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El problema de aburrirse

El problema de aburrirse

La descubrí hace muy poco y sin querer: la terapia ocupacional. En teoría, sus profesionales atienden un abanico que va desde personas con autismo hasta pacientes que se recuperan de accidentes cerebrovasculares. En mi caso, fue para probar algo nuevo que me ordenara. Primer error: creer que yo estaba desordenado.

Para cuando llegué a la consulta, llevaba toneladas de libros de filosofía acumulados y tenía una noción del ocio que me resultaba condescendiente. O sea: consideraba al tiempo libre como improductivo, porque no se utiliza para producir. Segundo error: desde ese punto de vista, el estudio también sería algo improductivo, dado que es una potencialidad de la que no tenemos mayores certezas. Mayor fue mi sorpresa cuando, luego de indagar sobre lo que yo considero actividades ociosas, mi flamante terapista dijo que no eran improductivas.

Como primera tarea me pidió destinar un rato de cada día a dos de mis actividades favoritas: escuchar música como a mí me gusta –otro tema para un ensayo– y leer algo, cualquier cosa, sea ficción o no, aunque preferentemente lo primero. ¿Motivo? Poner la mente en remojo frente a las vicisitudes de mi trabajo, una de las cuales implica estar conectado con todo, absolutamente todo lo que pasa o podría pasar, las 24 horas los siete días de la semana.

De entrada no me dio resultados. Ese hueco que encontraba para mí no podía compensar la velocidad de los acontecimientos. Y es que, en este país, todo es icónico por más pelotudo que sea el tema. Más pronto que tarde se me apareció un nuevo contratiempo: el período de ocio me daba nuevas ideas.

Veo quinientos posteos con fotos de gendarmes que detienen de oficio a narcotraficantes en las rutas. Todo bien. Cuando mi cabeza va a la pausa, pienso “¿por qué no denunciaron la inactividad total del período anterior si los gendarmes son los mismos?”. Ahí ve lo que le digo, estimado lector. Mi pausa ociosa no es una pausa: es tomar impulso para llevar mi cabeza al recalentamiento total.

Planteo esta cuestión a mi terapista. Como toda profesional seria de la salud mental, me es imposible descifrar cuáles son sus ideas políticas y económicas. Bien por ella. Con toda libertad le digo que no entiendo cómo es que no prestaba atención a estas cosas antes. “Porque no tenías espacio para pensar”. Bendito sea el ocio, entonces. Ahora, también puedo suponer que mis colegas, los que están abocados a la tarea de la coyuntura todos los días y que tampoco notaron este detalle, no lo hicieron de boludos. Estaban cansados. Como yo. Lo bueno del asunto es que los funcionarios del ministerio de Seguridad todavía están a tiempo de iniciar las investigaciones pertinentes para determinar cómo es que estos operativos no ocurrieron entre 2015 y 2019.

Domingo por la tarde. Ante la novedad de que el Presidente será el primero de la galaxia en presentar un presupuesto un domingo por la noche con la Luna en cuarto creciente, asumo la inevitable certeza de que deberé escuchar lo que tiene para decir. Porque, bueno, básicamente parte de mi trabajo es estar informado. Como si el ocio fuera un medicamento –spoiler: lo es– me dispongo a tomar una dosis preventiva con una buena escucha de discos con auriculares y algo de esa que se hace llamar Elena Ferrante en mis manos.

Todo al pedo, porque el Presidente habrá explicado muchas cosas, pero me quedó una idea simple y sencilla: no se podrá gastar por encima del presupuesto y toda nueva erogación implicará un recorte en otra área. Fantástico, pero no dijo dónde pasará la podadora si es que a fin de año voltea del todo el impuesto PAIS. Pequeño olvido el que tuvo. Por lo menos la oposición le hizo un favor al voltear los 100 mil palos para la Secretaría de Inteligencia. Pobre hombre, ni quiero pensar lo que debe haber sufrido al pensar qué gasto masacrar.

Me aboqué a una breve tanda de zapping para chusmear cómo encaraban los análisis mis colegas analistas. No encontré un economista. Una manía constante de hablar solo de política. Una especialización. Y yo tengo un par de serios problemas con los periodistas especializados. No con ellos, que para algo se especializaron, sino conmigo. El periodismo, por definición básica, no puede profundizar demasiado en ningún tema, dado que infinitas son las actividades del ser humano y, por ende, infinitas son las ramas a informar. Cuando alguien decide especializarse en un tema puntual, el resto desaparece. Y eso no es culpa del especialista, sino de quien lo formó.

