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Es más simple

Es más simple

Parece que fue hace un siglo, pero todavía no pasó una semana del triunfo de Javier Milei. Y esa sensación se debe, en buena medida, a la cantidad de cambios de gabinete que ocurren a diario. Tanto joder con que Milei no tiene estructura y aparecieron los voluntarios. Ahora es como un gobierno de Macri, pero sin Macri. Como le habría gustado a Macri.

Todavía me río de los que tiraban sus propios nombres al voleo, a ver si ligaban algún cargo interesante. Los relegarán a una nube llamada “grupo de asesores”, ese limbo integrado por los tipos a los que el presidente les tiene cariño. Pero que ni en pedo les presta las llaves del auto.

Mientras nos acostumbramos a que la motosierra a los cargos ocurra con los que todavía no asumieron, me puse a pasar en limpio un imposible: qué carajo pasó el domingo.

Alguna vez habría que pensar seriamente en las estadísticas electorales argentinas. Tanto politólogo suelto y no hay un estudio serio que explique cómo es que Bartolomé Mitre es el último –y único– gobernador bonaerense que llegó a la Presidencia por el voto. A ese dato hay otro que deslicé en estás páginas unas tres o cuatro veces:

Nunca ganó la presidencia un candidato que ya hubiese competido y perdido.

Es lo que pasó. Tener esa certeza no genera tranquilidad, tan solo nos da una información extra para poner en orden las cosas, como ordenar los papeles, hacer hipótesis para sobrellevar los cambios o acopiar fideos y ansiolíticos. Porque ese resultado es exactamente lo que ocurrió desde el mismo instante en que Sergio Massa bajó la candidatura de Eduardo De Pedro.

Respecto de la gobernación bonaerense se utiliza siempre la explicación X-Files Argentinian Edition: la maldición de Alsina potenciada por una brujería contra Dardo Rocha. O sea: Adolfo Alsina fue un gobernador popular en las clases medias y bajas que intentó ser presidente en tres ocasiones. Fracasó en todos los intentos. Pero el toque extra lo agregó algún Fox Mulder tercermundista que aseguró, hace mucho tiempo, que Julio Roca le hizo un gualicho al gobernador bonaerense Dardo Rocha, que pretendía sucederlo en la Casa Rosada.

Según cuenta el expediente X, en 1883 los partidarios de Roca fueron a buscar a la bruja de Tolosa. No, esa no, una de verdad. Y bastante menos dañina. La mujer habría realizado un hechizo en la Plaza Moreno. Desde entonces, la maldición creció con cada intento frustrado. A tal punto llegó el asunto que, para quien no lo recuerde, en 1999 el gobernador bonaerense –y candidato presidencial– Eduardo Duhalde organizó un contra gualicho.

Lo cierto es que no hay con qué darle. Catorce gobernadores bonaerenses intentaron ir por la presidencia varias veces. Suman veintidós oportunidades truncadas, dado que algunos insistían.

La explicación más lógica llega fácil si se mira la otra estadística que nadie ha observado aún: la de los candidatos presidenciales que pierden y vuelven a insistir solo para volver a perder. Y nadie habla de la maldición de los perdedores consuetudinarios ni tenemos noticias de un hechizo “usted no aprende más”.

Desde que Mariano Fragueiro perdió frente a Justo José Urquiza el 1º de noviembre de 1853 y nunca más pudo ganar, los ejemplos se multiplican a lo largo de los siglos. La primera explicación podría ser ese efecto inconsciente en el cual a todos nos gustan los ganadores. Pero la lógica indica que cada uno de esos candidatos que volvieron a perder una y otra vez se debe a dos factores: cagadas propias u otras opciones imbatibles. Igual, la estadística es fascinante y no ocurre en otros países presidencialistas.

Si volvemos al caso de los gobernadores, los factores son tres, comenzando por la propia provincia de Buenos Aires: la más rica, la más populosa y al lado de la Capital Federal. Si sos un pésimo gobernador, la gente te pasará factura. Y eso no ayuda para nada si en tu distrito tenés al 37,5% del padrón electoral nacional.

Por otro lado, si te va muy, pero muy bien, es la propia política la que te va a destrozar para que no llegues.

Lo bueno de ser un compendio de datos absolutamente al pedo es que puedo tirarles miles de anécdotas que, de vez en cuándo, resultan interesantes. Bueno, al menos para mí, que me puedo maravillar con un documental sobre las teorías que llevaron a la caída del Imperio de Angkor en el sudeste asiático del siglo XV.

