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Las reglas pasaron de moda

las reglas pasaron de moda

Cierta vez, allá muy lejos en el tiempo, uno de mis primeros jefes me dijo que la suposición era el origen de todos los conflictos. Puede que haya exagerado, como todo mantra laboral, pero sí que es cierto en buena parte. Suponemos que a un fulano no le va a molestar que hagamos o dejemos de hacer algo, y resulta que a fulano le molestó. Dimos por sentado algo que no ocurrió como esperábamos.

Por razones obvias, los casos son más frecuentes a medida que acumulo años. Todos queremos sentirnos realizados de algún modo. Algunos se desesperan por ser reconocidos en su rubro, ese para el que se prepararon, estudiaron, trabajaron y dejaron la salud. Otros toman la tangente política. ¿Con ambición de dar lo mejor de sí en pos de la sociedad? De los que conozco, creo que me alcanzan los dedos de una mano. Tengo cinco en cada una.

Del resto, uno tiende a suponer que se prepararon para el lugar que aspiran a ocupar. Me refiero a que se entrenaron en los menesteres de la función que pretenden les sea asignada. Pero solo quieren tomar el cargo que esté disponible, en el partido en el que sobre espacio, y ejercer una cuota de poder.

Hay cuestiones que ya no sé cómo procesarlas. Escucho a algunos candidatos y no me sorprende las burradas que dicen porque sus currículums demuestran que nunca fueron tan dados al estudio como a la acción directa. Es como quien no lee los manuales de instrucciones de los electrodomésticos porque nunca le hizo falta. Hasta que se le da por comprar una central atómica.

Y eso es lo que veo, en continuado y sin pausas, con el nuevo experimento al que muchos quieren jugar.

Ya que hablamos de suposiciones, hay un ejemplo histórico de por qué no hay que dar nada por sentado. En 1884 se promulga la ley 1.420. La educación pasó a ser pública, laica y blablablá. Pero en lo que tiene que ver con esta historia, importa un punto: la obligatoriedad. En una suerte de pensamiento mágico, todas las políticas que se desarrollaron en adelante dieron por sentado que desapareció el analfabetismo de la República Argentina. Si la educación es obligatoria, todo el mundo pasó por la escuela. Suposición.

Con el paso de los años, aquellos que tienen la fortuna de acceder a una educación secundaria, comienzan a especializarse en algún abanico del saber. Luego, una porción de la sociedad aún más suertuda, dedicará más años a formarse en una profesión universitaria. Y si les da la nafta, las ganas y, sobre todo, el tiempo y el dinero, se perfeccionarán aún más. Y como un título universitario no es para cualquiera, y la obligatoriedad era solo para una etapa de la educación, damos por sentado que están muchísimo más capacitados que el común de los mortales. Otra suposición.

Al anotarme en una carrera me pidieron el título de la secundaria y el analítico de materias. Este último absolutamente al pedo. Una vez iniciada la carrera, estoy en igualdad de condiciones que el que tuvo diez en todas las materias exactas. Y la verdad es que olvidé qué es un logaritmo ni bien terminé cuarto año. Al momento de dar economía política, los profesores nos exigieron hasta ahí, no más. Después de todo, no éramos alumnos de economía.

Como me gusta charlar, sé que pasa lo mismo en casi todas las facultades con las materias cruzadas, esas que son más propias de otras carreras. Y uno que pensaba que “universidad” formaba parte de la familia de palabras de “universo”. Lo mismo que me ocurrió a mí con economía les ocurrió a los de económicas con derecho.

Pero el problema no es a nivel universitario. Si la educación está en crisis, las propuestas que se escuchan como hechos fáciles de aplicar y necesarios para la subsistencia de la Argentina, demuestran que la educación ya era una bosta hace años. Dimos por sentado que, como escuchamos cada vez más burradas, los más veteranos estábamos más preparados. Supusimos.

Cuando el desconocimiento se mezcla con el enojo y el resentimiento, pueden surgir grandes valores del “te voy a explicar cómo se hacen las cosas”. Y se nos llenó el rancho de “para mí”. Los podemos ver por todos lados con sus envidiables ganas de decir lo que tienen para decir sin que les importe el ridículo. Militantes de la ignorancia, les da igual saber que no saben y de eso hacen virtud.

Hay un nuevo libro cuyo autor, en la presentación, dijo que no tenía el conocimiento académico para abordar el tema de ese libro. Para que la gente compre un libro sobre lo que reconoce no saber, el flamante autor encaró el asunto por el sentimiento. Un conjunto de ideas que lleva siglos de debates y corrientes filosóficas que cambiaron la forma de ver el mundo, reducido a un “para mí”. Un supongo.

Otros saben que dicen burradas y no les importa. Es el anti coaching, ahí donde el centro de la campaña pasa por hacer daño donde más importa: en la opinión pública. Lo sabemos quienes tenemos redes sociales y vimos el desempeño brutal de las conversaciones. Uno solo de los candidatos concentró el 80% de las menciones. La mitad son negativas, pero es lo de menos: repiten que no importa que se hable mal o bien, mientras sea mucho.

