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El Metalverso

El Metalverso

Un día cualquiera en un barrio cualquiera de la Ciudad de Buenos Aires. Un comercio chiquitito de barrio intenta comenzar, tibiamente, con las ventas por el Día del Niño. En su vidriera se ven exhibidos los mismos ejemplares que pueden observarse en otros escaparates de cadenas jugueteras: espantos de plásticos de marcas dudosas, engendros de mala calidad y productos de primera marca, pero de colecciones antiguas y a precios irrisorios.

Mientras mi celular comienza a explotar de notificaciones por algo que hizo un expresidente y que más tarde podré leer, la dueña me dice lo que ya sé: que los precios serán ridículos, pero no queda otra que abastecerse a precio vil en blanco. Así es que pueden verse cajitas que ya no se consiguen en el extranjero a cifras que, en dólares, le suman un cero al precio real que pagaría cualquier hijo de vecino en otro lugar del mundo. ¿Margen de ganancia del local sobre estos productos? Nulo.

En horas de la mañana, una pareja de personas muy bien vestidas aparecen y quieren chusmear algunos juguetes. Bueno, todos los juguetes. Son inspectores de la Secretaría de Comercio de la Nación. No solo dan vuelta toda la mercadería, sino que exigen los papeles de cada compra. Está todo en regla. Igual labran un acta de “todo está bien”. Quienes entendemos del sistema administrativo público sabemos que un acta funciona como una Cédula de Notificación o una Carta Documento: aunque haya sido emitida para dejar constancia de un “Feliz Cumpleaños, tontolón”, funciona también como acto amedrentador de “no olvides que estamos acá, papu”.

Esta escena podría haber ocurrido en alguna parte de los 100 años de decadencia argentina, o bajo el oprobio de los comunistas que guiaron los destinos del país durante los últimos veinte años, pero ocurrió la semana pasada. Misteriosos son los caminos de las Fuerzas del Cielo.

Más de una vez me han leído repetir una frase: “En la Argentina, la Constitución es un listado de sugerencias”. No es mía, es de Carlos Fayt, ministro de la Corte Suprema hasta el 11 de diciembre de 2015. La sugerencia menos escuchada de esa listita de 129 artículos está en el número 16:

«La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.»

No le damos bola ni un solo día de nuestras vidas. Mientras lee estas líneas, hay personas mega privilegiadas, con muchos más beneficios que usted, que yo y que cualquiera que conozca. Bueno, salvo que usted esté en ese grupo.

Hay privilegios aceptados en nuestra normativa, como los que dan pie a determinados proteccionismos con el fin de fomentar alguna industria. Y también hay abusos de privilegios. ¿Les conté que la Cámara Argentina del Juguete está en manos de Rasti? Saber esto y pensar en la calidad y precios de los Lego que conseguimos en la Argentina, es unir dos puntos.

¿Por qué la gente interesada en comprar cosas caras lo hacen cuando viajan? Cuando un boludo cae en la línea de la AFIP en la cola de ingresos provenientes del extranjero en el Aeropuerto, me dan ganas de presenciar qué le encuentran en la valija. No por morbo, sino para saber cuáles son los sectores más protegidos del momento. Dime qué traes, te diré qué proteges. Dime qué te secuestran, te diré quién es el culpable.

En algunos casos es casi irrisorio. Los precios exhibidos para algunos productos hacen que los mismos puedan ser adquiridos por un sector de la sociedad con un altísimo poder adquisitivo. El mismo poder adquisitivo que les permite comprarlo en el extranjero, no ser estafados por la connivencia entre el ente recaudador y una cámara industrial y, de paso, viajar.

Poco ha cambiado la cosa y pareciera que no hay interés en modificarlo, dado que no hay señales de intenciones, siquiera, respecto de la Aduana. Al menos lo que excede a lo tributario, que ya es un delirio.

Quizá sea por eso que comencé a putear a la pantalla cuando ví la denuncia contra el candidato elegido por el Partido Justicialista con el voto unánime de Cristina Fernández. Ver la vergüenza de quién nos gobernó nos hizo recordar y revolver demasiada mierda. Ver esas noticias nos hizo recordar y agradecer que se terminó, que al menos él no está más.

