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Papisas, mitomanía y traiciones

Papisas

Hace demasiado tiempo nació en la ciudad de Roma una niña a la que bautizaron Mariozza. En aquel entonces los apellidos aún no eran una norma, pero la muchacha en cuestión nació en el seno de una familia noble. Por cosas del destino siempre existió la duda de quién fue su verdadero padre, un rumor que ya en aquel entonces existía: si no era don Teofilacticus, conde de Tusculum, la otra opción era un poco más turbia, ya que se trataba del arzobispo de Ravena, don Juan Cenci.

Mariozza, a quien castellanizaron como Marozia –qué les costaba conservar el original– tuvo una madre que fue la femme fatale de su época, una mujer llamada Teodora esposa de Teofilacticus, que a su vez era senatrix (senadora) y le gustaba visitar al Papa. Mariozza también habría tenido sus aventuras con el poder desde temprana edad: directamente con el Papa Sergio III. De hecho, se habría casado –embarazada– con don Alberigo di Spoletto, otro hombre de alta alcurnia que tomó al niño como propio. Mariozza tenía 17 años.

El asunto es sencillo: entre Teodora y su hija tenían tan buena onda con los Papas que comenzaron a mover sus influencias. Primero Teodora, obviamente, pero luego fue Mariozza quien profundizó el legado de su madre: obtener del Papado el poder necesario para acrecentar su propio peso político entre la nobleza romana. Pocos se opusieron por fuera de la Iglesia. Era natural.

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Naturalizar, un mecanismo humano explicado en el instinto de supervivencia emocional frente a lo que no podemos, no sabemos o no queremos enfrentar.

Un día naturalizás que lo que a vos te falta es porque otro lo tiene. Técnicamente fue definido desde las altas esferas políticas que dominaron nuestro país durante décadas como “redistribución de la riqueza”. Esto quiere decir que ya existe una riqueza finita, que no habrá más, que no hay forma de generar más. Esto es un desconocimiento total de la historia y del mundo que nos rodea, dado que periódicamente surgen nuevas fuentes de ingresos.

Si así no hubiera sido, nadie podría explicar cómo el mundo hoy tiene un 750% más de habitantes que hace un siglo y medio y, así y todo, la pobreza pasó del 90% al 10%. Ocurrió en el mismo período en el que se duplicó la expectativa de vida, se redujó a mínimos inimaginables la mortalidad infantil. Y eso que la cantidad de bienes a necesitar para vivir en sociedad pasaron de un par de prendas de vestir a veinte electrodomésticos, celulares, computadoras, servicios de conectividad, energía eléctrica, gas y demás cosas.

¿Cómo que no puede generarse más si es lo único que se ha hecho desde siempre? Siempre me sonó a latiguillo de vagancia, como cuando un compañero de secundaria te decía que la profe tenía un cupo de aprobados y para qué calentarse en estudiar si era azaroso. Con el tiempo, la afirmación de que solo hay una torta para repartir genera resentimiento. Todos consumimos las mismas publicidades, todos podemos desear lo mismo.

Pero cuando ese deseo no viene acompañado de herramientas, tanto para priorizar necesidades como aquellas para saber cómo obtener dinero, se produce una situación emocional que no todos pueden manejar. ¿Cómo puede reaccionar alguien que quiere algo, no puede obtenerlo, y le enseñaron que lo que él quiere y no tiene es porque otro sí lo tiene todito para él? El daño es fuerte y fácil de medir. ¿O acaso no te pidieron con malos modales un billete esta semana? Naturalizado.

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A la muerte de Sergio III asume el papado Anastasio III. ¿La votación? Unánime cónclave entre Mariozza, su madre y el hombre que la crió como propia. Anastasio hacía lo que sus benefactores le ordenaban. Punto para los vikingos que, con tal de que los carolingios perdieran un poco de poder, obtuvieron un ducado en el norte de lo que hoy es Francia, al que llamaron “de los Hombres del Norte”. Normannia en latín, Normandía para nosotros. Entre tanta corrupción comenzaba a forjarse una historia que, poco más de un siglo después, cambiaría a Inglaterra para siempre y al mundo tal como lo conocemos hoy.

A la temprana muerte de Anastasio III –asesinado por esta bella familia– le siguió Landón, elegido nuevamente en un cónclave entre Teodora, su marido y su hija. Parece que don Landón no era muy perspicaz o que quiso hacer su camino. No viene al caso dado que el resultado fue el mismo: murió, misteriosamente, a tan solo seis meses de ser coronado. Y esto no es joda: hay registros de la época en los que consta que se bromeaba con que el oficio más peligroso era ser el Obispo de Roma.

Esta vez le llegó el turno a Juan Cenci o, de ahora en más, Juan X. El amante de Teodora, presunto padre de Mariozza y seguramente un tipo mucho más confiable. De hecho, logró poner en orden las incursiones de los sarracenos al colocarse él mismo al frente de un ejército en compañía de Alberigo, su supuesto yerno.

