Inicio » Relato del presente » Eterno resplandor
Existe una pregunta de esas que casi nadie se hace a diario. Existe una pregunta que casi todos nos hacemos alguna vez: ¿qué es hacer lo que corresponde? Esta incógnita se compone de millones de cuestiones y desprende varios interrogantes más. ¿Hacer lo que corresponde es hacer lo correcto, o tan solo lo que la ley dicta? No siempre es lo mismo. ¿Hacer lo que corresponde es obedecer a nuestros sentimientos o a lo que se nos impone hacer? Es difícil cuando no van en la misma dirección.
¿Qué es lo correcto? Si hacemos algo que sentimos incorrecto pero se nos obliga, ¿eso es ser deshonesto? ¿El pragmatismo en contra de los ideales sería deshonesto?
Escribo por obsesiones y las circunstancias se me cagan de risa. La Real Academia Española no ha querido meterse en un quilombo y dejó a la Honestidad medio en bolas en materia de definición. Es de esas entradas en las que los académicos decidieron no enredarse, miraron para otro lado y la llenaron de sinónimos.
Entonces, caigo en las definiciones más trascendentales. Y la base Occidental de la honestidad puede seguir un trazado que nos lleva –para variar– a Cicerón. Don Chicho nos lleva para el lado de la honradez, el sinónimo aceptado más cercano. Ahí es cuando esgrime que la honradez es el proceder de una persona que cumple con sus obligaciones aún si estas van en contra de su placer… O aunque carezcan de utilidad.
Y como el resto de la horda de pensadores le van en saga, es que uno termina en otros puertos. Quizá el más atrevido y enredado en materia de honestidad fue Confucio. El hombre dijo que tenemos un valor estructurado en tres partes. En la primera, superficial, realizamos las acciones destinadas al bienestar de la sociedad. Si estas acciones son de satisfacción inmediata, son acciones malas. Aquellas que demoran, son acciones buenas, salvo que tengan objetivos malos, claro.
Digamos que es un primer lugar habitado por el egoísmo: uno se siente bien al hacer el bien y eso lleva a que no sea tan altruista. Recibimos algo, aunque sea satisfacción, como aquel capítulo de Friends en el que Joey le discute a Phoebe que no hay acto 100% altruista porque, si te sentiste bien, algo recibiste.
Hay más cosas en el medio, pero para redondear, la base de toda la estructura no podría sostener a la honestidad sin una moral basada en la comprensión de los demás, aunque no estemos de acuerdo. Tampoco podría haber honestidad sin la empatía, el ponerse en el lugar del otro. Básicamente, el Chino promovió tratar a los inferiores como nos gustaría que nos traten los que se encuentran por arriba nuestro. La honestidad no solo es empatía y hacia el otro, sino a ese otro que ya no somos o que algún día seremos.
Al no haber un principio de honestidad de fácil comprensión, ¿cómo mierda es que lo usamos con tanta liviandad? Y mejor ni hablar del peligro para la salud propia y ajena que llamamos frontalidad. No es “yo hablo sin filtros y, si te hago daño, jodete que la verdad no duele”. Eso es psicopatía. Que no te importe otra cosa que hacer sentir incómoda y herida a otra persona, es psicopatía.
Ahora, supongamos que tengo un grupo minúsculo de legisladores. Son un puñado de mojarras sueltas en una pecera de tiburones llamada Congreso Nacional. Hagamos de cuenta de que, con un montón de votos aliados, ese puñadito chiquitito de legisladores consigue imponer una norma gigante, llevar adelante la agenda legislativa del Poder Ejecutivo y hasta mover las fichas para incorporar una ley que podría ser el tiro de gracia al futuro político de la máxima figura viva de los últimos veinte años.
Con ese panorama, y sin que nadie sepa de una versión oficial, pensemos que se decide hacer faltar a todos para que no se pueda tratar el proyecto que resultaría en un beneficio a largo plazo de la sociedad en su conjunto, no por imposibilitar el acceso a cargos electivos de una persona, sino por la imposibilidad de todo aquel que tenga un prontuario penal activo. Hasta ahí va el guión de la obra.
