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Total normalidad

Total Normalidad

Y es entonces que me pregunto, licenciado, si finjo demencia o cordura. Porque es así como me siento frente a los que me rodean. ¿Se acuerda de cuando me preguntó por qué me tatué esto de Alicia en el antebrazo? Yo le había contado que, de todos los dibujos de John Tenniel para la edición original del libro de Alicia, éste era mi favorito. Pero por lejos.

Una mesa llena de delicatessen encabezada por un Sombrerero exultante. La Liebre repite todas las incoherencias del Sombrerero, como buena ladera. Entonces no sé si está tan loca como él pero con menos carácter, o tan solo finge demencia para pasarla bien.

A mí me parece que Alicia no está incómoda. De hecho, medio que se desarma en su sillón. Frustrada, puede ser, sin entender nada y con la guardia baja. Como para no estarlo si acaba de darse cuenta de que, si todos hacen incoherencias menos ella, ¿quién es el alienado? ¿Cómo dice? Ah, que cómo estoy yo. Es la misma respuesta, licenciado.

Me di cuenta de que está mal decir que alguien finge demencia. Ya sabe, cuando algo demasiado evidente pasa delante de todos y uno hace como que no pasó nada, o no registra el hecho: “finge demencia”.

El tema es qué pasa si yo estoy en una sala con un montón de personas y un elefante. Yo pregunto qué onda con el elefante, algunos dicen que es una linda mascota y otros hacen silencio mientras se comen un canapé. ¿Quién finge demencia: el que hace de cuenta que no hay nada o el que dice que está perfecto el elefante?

Espere, espere. Déjeme llegar, licenciado. Imagine que el elefante tiene diarrea y los que justifican su presencia como fuente excéntrica son mayoría. Los que hacen silencio ¿fingen demencia o actúan cordura?

No, no es un sueño a analizar y mi mamá no tiene nada que ver en esta historia. El tema es que percibo que cada vez son más quienes parecieran fingir demencia o cordura. Todo depende de la circunstancia que charlemos, ¿vio?

Estaba en una playa sentado para que la arena dejara de rasparme las nalgas cuando, de puro embole, abrí Whatsapp para ver si tenía notificaciones. Eran 211, pero la primera tenía un link. Leo la nota: nombraron como asesor contable a una persona que, circunstancialmente, comparte alrededor del 50% de su ADN con el vocero presidencial. Comparto con mis amigos mi consternación al respecto. La mitad me da a entender que el hombre fue designado por sus capacidades. Aparentemente no había otro profesional. Justo en la Argentina, donde levantamos una baldosa y aparecen tres abogados, cinco psicólogos y dos contadores.

Podrían haber buscado en la propia planta del Estado para optimizar costos, pero resulta que no había en toda la nación un solo contador público. Ahora, al hombre hay que explicarle cómo funciona el aparato contable del Estado y, para compensarlo por tamaña tortura, le darán un triste sueldo de 2.6 palos.

Estaba ahí, sin saber qué contestar, cuando uno de mis amigos tira que los periodistas prefieren hablar de esas boludeces que de cosas más importantes y que por eso los medios están en crisis: porque la gente ahora se informa por redes sociales.

Lo interesante de los que ningunean al periodismo es que son los primeros fans de los medios: no hacen otra cosa que hablar de ellos. Con el presidente a la cabeza, están todos pendientes de qué decimos o dejamos de decir para salir a retrucar que somos irrelevantes y que la comunicación pasa por otro lado. ¿Y por qué se calientan, entonces, si somos irrelevantes?

Tengo a gente que marcha al exilio sin decir dónde para no ser hallada por no sabemos quién y denuncian un plan de exterminio a los derechos humanos en la Argentina. Del otro lado tengo a la Liga Nacional de Opas que celebra místicamente hasta la genialidad de quitar los intermediarios de las compras de comidas al darle el dinero asistencial de comedores a los pastores evangélicos. Ellos no serían intermediarios, sino tan solo los que reciben el dinero y se encargan de comprar el morfi. Es por su intermedio, pero no es intermedio, sino un intermedio que no es intermedio. ¿El resto del mundo? Finge demencia. O cordura, qué se yo.

Algunos se preguntan cuánto dura la paciencia del pueblo. Hablan de paciencia con la misma soltura con la que hablan de pueblo. ¿Qué sería la paciencia? ¿A qué se refieren, a la luna de miel de una clase media arruinada y una clase baja que la única luz al final del túnel que observan es la del Belgrano Norte de contramano por el túnel de Aristóbulo del Valle?

