Inicio » Relato del presente » Bingo de traidores
Corría el año 2002. Y decir “correr” no es un eufemismo: iba a las chapas, pero en círculos. Al menos para mí, claro, que todos los días me desayunaba con una nueva noticia que daba vuelta cualquier planificación, mientras el año se hacía tan largo como una década. En todo ese vaivén de hechos, existieron múltiples protagonistas. Como en cualquier historia, hay actores principales, actores de soporte –no me agrada el término “secundario”– y diversas escenografías. Hecha esta salvedad, a inicios de 2002 Néstor Kirchner era una suerte de extra mientras que el protagonista absoluto era Eduardo Duhalde.
En ese contexto, el 26 de marzo de 2002, una noticia corrió fuerte: Ricardo López Murphy renunciaba a su afiliación a la Unión Cívica Radical. En la carta que luego fue publicada en los medios, el economista que porta los nombres de Balbín y de Yrigoyen, aseguró que se alejaba por el “decidido apoyo partidario hacia un gobierno cuya actitud ha sido de destrucción de las bases del sistema económico y que se encuentra en las antípodas de lo que a mi entender requiere la recuperación argentina: el respeto sin cortapisas a las instituciones, al estado de derecho y a la seguridad jurídica”.
Yo tenía 19 años y, sin ser radical, todavía recuerdo el hecho. ¿Por qué? Básicamente, porque no entendía por qué un tipo que había sido eyectado del ministerio de Economía menos de un año antes se exponía de esa forma ante una realidad en la que existían malos protagonistas y de soporte. Los primeros eran Fernando De La Rúa y Domingo Cavallo; el segundo era Ricardo López Murphy.
Para fines de ese eterno y vertiginoso 2002, Néstor Kirchner se convertía en el candidato a Presidente de Eduardo Duhalde. López Murphy también competiría por la presidencia con su propio partido. El último día de la campaña, el presidente Duhalde dijo que López Murphy no era una amenaza electoral. Sacó tres puntos menos que Kirchner.
A pesar de ser señalado como el segundo responsable del caos económico de 2001, López Murphy tampoco se llamó a silencio al quedar afuera del balotaje. A mediados de 2003 ya estaba en contra del rumbo económico del kirchnerismo, algo a lo que nadie, pero absolutamente nadie se animaba a decir frente a un micrófono. Fue el primero en señalar la brutal diferencia entre los precios de la soja y el petróleo de 2001 contra los de 2003, para luego remarcar que la suerte no es eterna, que la bonanza se debe aprovechar para arreglar los problemas estructurales y que el gobierno iba exactamente a contramano de ese objetivo.
Pero si tan solo hubiera criticado lo económico, bueno, vaya y pase. López Murphy también arremetió contra el manejo institucional del gobierno, anunció el fin de la independencia del Banco Central, criticó en soledad el juicio a los ministros de la Corte Suprema y hasta se puso en contra de lo que llamó “desandar años de construcción democrática y reabrir heridas” por la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final.
Su partido fue uno de los pilares de la llegada de Mauricio Macri a la Jefatura de Gobierno en 2007. Para 2008 le pagaron el gesto con una interna en la que denunció fraude. Y renunció de vuelta a otro partido.
En mi puta vida voté a Ricardo López Murphy. Y tener que aclarar este punto me da un poco bastante de bronca, pero son los tiempos en los que vivimos, en los que cualquier pelotudo recién amanecido cree que tener una cuenta en una red social otorga el curioso poder de reclamar a personas que no conoce por cosas que no sabe si hicieron.
El 6 de marzo de 2010 se publicaba en La Nación la primera columna de opinión de Javier Milei. Recién ahí entra en escena el actual presidente. ¿Pero se le puede achacar lo que hizo o no hizo cuando no era una voz conocida?
Cuando López Murphy se opuso al proyecto de reforma constitucional, Javier Milei era asesor del convencional constituyente Antonio Bussi. El original, no su vástago. ¿Se lo puede culpar por agarrar un ingreso del Estado a los 24 años en vez de decirle “no” a uno de los más altos responsables del Terrorismo de Estado en el Noroeste argentino?
De 2012 en adelante, Ricardo López Murphy se dedicó a la actividad académica y a dar su opinión cuando algún periodista lo llamaba. Si vomitaba sobre la política económica, institucional y social de Néstor Kirchner, podemos imaginar lo que opinaba de la gestión de Cristina.
