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Paradójica Mente

Paradójica mente

Dice la teoría que uno debe elegir cuáles batallas dar y en cuáles es mejor guardarse en cuarteles de invierno para una mejor ocasión o nunca darla. Digo que dice la teoría porque, en la realidad cotidiana, pocas personas pueden darse el lujo de decidir cuándo dar pelea.

Entre las frases más cuestionables del refranero popular existe una que vincula las enemistades con la personalidad. Ya saben, esa que dice que tus amigos te definen, pero más lo hacen tus enemigos. Una hipérbole insostenible en la que, si tus enemigos son personas nefastas, es obvio que vos sos un buen tipo o que, al menos, hace las cosas bien.

En buena medida puede darse esta situación. Si te pusiste de culo a la mafia puede ser porque los enfrentaste o porque los traicionaste. ¿Cuál sería la definición del odiado? ¿Héroe o traidor? A nivel internacional todo se reduce a una cuestión muy sencilla desde lo semántico: estás a favor de la democracia liberal capitalista y occidental, o estás con el enemigo que, en este caso, serían todos los demás. Y, sin embargo, a la hora de los bifes, todos se amigan, se pelean, comercian o dirimen conflictos bélicos en respuesta a los intereses privadísimos de un dictador que no quiere que le tiemble el piso y justo encontró a un demócrata que quiere seguir ganando el juego electoral.

No la quiero complicar con que todo es más complejo, pero tampoco puedo llevarlo al terreno de una simplificación en la que el mundo se divide en personas de bien y quienes no lo son, todo según los parámetros absolutamente subjetivos del seleccionador. Técnicamente hay personas que, si violan todo el Código Penal, no podríamos considerar personas de bien. Esa es la teoría, claro, que después están los funcionarios públicos como recordatorio de que la política será el arte de lo posible, pero más lo es de lo impensado.

En sus obras, Marcus Tullius Cicero (Cicerón para los amigos) dedicó un enorme diálogo ficticio a analizar si la voluntad de las mayorías eran signo de algo y las puso en duda al asegurar que ni todos los seres humanos en su conjunto pueden decidir que la naturaleza de una cosa sea distinta. En términos actuales, sería algo así como que, si 8 mil millones de habitantes del planeta deciden que la Tierra es plana, así y todo no tendrán razón.

La historia ha dado sobrados ejemplos prácticos y no hace falta recurrir a la política. Si viajáramos a la Europa del siglo XII y algún monarca quisiera encargar una encuesta, el estudio llevado a cabo por el Baron de Berensztein arrojaría que el 98% de los hombres con algún estudio saben que la Tierra es redonda, con un margen de error de +/– 2%. Si la segunda pregunta es qué hallamos al navegar hacia el Oeste, la opinión mayoritaria dirá que chocaremos contra las Indias y eso no implica la desaparición de América.

No quiero meterme con los estudios del Baron de Berensztein, pero sirve de ejemplo de que, no siempre, la opinión mayoritaria es la verdadera. Porque es una opinión basada en creencias. De ahí que la obsesión por los datos también la tomo con pinzas, un sacrilegio en esta época de Big Data, Datomatarelato y mis datos no pueden ofender: datos sin contextos pueden torcer cualquier realidad.

Si digo que una persona se cargó a 400 seres humanos y dejo el dato en soledad, estaremos ante la presencia del mayor asesino en serie de la historia de la humanidad. Si le sumo un rifle de francotirador y lo meto en las ruinas de una ciudad, pasa a ser un héroe de guerra. Ahora, si leo sus memorias en las que dice “me gustaba ser francotirador y gozar de licencia para elegir a mi presa” y que “con cada disparo era como si pudiera oír la bala atravesando el cráneo del enemigo”, volvemos a sospechar de su capacidad de vivir en sociedad. Y si contamos que las víctimas de Vasili Záitsev –de él hablamos– eran soldados alemanes en el sitio de Stalingrado, volveremos a pensar en un héroe. Y así hasta el infinito.