Lástima el resto de los que designó, que aún siguen en funciones como si nada.

Durante la cuarentena a la que nos sometió El Moderado, vimos privilegios con las vacunas para no morir. También vimos que algunos podían ir con sus hijos a un cumpleaños clandestino en la casa del que dispuso que ese cumpleaños era un delito, mientras otros sólo podían llevar a sus hijos en brazos, aunque estuvieran sometidos a una quimioterapia.

Fue durante esa cuarentena que algunos tuvimos que conformarnos con tocar una piedra para llorar a un ser querido, mientras que una multitud podía congregarse en la Casa Rosada para despedir a un ídolo popular. Algún uso había que darle al domicilio sito en Balcarce 50. Un día era una casa velatoria, otro un albergue transitorio, más tarde un depósito de piedras secuestradas a personas en duelo.

Es curioso cómo funciona la memoria. Al ver pasar la frase “el ascensor de la Casa Rosada”, recordé que no funcionó durante más de un año. Cómo olvidarlo si, cuando lo conté en una nota, llamaron del entonces gobierno para intentar averiguar cómo lo sabía e intentar aclarar que ya estaban por arreglarlo. Se ve que lo hicieron.

El privilegio sólo puede ser entregado por un ente superior. Nadie puede desequilibrar por sus propios medios la igualdad de los habitantes sin atenerse a consecuencias legales. Cuando un delincuente decide que lo mío es de él, pretende aplicar un privilegio de desigualdad ante la ley, aunque no lo sepa: mi propiedad privada ya no es mía y estamos en desigualdad de derechos. Ante estos casos, la ley actúa. Bueno, lo intenta casi siempre infructuosamente, pero está escrito que se debe corregir y penalizar a ese que quiso no ser igual a mí.

Pero en la Argentina cada uno cuida su propio culito. Casi todos están en contra del privilegio hasta que pueden conseguirlo. Por revanchismo, porque otros lo tuvieron antes, porque ahora me toca a mí, porque cómo nos vamos a negar a tremenda oportunidad, por el motivo que sea.

Sin embargo, desde otro punto de vista, el privilegio es una forma de pérdida de libertad. Por eso es que desprecio tanto al privilegiado: porque siente placer en saberse superior al resto, por tener un trato desigual favorable, por sentirse tenedor de un poder que no es ni siquiera de quien se lo dio.

De entre todos los privilegios existentes, nada me genera más curiosidad que la sensación de eternidad del que tiene el privilegio de acercarse un cachito al Poder. La libertad perdida es la de acción con todo lo que eso conlleva. Pongamos de ejemplo la libertad de expresión. Los atacados por el presidente o alguno de sus funcionarios sienten que la libertad de expresión está en riesgo. Y es cierto, pero el privilegiado ya la perdió. Fíjense lo que le ocurre a cualquiera que esté en un lugar bonito en el esquema de Poder y quiera hacer algo tan estúpido como ponerle “me gusta” a una publicación.

Lo curioso es que el privilegiado no tendrá libertad de acción pero tampoco le importa. No se da cuenta de que no tiene mucha diferencia con un mantero que acepta pagar una coima semanal a la policía para poder estar donde está. Está tan absorto por su privilegio que preferiría la muerte antes que volver al llano del común de los mortales. Por eso el primer censor del privilegiado que intenta hacer algo por fuera de su privilegio, es buchonearlo. Señalar es una forma de congraciarse con el Poder y, de paso, garantizar que nadie ponga en riesgo el privilegio.

Como si fuera un Nueve Reinas de privilegiados, con pararnos en una esquina y mirar alrededor vemos un mundo de privilegios y desigualdades ante la ley. El tipo que robó dos estacionamientos en plena calle para poner mesitas afuera del bar como si aún estuviéramos en pandemia, el bosque de arbolitos a metros de la AFIP y del Banco Central, un par de coches estacionados delante del agente de Tránsito que nos hace gestos para que avancemos, los comercios que no pueden vender alcohol de noche para no cagarle el negocio a los bares a costa de la libertad de poder empedarte en paz en tu casa, y todos esos locales por los que los inspectores de la Secretaría de Comercio pasaron de largo en camino al de una boluda a la que le pidieron hasta la libreta de vacunas.