[De paso: Es preocupante cómo vuelan carpetazos con cuestiones privadas desde todos lados. Es increíble la cantidad de buches ad-honorem que concentra este bendito país y lo poco que se necesita para que un ser humano sienta placer en hacer mierda la vida de otra persona por cuestiones que a nadie deberían de importarle. Y también es triste cuando vemos que alguien cambia de simpatía política y ventila la intimidad de gente a la que conoció. Y todo por seguir en el lugar en el que él mismo estaba hasta hace cinco minutos. O por irse.]

Decía. Los periodistas con mayor poder de comunicación tienen ante sí la posibilidad de decir que presencian burradas supinas. Y no lo hacen. Entre mis colegas hay títulos universitarios mucho más conocedores del funcionamiento del Estado y de las leyes que el que pueda brindar la licenciatura en Comunicación o en Periodismo. Hay abogados, politólogos, personas con mil años de experiencia. Saben si se debate algo que no merece debate. Y no lo dicen.

No se trata de dar un parecer para contrarrestar otra opinión. Es señalar que una afirmación es ilegal, o mentira o las dos cosas juntas. Pero nada. Ayer mismo, el columnista de Economía más famoso de la corpo tiró que la gente compra dólares para “adelantarse a la dolarización”. Ninguna aclaración.

Es desgastante, incluso, que muchos lectores de este espacio digan que yo no entiendo el mensaje y, aquellos que caen de pedo, afirmen que estoy pago, para variar, cuando esto existe gracias a los lectores que colaboran y comparten. Y desgasta porque sé que saben que no queda sustento si se caen las propuestas. ¿Cuál sería la idea de llegar al Poder si no se puede hacer nada de lo que quieren hacer? Con cariño se los pregunto. ¿Cómo se hace para hablar de ideas abstractas para “cuando sea posible”? ¿Cómo piensan llenar todos y cada uno de los equipos necesarios para administrar el Estado? ¿Con quiénes?

Título clickbait de un portal: “Pros y contras de la dolarización”. Entré para ver si arrancaba con un “contra: es inconstitucional” y luego un punto final. Mala mía. Era un debate sobre la dolarización entre gente que estaba a favor y otra muy a favor.

Hace un par de semanas, el presidente de la Corte Suprema de Justicia dijo que la Constitución impide la suplantación de una moneda argentina por cualquiera extranjera. Un portador de apellido dijo públicamente en redes sociales que el presidente de la Corte actuó mal al dar un parecer sobre un tema en el cual podría llegar a entender en un futuro, por lo cual debería excusarse cuando le toque. Luego tiró que la Constitución dice que es atribución del Congreso crear moneda, y como es una atribución, no es una obligación.

Repito: hay colegas con título de abogado y politólogos. Ninguno dijo “es mentira”. Y los que no pasaron por la facultad de derecho ni la de ciencias sociales, tampoco se tomaron la molestia de cotejar qué carajo dice el artículo 75 de la Constitución, que comienza con un “mentiroso” brutal. No dice que es atribución del Congreso: dice que le corresponde al Congreso. Cuando a alguien le corresponde hacer algo, queridos lectores, ¿puede decidir no hacerlo? Y en su inciso 6, el artículo dice que corresponde al Congreso “establecer y reglamentar un banco federal con facultad de emitir moneda”.

Para colmo, en el inciso 11 del mismo artículo la Constitución le dice al Congreso que le corresponde “hacer sellar moneda”. ¿Que moneda puede sellar el Congreso si no es la propia? ¿Euros con la firma de la Vice?

Por otro lado, la Corte está para interpretar si una ley se ajusta a derecho o no, si es constitucional o no. Es verso que está para definir si la Constitución quiso decir en serio que al Congreso le corresponde hacer algo o fue tan solo un mensaje encriptado que si se lee al revés nos tira la receta del dulce de leche.

En 2013 a Cristina le pareció una buena idea que este país volátil eligiera por voto popular a los integrantes del Consejo de la Magistratura de la Nación. El proyecto se presentó como “Democratización de la Justicia”. Nos quemaron la cabeza con un debate eterno que no debió ni haber existido: el artículo 114 de la Constitución explica de dónde proceden los integrantes del Consejo. La ley se aprobó igual. Fue la declaración de inconstitucionalidad más rápida en la historia de la Argentina. La Corte no tenía nada para analizar: la Constitución dice una cosa, la ley dice otra. Y donde manda la Constitución, no se opina: se cumple. El kirchnerismo acusó a la Corte de golpista.

Acá aún se habla de interpretaciones de un montón de ideas increíbles. Y uno siente que vive en una suerte de pesadilla donde todos se han vuelto o muy idiotas o muy turros, dado que no es normal que insistan con lo que saben que no se puede hacer. Porque una cosa es que un economista desconozca el contenido de la Constitución. Pero si dicen tener un plan, se asesora. Y si insisten una vez asesorados, lo que se buscan es dañar.