En la era de la brevedad y la inmediatez, toda frase puede ser sacada de contexto y, automáticamente, convertirse en un dato que fortalece una narrativa. Bueno, es la base de la posverdad, palabra que con solo mencionarla me induce al sueño, pero que es nuestra realidad insufrible. Nada es sólido dentro de la solidez de datos que caen como trompadas uno tras otro.

El problema con la verdad es saber separarla de la naturaleza de las cosas. Cualquiera puede tener razón en millones de situaciones y eso no quita que se equivoque sobre la dureza de una roca, ¿me explico? Cuando todo se mezcla, cuando juntamos los datos sueltos, la voluntad de las mayorías, la potestad de la verdad y la subjetividad del emisor, es que llegamos a este punto tan extraño en el que te bajan una ley simple como la de impedir que un condenado pueda ser electo en algún cargo, pero te dicen que es “para mejorarla”. ¿Qué era tan complejo?

Y cómo ahí los datos se ponen en otro contexto, todo se tuerce para que encaje mejor. De pronto, Macri tampoco combatió a la corrupción kirchnerista y ahora es un oportunista político, no como cierta persona que marchó junto a Pablo Moyano contra Macri.

Tiros en los pies cada vez más seguido y, para justificar, el Gobierno fabrica enemigos por todos lados. Como si le faltaran enemigos naturales, como si ya no tuviera gente que lo detesta.

Todos los días aparece un nuevo anuncio positivista. Ante la imposibilidad de remarcar que seguimos ganando, cada tanto se cuenta como novedad algo ya existente. Y cuando surge la posibilidad de un nuevo enemigo… Ah, esos días son como encontrar plata en el bolsillo del pantalón.

De tanto fabricar enemigos, de tanto trazar una línea en la que nadie sabe bien qué hacer para no caer en desgracia, se ha autorizado de facto a mucha gente a hacer lo mismo. Bueno, no es que no se hiciera antes, que esto es un signo de época. Pero de pronto vemos a hombres de derecho pedir que, mientras todos dejamos de comprar en Carrefour, el gobierno debe proceder al cierre de la cadena francesa porque en Francia decidieron dejar de importar carne del Mercosur en uso de sus facultades de libertad de comercio y la mar en coche.

Yo lo ví, lo vimos varios y nos hacemos los boludos. Cada uno tiene su propio temor a no caer en gracia. También podemos ver a avezados economistas, teóricos del liberalismo full package old school que con la misma boca que hablaban de populacheros bocones y libre comercio, hoy juegan la carrera de las rodilleras y cuestionan la responsabilidad parental de una mujer que manifiesta costarle mantener a sus hijos. “Es responsabilidad primaria de los padres”. Sí, ya lo sabemos, campeón, y también sabemos que entre todos te ayudamos a cumplirla, pero ¿te parece decirle eso a una persona que cuenta algo que le pasa a la mitad de los argentinos?

Yo me llamaría a silencio. De hecho lo hago y es notorio. No activo en redes, lo hago cada vez menos y por motivos zonzos. No tengo ganas de dar discusiones por todo con gente que tiene tantas certezas cuando yo sólo tengo dudas de todo lo que me rodea desde siempre. Ni siquiera sé si este texto es cierto, si existo o soy parte de la imaginación de otra persona. No sé cómo hacen los demás para tener la certeza de hoy y no importarles que sea tan distinta a la certeza de ayer.

Como si les faltara gente con ganas de verlos humillados, multiplican a los enemigos, en el sentido directo de la palabra. Un enemigo, por definición, no es un otro que no es como yo y con el que debo convivir. Un enemigo es, por definición cultural aceptada, alguien que no quiere ocupar el mismo espacio que nosotros y desea no tenernos en el mapa. ¿Cómo vas a convertir en enemigo a Spotify porque tiraron un tuit falopa para promocionar a una de las artistas que más guita les genera? Yo entiendo que Lali da escozor, pero de ahí a llamar a un boicot contra Spotify es como mucho y no, precisamente, por Spotify.