Al mencionar a la Constitución Nacional me vino a la mente otra de mis sugerencias favoritas, una implícita en la misma oración de “todos sus habitantes son iguales ante la ley”, cuando se agrega “y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”. ¿Qué está implícito? La meritocracia. Idoneidad no es solo estar capacitado para el puesto a desempeñar, sino también que puede haber alguien más idóneo. Nada de esto ocurre en las designaciones gubernamentales.

¿No es curioso que un funcionario puesto a dedo por un Presidente hable de exámenes de idoneidad? Alguien tiene que hacerlo, claro, pero no deja de ser gracioso. ¿Es Adorni el más idóneo para ocupar su cargo? Probablemente lo sea, de hecho yo sí creo que es la persona indicada para ser el vocero de este gobierno. Del mismo modo, creo que ninguno de sus parientes supera la primera evaluación, y sin embargo, ahí están, con cargos. Privilegios y prisión ficticia: nadie podrá decir nunca nada que afecte el ánimo del otorgador del privilegio. Y todos sabemos que los ánimos son tan cambiantes como el clima.

Quizá podamos graficar el privilegio con la figura de un expresidente. Miren si lo sabrá Alberto que, a lo largo de todo su triste mandato, tuvo que agachar la cabeza y decir “sí, señora”. ¿Quién puede aceptar el privilegio de ser designado presidente a dedo? ¿Tan boludo se puede ser de no dimensionar la cuantía de tamaña limosna? Ahí lo tienen al violento que nos violentó a todos y a una en particular: pagando el precio de su privilegio. Y nótese cómo será el mecanismo, que aquel quien otorga el privilegio, siempre la saca más barata que el privilegiado. Y ahí va Cristina, comparando a Alberto con De La Rúa, como para que no nos olvidemos que el segundo se tuvo que ir en helicóptero por mucho menos.

En el sector privado también ocurre. Ah, lo pelotudo que me sentí al creer que, al abandonar mi planta permanente, entraría a un mundo vertiginoso pero sin prerrogativas de sangre. Ahí estoy, en la convivencia con los hijos de, los sobrinos de, los nietos de y los amigos de. Cuatro escuadrones de paracaidistas que siempre llegan antes a los mejores lugares, muchos con gran idoneidad, pero no sabemos si más o menos que otros porque la primera oportunidad les tocó por tener la suerte de haber nacido. Por privilegio.

Y qué decir de los medios de comunicación. Mi terapeuta y mi psiquiatra me han pedido más veces que modere mis críticas que el mejor estudio de abogados. Así que me limitaré a decir una sencilla frase: si nadie recuerda quién corno fue Bernardo Neustadt, ninguno es tan importante. Suponer que un medio se sostiene con el aporte de sus consumidores es de una infantilidad supina, se trate de Caras y Caretas en 1914, o de Clarín en 2024. Y en cuanto a los medios alternativos que dicen vivir y sostenerse gracias a sus consumidores solo puede creerse en cuestiones de proporcionalidad.

En todo este texto, hablo con conocimiento de causa por formar parte o haberlo hecho. Trabajé en el Estado en todas sus categorías –locación de servicios, planta transitoria, planta permanente– fui redactor y editor en tres medios nacionales y me gustaría comprar cosas que no compro porque en mi país son privativas por el entramado de impuestos y prerrogativas permitidas para un grupo de privilegiados, como pudo verse de forma pornográfica cuando la Aduana de la gestión anterior publicó un video con las donaciones que hicieron de productos secuestrados ilegalmente a sus compradores, boludos sin contactos, pelotudos sin privilegios.

La clave del privilegio es poder ejercerlo. ¿Cómo ser superior en la soledad del desierto? ¿A quién le importa que alguien se autoproclame Rey de Devon, la isla desierta más grande del mundo? Los que tienen una palanca, un salvoconducto o laburan en la Aduana, visten con ropa que no se consigue acá y tratan de que se note lo más posible. El perfil bajo es para pelotudos, todo hay que filmarlo, fotografiarlo o compartirlo. Por eso no me sorprenden los videos de Alberto filmados por el mismísimo Alberto. El privilegio le cayó de pedo, ¿cómo no ostentarlo? Es un shot dopamínico.

