Inicio » Relato del presente » El museo de tu bolsillo
El domingo pasado volví después de treinta años a pisar el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, ese del Parque Centenario. Qué idea de mierda. Debería haberme dado cuenta del retraso cuando informaron que no aceptaban otro pago que en efectivo. En el año 2023. Cash. Rodeados de la feria del Mercado Pago. Efectivo. Ni siquiera débito. Así y todo, ese hornerito del billete que entregué para ingresar fue el animal en mejores condiciones que vería en esas instalaciones.
Frascos con la mitad del formol y el bicho asomado, paredes que chorrean humedad, una iluminación deplorable. Réplicas de animales con el nivel de detalle del Pato Donald de la calesita del barrio. Sillas de ruedas inclusivas hechas con sillas de jardín de plástico. En serio, ahí tienen la foto si no me creen. En un sector debería haber un bar, pero quedaron las mesas y las sillas para sentarse a tomar nada, porque no funciona hasta el dispenser de gaseosas (que la empresa entrega a comisión) está desenchufado. O roto, qué importa.
Pero eso sí, tienen un pabellón de la democracia y los derechos humanos.
Dentro de esa porquería sin, siquiera, una rampa de acceso inclusiva, había turistas de Europa a quienes, evidentemente, alguien engañó de forma alevosa. De pronto paseaban por el asilo psiquiátrico de una película de horror. Les veía las caras y no sabía si pedirles disculpas o preguntarles qué esperaban. Pero esa incógnita terminó en mi propia cabeza: ¿Qué esperaba?
Tienen el presupuesto para el mantenimiento edilicio y son el gobierno de científicos, pero el museo favorito de los niños es la Casita del Terror del Italpark después de ser clausurado.
Obviamente, también me calenté por el costo de la entrada para tan patético espectáculo, hasta que recordé que 800 pesos es un regalo, solo que mis ingresos están aún más regalados.
Esto me llevó a lo de siempre: cómo es que terminamos en un lugar en el que nos privamos de cosas porque “están caras”, cuando en realidad están regaladas, solo que no para nosotros. Fue en estos días que charlaba con un amigo sobre el tema “lo caro que está todo”. Mi argumento es un no y le aseguré que está casi todo en oferta, que lo piense en dólares y notará que está todo entregado. “Bueno, Nico, pero no cobro mi sueldo en dólares”. Claro que tiene razón. Pero eso habla aún peor de cómo estamos: que nuestro poder adquisitivo no sirva para un país regalado.
Sí, podrán decirme que las cosas deben ajustarse por inflación y no por la cotización del dólar. Pero muchos, demasiados elementos de la economía global tienen componentes de precios internacionales de los que es imposible desengancharse por una sencilla razón: nadie fabrica ni produce todo lo necesario para su propia economía.
Pretender la economía autosuficiente es un anacronismo imposible e ineficiente en el siglo XXI. Porque hay países especializados en determinados rubros que resulta una idiotez pretender igualarlos. Ya lo hacen mejor y más barato.
Es como si quisiéramos comer un bife con papas y nos pusiéramos a criar una vaca, cultivar un huerto, talar leña, adquirir una mina de hierro, construir una fundidora para fabricar una plancha, etcétera. El bife con papas lo quiero ahora, no en siete años. Y quiero pagar un bife con papas, no una cadena de producción.
Existen infinidad de elementos de nuestra economía cotidiana enganchados al dólar, pero puntualmente algunos exigen un análisis básico y elemental porque son, precisamente, los que más alejados tenemos del dólar real en los tiempos que corren. Ejemplo práctico número uno: el transporte. Es infinitamente estúpido pretender actualizar el costo del transporte por la inflación. El 90% de sus costos y mantenimiento están dolarizados.
Hoy, el pasaje de colectivo más común –el del tramo de 6 a 12 kilómetros– en la zona más populosa de la Argentina cuesta unos 60 pesos. 27 pesos si es que se cuenta con una tarifa social. Si tomamos el pasaje de 1997 y lo actualizamos por inflación, el costo se iría a 239 pesos. ¿Querés tomarte un subte? Esa misma moneda de un peso que gastabas en 1997, actualizada por inflación, hoy debería costarte 300 pesos.