¿Qué interés podría tener una empresa sueca en hacer caer a un gobierno en la otra punta del mapa? ¿Acaso no es libre de comerciar y publicitar su comercio como le dé la gana? Sí, lo de la libertad, sus consecuencias y coso. Pero, al menos hasta que cambien las reglas de juego de manera formal, las consecuencias de los actos se determinan en otros espacios y con las garantías de un debido proceso.

Si lo que importa es proteger los intereses de la Nación, yo comenzaría por otro lado, qué sé yo. ¿Alguien sabe si está bien que el flamante titular de la Secretaría de la Niñez sea Juan Bautista Ordoñez? ¿Qué punto de su amplio currículum da pie para considerarlo para el puesto? Fue vice de Aerolíneas Argentinas, director ejecutivo de Barrick Gold en Argentina y manager de Codere, una de las empresas de apuestas más grosas de estas pampas. ¿Algo que ver con la niñez, más allá del expertise en apuestas?

¿Entre los intereses de la Patria no estaba, acaso, la reformulación del universo sindical? O sea, el Presi, cuando no era Presi, dijo que los sindicalistas podían elegirse y organizarse internamente como quisieran. Cuando llegó a la Presidencia cambió de óptica, pero ahora no hubo quórum para tratar modificaciones a la eternidad sindicalista. ¿Quién paga el costo más alto, los eternos sindicalistas que fueron al diálogo en vez de al paro y se sacaron de encima a Pablo Moyano o el gobierno con otro cambio de postura?

Después pasa algo, como comprar una cafetera, y los rajan a la mierda con una actitud de intangibilidad envidiable. Esta actitud puede generar la visión de un hombre que se alza en soledad contra la horda de traidores que no toleran su grandeza. Otros no tenemos tanta imaginación y podemos sentenciar que no sólo no tenía equipo –siempre fue obvio– sino que no tiene a nadie en quien confiar. Por si fuera poco, aquellos en los que sí confía, esas dos o tres personas, son las que más rosquean para sus propios proyectos.

En el interior Milei fue una herramienta para el resurgimiento y supervivencia de lo más clásico de la política. Nada hace pensar que eso vaya a cambiar en los próximos meses con el armado de las listas de candidatos para las elecciones por venir. Casta, caras conocidas y los más impresentables hallables irán en la saga. Cuanto más dominables, sumisos y sin mayores problemas para lidiar con el escrache, mejor. Porque no es lo mismo un diputado sin los patitos en fila que la diputada de los patitos.

A lo que todavía no pude darle la vuelta es a la falta de temores tanto del presidente como de sus mayores defensores. Si Victoria Villarruel cayó en desgracia en el imaginario presidencial ¿qué les queda al resto? ¿Qué nos queda a nosotros? Hablo de Villarruel, estimado, no del quinto concejal suplente de un municipio perdido en el mapa, ni de Larreta, ni de Lousteau. Villarruel, la que le dio a un Milei anarco capitalista la pátina de un nacionalismo conservador y celeste.

Decía que no logro descular la falta de temor y hablo también del Presidente. Si ve que sus personas de mayor confianza defienden cualquier cosa por más contradictoria que sea y sin importar cómo quedan sus propias imágenes de cara a propios y ajenos, ¿qué le hace pensar que algún día no le harán lo mismo? Tanto citar a la Biblia y no llegó a las traiciones de La Pasión. Lo entiendo, yo también tengo libros que nunca terminé de leer.

En 2010 Néstor Kirchner llevó a cabo su mayor acción en pos de la atomización final de la oposición: murió. Todos los que habían construido sus carrera políticas y sus discursos en oposición a Néstor Kirchner, quedaron en el aire y sin una red que los ataje. El efecto viuda habrá ayudado a que Cristina sume algo. Ayudó bastante que la economía estuviera, todavía, con anfetaminas en sangre, pero más ayudó la desaparición del enemigo.