Ah, pero Mariozza.. Al ver que a algunos –al Papa, puntualmente– les pareció que se podía centralizar el poder, la joven convence al pobre Alberigo –con quien ya había tenido a Alberigo II, hijo garantizado– de derrocar al Papa Juan X. O sea, a su probable padre. Alberigo se come un 7 a 0 de local y es asesinado. Mariozza no podía quedar a la deriva así que se casó con el más poderoso que encontró. Don Guido de la Toscana se convirtió en su segundo esposo y padre de su tercera hija, la señorita Berta de Lucca.

Ya para el año 924, Mariozza se encuentra con una vacante en el trono italiano y decide apoyar a su excuñado, don Hugo de Arlés, en contra de los deseos de Juan X. Convence a su nuevo marido para que vaya a derrocar al Papa y esta vez gana. Juan X termina preso, luego asesinado –ya sabemos por orden de quién– y asume Leon VI, amante de Mariozza, quien recupera la tradición de morir asesinado por orden de Mariozza tras seis meses en el trono de Pedro.

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Naturalizamos el maniqueísmo, el nacionalismo de pertenencia, el de “el malo es el otro”. No, no somos los buenos, sino que nos conformamos con no ser los malos. “La Patria es el otro” fue un lema creado por el kirchnerismo y abandonado con la misma displicencia con la que abandonaron los superávits gemelos de Néstor Kirchner, algo contra lo que Kicillof atentó cual mezcla mutante entre kamikaze y talibán.

Nada más difuso que el concepto de Patria, más en un país que nació como territorio de ultramar de otra Patria y se llenó de inmigrantes provenientes de Patrias que hoy ya no existen, como los genoveses del Reino de Cerdeña, los calabreses del Reino de las Dos Sicilias, los alemanes de los reinos de Sajonia y Baviera, los sirios y libaneses del Imperio Otomano y demás casos que se multiplican con la misma falta de interés con la que olvidamos la cantidad de países que existieron, duraron mucho más de lo que llevamos nosotros, y desaparecieron del mapa.

¿Qué es la Patria? El otro, claro. ¿Quién corno es el otro? El otro que no es enemigo, por supuesto. El enemigo es antipatria, cipayo, vendepatria –como si existieran compradores interesados en este cottolengo lleno de argentinos– con lo cual el otro es el que es igual a mí. Y lo naturalizamos. Totalmente naturalizado.

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Mariozza tuvo la desgracia de volver a enviudar –en condiciones dudosísimas, para variar– y decidió casarse con el antiguo rey de Borgoña y débil rey de Italia, don Hugo de Arlés. Y si don Hugo estaba casado, esto no era problema: el que tenía que anular el matrimonio era el Papa Juan XI, el primogénito de Mariozza. Esto no cayó muy bien al segundo Alberigo II por dos temitas morales: don Hugo era el hermano del difunto Alberigo di Spoleto, o sea, su tío. Si faltaba algún condimento a esta novela de quilombo familiar estratosférico, Alberigo II decide derrocar a su hermano del papado, rajar a su madre y expulsar a su tío del trono romano. Mariozza desapareció de la escena luego de mover la política romana a su antojo y con total impunidad durante 23 años.

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Ahora naturalizamos la prepoteada del pollerudo. Al Presidente de la Nación lo citan a declaración testimonial en un juicio sobre un tema del que dijo de todo en contra de los acusados durante casi siete años. A donde fuera invitado, Alberto le daba duro y parejo a Cristina y a sus cortesanos. Pero en aquel entonces varios nos reíamos para no llorar, porque parte de la investigación de Nicolás Wiñazki y de Hugo Alconada Mon incluyó un dato crucial: que la empresa Austral Construcciones fue constituida luego de que Néstor Kirchner ganara la presidencia y antes de que asumiera. Alberto, el impoluto, no había visto nada.

El Presi tuvo que responder la pregunta de un fiscal y se hizo el cocorito. Lo boludeó, lo trató de idiota al afirmar que el funcionario tiene problemas para comprender lo que se le dice. Y eso que la pregunta era sencilla: cómo es que no vio lo que firmaba. Alberto negó todo, incluso negó haber visto más de una vez a Lázaro Báez y ni se enteró a qué le ponía su firma.

Las opciones son dos: o miente o es un pésimo funcionario. Si miente, cometió un delito delante de todos, dado que ser testigo y mentir configura un falso testimonio. Pero Alberto es profesor de Teoría del Delito y no hay chances de que desconozca lo mínimo y necesario. Con lo cual se simplifica en que cometió un delito o, además de un pésimo presidente, fue un pésimo jefe de gabinete.