Por ejemplo, los datos nos abren un factor nunca explorado. Milei es el primer mandatario de la historia de la Argentina cuya profesión es la Economía. El primero en los casi 214 años transcurridos desde mayo de 1810. Tuvimos un médico, un odontólogo, un ingeniero, dos estancieros y la misma cantidad de abogados que de militares: treinta en cada caso. Hasta tuvimos dos que en algún momento de sus vidas oficiaron de periodistas. Y no es un dato menor.

Llegamos a un balotaje con un ministro de Economía que es abogado y arrastra con él una de las peores gestiones económicas. De hecho, su año al frente del ministerio ocupa el quinto lugar en peor tasa de inflación desde el regreso de la democracia. Si tenemos en cuenta que los otros puestos corresponden a los años de la híper y los dos primeros años de Alfonsín, no me atrevería a decir que su candidatura fue un milagro, cuando cualquiera la calificaría de insulto. Y si además sumamos que tiene pisados buena parte de los precios de mayor peso, su ubicación en el ranking podría trepar con ganas.

Gran mérito de Sergio Tomás: rompió el miedo a la economía de guerra de 2002 ya que, en comparación de variables, aquel infierno fue una fiestita de cumpleaños. Aún se especula con los motivos de por qué no voló todo por los aires, si esta realidad es la más insufrible en décadas. La explicación más sencilla dicta que el peronismo no está del otro lado del mostrador. Los estudiosos prefieren ser más optimistas y aseguran que la sociedad ha madurado. Y lo dicen en el mismo país en el que muchos creen en la maldición bonaerense del siglo XIX.

Frente al abogado que destrozó la economía, se posicionó un economista. No creo ni a palos que haya sido el criterio imperante en la mente del votante promedio. No, ese factor funciona más a nivel inconsciente y emocional. Si alguien que no sabe nada de montañismo se pierde en la cordillera y ve aparecer a un tipo vestido de andinista, puede que se sienta más tranquilo. No sabe si ese sujeto tiene idea de lo que hace, eso lo averiguará después.

Algunos aún se sorprenden de la performance de Milei en el interior. ¿Qué esperaban? No hay lugar de la Argentina que no se encuentre demográficamente peor que hace veinte años. Ninguno de La Quiaca a Ushuaia, que además de ser la ciudad más austral del mundo, nos da el récord de tener las villas de emergencias más cercanas al Polo Sur. Bueno, a cualquiera de los dos polos. Construcciones sobre turbas en laderas de montañas, sin servicios ni visión de futuro.

El fenómeno es nacional y lo vemos en cada ciudad del país, donde las villas se multiplican en cantidad y tamaño. El conurbano bonaerense duplicó su dimensión territorial desde 2003 y no todo es Nordelta. Esa expansión vino sin servicios, sin hospitales, sin seguridad, sin empleo. Y la inmensa mayoría de los nuevos habitantes llegaron por migración interna. Dejaron sus provincias con economías reprimarizadas, donde se consigue trabajo en la única industria extractivista, o en el Estado. Y si no hay, a tomarse el micro. Nadie tiene ganas de migrar porque le pintó.

Esto es lo que hay, es lo que tenemos y lo que nos toca. Tildar de imbéciles o burros a 14.5 millones de personas es, quizás, el mayor ejemplo de por qué se llegó a este punto. Y todavía hay recién amanecidos que no logran explicar el cambio del votante de los sectores más bajos de la sociedad. Si a la crisis económica y social de la patria en la que la mayoría de los trabajadores son pobres le sumamos dos años de encierro brutal en zonas hacinadas, seguidos de otros dos años de una inflación desbocada, ¿a quién se le ocurriría votar al principal responsable?

Piensen a nivel generacional, por lo menos. Los de mi edad tenemos que retrotraernos a los 6 años para encontrar una situación como esta. Primer grado de la primaria. Ninguna persona menor de 25 años tiene edad, siquiera, para recordar cómo se vivía en 2001. Para los nuestros, es un dejavu. Para ellos, un infierno novedoso.

Incluso, y con todo respeto, considero que es un error de los analistas de comunicación política el suponer que Milei utilizó frases simples para los electores simples, y conceptos técnicos para los más intelectualizados. Es exactamente al revés: los más intelectuales subliman en un bocón todo lo que desearían decir en cámara. Del mismo modo, los que no entienden con qué se come el Déficit Cuasifiscal –yo tampoco tengo una fucking idea y llevo meses en la inútil tarea de comprenderlo– activan el mecanismo de tranquilidad frente al tipo que lo menciona. ¿Sabe de verdad? Qué importa, así no funcionan las emociones.