Es bueno recordarlo ahora que el Hípepresidente Sergio Tomás Massa, el primero de su nombre, desactivó el conflicto del sector con diálogo. El hombre aseguró que quiere «empresas fuertes, servicios públicos que la gente pueda pagar, trabajadores con buenos salarios». Obviamente, eso se paga con amor, no con dinero. ¿Aumentó el pasaje? No. De paso, cañazo: culpó a la ciudad de Buenos Aires por intermediar en un conflicto que perjudicó a medio país.
Pero aún hay más para deprimirse. En Estados Unidos, un dólar de 1997 hoy equivale a 1,90 por la inflación acumulada en el país del norte. ¿Te imaginás pagar un boleto mínimo de colectivo unos 753 pesitos? No creo que te queden ganas ni para fijarte si te tocó un número capicúa. ¿Dos cospeles de subte? Dejaste casi 4 mil pesos.
Ganó tu equipo y querés comprarte el diario del lunes. El gran diario argentino a 1.300 pesitos. Si fuera domingo se te habrían ido 2.375 pesos. El litro de nafta súper lo pagas 940 pesos, pero si sos un campeón y querés cargar Fangio, tenés que dejar 1.100 pesos por litro. ¿Qué son 50 mil pesos en un tanque?
Y qué decir de las tarifas. ¿Recordás esos 80 pesos bimestrales que pagabas de luz en 1997? Solo actualizada por inflación, esa misma tarifa hoy debería ser de 24 mil pesos para un consumo promedio de una casa común y corriente. Dolarizada, 39.680 pesos. Con el dólar actualizado por su propia inflación, 75 lucas. ¿Cuánto pagamos? Y eso que no actualicé el consumo. O sea: en 1997 casi nadie tenía acondicionador de aire ni calefacción eléctrica.
Ah, el gas. Qué temita, ahora que todos festejan que pudieron construir 500 kilómetros de gasoducto tras cuatro años. Este país logró el autoabastecimiento a fuerza del sector privado hasta que pasaron cosas con Néstor y sus amigos. En 2004 reguló el sector. En 2005 comenzamos a importar gas. Para 2006 celebraban la reconexión del gasoducto con Bolivia como un triunfazo cuando era una patada en los dientes del autoabastecimiento.
Ahora tenemos el primer tramo del gasoducto gestionado por funcionarios de La Cámpora y construído por un consorcio de empresarios con la mitad de sus dueños pegados a la Causa de los Cuadernos. ¿Cómo no bautizarlo Gasoducto Néstor Kirchner?
Esos 60 pesitos de gas que pagábamos en la Gran Ciudad por bimestre en 1997, hoy representan 18 mil pesos actualizado por inflación. En dólares de 1997, son 29 mil pesos. Al dólar de hoy son 56.544 pesos. Supongo que cualquier salario promedio puede costear tanto gasto fijo. Total, somos el país de la alegría, el que tiene para enseñarle al mundo cómo se hacen las cosas.
¿Cómo cazzo podemos corregir esta joda loca? ¿Cómo piensan arreglarlo sin que se prenda fuego el país? ¿Piensan arreglarlo? ¿Quién puede pagar todos estos costos básicos y elementales con los salarios de miseria en un país en el que, si cobrás 300 dólares mensuales, ya formás parte del mismo decil poblacional que un Pérez Companc, un Galperín o un Bulgheroni? Ya no hay plata para subsidios a colectivos, pero tampoco alcanza para pagar sueldos. Cualquiera de las dos opciones, es más impresión de dinero.
Les decía, está casi todo regalado. Casi. Comprar un auto en la Argentina cuesta exactamente el doble que en Brasil gracias a los impuestos. El doble. Y mejor dejo para otra ocasión todo lo que tengo para decir de esa mafia de cazadores de elefantes de zoológico que llamamos industria textil. Esa que hace de nuestra ropa lo más distorsionado en relación de precios y calidad. Pero con la defensa de nuestra industria, che.