Pensemos en otras disciplinas. Un abogado moderno egresa de la facultad con pocas, poquísimas, nulas nociones de economía. Puede que en el programa se hayan cruzado con algún concepto en derecho tributario, pero no mucho más ni dado con la rigurosidad que le corresponde a un estudiante de alguna carrera económica. Por contraparte, un egresado de la facultad de Economía habrá tenido nociones de derecho y el funcionamiento de las distintas aristas de la sociedad y el Estado no mucho más profundas que aquellas que les fueron dadas en la escuela secundaria. Son especialistas en Economía, o en Contabilidad o en Administración. Algún marciano habrá que cursó para ser Actuario y serán todos unos buenos profesionales en sus áreas. Hasta que algo roza algún área de las humanidades.

Un diputado que propone bala sería un problemón. Pero si ese diputado encima es economista, es un “bueno, qué querés, si no entiende de la Constitución”. Pero es diputado, se supone que hace leyes y que las mismas deberían ajustarse a la Constitución. ¿No? Bueno, no.

Y ahí me encuentro yo, como un idiota que mira la pantalla y no logra comprender qué es lo que anida en la mente de un mandatario que da cuenta de ilícitos cometidos por algunas personas nunca mencionadas ni denunciadas, cuando es su función denunciar lo que conoce. Literalmente, hay una ley que lo dice. Pero no se especializó en esas cuestiones, así que para qué cuestionarlo.

Lo mismo ocurre periodísticamente. Exactamente lo mismo, y con eso nos corren. No sé si está bien o mal, solo sé que me es imposible conocer sobre los peligros del Cinturón de Van Allen. Y como no me especialicé en ciencia aeroespacial, astronomía, astrometría ni cosmología aplicada, prefiero no opinar. Elijo no opinar. Hago uso de mi libertad de expresión para callar y no decir una burrada.

Cuando se me planteó lo del ocio lo tomé como alguna cursilería new age, algo sin demasiado sustento estadístico, pero no: que mis actividades ociosas son productivas en sí mismas, aunque yo sienta que no. Claro que, detrás de toda actividad ociosa, puede haber un gasto. Esa es una discusión que yo había zanjado hace tiempo. Estaba acostumbrado a que los sordos voluntarios de la vida me preguntaran por qué gastar guita en discos. La respuesta llegó solita cuando un bruto me preguntó para qué tantos libros. ¿Cuántos serían suficientes?

He aquí que hallé las maravillas de lo que mi terapista me planteaba. Puede que haya exagerado al escribirle a las dos de la mañana, pero quién tiene los teléfonos con sonido a esta altura del partido. Estaba con una relectura de Horizontes Perdidos –creo que la número 56, aunque puede que me quede corto– mientras en mis auriculares sonaba Nina Simone cuando caí en la cuenta de que, cada vez que quería jugar Carrera de Mente cuando era chico, nadie se prendía. ¿Será una cuestión de cultura general? Porque los periodistas profundizaremos poquito en cada tema, pero también es cierto que del otro lado tenemos la respuesta de miles de especialistas de cada tema que no lo son de otros. Y así, con la ensalada en la cabeza, salió mi mensaje: “el ocio genera cultura general”.

Mi terapista me contestó que sí. Puede que haya agregado algo sobre los límites horarios de las sesiones, pero el punto es que sí, que cuando uno tiene tiempo para boludear, también aprende. Nuestra cabeza es una máquina que nunca descansa ni cuando descansamos, tan solo cambia de chip. Yo cambio de chip todo el tiempo. No sé si está bien. El ítem “farmacia” en los gastos mensuales me hace dudar.

Cuando veo fotos de Pato feliz de la vida en el zoológico humano que Bukele llama cárcel, me pregunto por qué no decimos nada, si es una violación abierta a cualquier estamento sobre derechos humanos en cualquier parte del mundo. Obviamente, la inmensa mayoría podrá responder “vos porque estás a favor de las Maras”. No lo estoy. Tampoco estoy a favor de los atentados subversivos, pero eso no me lleva a justificar un plan de desaparición de personas cuando mi país me dio un bonito sistema judicial en el que las hace las paga. Como el eslogan.