No pasó nada. Nosotros nos matamos, pero afuera de nuestros círculos, la nada. El fin de semana pasado ningún pibe encaró a una mina en un boliche y recibió un rechazo amparado en el malestar provocado por la caída de ficha limpia. Tampoco se registraron casos de personas que hayan perdido el apetito. Nadie dijo “no, negrita, hoy no tengo ganas, ganó la corrupción”. El tema habría agonizado ese mismo jueves y hubiera muerto a lo largo del fin de semana.
Pero no.
Cuando una persona no consigue desprender su vida de la interacción con una pantalla, puede llegar a sentir que la vida pasa por esa pantalla. No es ninguna novedad ni les digo que realizaremos una revolución con esta cosa a la que bautizaré “rueda” . El consejo número uno que se le da a alguien cuando un tema se le da vuelta, es alejarse. En la vida real, eh. Tomar distancia, pensar, no actuar en caliente ni tomar el primer consejo como válido sin sopesar las opciones.
Desconozco quién fue el primero en notar que en Xwitter había bronca con lo de la cosa limpia. ¿Bronca de la totalidad del mundo? No, que los xuiteros somos minoría. ¿De la totalidad de Xwitter? Tampoco, que los xuiteros a los que nos interesan estas cosas somos la minoría dentro de la minoría. Para garantizar un nuevo triunfo de “el mundo es lo que me rodea”, alguien o varios creyó o creyeron que la calle se inundó de reclamos y sospechas, que ese señor barrigón que pidió que le dieran una mesa limpia en Imperio de Dorrego estaba, en realidad, enviando un mensaje encriptado al gobierno.
La oleada de respuestas generaron más preguntas. Decir que la ley habría impedido que Donald Trump gane la presidencia en Estados Unidos es un tanto compleja de abordar. Los candidatos canadienses a la jefatura del Gobierno tienen la obligación legal de saber Inglés y Francés, y eso no impidió que Trump llegue a la Casa Blanca dos veces, ni que Milei gane la presidencia de la Argentina.
Ahora, si el criterio es la poca transparencia de la Justicia y que con dos sentencias firmes te dejan afuera del juego, qué decirles. Si el Presidente cree que la Justicia debería funcionar mejor, podría darle para adelante, que tiene 278 cargos vacantes. Y podría, también, fijarse si es una buena idea tener de ministro de Justicia a un Cúneo Libarona, en momentos en los que el Consejo de la Magistratura hace lo que al kirchnerismo se le canta sin que el Ejecutivo de muestras, siquiera, de haberse enterado. Por otro lado, el argumento de la irretroactividad es un chiste. No es una ley penal, es una norma electoral y, en todo caso, su aplicabilidad la decide la Corte Suprema de Justicia.
Todos esos argumentos de ineficiencia del proyecto de Ley quedaron por el suelo con las propuestas de Fargosi, el abogado constitucionalista al que llamó el gobierno para que lo asesore con el tema y que es uno de los que empuja el proyecto desde hace años. En el medio, hubo que fumarse un montón de insultos a personas que votaron al gobierno desde el paraguas de hacerlo por el apoyo de Macri. Sujetos que, durante el último año, tuvieron la delicadeza de fingir demencia para poder sobrellevar el precio a pagar por una economía que no haga trampa.
Y ahí van, no más. No falla: el mejor argumento con alguien falto de atención es dejar que llame la atención. Por una cuestión básica, esa necesidad llevará a aumentar cada vez más la frecuencia de aplausos recibidos hasta llegar al extremo de decir brutalidades. Pero, como hemos dicho miles de veces, a nadie le importa fuera de nuestro entorno inmediato. Si no me creen, miren todas, absolutamente todas las encuestas que convierten a Milei en la persona con mejor imagen en el ámbito político. Dicho sea de paso: ¿por qué pegarle a una persona con nula intención de voto, como Elisa Carrió?
Si vuelvo a la cuestión de la honestidad, no entiendo cómo, en algún momento, al Presidente la pareció una buena idea cargar contra Elisa Carrió sin que la sacerdotisa hubiera, siquiera, emitido un bocado al respecto. Sin poner un solo contexto, como para generar todas las dudas habidas y por haber, Javo tiró que Carrió se mueve con veinte custodios y chofer a pesar de no ser diputada y desconocer de qué vive. ¿Cuándo lo tira? Un día después de la caída del debate por ficha limpia.