Lo mismo va para el gobierno y sus lucha contra “la fiesta de importaciones” de quienes pretendíamos pagar 20 dólares por un juguete que cuesta 20 dólares. Si lo traías de forma legal, a pagarlo el doble. Si lo conseguías en una juguetería, el triple. Ahora, gracias a la Aduana de la gestión de Sergio Tomás, tenemos todas las vidrieras repletas de infracciones a la ley de marcas. No son Legos, son otra cosa. No son Transformers, son Cuasiformes.
Cosas que antes veíamos en una feria, hoy están en las vidrieras. Convirtieron el comercio en un mundo de manteros que sí pagan impuestos y nos obligan a que consumamos esas bostas a precios exorbitantes. ¿Lo gracioso? La poca gente que conozco que trabaja en la Aduana no se pone un par de pantalones si no puede mostrar la marca. Se me pasa la risa cuando recuerdo que nos enseñaron que vivimos en un país sin privilegios.
No era mi intención bajonear ni que se suiciden en massa, pero espero que tengamos un mínimo de noción de que esta brutal distorsión no se corrige sin dolor ni rápido. Este mundo en el que es más barato un pasaje en avión a Jujuy que un par de zapatillas, no se corrige sin que sangremos. Este lugar en el que una pizza y un asado se han convertido en lujos privativos, no se arregla sin que nos llenemos de moretones.
Porque todos nos quejamos de la inflación. Pero la verdad es que esta inflación nos resulta cómoda. Les aseguro que corregirla, frenarla, bajarla, nos dolerá tanto que extrañaremos otras épocas y casi nadie dirá “bueno, es por un tiempo hasta que se acomoden las cosas”. ¿Quién no quisiera tener una inflación del 27% como la de 2014? Al lado de esto sería un lograzo digno de un premio internacional, y en aquel entonces nos parecía tan insufrible que era uno de los latiguillos del actual ministro de Economía para pegarle a Cristina y Kicillof.
La inflación es el principal aliado del gobierno. Y ni que hablar de los empresarios que acceden al financiamiento a tasas menores a la mitad de las que fija el Banco Central. Todos tienen acceso al crédito menos vos y yo. Es el ajuste perfecto por la licuación permanente de los costos, esos que hacen que veamos como caras las cosas regaladas.
Y no sé si notaron que hoy el ministro de Economía y su secuaz del Banco Central sólo regulan la línea de flotación de la inflación. Luego de un pico en abril y una leve baja en mayo, todos tenemos billetes con la tinta fresca nuevamente. A imprimir se ha dicho. No vaya a ser cosa que baje aún más y deban ajustar otras cosas que les duelan a ellos, como no tener para hacer política, eso que en la Argentina se define como el arte de hacerte creer que el que causó el problema tiene intenciones de arreglarlo. Algún día.
Porái, si pinta. Mientras tanto, disfrutemos de saber que todos, absolutamente todos somos pobres. Solo nos autopercibimos de clase media. Es la gestión para lajente.
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3 respuestas
Uno piensa, escucha reflexiones, analiza mentiras que te las dicen como verdades. Pero leerte, comparar en números concretos es una cachetazo muy fuerte Nico.
Seguí investigando y escribiendo.
Cariños Nico
Hace poco fui al museo de La Plata esperando algo parecido, pero no. Lo que me sorprendió es que está igual que en mi niñez. Igual es igual… las mismas salas, los mismos animalitos, los mismos carteles. Y mientras miraba los miles y miles de pajaritos, minerales, el edifico imponente, pensaba en qué lejos estamos de poder construir hoy una maravilla semejante. Mantenerlo, a duras penas, pero, ¿y si hubiera que hacerlo desde cero? En esta época en que se festeja la construcción de un bajo nivel, ¿de dónde saldría el financiamiento, el tiempo, la planificación, los profesionales, las ganas…? Para cuando me subí el auto tuve la segunda epifanía: La Plata, la argentina, en esa época, tenían un puñado de millones de habitantes. Toda esa infraestructura de fines del XIX y principios del XX se armó para pueblos de 100, 200 mil habitantes… Para estar a la altura, hoy, deberíamos multiplicarlo por 10.
Las Barbies en USA salen 9.99 USD.
Encontrar una aca es un milagro y si la encontras es CARISIMA. A mi hija les compre unas que no tienen ni pelo en toda la cabeza…
Suicidemonos en Massa