En ese 2012, Javier Milei se sumó a la Fundación Acordar. La de Guillermo Francos. La que impulsó una presidencia de Scioli en 2011. La que craneó un montón de ideas económicas para el Frente Renovador entre 2013 y 2015. ¿Se lo puede culpar por hacer lo que hizo la mayoría de los liberales que se acercaron al poder y que no es otra cosa que buscar al peronista mejor vestido y que parezca más sensato o al menos disimule un cachito?
La actividad de los dos economistas los llevó a coincidir en varios lugares de opinión. En diciembre de 2014, por ejemplo, aparecieron juntos en el programa que tenía Carlos Maslatón en una radio.
Ahora, resulta que es una basura y un traidor a las ideas de la libertad. ¿Qué pasó? ¿No puede terminar una semana sin que haya un traidor nuevo, un enemigo construido y a estrenar? Vi pasar a varios repetir como monjes tibetanos en trance que “ya se habían puteado el año pasado”. Y yo, que tengo problemas de memoria a corto plazo pero que, muy a costa mi salud mental, llevo un bibliorato de datos al pedo en la cabeza, estaba seguro que no, que no había pasado. Lo busqué y tuve razón. O sea, sí, hubo insultos, pero solo de un lado hacia el otro. Adivinen quién.
En aquel entonces, el disparador fue que López Murphy había dicho que la dolarización no era una idea con la que coincidiera y que se necesitaba un programa fiscal. Eso bastó para que Milei lo destrozara a los gritos en la Feria del Libro. Así, López Murphy pasó de recibir elogios en público y consultas académicas en privado de parte de Milei, a ser un traidor. Directamente. Sin término medio.
Siempre con la esperanza de intentar comprender el accionar de otras personas, hubo colegas que dilucidaron una bronca de Milei hacia el intento de captación de votantes liberales por parte de una lista interna en Juntos por el Cambio. Si fuera así, la habría ligado también José Luis Espert. Y si realmente fue el coso de la dolarización, Milei tendría que haber tratado de traidores a un listado de economistas mucho más largo que el apellido Sturzenegger. De paso, Arnold también argumentó en contra.
Pero saltamos a 2024 y el presidente es invitado a Corrientes. Allí, delante de un grupo nutrido de liberales, dijo que “el que traiciona una vez traiciona dos veces” y llamó “basura” y “traidor de las ideas de la libertad”. ¿López Murphy criticó a Smith, Rothbard, Mises o Hayek? No. Según Milei lo criticó a él.
Fui a buscar la última intervención de López Murphy, esa que habría consumado la traición doble, y me encontré con un discurso en la cámara de diputados por el cual Milei debería levantarle un busto. Nadie le defendió tan eufóricamente el mamotreto que mandó el Ejecutivo. Incluso, López Murphy fue aún más a fondo y dijo “si dejaban el paquete fiscal, también se lo votábamos”.
¿Qué pasó, entonces? Nada, que al diputado al que Milei llamaba “mi segundo papá” se le ocurrió decir que se debía aprobar también una ley de Presupuesto, porque “el Ejecutivo no nos puede cobrar impuestos para gastar como quiera”. Luego, López Murphy pidió por un Central autónomo y cerró con un llamado de atención por la carencia de voluntad de “perseguir a los corruptos hasta el fin de la Tierra”.
Se ve que le dolió. Eso fue dicho el 31 de enero y, como Milei es un tipo que no habla en caliente, aguantó 19 días para tirarle con todo. Justo en un evento en el que dijo que aún sostiene que “el Estado es una organización criminal que se sostiene con el robo a través de impuestos”. Cosechó una ovación. No aclaró que es una frase de Rothbard.
Ya que apareció don Rothbard, nadie preguntó si el presidente recordó que uno de sus economistas más idealizados fue quien sostuvo que no es igual un subsidio que una exención impositiva. Son opuestos y la segunda opción es superior y correcta. De hecho, Milei mismo ha sostenido siempre el concepto al afirmar que el “subsidio es darle a uno la plata que es de otro” y que “una exención es que el Estado deje de robarte”. Hasta que un gobernador te rompe las bolas, claro.
Pero así son los tiempos que corren. El presidente Milei y algunos de sus colaboradores son quienes definen quién puede trabajar para quién, qué debe aceptarse y qué no, qué es moralmente tolerable y qué no, qué es casta y qué no, qué es liberalismo y qué no, qué es una traición y qué no. Y así, el parámetro de traición es bastante azaroso.