La jugada de Cristina Fernández fue magistral. Ella pidió que citaran a Alberto Ídem en un movimiento folklórico denominado “si caigo yo, te venís conmigo”. De hecho, la expresidenta dijo –palabras más, palabras menos– que todos los ministros fueron en cana y a ella la enjuician, con lo que se están comiendo un eslabón en el medio: el jefe de gabinete.

Alguna vez leí que Cristina era pésima al elegir a sus niños mimados. No es una cuestión de género, dado que nunca eligió una delfina. Y luego los entregó, sin importar si son hijos políticos o propios. ¿Nadie notó que el quilombo judicial de Florencia se habría solucionado rapidísimo si Cristina decía “ese dinero es mío”? ¿Quién la iba a encanar si tiene fueros?

En cuanto a los hijos políticos, primero nos enchufó a un cheto quebrador serial como luminaria progre, el vikingo de la izquierda nuestramericana, un inútil todo servicio que arruinó el sistema previsional y dejó un agujero fiscal que tiene su propia fuerza gravitacional. Le soltó la mano. Boudou hoy integra el elenco de lloronas de los velorios al neoprogresismo que dan periódicamente por Zoom. Le soltó la mano a Julio De Vido, el hombre que más hizo por la fortuna familiar; mandó al muere a Luis D´Elía, el elegido para controlar la calle; se olvidó de Ricardo Echegaray, el tipo que desde la titularidad de la AFIP envió un ejército de contadores para arreglar el desastre de los libros contables de los Kirchner.

Luego vino Axel Kicillof, el peronista de Mao, el economista marxista, el carnicero vegano. Un tipo tan capaz que fue a negociar una deuda a París y volvió tras pagar casi el doble. Por suerte no lo enviaron a negociar las Malvinas porque tendríamos a la Patagonia como un bonito recuerdo.

En su elección de personas para ejercer el poder por ella, Cristina esta vez optó por el más maleable de todos los que conoció. Y como siempre, nada más maleable que un traidor culposo con ansias de laureles. ¿Así que la corrupta era yo? ¿Así que esto era una asociación ilícita? Andá a declarar bajo juramento, ameo.

El Poder carismático de Cristina no ha caído un ápice. La diferencia entre su poder durante su presidencia y el vecinalismo en el que ha derivado su influencia obedece a la caja. Nadie es amigo de un Presidente pobre y nadie es amigo de quien no maneja cajas. Impedida de llegar al Poder por sus propios medios, colocó a otro, alguien que pudiera arreglarle los quilombos y garantizar el trono para su hijo. No funcionó. No parece funcionar por ahora.

Hace tan solo una semana volví a repetir “que la corrupción no tape que además gobernaron como el orto y aún lo hacen”. ¿Se entiende ahora? Parano quedar como un boludo que firmaba lo que le ponían, Alberto tuvo que explicar que no vio corrupción.

Además de corruptos eran pésimos, nefastos gestionando. Y a eso apuntaba en mi última nota: comencemos a pensar qué queremos pero demos por sentado que el corrupto va a tribunales. No conozco mayor ejemplo de honestidad y bondad que el de algunos influencers que hacen campañas de la ostia sin obtener nada a cambio. Pero no los veo con intenciones de gestionar un país ni creo que ellos mismos se sientan capacitados. O sea: con la bondad podemos hacer un mundo mejor, pero para gestionar un país necesitamos a los más capaces y con planes pragmáticos. Que sea honesto es tan elemental como que sea humano. La pobreza, la inseguridad, la inflación no reconocen ideologías. Les da igual. La corrupción tampoco. Señor, señora, doy por sentado que no me va a robar, ¿qué ideas tiene?

Sin embargo, nuestra política hoy se reduce a estar sentados en un bar y que pase un candidato: “Señor, disculpe que lo interrumpa, podría estar robando pero aquí estoy pidiendo su voto”. ¿Y que me ofreces a cambio? ¿No robarme?

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Ah, el final de la historia. Alberigo Jr. metió a su madre en un convento, que era la cárcel para los aristócratas. Algo así como una domiciliaria en una chacra en la actualidad. Don Hugo, a quien Alberigo II expulsó de Roma mientras encanaba a su hermano y a su madre, se convirtió en su suego y formaron una bonita alianza.

No fue coronado, pero como el fruto no cae demasiado lejos del árbol, heredó de su madre y de su abuela la manía de mover los hilos de todos los demás. Designó a Marino II como Papa, no le gustó mucho, puso a Agapito II (que batió todos los récords al permanecer casi una década sin ser asesinado) y, finalmente, colocó en el trono de Pedro a su propio hijo bajo el nombre de Juan XII con tan solo 18 años de edad. Juan también era hijo ilegítimo, pero es lo de menos: nieto de un Papa y sobrino de otro, dejó un tendal de desastres sexuales.

¿Mariozza? Vivió en el convento hasta que su hijo murió y no de vieja. ¿Quién fue? Todos eran sospechosos.

 

 

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