Yo no hablo de paciencia. Nunca creí en ella. Sí creo en la fascinación, que es un estado superior y mucho más incontrolable que el enamoramiento. Es la etapa inicial de dos personas que pueden no ser compatibles en absolutamente nada pero que, inexplicablemente, están en un clima de idiotez mutua.

Algunos lo llaman piel. Es mucho más grave que el enamoramiento porque en la fascinación no se ve ningún defecto. En el enamoramiento podemos encontrar algo que no nos gusta demasiado, pero creemos que podremos manejarlo con el tiempo. En la fascinación no hay nada para mejorar ni para manejar porque todo es perfecto.

Hay un gobierno totalmente en bolas frente a cualquier tema que sea potestad del Estado. Pero totalmente en bolas. Hay ministros que fueron propuestos por Alejandro Fantino, abogados a cargo de Justicia que quieren crear una fiscalía anticorrupción que existe hace 62 años, ministros de Defensa que se visten como si fueran egresados de West Point y un ministro del Interior que desconoce el reglamento de la Cámara de Diputados cuando es imposible que no lo sepa de memoria. Finge demencia. O cordura.

Le pasan facturas a Martín Menem porque la Ley Ómnibus terminó en un desarmadero. Aparentemente esperaban que, con el expertise de haber sido vendedor de suplementos proteicos, tuviera la muñeca necesaria para la rosca. Eso o creyeron que alcanzaba con ser portador de apellido. ¿Meritocracia? Mire, se han corrido tanto los conceptos que ya le decimos anti casta a un Menem.

Ya que hablamos de casta, volvió el término preferido del Presidente. De la calentura que levantó por ver que la Ley Traffic vuelve a comisión, aseguró que “la casta se puso en contra del cambio que los argentinos votamos en las urnas”, volvió a dar a entender casos de corrupción que no denuncia y aseguró que el 56% de los argentinos votaron este programa de gobierno y que no está dispuesto a negociarlo con quienes destruyeron al país.

Me puse a pensar que la negociación en diputados incluye a un 33% de legisladores que también fueron votados en 2023. Pero mientras pensaba cómo harían para retomar el diálogo para obtener la ley que necesita el gobierno, la genial comunicación presidencial envió un comunicado vía Xwitter en el que se expresa que el gobierno “no va a permitir que quienes hace años se benefician de un sistema corrupto y empobrecedor, frustren el futuro de todos los argentinos”. Nada mal, el tema es que en el mismo comunicado sostienen que “no vamos a seguir discutiendo con quienes exigen mantener sus privilegios mientras el 63% de los chicos argentinos no come» y que “la ley se debatirá cuando entiendan que es el pueblo quien la necesita, no el Gobierno”.

Y yo no entendí nada. ¿La va a aplicar igual por decreto para empiojar aún más al Poder Judicial y al Legislativo? ¿Va a intervenir todas las provincias a través de un Senado que tampoco lo acompaña? ¿Cómo va a seguir adelante con la ley sin debatir la ley? ¿Acaso el plan maestro fue, desde un inicio, que la ley no salga para poder encarar un gobierno todavía más parado sobre el voto popular que sobre las instituciones? ¿Cómo vas a mandar la ley a comisión sin saber que se cae también la aprobación en general? ¿No sabían o fue adrede?

Pensaba todo eso en voz alta y casi cometo el error de compartir mi intriga en la red social por excelencia para el escarnio, cuando noté que todos fingían demencia. O cordura.

Desde la cuenta de La Libertad Avanza tiraron que “la traición se paga cara” y, si bien ya daba por descartado cualquier intento de conciliación del Presidente, se me dio por drogarme con cosas bien duras y fui a chusmear a qué le daba “me gusta”: varios que comenzaron a señalar con nombre y apellido a los traidores, unos cuantos que pidieron “ir a la guerra”,un par que dijo que el ajuste ahora se hará por las malas y varios que pidieron plebiscito. Como el mismísimo vocero presidencial, al que ya le recordaron varias veces los conceptos de Educación Cívica de la secundaria sobre plebiscitos y su nulo impacto en la obligatoriedad de votación de los legisladores.

Por si fuera poco, ¿no le parece loco que hablen de un plebiscito que, si se hiciera hoy, le costaría al Estado unos 51 mil millones de pesos, y todo para ver si se ajusta el gasto del Estado? ¿Sabe que nadie le dijo nada? Todos fingieron demencia. O cordura.