Yo puedo entender que los movimientos modernos son cualquier cosa menos el punto final de la Ilustración, que la imposición de la razón por sobre las creencias sobrenaturales es un imposible. Hasta puedo entender que las acciones no sean guiadas por el pensamiento frío sino por una melange de sentimientos que, por definición, son más volátiles que los pensamientos. También puedo comprender que la libertad de la que hacen show sea propaganda con eslóganes que quedaron vacíos en el mismo momento en que comenzaron a hablar de “gente de bien” para separar a los que critican al gobierno de los que festejan todo. Incluso puedo comprender a los filósofos que sostienen que es más fácil controlar a la sociedad anabolizando el concepto de libertad y que es más efectiva la sensación de libertad que la real represión.
Puedo entender mil cosas pero, como argentino que comenzó a votar hace 25 años, no logro comprender que alguien quiera criticar a Elisa Carrió por corrupción o falta de moral. Llevo un cuarto de siglo electoral y nunca, jamás en la vida metí en la urna una boleta de Carrió. Así y todo, jamás se me ocurriría desconocer el valor que Carrió tuvo para este presente en el que se discute la libertad de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero, antes que cualquier cosa, cabe la máxima de cualquier familia trasladada al ámbito político: una cosa es que la critiquemos nosotros, por bardera, por poner palos en la rueda a metros de la línea de llegada, por tirar misiles atómicos como fuego amigo o por ingresar al Congreso disfrazada de hija ilegítima de Willy Wonka y Kurt Cobain. No, no cualquiera puede criticar o meterse gratuitamente con Carrió, solo los que tuvimos que padecerla en nuestra propia trinchera mientras fumaba sobre el arsenal somos los que podemos decir “qué hinchapelotas”.
Es como la tía mística de la flia, ¿vio? Esa a la que dejan sola después de la cena y, como no hay opciones, a las doce tienen que acercarse a brindar y fumarse sus bardeadas al dueño de casa. Sin sacarse los lentes negros ni con la luz apagada, tira en el plato de las garrapiñadas las cenizas de los mil puchos que fuma con la ventana cerrada y nos trata a todos de tilingos por vestirnos de blanco en un dos ambientes de Boedo. Así y todo, nunca, jamás, never in the puta life podríamos cuestionar su honestidad y tirar una sospecha sobre por qué tiene custodia.
Y eso me lleva a una pregunta existencial: ¿En qué país vivieron desde que comenzó el siglo?
Una vez tuve una consigna policial en mi vivienda. No había nadie imputado en ninguna causa ni yo había iniciado una denuncia por alguna investigación que hubiese llevado a cabo. Tan solo recibí tres amenazas seguidas. Nadie se enteró, pero vamos para arriba.
Nico Wiñazki, por investigar, una vez se encontró su auto envuelto en alambres de púas y hasta un pescado envuelto en papel de diario. Por un buen tiempo no pudo ingresar a un baño público sin que primero ingrese su custodia. El listado de personas amenazadas brutalmente es eterno y entre nosotros sabemos quiénes y cuándo, porque la mayoría de las veces no se hacen públicas las amenazas. ¿Por miedo? Puede ser, pero también para no avivar giles.
Hablo de tiempos de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, tres tipos que aparecieron maniatados y fusilados a la vera de una ruta. Hablo de épocas en las que desaparecían financistas de a racimos. Morían fiscales. Asesinaban testigos vitales mientras esperaban el bondi o ingresaban en viviendas para fusilar a algún que otro agente insolente. Todo esto pasaba acá, en la Gran Ciudad y su conurbano. Y mejor ni hablar de otras cosas. Cualquier periodista que haya intentado poner el dedo chiquito de un pie en Rosario durante los últimos quince años, ha recibido, de mínima, una bonita amenaza de muerte.
En ese universo de mierda, Elisa Carrió denunció a medio mundo. Muchas de sus denuncias se diluyeron en la nada, pero otras llegaron muy lejos. Y no es el hecho de una denuncia lo que lleva a contar con custodia, sino el riesgo de ser atacado.
Cada generación cree que el mundo nació con ella, así como cada generación supone que la que le sigue es peor. De las frases fakes que dan vueltas por internet, mi favorita es la que dicen que escribió un historiador y jurista romano en el año 43 antes de nuestra era: «La época es mala, los niños ya no obedecen a sus padres y cualquiera escribe libros”. No deja de ser graciosa porque, será fake, pero probablemente alguien haya pensado eso.