Yo habría comenzado con construir cárceles nuevas y modernas, que el penal de máxima seguridad de la Provincia de Buenos Aires fue inaugurado en la década del 80. De 1880. Las cárceles federales más modernas tendrán unos veinte años, pero fueron diseñadas hace siete décadas. Y hasta donde tengo entendido, la Constitución dice que las cárceles serán sanas y limpias. Que nosotros queramos venganza, es otra cosa. Lamentablemente, nuestros sentimientos no están por encima de las leyes.

Aún recuerdo cuando nuestro Presidente fue a la reasunción de Nayib Bukele en El Salvador. Chocho como pariente de Adorni, se mostró sonriente y procuró establecer una imagen de sintonía con el disruptivo salvadoreño. No recuerdo a un solo columnista, analista o lo que quieran encontrar que haya dicho “solo con convocar a elecciones violó la constitución de su país y su asunción constituyó el nacimiento de un gobierno de facto”. ¿A quién le importan los tecnicismos? A los que los conocen. Dos opciones: se los conoce y no nos importa, o no se los conoce. Prefiero creer que es el segundo caso, porque de tratarse del primero, seríamos unos justificadores selectivos de dictaduras.

¿Que cómo me enteré de lo de Bukele si no me dedico al periodismo internacional? De aburrido. Estaba al pedo y googlié cómo iban las cosas en el país centroamericano solo para hacerme mala sangre. El grueso de la gente apoya a Bukele, el grueso del electorado está feliz con la paz alcanzada y, como bien sostuvo Von Göethe, “la libertad les da tanto miedo que son capaces de cualquier cosa con tal de perderla”. O quizá todo se reduzca a quién preferimos tener de patrón: al dictador bueno o a las pandillas asesinas.

Ídolo de los chicos, yerno soñado de las señoras de bien, a fin de mes, Bukele hará una visita relámpago a la Argentina para profundizar la relación política con Milei
El presidente de El Salvador estará menos de 48 horas en Buenos Aires, y además del encuentro en Casa Rosada, tiene previstas reuniones con los titulares del Senado y de Diputados. A la Corte no la visita porque ni en su país la respeta.

No tengo nada contra Bukele a título personal. Mi problema son con los que comparan problemáticas sin tener en cuenta a los países, como si diera lo mismo una república centralista que una confederación, como si administrar un territorio más pequeño que la provincia de Tucumán fuera igual a lidiar con un país cuyo territorio supera a España, Alemania, Italia, Reino Unido, Rumania, Bielorrusia, Chequia, Bulgaria, Islandia, Grecia, Hungría, Portugal y Austria en conjunto. ¿Es lo mismo coordinar la tensión de voluntades de 6 millones de habitantes que la de 45 millones de psiquiátricos repartidos en 24 distritos con 24 recetas de empanadas y 45 millones de soluciones imposibles para problemas que no comprenden?

Bukele es el mayor ejemplo de lo que yo llamo “Política Tabaco” (patente pendiente). Los consumidores de tabaco son los más desprotegidos del sistema argentino. Nadie sabe cuánto pagará, nadie sabe qué se lleva el Estado y cada vez que hay que aumentar un impuesto, la ligan por las dudas. A nadie le importan porque fumar está mal visto y es peligroso para la salud y el Estado te cuida a billetazos. Bueno, lo mismo pasa con las políticas contra la delincuencia. Hay miles de formas de combatirla, todas opinables, pero andá a reclamar una violación a los derechos humanos cuando del otro lado tenés a un indeseable. Algo así como cuando se pedía trato humanitario para los represores de la última dictadura.

Todos nosotros sabemos de qué seríamos capaces si nos garantizaran la impunidad y una metralleta en los minutos subsiguientes a haber sido víctimas de un robo. Por eso es que las políticas de alto impacto no generan rechazo sino más bien todo lo contrario. Mi único problema con la Argentina es que pretendemos que leyes más duras las apliquen estos mismos jueces a los que puteamos.

Sin embargo, espero que la visita de Bukele sea fructífera y traiga aires frescos que nos permitan disfrutar de la presencia de un presidente acusado de aceptar guita del petróleo venezolano, con un kiosco de recaudación ilegal en cada oficina pública y hasta con su mano derecha perseguida por la DEA por sus vínculos narcos. Eso sin mencionar la detención y muerte de uno de sus principales asesores por “revelación de hechos secretos”. O sea: por contar.