A mí lo que me intriga es cómo se decide quién será el traidor de la semana. ¿Surge de una reunión de gabinete? ¿Una tirada de cartas? ¿Una siesta? ¿Nominan gente tipo Gran Hermano?
En un sorteo a través de Lotería Nacional, se encontraron con el DNI de Alejandro Borenztein y el presidente fue a darle. ¿Qué hizo el arquitecto Borenztein? Dar su parecer sobre la larga sesión tuitera de Milei contra Lali Espósito, cuya cara apareció en una mancha de humedad del Hotel Libertador y fue tomado como una señal. Lo bueno es que podemos saber qué piensa don Borenztein desde hace, por lo menos, unos 30 años ya que comenzó como uno de los guionistas de su padre, Tato Bores.
Pero ahí fue el presidente y dio a entender que el señor Borenztein está con Massa. ¿En serio da para tratarlo de massista? ¿Posta da para que lo diga alguien que laburó indirectamente para Massa y tiene asesores, legisladores y hasta algún que otro funcionario de primera línea surgido del Frente Renovador? ¿Denserio?
A título personal, me preocupa por algo muy sencillo, y miren con lo poco que me conformo: si al menos hubiera un criterio, un perfil de persona a fusilar con la lengua o con una oleada de tuits, algo que permita saber una regla de juego, me sentiría más preparado. Sí, tengo la vara en el piso. Pero si un día la traición se llama Píparo, otro día Lali Espósito, luego Alejandro Borenztein y al otro López Murphy, no puedo dilucidar nada.
¿Qué nos queda al resto?
Es una sensación de imprevisión total que se guía por una sola premisa: ni se te ocurra marcarle algo al Presidente ni aunque digas públicamente que vas a votarlo en un balotaje, lo defiendas en la cámara de diputados y le votes la Ley Óptimus Prime. López Murphy hizo las tres cosas aún después de haber sido insultado por Milei. La ligó igual. ¿Qué nos queda al resto? ¿Cómo se puede pensar y decir lo que se piensa si, luego de una agresión verbal, el presidente retruca un “lo hubiera pensado antes”, como afirmó en una entrevista radial?
¿Dónde está la denuncia penal del gobierno contra Sergio Massa y Alberto Fernández por el delito que el mismo gobierno dice que cometieron? ¿Dónde están las denuncias contra todos y cada uno de los diputados a los que el presidente acusa de ser coimeros? ¿Y dónde están las denuncias contra los funcionarios que pagaron en negro sobres a periodistas? ¿Dónde están las denuncias contra esos periodistas, que un cohecho necesita de dos partes, por algo se llama cohecho?
Yo les digo dónde están: “No venimos a perseguir a nadie”.
Judicialmente, claro. Y la Justicia es el único lugar donde un ciudadano puede ejercer el derecho de su propia defensa.
La cantidad de votos no convierte una opinión en una verdad. Es un concepto que tiene más de 2.400 años desde que fue esbozado por Platón. Y ya pasaron 2.100 desde que fue profundizado por Cicerón en un ficticio debate con sus amigos Quinto y Ático: “Sería derecho latrocinar, derecho adulterar, derecho suponer testamentos falsos, si estas cosas fueran aprobadas por los sufragios u ordenanzas de la multitud”.
Creer que una inmensa masa de millones de argentinos votaron por los conocimientos económicos es suponer que este país sabe de economía. No es que mi tía Giuseppina se puso a debatir en la cola del súper sobre la teoría del equilibrio general mientras se puteaba con una keynesiana para definir su voto. Si supiéramos de economía, no estaríamos como estamos. Y si no estuviéramos con el tujes tan, pero tan inflamado, Milei no sería presidente. Es un círculo vicioso en el que se debe exigir respeto. No se puede insultar a los que estaban en la primera fila. Un cachito de pudor, al menos.
Varios de los que estamos acá puteamos a los kirchneristas desde antes de que llegara Colón. Muchos de los libertarios ya lo eran antes de que Milei escribiera su primera columna de opinión. Todos sabemos que Milei todavía puede decir lo que se le canta el ocote porque el kirchnerismo es un cuco espantoso para demasiada gente. Pero para la sanción de las leyes que se vienen, se requiere la seducción de los que no son enemigos, no inventar enemigos nuevos por todos lados. Lo sabe usted, lo sé yo. Supongo que el presidente también. Salvo que lo único que nos importe sea que las cosas no cambien y dedicarnos a putear al traidor que haya salido sorteado.
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Un comentario
Espectacular.