El tipo nos dijo en la cara, delante de todas las cámaras, que si no entendíamos qué significaba una cuarentena, él se iba a encargar que lo entendamos por las buenas o por las malas. Cual patovica de un pelotero, tildó de pelotudo a un pibe que quiso llegar a su casa. Pero el tamaño de un privilegio es proporcional a la privación de libertad que conlleva: mientras cada provincia daba rienda suelta a sus delirios de pequeñas dictaduras con el listado de violaciones a los derechos humanos más grande de la democracia –pueden chusmear en este link– él debía conformarse con ser el rey de Devon, invitar a alguien que quiera sentirse privilegiado o privilegiada. Y filmar y sacar fotos. ¿Por pelotudo? No, por privilegiado.

Y aunque a mi psiquiatra, mi terapeuta y a mi abogado no les guste que vuelva a decirlo, Alberto hizo todo lo que hizo porque podía, porque cuando alguien le decía que no podía hacer algo, se comía los mocos y agachaba la cabeza. Todos señalan a Cristina por haberlo designado. Pero luego fue votado. Y fue presentado como “un tipo muy inteligente”, “alguien que puede poner en caja al kirchnerismo”, “un moderado”, Menos mal que era la versión moderada. Imaginate lo que hubiera sido la versión recargada.

Debo decir que no fueron todos, ni siquiera la mayoría. El problema con los medios no es la cantidad de su composición, sino las cabezas más visibles y las voces más escuchadas. De ese grupo, son pocos los que se salvan de haber presentado a Alberto como El Moderado. A mí no me miren, que arranqué a putear el mismo día del anuncio de su candidatura y el archivo me respalda. Pero se llenó, no más, de gente que presentaba como El Moderado a un tipo que le robó un legislador al PRO en 2005, que fue el Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner durante todo su mandato y de Cristina Fernández de Ídem hasta que el voto no positivo de Cobos se lo llevó puesto.

Un Moderado que rubricó la Resolución 125, que recién comenzó a ver corrupción y desmanejos cuando dejó de ser el funcionario más importante después del Presidente. El Moderado que no registró a Cristóbal López, a Lázaro Báez y que, desde la oficina de al lado del Presidente, jamás le llamó la atención que Ricardo Jaime llegara todos los días con un bolso que llegaba lleno y se iba vacío.

El Moderado de la patota del Hospital Francés, El Moderado que era Jefe de Gabinete cuando Antonini Wilson iba a la Casa Rosada, cuando bandas paraestatales pudrieron la Cumbre de las Américas, cuando incendiaron la estación de Haedo, cuando Skanska confesó pagar coimas, cuando Oyarbide ganaba todos los sorteos de causas problemáticas, cuando aparecieron tres muertos maniatados y fusilados a la vera de una ruta. Fue El Moderado quien creó la Unidad del Sistema de Información Nacional, la USINA, cuya única función era monitorear todas las noticias de cualquier medio para emitir informes que permitieran llamar a los periodistas de forma directa. Un Moderado de la reputísima madre.

Todos, absolutamente todos los que vieron moderación están con la indignación a flor de piel. Por acá se perdieron puestos de trabajo por decir lo que pasaba; por allá siguieron con sus trabajos como si nada. Por acá terminamos con más problemas de salud de los esperados; por allá sus vidas mejoraron cuando todo se hundía. También por acá éramos conflictivos, loquitos, psiquiátricos con los que no se puede hablar; por allá no hablaban porque no querían. O porque no podían. El drama del privilegio. Igual, si veo como cayeron las cosas, agrego algo más para el futuro. Si con Cristina dije «que la corrupción no tape que, además, gobernaron como el orto», ahora agrego «que la violencia y la corrupción no tape que, además, gobernaron como el orto».