Recuerdo este caso puntual porque hay distintas formas de afrontar a un enemigo mortal, ese del cual depende nuestra supervivencia. Una de ellas es la puja por la hegemonía: ellos o nosotros. El gran problema es la paradoja: si ganamos ¿qué nos define, qué nos une? Es lo que más me jodió de todas las narrativas de los últimos tiempos: todos juntos, unidos, tirando para el mismo lado. Sin importar quién gobierne, cómo lo haga ni sus valores, la narrativa de unidad estuvo tan presente que pocas veces se prestó atención a la unidad frente a qué.

No hay forma de estar permanentemente unidos si no es que somos todos idénticos, con la capacidad de aprendizaje y de pensamiento propio totalmente anuladas, como partes de un todo que nos supera. Otra paradoja: la consolidación de una sociedad aparentemente liberal construída sobre la posibilidad de ser expulsado del grupo ante el mínimo disenso, por más trivial que resulte.

Lo bueno de los tiempos que corren es saber que no hay ninguna estupidez detrás del capítulo mil millones del “nosotros o ellos”. Se ha construído demasiado bien bajo el magistral manual de lo difuso: el enemigo es aquel que no abraza las ideas de la libertad. ¿Cuáles son esas ideas? Las que nosotros digamos. ¿Y si no se aparta pero molesta? No estuvo a la altura de los tiempos que corren o quiso construir su propio proyecto y acá no hay que tener proyectos propios mientras esté en riesgo la libertad.

Existe otra gran paradoja que apareció por falta de conocimientos. Como defensor de la meritocracia, sé muy bien que hay muchas veces en las que lo que toca, toca, que la suerte es loca. Es muy difícil sostener la meritocracia cuando existen ganadores del Quini. Y yo no estoy entre ellos, claro. Es imposible no sentirse frustrado cuando vemos casos de éxito ajenos y nadie nos explica cómo igualarlos u otras cosas que hay que tener en cuenta: que a veces el primero en llegar será el único, que lo nuevo sólo puede serlo una sola vez y que el esfuerzo como única herramienta no siempre funciona para llegar a destino. Es imprescindible, obviamente, pero se necesitan más cosas.

Querer y no poder o no saber genera frustraciones. Y no todos sabemos lidiar con esas imposibilidades. Algunos se deprimen, otros las procesan y están los que se resienten. Si el que llega es un caso de éxito, el que no lo consigue, por decantación, es un fracasado. Y estas no son críticas, son los resultados posibles de un sistema de vida al que yo también, a veces sin notarlo, adhiero: titán del éxito vs. fracasado de la vida. Hasta podría considerarlo un upgrade del antiguo axioma “deseo lo que tiene mi vecino, pero más deseo que él no lo tenga”. Salvo en política. Ahí rige el unicato hiperpresidencialista caudillesco del líder de masas a quien nadie, absolutamente nadie puede decirle que no está de acuerdo con una coma.

Uno puede ser consciente de qué está viviendo un cambio de época y, así y todo, no convalidar todo lo que lo rodea. Menos si la amenaza es “esto o ellos”. Si no querés que vuelvan ellos, lo mejor que podés hacer es trabajar para que no lo hagan. Con ser mayoría no alcanza. La historia está plagada de mayorías que abandonan. Y las minorías son tan volubles como las mayorías: son las personas que se quedaron fuera del cambio por no querer o no aceptar el fin de las normas anteriores; pero también lo son aquellas que gestan la futura época y aún no lo sabemos. Al fin y al cabo, todo movimiento hegemónico tuvo un punto de partida.

Cualquier líder lo sabe.

Y todo período exitoso tendrá un Gardel que cantará cada día mejor hasta que los vientos cambien y no se pueda separar el éxito del recuerdo nostálgico. Ahí es mejor tener un Plan B y haber cosechado la menor cantidad de enemigos posibles, tan solo los inevitables.

Pero para eso hay que saber por qué se pelea, más que contra quién.

P.D: ¿Chusmearon los jueces que están por entrar a Casación? Digo, está bien, si pasa Lijo, pasa cualquier cosa ¿pero los googlearon, al menos?

P.D.II: ¿Cómo se te va a caer ficha limpia?

Nicolás Lucca

 

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