Bueno, sí, se comieron todas las gastadas del kirchnerismo y varios troskos, pero de los que sí entienden de diálogos y consensos, los que se cansaron de criticar a los congresos que eran escribanías del Poder Ejecutivo, los que despreciaron la prepotencia de otros presidentes, hoy los veo y están en otra. No es que no les importe el tema, me refiero a que se ponen del lado de los que sabían que no había forma de apretar a un gobernador y que salga gratis. Salvo, claro, que quieras detonar todo.

Fingen demencia –o cordura– los que celebran que Bukele haya ganado por el 85% del padrón en una elección violatoria de la Constitución de ese país. Y ese es el temor que a mí me aqueja desde antes de que existiera el fenómeno Milei, cuando el presidente hacía sketches en un canal público: qué estamos dispuestos a entregar a cambio de tener razón.

Ninguna persona que haya sido escolarizada puede decir que la democracia es la imposición de la voluntad de una mayoría por sobre una minoría en absolutamente todo por el lapso de cuatro años en base a un resultado electoral. Al menos no deberían poder decirlo sin que les retiren el título secundario. Pero pasa, nomás. Y así es que se avanza, y no precisamente con la libertad, en varios procesos alrededor del mundo. El tema es si nos cae bien o no. En 1999 el voto popular dispuso que se modificara la Constitución de Venezuela, la cual no permitía otra forma de modificación que no fuera por iniciativa legislativa. Ahí andan, 25 años después, gracias a la joda de respetar sólo el mandato de las urnas.

En El Salvador tienen seis artículos constitucionales que impiden explícitamente la reelección inmediata. Bukele hizo percha a la máxima autoridad judicial y le habilitaron una “reinterpretación” de algo que está escrito en castellano. No pasó nada, porque el voto popular puede más. Y porque Bukele prometió no ir por la reelección indefinida. En 2021 dijo que no le interesaba la reelección. Este lunes, menos de 24 horas después de haber violado su Constitución y su propio criterio, sostuvo que no es necesario modificar la Constitución para que haya reelección indefinida. Y tiene razón, si con el voto popular alcanza y sobra para que todo valga.

He dicho esto tantas veces, pero repito, licenciado: las constituciones están para que todos podamos comprender el juego. Es un reglamento bastante clarito y hasta lapidario si se tiene en cuenta que nos lo enseñaron en la escuela. Pero ahora resulta que hasta los abogados desconocen elementos básicos, como que las provincias son las que crearon al país al confederarse y que, por ende, los gobernadores son personas importantes, aunque algunas provincias funcionen como principados. ¿Lo sabía el Presidente? Supongo que alguien le habría explicado. El tema es que aquellos que lo rodean piensan igual. Y ahí estamos, con gente que desprecia la política y se mete en política para después pucherear porque no quieren hacer política. Y con todos los demás fingiendo demencia. O cordura.

¿Tan difícil era no putear a los diez gobernadores de Juntos por el Cambio? Más que nada para que no quedemos como pelotudos los que decimos que la Cámara de Diputados representa al pueblo y las provincias tienen sus representantes en la otra cámara. De paso, se ahorran la derrota también en el Senado, donde los gobernadores sí tienen mucho peso. ¿O acaso no querían que la ley saliera? ¿O acaso no pretenden que también se apruebe el DNU?

Esto se lo traigo a colación, licenciado, porque usted sabe el gran estigma de mi vida laboral: el quilombero. Y eso que no discuto hace mil años, pero no se me quita. Yo aprendí a las piñas que es preferible ser feliz a tener razón. No entiendo cómo personas mucho más grandes que yo aún no lo aprendieron.

En definitiva, yo puedo fingir demencia y asegurar que el gobierno no quiso chocar la reforma desde el minuto cero. O puedo fingir cordura, que ya no sé la diferencia si todo esto nos parece normal. O puedo hacer de cuenta que no pasa nada y que no veo a los republicanos mirar para otro lado, ni a los puristas de las leyes aceptar algun que otro derrame de petróleo. Está todo bien.

Y si todo es anormal, esa es la normalidad y el excéntrico, el colifa, el chiflado, es el que dice que no, que no es normal celebrar un No Cumpleaños 364 días al año. Porque no hay nada para festejar en algo tan carente de sentido.

¿Qué? Ah, cómo estoy… No sé. ¿Sabía que hoy no es mi cumpleaños? Me jode que tampoco es el suyo…

Nicolás Lucca

 

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