Con ojos de quien siente curiosidad por cualquier boludez, da para pensar que un tipo que surgió del partido guerrillero FMLN y hoy es el sex symbol de la derecha latinoamericanista, recién haya dejado de negociar con los maras cuando encontró más viable garantizar los dividendos con ellos fuera del negocio. Pero como no soy especialista en política salvadoreña, no opino, como tampoco lo hago respecto de los asesores del autócrata húngaro Viktor Orbán, presentes en la Argentina con ganas de conocer el Patio de las Palmeras. Si, por casualidad, alguien les consulta cómo es que consiguieron modificar la Constitución, suprimir el derecho a huelga, prohibir el matrimonio igualitario, ilegalizar el aborto y eliminar el artículo que garantizaba la igualdad de pago a las mujeres por igual tarea, es pura coincidencia.

¿Cómo es que sé que allá hicieron todo eso? Porque estaba aburrido en un entretiempo de Escocia-Hungría en la última Eurocopa.

Esta curiosidad también me lleva a indagar, aún sin resultados, en por qué estas reuniones, visitas y coincidencias no significan nada y, sin embargo, del otro lado hay un complot masónico-comunista globalista. Casi tan curioso como que el antisionismo haya sido corrido de ese complot históricamente vinculado a la derecha. Pero, aunque cambiemos de lugar las banderas, el mecanismo parece intacto y no sé por qué resulta tentador utilizarlo nuevamente.

No hay mejor excusa que la de reaccionar ante un complot contra nosotros, gente de bien, tan importantes que somos. Hace banda de tiempo, Sir Karl Popper consideró que la teoría de la conspiración es anterior, incluso a las religiones modernas al observar que, en la mitología griega, todo lo que pasaba en el terreno mundano eran coletazos de conspiraciones entre los dioses. Luego de que aplicáramos el ahorro y pasáramos a tener un solo Dios, la necesidad de explicar nuestros males tuvo que canalizarse de otra forma. A alguien hay que culpar. Así es que, desde siempre, hay hermosas teorías conspiranoicas. Si no me creen, busquen cuándo fue que nació la leyenda antisemita del asesinato ritual de niños. Les paso el dato, que me quema saberlo: hace diez siglos.

Pero las teorías conspirativas no deberían inquietar mientras queden en grupos aburridos sin acceso a métodos de ocio. Algunos utilizan internet para mirar porno, otros para encontrar a un especialista en cosas que argumenta cómo descubrió que Hitler tiene una chocolatería en Bariloche. Otra cosa es cuando la teoría conspiranoica llega a la boca de gente con poder. Es una excelente forma de generar consensos, aunque pase de forma tan inocente como llamar gusano comunista a cualquiera que no se auto proclame liberal-libertario línea fundadora.

El asunto es que ahí estaba yo, con el Presidente en el púlpito y su presentación de otro acto refundacional: un presupuesto equilibrado con números que ni el mayor optimista ve como posibles para el 2025. Pero bien sabemos que Milei es la concreción de todo lo que creíamos imposible, así que no vamos a perder la fe. Mientras lo escuchaba volvió a atacarme lo de la cultura general. No hay forma de que el ocio me beneficie si cuando vuelvo al trabajo me invaden pensamientos. “Los últimos 120 años” se repite en sus palabras para hablar de las 22 crisis desde 1901 y dejar contentos a radicales y peronistas como maníacos deficitarios que gastan la que no tienen.

Convenientemente, queda afuera la crisis de 1890 que puso punto final a una década iniciada por la obra pública fenomenal que nos legó Julio Roca en materia de infraestructura y que se pagó con los años más deficitarios que recuerde la historia económica argentina. ¿Cómo lo sé? Porque me gusta Roca y el misterio de cuánto tardaría en ser colgado en la Plaza de Mayo por comunista, populista, radicalperonista y anticlero.

Entre todas las curiosidades que adquirí esta semana, el Presi me disparó una nueva. Yo también creo que es cierto que, entre las consecuencias del déficit, está el enriquecimiento de amigos del poder.

Pero ahora me pregunto si Javier saldó la discusión con los revisionistas que consideran conservador amiguista y prebendario al hombre que nos legó la educación pública y le quitó todo poder a la Iglesia.

¿Cómo sabía que Roca hizo eso? Fácil: no me distraje en las clases de historia.

P.D.: La AFIP sigue sin modificar la tablita de billeteras virtuales de Massa de enero de 2023. 509% de inflación acumulada. Nada, por si quieren sacar la patita de la nuca.

Nicolás Lucca

 

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