas cuatro. Además, ya somos una Patria sojera y minera de nuevo y, así y todo, estamos partidos en pedacitos.

Hoy se puede decir que el gobierno hizo la vista gorda mientras se cometían miles de violaciones a los Derechos Humanos durante la cuarentena. Te cuesta el trabajo, pero no la vida. Por ahora.

Es en este momento de mierda en el que podemos putear a un gobierno de mierda sin temor a no volver a ver a nuestros seres queridos. Por ahora y con excepciones. Podemos morir en manos de un fumapaco o de un policía mal entrenado y pasado de merca, pero difícilmente dentro del marco de un plan de exterminio. Y aquí me detengo porque todo indica que no faltan ganas.

Todos creemos saber qué es lo que hay que hacer, todos creemos que nuestra defensa de nuestra facción es fundamentada y que el fanático es el otro.

Sin embargo, en 2019 los debates electorales por la presidencia sumaron un rating de 32 puntos. 3.2 millones de habitantes chusmearon qué tenían para proponer los candidatos. El padrón habilitado era de 34 millones. ¿A quién votaron y basados en cuál motivo? ¿Se entiende que solo el 10% del padrón se interesó en escuchar a los candidatos pero el resto votó igual sin saber qué carajo hacía?

Esa es nuestra democracia desfalleciendo y con honores: nos dio tanta libertad que libremente elegimos no ejercerla. Exigimos un mundo que garantice felicidad pero no sabemos qué es lo que hace feliz a otros.

Así es que entiendo a quienes no quieren saber nada. Tantos años de buscar una razón a mis afecciones me llevó a interiorizarme en que el cerebro se estresa a la hora de tener que tomar una decisión por obligación y que, para evitar un cuadro químico depresivo, muchas elecciones las hacemos de forma mecánica, sin sopesar demasiado. Saber que de esa elección obligada depende nuestro porvenir, deprime.

A veces envidio a quienes logran abstraerse de todo. Es difícil hacerlo. Tenés al pelmazo que se va de gira “con agenda abierta” al G7 ¿Cómo hacemos para que no importe? Agenda abierta quiere decir que viajó sin tener idea de para qué, pero algunos de mis colegas lo plantean como estrategia internacional de un tipo que no consigue echar a un subsecretario pero quiere “reconfigurar el capitalismo internacional” con la autoridad moral de gestionar un país pobre. Sin huracanes, con un terremoto de vez en cuando, sin guerras hace tiempo, sin grupos terroristas secesionistas y con abundancia de recursos. Pobre.

Todos proponen volver a algo en vez de ir hacia otra era. El problema de si mañana es como ayer es no saber cuál ayer elegimos.

Y ni siquiera es un problema local. Después de todo, nunca hay que olvidar que la democracia lleva un par de siglos en un puñadito de países y tan solo unas décadas en el resto. Y solo hablo de Occidente. En términos históricos es un experimento. ¿Qué son dos siglos en 8 mil años de historia política?

Como siempre que entramos en crisis, cada vez más gente cree que el sistema no sirve. No es la primera vez que sucede, solo que en algunos casos costó millones de vidas. Lo peor es que resulta difícil defenderla cuando en su sistema sentimos que vivimos mal, que esta semana somos un diez por ciento más pobres que la anterior.

Increíblemente, seguimos con una tara de épocas mejores a las que hay volver. Y yo no quiero volver a ningún lado porque me la corto. Aún no entiendo cómo hicieron mis abuelos y mis viejos para vivir con décadas de inflaciones de tres dígitos, cuando no de cuatro. Mucho menos comprendo esa melancolía por tiempos de sangre.

Quiero lo que nunca se vio. Qué sé yo, probar qué pasaría si cumplimos con la Constitución por una vez. O, quizá, averiguar si una política económica a largo plazo realmente haría colapsar la continuidad del espacio-tiempo, o tan solo nos daría algo de previsibilidad y progreso.

Decía que envidio al que ignora. Ignorar te hace más feliz aunque estés peor que otros porque no sabés de lo que te estás perdiendo. A la larga es mejor no tener que pensar. Lástima que otros piensan demasiado por nosotros sin tener en cuenta qué queremos. Y nosotros los defendemos como si tocaran a nuestras madres. Si todo sigue así, es solo cuestión de tiempo para que, nuevamente, nos matemos entre nosotros.

Ganas, precisamente, no faltan. Y no se hagan los puristas que nos conocemos mucho.

Ah, pero qué felices que éramos.

Nicolás Lucca

 

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