 

El 8 de agosto de 2008 tomé una decisión zonza que no sabía que cambiaría mi vida, cuando publiqué un texto en un blog bautizado “Relato del Presente”. Cristina era presidente, Jorge Lanata estaba en el Maipo, Milei venía de asesorar al gobierno argentino en demandas ante el CIADI y comenzaba a trabajar en la Corporación América. Mauricio Macri tenía bigotes y debutaba como Jefe de Gobierno porteño, Patricia Bullrich era la denunciante número uno en contra del PRO, Clarín llevaba tan solo unos meses de oponerse al kirchnerismo gracias a la crisis con el campo y la línea de la pobreza estaba en 1.050 pesos. Un caramelo barato de hoy. Según el INDEC, que ya había comenzado a dibujar sus cifras.

En estos 16 años pasaron millones de cosas a nivel nacional, internacional y personal. Yo no había recibido ni el primero de mis diagnósticos, los artistas más escuchados de hoy estaban en la primaria y Enzo Fernández aprendía a leer y escribir. Eran tiempos de Los exitosos Pells y Todos contra Juan mientras Tinelli aún reinaba en soledad en el podio del rating televisivo. En cine, El caballero de la Noche, Benjamin Button, Quantum of Solace y el Gran Torino se colaban entre las películas más taquilleras. No había Whatsapp, las redes sociales eran para sentarse en una computadora y Blackberry iniciaba su breve reinado.

Hubo cosas que no cambiaron a pesar de que dejé de tener 26 años y ya estoy en la segunda mitad de mis 42. Comencé poco después de haber abandonado el acné juvenil y ya pasé mi primera colonoscopía, pero en el mundo siguen reinando Putín, el Chavismo, el Partido Comunista Chino y lo que queda de Cuba. Una prueba más de que lo único que persiste en el tiempo es lo que se impone por la fuerza. También vi el crecimiento veloz del lado B de lo que tanto me cambiaba la vida: si todos podíamos expresarnos, debía aprender a convivir con opiniones que no compartía. A veces me sale. Pero están los que hicieron negocio de la discordia y el discurso políticamente incorrecto, sin darse cuenta de que, si te aplaude tanta gente, quizá vayas más a favor de la corriente de lo que creés.

Este espacio nunca dejó de existir ni cuando se sumó a Perfil durante un lustro. Siempre tuve mi acceso, mi contraseña y mi libertad de escribir lo que quería, cuando quería y como quería. También fue un alivio para mis empleadores: las cartas documentos me las comía sólo yo.

El repaso también genera un debate interno entre mis otros yo y yo. Más de una vez me autocensuré, lo cual quiere decir que no me sentí plenamente libre. O quizá esos actos de autocensura fueron falta de ganas de discutir lo que para mí es indiscutible. No lo sé. Tampoco sé si algunos casos fueron autocensura o total ausencia de interés por un tema que ya fue abordado mil veces en esta Sede Permanente del Día de la Marmota a la que llamamos País. Cuando nos pongamos de acuerdo con mis trastornos, se lo comento.

Lo que sí puedo decir es: privilegiado, nunca. Acá jamás ingresó una publicidad ni un banner de ningún municipio. No me habré sentido plenamente libre, pero alguna que otra pastilla me ahorro a la hora de conciliar el sueño.

Bueno, a veces.

Y a veces pienso que nadie está exento de que, alguna vez, alguien le haga pagar su privilegio… Pero a qué costo, man.

«(…) al construir Versalles y obligar a los nobles a seguirlo a la Corte, los encerró en una jaula cada vez más estricta de ceremonias y pequeños privilegios, con el fin de privarles, casi sin que se dieran cuenta, de su libertad e incluso, en la mayoría de los casos, de la dignidad más elemental. (…) Como puede ver, la élite soviética, en el fondo, se parecía mucho a la vieja nobleza zarista. Un poco menos elegante, un poco más instruida, pero con el mismo desprecio aristocrático por el dinero, la misma distancia sideral con el pueblo, la misma propensión a la arrogancia y a la violencia. Nadie escapa de su propio destino y el de los rusos es ser gobernados por los descendientes de Iván el Terrible.»

Soliloquio de Baranov sobre “La toma
del poder por parte de Luis XIV” de Rossellini,
en el libro El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli.

P.D: 16 años. Este blog ya puede votar.
P.D II: Este presente es tuyo, Cris. Todo, todísimo en su totalidad total.
P.D III: Tengo libro nuevo. No, no es de política. Es una ventana abierta al interior de una cabeza.

Nicolás Lucca

 

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