Si lo pensamos, gran parte de la masa que pulula por redes son pibes que siguen a otros que apenas pasaron los 30. Es un dato suelto. Pero si le sumamos el contexto, todo cambia: los más veteranos estaban en la Secundaria cuando estalló la investigación por la Ruta del Dinero K. O jugaban con plastilina cuando ocurrió el triple crimen.
El mundo no comienza con cada generación. A cada uno de nosotros, la realidad nos cagó a sopapos para que lo entendamos. Reconozco que se hace muy difícil cuando, con toda la información disponible, negamos la posibilidad de corregirnos. En la subcultura de los que tuvieron miedo por la ola de extremismo bien pensante, ahora creen que todo lo que se hacía antes de los escraches estaba bien. Ahí van, con el desparramo de insultos que dicen con orgullo. Lo que antes se pensaba dos veces hoy se grita y se aplaude.
Hace tiempo, cuando el mundo se llenó de nostálgicos de la militancia de los setenta, me llamó profundamente la atención el fenómeno de los que extrañaban algo que no habían vivido ni teniendo la edad para haberlo hecho. Canosos que reivindicaban cosas que, cuando ocurrieron, ni registraron por estar abocados a otros intereses. Así es que cualquier desprevenido compró que una señora –que no tuvo problemas en atravesar la última dictadura militar– es la representante y guardiana de quienes militaron con alegría por un mundo mejor y desaparecieron porque eso es lo que les pasaba a los comprometidos, menos a ellos que tuvieron mucha suerte.
El fenómeno, por extremo, no deja de ser natural. ¿Quién querría quedarse afuera de una buena historia que los incluya? Puede que alguien se sienta culpable por intentar entrar en el Mau Mau la misma noche en la que se chuparon a catorce estudiantes, o por tratar de levantar minas justo cuando se organizaba la toma de Monte Chingolo. No pasa nada, cada uno tenía sus motivos para estar en uno u otro lugar. La mayoría de la gente no encuentra nada romántico en morir por ninguna causa. Son bonitas historias para novelas, cuentos, poemas y demás cosas, pero nadie debería sentirse mal por vivir y dejar vivir.
Siempre pasó igual. Yo podría decir que resistí al menemismo, pero en 1998 estaba más preocupado en perder mi virginidad que por la evolución de las causas de corrupción. Hace muy poquito tiempo, no más de un lustro, un puñadito de ciudadanos argentinos firmó una solicitada alertando sobre los desmanes no republicanos de la falta de control de la cuarentena. Esos ciudadanos fueron insultados, calumniados, injuriados y expuestos.
La historia puede seguir ad-eternum. Incluso el actual presidente podría relajarse, que nadie lo obliga a haber sido parte de nada durante los últimos siglos. No es nada grave ni está mal comenzar a interesarse por la política después de los 45 años. En serio lo digo: ¿cuál sería el problema? De hecho, reconocer que no consume ese tipo de información, lo relajaría un montonazo y ayudaría a poner las cosas en contexto. Para todos.
Porque en este país hiper informado, nada se retiene y ya olvidamos que la persona que levantó la voz por la custodia de Lilita Carrió fue Patricia Bullrich en la campaña presidencial de 2023, cuando recibía los dardos de una Lilita alineada con Horacio Rodríguez Larreta. En esa ocasión, Bullrich preguntó quién financiaba la custodia porteña, compuesta de tres custodios por turno, nueve por día, más viáticos y alimentos. Ahora se enteró el Presidente y se quejó. En menos de 24 horas, la amenaza de muerte recayó sobre Bullrich.
Y mientras todo esto pasaba, Horacio Rodríguez Larreta se preguntaba por qué nadie le daba bola a su casamiento. Es como el Super Bowl, Horacio: gastás fortuna para que todo el mundo se acuerde de vos y lo único de lo que se hablará es del show.
No me interesa meterme en el debate sobre la veracidad de las amenazas porque me parece un espanto. Cuando aparece una amenaza de muerte, primero se actúa y después se ve qué tan grave fue el peligro. Y en todo caso, es una gran ironía de la vida que, el mismo gobierno que minimizó una amenaza hacia otra persona, se coma la amenaza en tan solo unas horas. Como para recordar en qué país se vive, el territorio narco por naturaleza.