Los sindicatos hicieron la plancha durante los peores cuatro años de inflación de las últimas tres décadas, mientras un tercio de los trabajadores somos informales. Por si fuera poco, naturalizamos pagar impuestos para trabajar y contribuir a la obra social de un sindicato.

El mundo cambió. Quizá tener sindicatos como fuerzas exclusivamente partidarias ya no es un buen modelo a aplicar, si alguna vez lo fue. Solo un cuarto de los trabajadores están afiliados y el tercer gremio más grande del país es el de los estatales nacionales. ¿Les parece normal? Atrasan tanto que, para captar más afiliados, se les ocurre pedir la regulación de gente a la que no le interesa ser regulados. Al menos se actualizaron con el método. Hace seis años, con el arribo de Uber, nos cagaban a trompadas en los semáforos y nos rompían los autos.

Ahora llega el momento de ver qué pasa. Noto demasiado silencio oficialista frente a lo que muchos consideran una pesadilla, la legitimación de la dictadura y el regreso de una tiranía. Al igual que cuando estamos a cargo de un niño, prefiero siempre escucharlos hacer quilombo. Básicamente, porque me da más miedo no saber qué hacen cuando no los escucho. Y convengamos que genera suspicacias no escucharlos mientras Milei enumera públicamente el rosario del anticristo progresista.

Por último, me preocupa el “factor minorías”. Creo profundamente que un buen gobierno administra el Estado para el bien de todos, y eso incluye a las minorías, esos sectores de la sociedad que, por sus características, no podrían nunca conseguir un consenso mayoritario para obtener legislaciones que los comprendan.

Aunque –me– duela, en un contexto de crisis extrema, lo último que necesita un sujeto a punto de caerse es que le tiren con derechos de grupos minoritarios. Si un candidato logra convencer de que es el indicado para establecer el axioma de orden y progreso, el oído se apaga con todo lo que tenga para decir después. Ahí aparecen tipos como los Benegas Lynch y su orden de urgencias bíblicas, o la vicepresidenta electa o cualquiera de los Torquemada Boys que piden derogar legislaciones que no mueven el amperímetro de lo urgente. Personajes pintorescos que aún hablan de ideologías que analizan desde lo que quieren que esas ideologías representen. Y así y todo tienen la vanidad suficiente para suponer que el grueso del electorado elige entre ideas de izquierda o de derecha.

Gente atrofiada emocionalmente –al igual que yo, pero que todavía no conocen las bondades de la medicación– y que suponen que el triunfo de Milei dicta que Juancito, el playero de estación de servicio que se despierta a las cuatro de la mañana y se toma tres colectivos para llegar a su laburo, quiere que vuelvan a penalizar el aborto pasado mañana o que eliminen la educación sexual de los colegios.

Puede que a Juancito no le importe, puede que le resbale, puede que no sepa de qué le hablan o puede que esté de acuerdo, pero su cabeza está en otra cosa. Y si llegamos a este punto es porque, durante demasiado tiempo, lo único que tuvo para dar la peor gestión económica y social de las últimas décadas, fue la apropiación de banderas. De todos modos, el devenir de esta semana que aún no termina, relaja un poco los nervios. Los bocones hacen sus planteos tremendistas en cámara como si no hubiera terminado la campaña, mientras, totalmente en silencio, les ocupan los cargos más importantes.

Mi deseo es que haya paz. Feo ejercicio para el cual se requiere demasiada paciencia. Y si yo ya comencé con déficit, me asusta pensar en los que están peor. Hay gente demasiado dolida en un país que, electoralmente, pareciera guiarse cada vez más por la venganza que por el propio beneficio. Y hay personas que hoy tienen un chiche nuevo con el que no imaginaban toparse. A esos hay que enseñarles que, en un balotaje, la cantidad de votos obtenidos no son por buen gusto, sino por espanto a la otra opción. Nadie votaría de pura gana al que le promete un ajuste como nunca se vio luego de una crisis como la que varias generaciones nunca vieron.

P.D: Les diría “Ojo con Massa” por décimo novena vez, pero ya comenzó la vendetta por no haber ganado.

Nicolás Lucca

 

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