No se puede obligar a los diputados, por muy impresentables que sean, a acatar la voluntad de un Presidente sólo porque “es el voto popular”. Pero instalan que sí. Tantos años de quejarnos de un Congreso devenido en escribanía del Poder Ejecutivo y la propuesta revolucionaria es una escribanía en el Congreso. ¿Por qué no lo cierran y ahorramos guita?

La técnica es tan fácil como efectiva. Uno propone una barbaridad a través de sus redes o lo tira en una entrevista como quien no quiere la cosa. Todos los que masomeno entienden del asunto en cada partido político dicen “eso no se puede hacer”. Listo: son todos iguales. ¿No ven que piensan lo mismo?

Tengo un amigo con el que no coincidimos en casi nada. Incluso él le pone tres sobres de azúcar al café en jarrito y a mí me gusta amargo. Los dos nos cagamos de risa si alguien dice que puede volar si agita los brazos. ¿Somos lo mismo?

Me cuesta comprender tantas ganas de alentar la conflictividad social. Todos los medios están colmados de tipos que lloran porque los medios no les dan pelota. Cuando ocurre el milagro y alguien mete una repregunta, existen tres opciones: o toca un entrevistado en estado zen y recula en chancletas al decir que nunca propuso lo que propuso en la respuesta anterior, o llega un candidato con los nervios de punta a gritar, o aparece alguien que sale a retozar por las colinas de la ignorancia, orgulloso de mostrar que no tiene puta idea del tema que aborda.

Si pierden en provincias, no es candidato apoyado por El León. Si pierden por poquito, hay que festejar, aunque el candidato sea un tipo que lleva treinta años prendido a la teta del Estado. Obviamente, si se cuestiona la dolarización por improcedente, es que se está a favor de la inflación. Si se pregunta por qué todos los demás países del mundo pudieron controlar la inflación sin dinamitar el Banco Central, toman la rampa de la mesianismo y sostienen que “la reforma es para garantizar a las generaciones venideras que ningún político pueda volver a darle a la maquinita”.

Si una nota tira un centro, se le da la bienvenida a las fuerzas del cielo al que la publicó. Y si el último pasante de periodismo hace una nota que no es del agrado de alguien, es que los medios saben que se les termina el curro de la pauta. Así y todo aparece cada latiguillo que genera escozor. En cada acto de Leónidas, los redactores comentan que ingresó “como un rockstar”. Vaya a saber uno qué entienden por rockstar, pero está claro que tienen menos rock que Pasión de Sábado si consideran que hay algo de rockstar en un acto a medio llenar por delegados gremiales.

Por estos días comenzó a surgir una nueva forma de calificar esto que vivimos. Estamos ante “un estilo diferente” y cuesta adaptarse a las “formas”.

Y no son las formas. Es el fondo. Por más que yo me ponga a insultar como si hubiera faltante de haloperidol y me encuentre en medio de una crisis de abstinencia mientras grito que la Tierra es plana, el planeta seguirá redondo en su órbita alrededor del Sol.

No son las formas de cómo proponen sino lo que proponen. Y ahora resulta que son eufemismos, que nada es literal. Y se enojan porque no entendimos la joda. La dolarización puede o no darse, es una zanahoria. El Conicet no será cerrado sino transformado. Los vouchers educativos son sólo una idea. El recorte de planes sociales se verá con el tiempo y paulatinamente. Los sindicatos son importantes. Y la casta tiene grados y clasificaciones. Básicamente, si Barrionuevo abraza las ideas de la libertad (?) ya no es casta.

El modelo de desempleo de la UOCRA es un ejemplo a seguir, cuando cualquier empresario sabe que si quiere traer una maquinaria importada y, para ello, debe realizar modificaciones que solo saben hacer los constructores del país de origen, tiene la obligación de contratar a un porcentaje de obreros argentinos aunque no entiendan nada. Flor de modelo. Si no me creen, pregunten a la Droguería del Sud cuando se le dio por construir un centro de logística con robotización austríaca en Avellaneda.

Y así estamos, atrapados por el debate constante de gente que necesita de la contradicción. La hicieron muy, pero muy bien porque no se puede dejar pasar cualquier gansada dañina. Y, al mismo tiempo, al desandar la gansada, entramos en un juego sin reglas. Si el reglamento supremo es relativo, imaginen qué nos queda al resto.

Estamos nuevamente ante un nuevo experimento social y no me refiero a las propuestas. Esas son como el camino de Menem hasta 1999, pero al revés y en tiempo récord: comienzan con la dolarización y el conservadurismo, avanzan a pasos agigantados hacia la propuesta de lo que se pueda y terminan con el apoyo de sindicalistas.

El experimento es cómo se comporta esta sociedad tras una campaña en la que, ya sabemos, nos espera la peor crisis económica que hayamos vivido, con un colchón social muchísimo más derruido que los de 2001 y 1989, pero con el tiempo suficiente para jugar al chantaje y la exposición de cualquiera que, por obligación laboral, se le ocurra decir lo obvio: que hacen una campaña con propuestas que son, por definición, falsas.

En fin. Supongo que nadie se enojará por estas líneas.

Nicolás Lucca

 

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