Es por eso que no entiendo el fanatismo autoimpuesto, la construcción de un relato que requiere de bases míticas para sostener una narrativa fenomenal, sin igual, sin parámetros históricos ni parangones mundiales. Vivimos en la Argentina, donde sobrevivir este día ya genera una discusión existencial. Somos una leyenda urbana mundial, un mito de la historia universal, un caso de estudio universitario en cada una de las áreas que hacen a la organización de los Estados. Somos la excepción a toda regla y de pedo nos funciona la ley de la gravedad.
De los 360 xuits y rexuits de Xavier en las primeras 48 horas tras el conocimiento de las amenazas de muerte a Bullrich, una decena tenían que ver con la condena al amedrentamiento, una veintena para pegarle a Carrió y el resto consistió en autopalausos por su imparable gestión económica. El feed de la cuenta del Presidente hace honor a lo que ocupa la cabeza del hombre común: primero la economía, segundo la economía, tercero la economía. Si queda algo de espacio, puede que piense en gente que no recuerda, si es que son noticia.
Es así y no está mal que así sea: es nuestro instinto de supervivencia mental. Si estuviéramos todo el día atosigados por la imposible cantidad de noticias sobre cosas que no podemos controlar, nuestra vida sería un imposible. Imaginate tener que opinar sobre la posibilidad un arreglo con el kirchnerismo cuando tenés media corte vacía, 278 cargos de jueces vacantes, la Procuración General de la Nación a cargo de un interino y todos los concursos frenados. Imposible de analizar, siquiera.
En fin. Para redondear y cerrar este boceto, podría hablar de cierto legislador agarrado con 200 lucas verdes y la pelea por quien niega su paternidad con mayor ahínco, si el kirchnerismo que dice que le votó todo a Milei y que era el elegido del ejecutivo para presidir la bicameral de inteligencia, o si del oficialismo que recuerda que el legislador ingresó al Senado por el kirchnerismo. Ante tamaña conversión, sólo imagino a cierta exdiputada haciéndole una pregunta al Presidente: “¿Cómo le vas a creer al pejota?”
P.D: Ojo con hacer siempre “lo que quiere la gente”. Si se animan a hacer una encuesta sobre penas y juicios, mañana queda la mitad de los argentinos.
P.D. II: En una de mis pelis favoritas (Lincoln, by Spielberg, 2012) el Secretario de Estado William Seward se dirige a un puntero para pedirle que consiga los votos imposibles para la enmienda que permitiera la abolición de la esclavitud. Le contesta que necesita dinero para coimas; Seward replica que no, que nada puede ser ilegal. Ante ello, contrariado, el puntero dice “No es ilegal sobornar a un congresista. De otro modo, se mueren de hambre”.
Compartilo. Si te gustó, claro. Este sitio se sostiene sin anunciantes ni pautas. El texto fue por mi parte. Pero, si tenés ganas, podés colaborar:
Y si estás fuera de la Argentina y querés invitar de todos modos:
¿Qué son los cafecitos? Aquí lo explico.
Y si no te sentís cómodo con los cafés y, así y todo, querés, va la cuenta del Francés:
Caja de Ahorro: 44-317854/6
CBU: 0170044240000031785466
Alias: NICO.MAXI.LUCCA
Si querés que te avise cuando hay un texto nuevo, dejá tu correo.
(Sí, se leen y se contestan since 2008)
2 respuestas
Vayamos por partes … ¿qué es lo correcto? Cuando un juez tiene que emitir una decisión se pregunta: El demandado ¿actuó de manera correcta dadas las circunstancias de tiempo y lugar, y las costumbres de la región? Lo que es correcto Corrientes puede ser incorrecto en Tierra del Fuego. Es la Justica ajustada por la Equidad, o sea una justicia refinada que se aplica al caso particular.
Y después está analizar cuándo el fin puede justificar los medios (ver gran película Unthinkable sobre la tortura) Supongamos que queremos eliminar a un Hitler porque está masacrando a cientos de miles de personas, poniéndole una bomba en su auto. Pero el día que sale en el auto, vá con el su hijito de 7 años … ¿Qué importa más, la vida de cientos de miles de personas o la vida de un niño de 7 años? Son los famosos dilemas morales. ¿Cuánto mal es aceptable hacer para lograr el bien de otros?
Te sigo desde siempre!!! Me encanta como escribís y el análisis que haces!!!
Sos muy genio